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Joxemiel Bidador, filólogo, historiador, folclorista y presidente del Concejo de Paternáin, falleció el 2 de marzo de 2010, mes y medio después de haber realizado este Prólogo. Era su ilusión presentar el libro en Paternain y distribuirlo por la Cendea, para que sus paisanos pudiesen conocer y preservar la toponimia histórica de Zizur. Mila esker Joxemi, eta hala izan bedi.

PRÓLOGO

No deja para mí de ser un honor el prologar esta obra señera de José María Jimeno Jurío que está pronta a cumplir sus 25 años. Y no se trata de un huero formalismo gentil. Debo a José Mari mi primera publicación, un articulillo sobre los restos del euskara de Val de Ollo en la que se hacía un somero repaso de la toponimia del valle. Con posterioridad tuve la suerte de formar parte –en los tres últimos meses de vida– del grupo dependiente de Tracasa que recogió sistemáticamente la toponimia menor de casi toda Navarra. En este grupo, bajo la supervisión de Jimeno Jurío, realicé encuestas fundamentalmente en el valle de Baztan, y aunque el primer objetivo práctico fue el de actualizar y corregir la toponimia catastral, no dejó de ser un deslumbrante y apasionante viaje, sincrónico y diacrónico, a la toponimia navarra en su totalidad.

Es la toponimia como una foto, generalmente en blanco y negro, que nos muestra las peculiaridades del terreno que retrata, o retrataba, ya que muchas veces hace alusión a algo que fue y ya no lo es más que en la virtualidad lingüística. Y ya sólo por ello es algo especial que debiera merecer todo el respeto y apego por nuestra parte. Por desgracia, siempre hay alguien tan desarraigado como para dejar perder o tirar las fotos antiguas de su casa y familia, y con la toponimia, valga la comparación, también pasa de similar manera. Parece que nunca son buenos momentos para el saber, y menos para el saber toponímico.
Es evidente que hoy en día la toponimia presenta serios problemas de conservación. Por una parte contamos con el éxodo urbano que en los años de la posguerra fue vaciando nuestros pueblos, llevándose consigo una parte importante de aquellos poseedores del acervo popular. En segundo lugar hay que mencionar las diferentes concentraciones parcelarias; donde antes había varias parcelas, ahora hay una sola, desapareciendo irremisiblemente la mayor parte de los nombres que las designaban. Por último se deben apuntar cuestiones como el cambio de los modos de vida, la deserción masiva del campo como oficio principal, la mecanización absoluta del agro, cuando no su fuerte urbanización, el desembarco de importantes contingentes de nuevos vecinos procedentes de la ciudad y con una fuerte conciencia urbana, desconocedores en la mayoría de los casos del tesoro cultural de los lugares a los que han llegado y, por lo general, sin mayor interés por conocerlo. No vivimos en una sociedad que alimente el cultivo de la memoria, pero a pesar de todo no es extraño que cada uno de nosotros maneje con soltura medio centenar de nombres de calles de Pamplona; en cambio y paradójicamente, los nuevos vecinos que hemos aterrizado en la Cendea por lo general no conocemos siquiera media docena de términos. Todas estas razones han hecho que el tesoro lingüístico-cartográfico de la toponimia se encuentre tal vez en uno de los peores momentos de su historia.

Pero no es este el momento ni el lugar de los lamentos, porque nuestra toponimia aún no ha muerto. Aún quedan gentes que la conocen y la utilizan, y gracias a investigaciones como ésta, el futuro de nuestros nombres de lugar puede ser más halagüeño. Prueba de ello es la reedición de este libro. Porque en la Cendea de Zizur contamos con el lujo de tener nuestra toponimia menor recopilada por José María Jimeno Jurío para 1986. Posteriormente fue de nuevo editada dentro de la colección «Toponimia y Cartografía de Navarra» junto a la de la Cendea de Galar. Y ahora viene de nuevo dentro de las obras completas del sabio artajonés, concretamente cuando desde el Ayuntamiento se había comenzado a apuntar la necesidad de hacer algo con este tema con miras a su posible popularización. Ya se habían tomado algunas medidas como la de bautizar las calles de las nuevas urbanizaciones con topónimos de cada pueblo, pero en algunos casos, la falta de conocimientos técnicos sobre el tema, unidas a la falta de asesoramiento, han hecho que topónimos modernamente desfigurados designen a calles ignorándose la forma normalizada catastralmente en base a los documentos históricos, especialmente aquellas Notas de manifiesto para el catastro de 1837, documento de altísimo valor para este tema por ser  de una época en la que todavía existía el euskara propio de la Cendea.
Y es que la toponimia es el último y principal resto vivo de la lengua vasca local. Si anteriormente he definido la toponimia como una foto que muestra las peculiaridades de un espacio pasado, también puede equipararse con una grabación del habla local en tiempos pretéritos. Gracias a la toponimia podemos tener noticia de algunas peculiaridades dialectales del euskara de la Cendea, desaparecido a finales del XIX y comienzos del XX. Por otra parte, y atendiendo a las características propias de la misma, resulta la toponimia del antiguo barrio pamplonés, la actual Cuenca o Iruñerria, de una riqueza especial, lo que la hace si cabe aún más interesante.
Junto a los términos toponímicos, José María Jimeno Jurío recogió también algunos de los oicónimos propios de cada localidad, esto es, los nombres de las casas. Lo dicho para la toponimia también vale para la oiconimia, solo que su estado de conservación es algo peor. Ciertamente tampoco fue éste el objeto primordial del trabajo realizado por Jimeno Jurío, centrado en los nombres de los términos. Es por ello que esta cuestión se convierte en un tema de estudio urgente antes de que se llegue a su pérdida total. Como punto de partida contamos con los datos aportados en esta obra, a los que deberán seguir otros recogidos en los diferentes archivos de Navarra.
Los vecinos de la Cendea de Zizur debemos mucho a José María Jimeno Jurío en lo que a nuestro patrimonio cultural se refiere. Esta obra es y será un referente ineludible en lo que respecta a nuestra historia y presente, que vuelve para engrosar nuestra exigua pero cuidada bibliografía, y que nos servirá de ejemplo para ampliarla en un futuro cercano. Y de esto último no tengo ninguna duda.

Joxemiel Bidador
Paternain, enero de 2010

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