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guerranavarraQuinientos años después

Conquista, anexión, unión, incorporación. A pesar de que han transcurrido cinco siglos, los acontecimientos ocurridos en Navarra entre 1512 y 1529 continúan siendo objeto de agrios debates y de encontradas interpretaciones. Sin duda, quinientos años después siguen pesando más los sentimientos del presente que el conocimiento del pasado.


Antes de nada, quiero que el lector sea consciente de que tiene entre sus manos un libro de Historia. Aunque escrito con una finalidad divulgativa, no es ni una novela ni un libro de análisis político. Los historiadores tenemos el deber de explicar el pasado, no de justificar el presente. Tenemos que exponer los hechos tal y como se produjeron, con rigor, valor y sinceridad. Y debemos hacer, por ello, un esfuerzo para distinguir en todo momento el cómo fueron las cosas del cómo hubiéramos querido que fueran.


“La Conquista de Navarra. ¿Pero no está ya todo escrito?” Recuerdo muy bien esta pregunta-afirmación en boca del profesor García de Cortázar cuando allá por el año 2001 presenté ante un tribunal mi proyecto en el marco de un programa posdoctoral de perfeccionamiento de investigadores. “Desde el punto de vista navarro, no”, fue mi respuesta. Y, efectivamente, quería emprender una investigación cuyo resultado nos proporcionara una visión desde Navarra, completa en cuanto al desarrollo de los acontecimientos, contextualizada política y mentalmente en su época, ponderada en cuanto a la trascendencia de los hechos y centrada en la actuación de los navarros de a pie durante aquellos decisivos años.

Casi nueve años después, aquí está el resultado. El lector juzgará si aquel ambicioso proyecto que durante todo este tiempo me ha llevado de Pamplona a Chicago y Londres pasando por Simancas, Barcelona y Madrid, pero también Corella y Tudela, ha llegado a buen puerto. Y es que desde el primer momento, dada la fuerte carga emocional y presentista que desde siempre ha rodeado el tema de la Conquista, decidí recurrir al estudio directo de la documentación original. Eso exigía no solamente volver a revisar los textos ya conocidos desde hace muchos años, sino en intentar localizar otros inéditos que aportaran información nueva. Y la verdad es que esta paciente y, por qué no decirlo, cara labor de búsqueda ha dado sus frutos. Sirva de ejemplo el caso del documento encontrado en un archivo de Lisboa -¿quién pensaría que podría estar allí?- que nos proporciona el único relato contemporáneo de la Batalla de Noáin (1521) y además de la pluma de sus propios protagonistas.


El Archivo General de Simancas ha proporcionado una documentación hasta ahora desconocida y a buen seguro lo hará más en el futuro. Secciones como las de “Secretaría de Estado”, “Contaduría del Sueldo”, “Contaduría Mayor de Cuentas” o “Memoriales y expedientes” nunca antes se habían explorado, pero sus complicados documentos contables esconden una información de primer orden y, además, cuantificada y fechada. Los manuscritos de la British Library de Londres han servido para completar, en algunos casos, documentos que o no pude encontrar en el archivo vallisoletano o simplemente desaparecieron con el tiempo. El Archivo Histórico Nacional –en especial, el fondo familiar del coronel Villalba- y los manuscritos depositados en la Biblioteca Nacional de España y en la de la Real Academia de la Historia, ambas en Madrid, han proporcionado documentos sino numerosos por lo menos muy valiosos.


Desgraciadamente, la documentación referida a la Conquista que se conserva en el Archivo General de la Corona de Aragón (Barcelona) es mucho menor debido a las destrucciones producidas en el pasado, pero no por ello menos valiosa. Lo mismo cabría decir de los archivos municipales de Tudela y Corella, que han proporcionado una interesantísima información para reconstruir los acontecimientos en el sur del reino. El estudio de los interesantes e inexplorados Archive Départamental des Pyrénées Atlántiques (Pau) y Biblioteque Nationale (París) ha sido, en su mayor parte, indirecto a través de copias microfilmadas o de bibliografía francesa, siempre tan extensa.


Pero, para mi sorpresa, una vez más el Archivo Real y General de Navarra se ha mostrado como la principal fuente para conocer qué hicieron los navarros durante esos decisivos años. Secciones como Tribunales Reales o el archivo particular de Juan Rena se han revelado como filones inagotables de información, aunque con diferencias notables. En la primera, los datos se encuentran dispersos, escondidos diría yo, entre los miles de procesos judiciales que, en muchos casos, nada tuvieron que ver con los acontecimientos. Sirva un ejemplo. Conocemos el desarrollo de la batalla de Zegarrain (junio de 1521) porque, en un pleito suscitado diez años más tarde a causa de un molino, uno de los testigos fue desacreditado por su actuación en ese enfrentamiento militar. Otro ejemplo. La carta en el que el gobernador de Sangüesa relata el motín producido en la villa en junio de 1513 figura como guardatapa de un proceso que nada tiene que ver con el hecho. El fondo de Juan Rena, que tuve ocasión de estudiar durante dos años mucho antes de que fuera organizado, es todo lo contrario. La información proporcionada por este hombre clave en la conquista española es tanta y tan rica que debe ser, forzosamente, sintetizada.


Junto a esta documentación original se ha manejado abundante bibliografía española, francesa e inglesa. Muchos de estos libros fueron publicados ya en los siglos XVI y XVII, pero no por ello la información proporcionada es más exacta o incluso verídica. Por ello, han sido sometidos a un riguroso análisis crítico con las fuentes contemporáneas. Ello ha permitido distinguir autores como Zurita o Garibay –que, por su rigor y materiales utilizados, ofrecen garantías- de otros donde los hechos aparecen distorsionados por el paso del tiempo o simplemente manipulados por los intereses que movían al autor. Igualmente, se han seguido de cerca las monografías escritas sobre el mismo tema, aunque de forma parcial, por Correa (1515) y Boissonnade (1893) hace ya demasiado tiempo, así como la más completa y reciente de Esarte (2001), que ha supuesto una renovación de las fuentes documentales.


El libro ha tratado de ser muy riguroso desde el punto de vista técnico. Cualquiera que haya estudiado la época sabe que la documentación original presenta una serie de dificultades de utilización. La escritura castellana de principios del siglo XVI es, en muchos casos, de difícil lectura. En otros, como es el del inspector de fortalezas Malpaso, casi imposible. El lenguaje también puede ser engañoso, pues bajo la misma forma las palabras pueden tener distinto significado que hoy día. El hecho de que muchos documentos no estén fechados supone un obstáculo añadido, pero que es ineludible superar. En Historia las cosas ocurren en un lugar y en un momento determinado. Si alguno de estos elementos se altera, las consecuencias pueden ser fatales.


Navarra no es ni fue una isla. El relato e interpretación de la conquista deben por ello ser enmarcados en el contexto europeo, tanto político como social y mental. Y digo esto porque con demasiada frecuencia se ha estudiado tan sólo dentro de las fronteras navarras o, en el mejor de los casos, en el marco de la historia de España. Pero, de hecho, lo ocurrido en Navarra entre 1512 y 1529 no puede desentenderse de la historia francesa –la gran desconocida en nuestra formación como historiadores- y, mucho menos, desligarse de los acontecimientos italianos. Siempre he afirmado que, a grandes rasgos, en la conquista de Navarra se imbrican dos procesos históricos complejos: una guerra civil de corte medieval y una guerra internacional de corte moderno. Y, además, su peso en el desarrollo de los hechos va cambiando con el transcurso de los años.


Todo título de un libro debe informar al lector de lo que se va a encontrar dentro de él. Es hora, pues, de que justifiquemos el del nuestro.


“La Guerra de Navarra”. Así fue cómo se conoció en la época el largo enfrentamiento bélico que culminó con la absorción de la mayor parte de Navarra por corona hispánica. Nebrija, en su relato coetáneo, lo dijo en latín, pero los documentos contables de Simancas lo hacen en claro castellano. Por otro lado, los años 1512 y 1529 marcan el espacio temporal del relato. Respecto a la fecha inicial, no hay ninguna duda. La invasión, precedida de unos meses de complicadas negociaciones y veladas amenazas, se produjo a finales de julio de ese año. El del año 1529 es algo más relativo. He considerado la firma de la Paz de las Damas como el hecho que puso final al periodo más álgido de la guerra. A partir de entonces, aunque las espadas siguieron en alto y se produjeron algunas incursiones militares, las fronteras no se movieron.


El nombre de “crónica” que abre el subtítulo pretende resaltar que el libro se centra en el relato de los acontecimientos de forma más o menos lineal. En él se dice qué ocurrió, cuáles fueron los hechos más significativos o trascendentes que hemos podido conocer. El porqué ocurrieron las cosas como ocurrieron queda para futuras investigaciones. El término “conquista” levantó más ampollas en el pasado que hoy en día, cuando es ya generalmente aceptado. Los de “anexión”, “incorporación”, “unión” o similares con que algunas veces se le ha pretendido sustituir no se refieren al desarrollo sino al resultado de un largo y violento proceso de campañas militares y represión política. A quien lea las siguientes páginas no le quedará ninguna duda. Y de hecho, durante el siglo XVI nadie, ni aquí ni fuera de aquí, dudó en hablar de la guerra de conquista o del derecho de conquista.


Soy consciente de que el adjetivo de “española” puede levantar más suspicacias, especialmente entre aquellos que defienden, en un marco teleológico muy concreto, que la conquista fue sólo castellana y que España se formó, precisamente, tras la “incorporación” de Navarra al proyecto hispánico. Pero nuevamente los hechos son tercos. Aunque el concepto político-nacional de España en un concepto en formación durante esos años, el duque de Alba no duda en titularse “Capitán General de España”, los cronistas denominan a Fernando de Aragón como “Rey de España” y los propios navarros, en sus testimonios coetáneos se distinguen de “españoles” y “franceses”. Además, aunque en mucha menor medida, Aragón también participó en la conquista. Y la composición del ejército que doblegó al pequeño reino era exactamente igual que el que por esas mismas fechas conquistaba Nápoles, la costa norteafricana o el Imperio Azteca. Soy consciente de que este hecho exigirá a muchos lectores un esfuerzo mental. Pero para situarse en la época e interpretar los acontecimientos es necesario que asumamos que en este momento, a principios del siglo XVI, los navarros son sólo navarros y los bearneses son sólo bearneses, mientras que alaveses, guipuzcoanos y vizcaínos son y se sienten españoles y lapurtarras y zuberotarras son y se sienten franceses.


Por otra parte, el libro trata de no hacer juicios acerca del comportamiento de los protagonistas de esta etapa clave de nuestra historia. Ha huido del reduccionismo de visiones románticas o del maniqueísmo de un argumento de buenos y malos. Aquellos hombres y mujeres de la Navarra de principios del Quinientos –de los que, dicho sea de paso, apenas sabemos nada- vivieron su momento histórico en unas circunstancias personales y sociales concretas, en unas coordenadas económicas, mentales y de todo tipo muy distintas a las nuestras. No sería justo por ello sacarlos de su tiempo y juzgarlos desde el cómodo presente.


Es hora de que vayamos terminando. Como suele ser habitual en mis libros, la toponimia –los nombres de poblaciones, ríos y comarcas- ha sido actualizada. En el caso de las localidades altonavarras, se ha seguido la denominación oficial establecida para la Comunidad Foral de Navarra. Lo mismo ocurre para las de la Comunidad Autónoma Vasca. En el caso de las bajonavarras, se ha optado por la euskérica –hoy día ya oficializada y siempre más próxima a la que aparece en los documentos- aunque inicialmente se añada su equivalente en francés. Con el mismo criterio de respeto a las denominaciones propias se ha actuado con los nombres de localidades francesas, italianas y alemanas.


Un libro como éste forzosamente debe agradecimiento a muchas personas. Desde el apoyo de familiares y amigos, a la colaboración de colegas historiadores y archiveros, de bibliotecarios, traductores, informáticos y editores, tanto en masculino y como en femenino, además de en varias lenguas, la lista de agradecimientos sería poco menos que interminable. Además, los olvidos y omisiones dolerían aún más. Así que vaya para todos ellos un eskerrik asko que, aunque general, no es menos sincero ni sentido.


Demos paso pues a la crónica de los diecisiete años que duró esa guerra que se saldó con la pérdida de la independencia y la fragmentación de Navarra. De ese enfrentamiento militar que supuso un trauma para la generación que lo vivió, un tabú para las que les siguieron y un motivo más de enfrentamiento para los navarros de hoy en día.


¿Conquista, anexión, unión o incorporación? Que el lector saque sus propias conclusiones.

Peio J. Monteano. Marzo de 2010

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