Sahagun, Carlos
Carlos Sahagún Beltrán (Onil, Alicante, 1938)
Poeta español, premio Adonais en 1957, Profecías del agua (Rialp, 1958) y premio Boscán en 1960, Como si hubiera muerto un niño (Instituto de Estudios Hispánicos, 1961) recibió el premio Nacional de Poesía en 1980, Primer y último oficio (Colección Provincia, 1979). Estudio en Madrid Filosofía y Letras, licenciándose en Filología Románica en 1959. Fue Lector de Español en la Universidad de Exeter (Inglaterra) y desde 1965 ejerció la docencia como Catedrático de Lengua y Literatura Española. Recopilaciones : Memorial de la noche (1957-1975) (Lumen, 1976), Las invisibles redes (Pamiela, 1989), Poesías escogidas (1957-1994) (Anteo, 2000).
Carlos Sahagún: Poesía social, 1969
El término “social” ha servido para designar cosas muy distintas, según las diferentes etapas históricas por las que ha atravesado la sociedad. Sin embargo, por debajo de su diversidad, algo tienen en común todas estas concepciones, y es su base revolucionaria. Poesía social es aquella que se propone una transformación del mundo o, cuando menos, de las estructuras de la sociedad en que esa poesía nace. La poesía social es virtualmente mayoritaria, dado el alcance de su contenido. Tiene un carácter crítico evidente, en cuanto nos presenta una situación a todas luces injusta y pretende su rebasamiento. Y tiene, sobre todo, un hondo contenido moral, en cuanto el planteamiento que hace de los hechos sirve sin duda para la conducta.
Por ese contenido moral, en un sentido muy amplio podría decirse que es social toda poesía que refiere la anécdota de un hombre histórico, cualquiera que sea la clase a que pertenece. Al identificar, en términos generales, la poesía social con la poesía de la vida (aquella que nos ofrece un testimonio del hombre concreto), queda decididamente al margen —y sin ninguna vigencia— cualquier tipo de poesía que se halle en conexión, más o menos directa, con la idea del arte por el arte.
Las llamadas a la solidaridad entre los hombres con el pensamiento puesto en una situación igualitaria más allá de la muerte constituyen una primera clase de poesía social. Mirando la historia literaria, este primer tipo ha sido casi siempre el único disponible. No podía ser de otra manera, dada la concepción religiosa del mundo que ha venido existiendo hasta tiempos recientes. En un principio, la poesía social de base metafísicoreligiosa, fue sin duda un hecho revolucionario; en la actualidad, rebasados esos fundamentos, se ha transformado en una simple crítica de la sociedad burguesa, hecha desde dentro y, por consiguiente, con las mismas contradicciones inherentes a esa sociedad.
En un sentido estricto, plenamente actual, por poesía social hay que entender aquella que pone al descubierto la corrupción y los defectos de base de la organización burguesa. Tanto una como otra acompañan y ayudan a la revolución y por ello deben estar escritas, a mi parecer, desde una Weltanschauung auténticamente obrera. De ahí que este segundo tipo de poesía social no sea todavía muy abundante. Nos hallamos en una etapa histórica de transición y es mucho el lastre de tradición literaria que hay que abandonar; muchas las experiencias íntimas que hay que dejar, por inesenciales desde el punto de vista del combate social. No es extraño, pues, que aun en los poetas más radicalmente comprometidos encontremos zonas oscuras: la aparición de estas últimas puede darnos, en todo caso, la medida de su autenticidad.
Segovia, abril 1965.
Carlos Sahagún: Notas sobre la poesía, 1963
Sé que los poemas se justifican por sí mismos o no se justifican de ninguna manera. En último término, quizá no valga la pena tomar mi propia poesía como motivo de estas reflexiones. Pero, puesto a pensar sobre lo hecho (y, más aún, sobre lo intentado), me doy cuenta en seguida de esta primera dualidad: si por un lado la necesidad me obliga a hacer referencias a mi historia privada, por otro, la Historia grande manda en mí y me hace tomar partido, responsabilizarme, como hombre, ante los demás. El camino más llano para resolver esta dificultad sería poder adecuar mi poesía a las exigencias del momento histórico, haciendo de ella un arma para la lucha de clases. De esta manera quedarían al margen muchas experiencias íntimas, innecesarias e inesenciales desde el punto de vista del combate social.
He tratado de buscar el sentido de estas dos palabras, comunicación y compromiso, porque lo creo fundamental para el esclarecimiento de la situación.
(...)
Comunicación
(...)
El poeta escribe para expresarse, es decir, para afirmarse a sus ojos analizando sus propios sentimientos, sin ocuparse con exceso de las reacciones de los auditores eventuales. Y puesto que el lenguaje que emplea no es utilitario, sino un lenguaje en función estética (y, como tal, incapaz de captar plenamente la realidad), la labor del poeta se halla a medio camino entre la expresión y la comunicación, más cerca aún de la primera que de la segunda. En el fondo, al poeta no le importa la comunicación o, al menos, no le preocupa de una manera consciente. Lo verdaderamente importante, para él, es esa afirmación de sí mismo, esa indagación en lo oscuro mediante la cual, una vez terminado el poema, conocerá la realidad desde otras perspectivas.
Algo inherente a la naturaleza de la poesía hace que sea muy difícil recorrer el camino hacia el público. En cada palabra del poeta hay presente un conjunto de vivencias psíquicas personales, que casi nunca coinciden con las vivencias que se despiertan en el lector. Toda palabra tiene una referencia primaria al objeto nombrado, que podríamos denominar significado social. Pero el poeta se resiste a ver en las palabras tan sólo ese significado general y público. Para él, las palabras tienen, además, un amplio poder evocador: poseen un número de referencias secundarias a situaciones emocionales latentes y se nos imponen como una barrera entre nosotros y el mundo de los objetos. Dicho de otro modo: las palabras, para el poeta, son también signos; pero la cosa representada no es un objeto de validez universal, sino un conjunto de múltiples sugerencias emotivas. En esta ambigüedad, en esta falta de firmeza de las palabras, reside la grandeza de la poesía, y también su fracaso.
Por tanto, para que un poema se comunique habrá de producir en el lector una reacción psíquica instantánea lo más similar posible a la del autor. Pero si el lector no parte de ese supuesto tácito de la ambigüedad de las palabras y las mira tan sólo en su significado masivo, genérico, el poema podrá parecerle banal o, en el mejor de los casos, oscuro. Ese posible lector que puede ser, por otra parte, un buen entendedor de obras en prosa quisiera obligar al poeta a la claridad tal y como él la entiende, a la mezquindad significativa de las palabras.
Creación
El origen del poema no reside en un proceso voluntario y plenamente consciente, sino en algo espontáneo, automático. Comienza con una especial excitación: hay una concentración de nuestra mente acompañada, paradójicamente, de cierta dispersión y cierta vaguedad.
Existe, generalmente, un esquema rítmico de la frase, vacío aún de palabras, y una serie de visiones emotivas previas a la realización del poema. El estímulo externo está formado por todos los momentos fundamentales de nuestra existencia; aquellos en que nos hemos sentido más en contacto con el mundo, aquellas impresiones que más nos han conmovido. Es como una primera sensación de tiempo detenido, que se entrega a nuestra contemplación. Funciona entonces nuestra memoria, especializada para revivir una y otra vez, con igual intensidad, las experiencias del pasado. Este movimiento interior a través del tiempo nos sitúa de pronto frente a los momentos inolvidables de nuestra vida.
En un principio sólo existe el ritmo y esa peculiar intuición de nuestro pasado. Pero si el nacimiento del poema es un acto inconsciente e involuntario, para la concreción del mismo tendrá que intervenir, de una manera u otra, la voluntad y la conciencia. El trance creador se caracteriza precisamente porque en él no se pierde todo el control: algo consciente se encarga de seleccionar los materiales que van apareciendo y de vigilar la totalidad del proceso. Esa conciencia vigilante nos ayuda a buscar la forma de expresión necesaria y única.
Encontrar esta forma de expresión adecuada no es, desde luego, una tarea del todo automática. En algunos casos el esquema rítmico hallará sin esfuerzo su configuración fónica y de sentido (son los poemas de gestación momentánea). En otros, el poeta no encontrará las palabras precisas y tendrá que ir dejando lagunas a lo largo del poema. Estas lagunas tratará de llenarlas con elementos conscientes, adaptados de tal forma a la totalidad de la obra que parezcan poseer un tono semejante al del resto. La voluntad intervendrá luego corrigiendo y revisando esos fragmentos, si no han logrado ser expresión exacta de nuestras vivencias.
En ocasiones ocurre que el poema queda interrumpido después de escritos cierto número de versos. Estas interrupciones pueden durar años: pero a veces bastará con releer lo hecho para entrar nuevamente en situación y poder seguir adelante. Pues si el poeta ha explorado en el poema un trozo de su vida, en cada nueva relectura volverá a sentir su propia existencia palpitando, aun en el supuesto de que esa vida no se halle en el poema sino sólo en nosotros mismos.
En todos los casos, el fin que se persigue es encontrar un orden, agrupar nuestras experiencias de forma que el conjunto creado sea un objeto pleno e independiente, pero en el cual nos reconozcamos en nuestra integridad. Un fin que sólo se nos descubre cuando el proceso creador se ha completado.
Compromiso
Hemos visto que la comunicación se realizaba en condiciones bastante precarias. Hemos dicho también que el proceso creador no era, en su origen, un fenómeno deliberado y consciente. ¿Se podrá reclamar, pues, un compromiso al poeta?
Tendríamos que planteamos, primero, el problema de la verdad poética: un poema sólo es válido cuando el sentimiento que le ha dado origen, además de ser auténtico, va unido a una expresión única e insustituible. Cuando no ocurre así, o porque falle el sentimiento o porque falle la expresión, la poesía queda invalidada. Podrá el poeta escribir versos de tema social,
y que éstos sean, sin embargo, inoperantes* : bien porque se muestre, por debajo de su virtuosismo, radicalmente extraño a esas preocupaciones, o bien porque, aun partiendo de la sinceridad de sus sentimientos, carezca de la habilidad formal imprescindible. En el lenguaje poético, a diferencia de la prosa, no podemos separar el pensamiento de la expresión.
No creo que al poeta, como tal, se le pueda exigir ninguna clase de compromiso, si no es el de su autenticidad. Tentarle con vagas promesas de mayoritarismo para hacerle incurrir sólo en apariencia- en una temática social, me parece absurdo. A la hora de la verdad, lo que cuenta en el terreno de las valoraciones éticas es la conducta pública de cada individuo. En poesía, lo esencial no es sólo lo que se dice, sino el cómo se dice. En la vida, lo esencial no es ni lo uno ni lo otro, sino nuestros actos.
En Pedro Provencio, Poéticas españolas contemporáneas. La generación del 50, Hiperión, Madrid, 1988..
De Francisco Ribes, Poesía última, Taurus, Madrid, 1963.