De brumas y de veras
/ Castellano
/ año 1994
/ 236 páginas
De brumas y de veras
Antonio Rodríguez. Cuadernos del sur (26-01-1995)
La crítica literaria en los periódicos
De brumas y de veras es una incursion en las páginas de la denominada crítica literaria, escrita en algunos periódicos –El País, ABC, Diario 16 y El Mundo, fundamentalmente– que se vienen publicando desde los años ochenta. No se trata de un análisis sistemático y riguroso, sino de un acercamiento a las maneras y modos con que los críticos realizan su sacerdotal tarea. Especialmente escritos contra quienes se consideran guardianes de la «buena, verdadera y responsable crítica» y, más aún, de la «auténtica y legítima literatura».
Un libro lleno, sobre todo, de ironía y sentido del humor, por donde desfilan los gacetilleros más famosos del oficio: Rafael Conte, Miguel García Posada, Ángel Basanta, Ignacio Echeverría, Santos Sanz Villanueva, Luis Antonio de Villena, Constantino Bértolo, Ricardo Senabre, Víctor García de la Concha, Pere Gimferrer y muchos más.
«en última esencia quien elige la crítica se denuncia a sí mismo: suele ser hombre de orden, que ama las reglas, que nada le emociona tanto como la validez universal de un principio, la infalibilidad de una doctrina, la sacralización de un nombre o la eternización de un valor: esto es, todo aquello contra lo que la cultura (tal vez la única actividad del hombre que lo pone todo en entredicho y, en principio, nada debe respetar) ha luchado siempre.»
Juan Benet
Artículos-Volumen I (1962-1977)
Criticar al crítico
En la vida literaria, al trío esencial –autor, editor, lector– se agrega un cuarto personaje que nadie sabe muy bien qué pinta en todo eso: el crítico. Por lo común en funciones de juez, aunque también puede ser consejero o intérprete, cuando no es hostil a priori o se dedica solapadamente a la publicidad. En cualquier caso, alguien que se considera por encima de los demás, y que habla desde la altura. ¿Quién como él?
Un sabio que se supone entiende más del asunto que cualquier otro, desde luego incluyendo al escritor. Aunque a menudo se sienta en la desesperada necesidad de llenar un vacío sin saber cómo. ¿Qué decir de tal o cual libro en unas cuantas líneas? Al crítico (y uno pertenece al gremio, qué le vamos a hacer) quizá no se le ocurra nada razonable, pero está visto que los lectores se conforman con cualquier cosa con tal de que no se entienda.
Así ha sorprendido Víctor Moreno a un puñado de críticos españoles de reputación, empeñados en vestir el vacío con hojarasca retórica de buen ver. A todo el mundo se le pueden reprochar apasionamientos, injusticias, errores y arbitrariedades, Sainte-Beuve, maestro universal de esta populosa tribu literaria, es un buen ejemplo de ello, y en España Clarín también publicó no pocas borricadas. Pero lo que Víctor Moreno pone ante nuestros ojos, con glosas zumbonas, es la apoteosis de la ridiculez, la bruma mental más completa.
No es nada nuevo, cualquier que hojee la prensa ya lo sabía, pero la lectura de estos fragmentos escogidos sobresalta. Hay que ver de lo que somos capaces. Cursis, arrogantes, huecos, oscuros, como para reírse de ese centón de bobadas solemnes, o llorar, porque parece que hasta ahora nadie había denunciado tanta insensatez. Acaso porque es lo que merece nuestra literatura, nadie se sorprende, somos tal para cual.
De brumas y de veras. La crítica literaria en los periódicos (Pamplona, Pamiela, 1994) recoge abundantes muestras del arte de la andrómina: pedanterías sin límite ni recato, juicios que son un verdadero despropósito, jerigonzas y camelos de una engolada superioridad, todos los trucos innobles del que quiere engañar escudándose en que él sí que sabe.
No es que tales críticos, importantísimos a juzgar por los diarios que les contratan, se equivoquen, lo cual en literatura suele ser opinable; es que todo eso, que sienta cátedra, está muy cerca de la sinrazón, que lo que nos dicen es disparatado, y además presuntuoso. Ante lo cual, si es verdad lo que todo el mundo dice, que la crítica influye muy poco en los lectores, debemos felicitarnos por ello.
Conviene leer el libro de Víctor Moreno –tal vez rebajando alguna apreciación demasiado pasional del autor–, porque es claro, tónico y muy ilustrativo, divierte, ayuda a entender el desbarajuste de valores que hay en nuestras letras, permite intuir la confusión que reina en tantos cerebros y comprobar la pésima prosa que gastan nuestros dómines. No se puede pedir más, salvo quizá la supresión del género en sí mismo. ¿Cómo sería un mundo sin críticos literarios? Igual que ahora, pero con unos cuantos embaucadores menos.
De brumas y de veras, valientemente –valentía que le valdrá el silencio de la prensa– se atreve a decir que el rey está desnudo, y no sólo lo dice, lo demuestra; peor aún, en vergonzosos paños menores, aunque todos cerramos los ojos, dando a entender por cobardía que luce las más espléndidas vestiduras. Y aquí están las falsas vestiduras, en letra cursiva, con nombres y apellidos, periódico y fecha de publicación. Que cada cual saque sus consecuencias.
Criticar al crítico es una magnífica labor de aseo literario, no mejora la literatura, pero se limpia el espejo en el que aparece su imagen pública, que mucha gente –esperemos que con talante desconfiado– confunde con la realidad. Aunque la paradoja es que para recomendar un libro así sea inevitable que uno escriba también un artículo de crítica.
Carlos Pujol