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mso_irurzun«¿Por qué escribes?» es lo que pregunta un periodista a un escritor cuando no ha leído sus libros. Una pregunta fácil, a la que se supone una respuesta difícil. Pero, ¿qué responde un escritor que sabe que el periodista no ha leído sus libros?Idas_irurzun

Patxi Irurzun. Gara (13-01-2013)
Tópicos, frases hechas, titulares trillados: «Escribo porque lo necesito»; «escribo porque no sé hacer otra cosa»; «escribo para que me quieran»... Casi ningún autor es capaz de reconocer que, a menudo, se escribe por pura venganza. En palabra de la escritora peruana Gabriela Wiener: «Pocos autores estarían dispuestos a reconocerse como unos cabrones».

La literatura como legítima defensa

Escribir para ajustar cuentas a un jefe abusador, a un novio que dinamitó tu corazón, a un vecino que se ducha todas las noches a las cuatro de la mañana... Pequeñas y grandes venganzas: escribir también para defenderse de un mundo hostil o del poderoso. «La literatura como legítima defensa», dice el navarro Miguel Sánchez-Ostiz, autor de varios dietarios -el último de ellos «Idas y venidas», publicado por Pamiela-, género en boga, junto con los diarios, cuadernos de bitácora, autoficción... todos ellos apropiados para devolver los golpes o, al menos, hacer inventarios de ellos: «Vivimos en un mundo en el que el fuerte, o el que se lo cree, se cree también con derecho a propinar empujones a quien le venga en gana, convencido de que quien los recibe está obligado a aguantarlos».

Las obras literarias también se edifican con todos esos escombros que deja la vida. A veces, únicamente con ellos. «La literatura o es vengativa o no es nada», afirma Miquel Silvestre, que publicó en 2008 «Spanya S.A.», una novela de ciencia ficción levantada también de las ruinas, una venganza a años vista: en la novela, España es en 2337 un gran vertedero tóxico gestionado por ineptos y corruptos.

Otros, como el cantante y poeta aragonés Ángel Petisme, son más románticos: «Si hay que ajustar cuentas con algún gilipollas, se le reta cara a cara y se le manda al dentista o al hospital, literalmente. Si tienes una guerra contra el mundo, la tienes contra ti. La escritura es un ajuste de cuentas sin cuartel contigo mismo, con tus demonios y tus ángeles».

Romperse las piernas a uno mismo

Eso es algo en lo que todos los autores parecen de acuerdo: lo justo es que el principal damnificado de las venganzas literarias, aquel al que se le rompen las piernas con mayor saña y refinamiento sea el propio autor, pues víctima y verdugo son uno mismo y los dos saben dónde duele más. «En todos los guiñoles burlescos que he montado, el primero que he subido al tablado de la burla he sido yo. No cabe quedarse al margen. De ir a la picota, vamos todos. Lo contrario es un abuso», dice Sánchez-Ostiz.

El autor, pues, puede hacer que la autopaliza parezca un accidente, a través de la ficción, pero es sólo un disfraz del que se va despojando página a página: «En el fondo la ficción también es un streaptease: a nadie expone más un escritor que a sí mismo, nadie, ninguno de sus personajes de su mundo transfigurado, filtrado, queda más en evidencia y es más vulnerable que él», señala la peruana Gabriela Wiener (quien, por cierto, también ha hecho streaptease, para recopilar material y experiencias con las que nutrir sus reportajes, crónicas y libros).

Se trata de hacerse daño, paradójicamente, para curar las heridas, para reconocerlas y palparlas: «El fin último es la sanación, la catarsis, mejorarte como persona y contagiar pasión y ganas de vivir. Uno no escribe para que le quieran y se la chupen. Escribe porque no sabe ser feliz, porque se resiste a la felicidad de la segunda vivienda y el carro nuevo de moda que se ha comprado. Escribe porque folla menos de lo que debería y le sobra tiempo. Si has aprendido a vivir ¿qué necesidad tienes de cantar tus pérdidas?», dice Petisme.

Vendettas personales

Está claro, hay venganza cuando hay heridas, y la mayoría de las veces estas se las hace uno mismo. Pero, ¿qué pasa cuando son otros los que hacen daño? ¿Cómo se revuelve el escritor, es tan sufrido y tan honesto?

Tras la publicación de su novela «Las Pirañas», Miguel Sánchez-Ostiz vio cómo en su Iruñea natal se elaboraban listas que identificaban a los personajes de la obra, a menudo erróneamente. «Vengarme, no creo que lo haya hecho nunca, en ninguna novela. Lo que he hecho es construir personajes novelescos inspirados en personajes reales, qué duda cabe, pero más que en sus comportamientos sociales, en sus rasgos o caracteres, fácilmente identificables por el lector y por el propio interesado, claro, pero también por sus amigos y conocidos. Si tú pintas un canalla, pierde cuidado que ya se encargará alguien de hacerle llegar el retrato al interesado que mejor le convenga al mensajero».

Carlos Castán, autor de recomendables libros de cuentos como «Sólo de lo perdido» o «Museo de la soledad», tampoco ha llevado a cabo vendettas personales a través de sus libros: «No me he vengado ni ridiculizado a nadie en concreto, aunque es posible que sí me haya despachado a gusto con tipos genéricos, con actitudes o con ciudades. Y también puede que de alguna forma haya ajustado cuentas con algún episodio de mi pasado, dando mi propia versión sesgada de algo que ocurrió o cambiando el desenlace en una acto de justicia poética totalmente subjetivo».

Solo para valientes

La venganza personal a través de la literatura no parece, por otra parte, muy rentable. Sánchez-Ostiz dice que las veces que ha intentado devolver los empujones han sido contraproducentes. «No tenía secuaces que aplaudieran la faena. Fue un error de óptica, un caso patético de miopía social. Nunca cuentas con la camorra social».

Quizás por ello, la literatura como arma arrojadiza es solo para valientes. Petisme: «Entiendo la autodefensa del escritor que se siente marginado en un sistema sumamente perverso, donde sólo existe lo que se ve en los medios. La decisión de escribir e intentar publicar en sí es un acto de valentía».

Miquel Silvestre: «Si piensas en que Quevedo fue a la cárcel por sus sátiras, resulta obvio que siempre es valiente escribir si molestas a los poderosos y ellos saben quién eres. A mí lo que me parece cobarde es la autocensura y el pudor». Sánchez-Ostiz: «Si hablas de tu vida, acabas hablando de asuntos que no son del aplauso general y que `molestan'. Eso hay que asumirlo...».

Una empresa ruinosa

Venganzas Literarias S.A. no es, en definitiva, una empresa rentable, pero todos le reconocen sus méritos, más cuanto mayor es el enemigo al que se enfrentan. «Hay que medir el dolor que se inflige, la indefensión del adversario y la irreversibilidad del acto. Y estar seguro no sólo de lo que se afirma sino de que el hecho de hacerlo esté verdaderamente justificado. Tiendo a aceptarlo mejor cuando en el fondo de todo hay odio o tragedia que cuando se trata de ligereza o frivolidad. Por paradójico que parezca, soy más indulgente con las venganzas más sangrantes, que surgen de las entrañas, quizás por considerarlas menos evitables», diferencia Carlos Castán. Gabriela Wiener coincide con él: «Yo soy rencorosa, a mí me gusta la provocación, intervenir en la realidad y jugar con ella, me gusta desenmascarar, pero intento ser un poco justa, exactamente como en la vida misma; sólo ridiculizo a los que creo que se lo merecen».

La autora de «Sexografías» da además el que puede ser el quid de toda esta cuestión. Wiener, quien dice adorar las historias privadas bien contadas, las autobiografías llenas de rencor, no cree sin embargo en la pura instrumentalización de la literatura: «La venganza, como otros sentimientos viscerales, puede ser uno de los disparadores para la creación. Pero lo que se haga con ella dependerá del talento». Y es que, en definitiva, en esta historia, además del escritor justiciero y la víctima, merecedora o no, de su venganza, hay otros implicados sin los que nada tendría sentido: los lectores.

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