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p050_f01_148x132 Víctor Moreno. Filologo y Escritor
Este intelectual navarro ha sido paciente, ha recolectado durante 15 años las proclamas públicas de la primera plana de la Iglesia. De esta forma, ha conseguido material suficiente para elaborar un nuevo libro Los obispos son peligrosos, así en la tierra como en el cielo, que publica Pamiela.
Aritz Intxusta. Gara (22-11-2010)

Se puede hablar más alto, pero no más claro. Muchas veces, la Iglesia ha caído en un victimismo lacrimoso diciéndo sentirse atacada por decisiones tomadas por la sociedad civil. Esta vez sí la atacan, Moreno lanza una estocada al corazón de la Conferencia Episcopal. Si le responden, apunta a choque de trenes.


Visto un obispo, vistos todos, defiende en su libro. ¿Pero con qué comulgan al unísono, para ser tan peligrosos?

En efecto. La mayor clonicidad ideológica existente es la que se da en el colectivo de los obispos. ¿Alguien ha visto alguna vez discutir a un obispo con otro obispo? Tendrán sus diferencias, pero las casullas sucias las limpian en la sacristía. Jamás hemos asistido en la prensa a un debate público entre obispos. Lo que sería, ciertamente, todo un espectáculo.

La ideología de los obispos se llama teología. Y ésta es puro inmovilismo, por muchos adjetivos que quieran añadirle. Los obispos alimentan sus cerebros con principios inamovibles, axiomas, encíclicas y dogmas. Un obispo no tiene vida intelectual propia. Ignoro cuál es la concavidad cererbral de los obispos. Supongo que en el colectivo habrá encefalogramas de todo tipo, pero lo que se puede decir es que dicha concavidad se llena con la misma mermelada transcendental: la biblia, las encíclicas papales y la ley natural. Han renunciado a tener un vida intelectual propia, que será todo lo virtuoso que se quiera, pero es una manera de convertirse en eunucos del pensamiento.


Dicen que los curas más peligrosos, son los curas buenos, porque dan una imagen falsa sobre qué es la Iglesia. ¿Lo comparte?

Ignoro en qué consiste un cura bueno. La imagen de la Iglesia no viene determinada por los curas que hay en ella. Haya curas progres o carcas, teólogos de la liberación o de la liberación de la teología. Es lo mismo. La Iglesia es una máquina de triturar diferencias que vayan en detrimento de su autoridad, que es intocable. Los curas buenos y los curas malos participan de la misma sustancia teológica que, desde mi punto de vista, los hace semejantes: defienden la heteronomía ética. Para ambos colectivos, la persona sin fe está incompleta. Además, los curas buenos presentan una característica que los hace particularmente atractivos por la contradicción en que sucumben. Por ejemplo, en política tienen unos criterios muy estrictos para establecer límites respecto a los «enemigos», sea la guardia civil, la policía, el PP, PSOE, el PNV, etc. y cualquier partido que no sea de su agrado. Se trata de una radicalidad que luego no se les ve en el asunto que más les incumbe. Por ejemplo, ¿cómo es posible la manga ancha que demuestran a veces  con gentes que pertenecen a la organización más retrógrada y que cobran el sueldo del mismo saco que Ratzinger o Rouco? ¿Por qué «los suyos» no pueden ser miembros de dichas organizaciones, pero sí de la Cosa Vaticana? ¿Es peor ser del PSOE o del PP que pertenecer a una Iglesia que es, intrínsecamente, enemiga de casi todos los valores que adornan la condición humana tomada ésta en pelo cañón?

¿Y qué hay de esos laicos metidos a cartujos?

Los laicos metidos a cartujos son, incluso, peores que los obispos. Un laico, como el escritor Juan Manuel de Prada, es una ofensa a la inteligencia. Cuando leo sus artículos, tengo la sensación de que esta gente trata a Dios como si fuera un imbécil. Y, por supuesto, caigo en la cuenta de que Dios no puede existir teniendo a unos apologetas en la tierra con un grado de imbecilidad en el cuerpo tan sobresaliente. Lo peor de estos laicos es son de un proselitismo estomagante. Se pasan la vida opositando a canónigos. Un artículo de De Prada es peor que cualquier texto del que fuera obispo de Iruña, Fernando Sebastián. Porque en todo momento pretende saber más de teología que Rouco Varela. Un laico militante en el integrismo religioso es peor que una pedregada.

Hay que ser desmemoriado para no recordar que la Iglesia llevó a Franco bajo palio. Los obispos recuerdan «bien» lo que se escribió hace más de 2.000 años. ¿A qué se debe esa laguna sobre lo que ocurrió de 1939 al 1975?

La Iglesia tiene una memoria de dinosaurio. Lo que ocurre es que su mentalidad no ha variado. Sigue siendo franquista. Nunca condenó el franquismo, ni lo condenará, porque eso sería condenarse a sí misma. Fue el obispo de Iruña, Marcelino Olaechea el primero en elevar la guerra civil a categoría de “Cruzada contra los hijos de Caín”. Esto decía el 6 de noviembre de 1936:”Con los sacerdotes han marchado a la guerra nuestros seminaristas. ¡Es guerra santa! Un día volverán al seminario mejorados. Toda esta gloriosa diócesis, con su dinero, con sus edificios, con todo cuanto es y tiene, concurre a esta gigantesca cruzada”.

La Iglesia admitirá haberse equivocado con Galileo, pero no con millones de españoles que tuvieron que sufrir durante cuarenta años una feroz dictadura. Una dictadura que sólo fue posible gracias al concurso y beneplácito de la Iglesia. La Iglesia jamás olvidará este baldón ignominioso que tiene sobre sí misma. Pero ha cometido tantas tropelías en su historia que una más no tiene demasiada importancia en los planes de la Providencia, que, como ya es sabido, son los planes de los propios obispos. Las cosas no ocurren porque así lo dicte la ley de la entropía. Suceden porque, como dice el cardenal Cañizares, Dios lo quiere. El providencialismo sigue tan brillante en los casquetes episcopales como en la época de orondo Tomás de Aquino.

¿Dónde choca la soberanía popular con la autoridad moral de la Iglesia?

En que la Iglesia niega la autonomía del sujeto en todas las esferas de la vida pública. La vida moral de una persona si no se ajusta a los principios trascendentales de la fe en Dios es una vida que no tiene fundamento alguno. Aunque parezca mentira, la iglesia jerárquica sigue considerando que la persona sin fe no puede ser honrada. Un ateo, por antonomasia, es un ser demediado al que le falta lo esencial para ser humano: la fe. En la encíclica Caridad en la verdad, de Benedicto XVI, se dice expresamente que los ateos no son humanos. La Iglesia jamás ha creído en el Estado de Derecho. Incluso afirmará que dicho Estado, a través de sus instituciones democráticas, no puede legislar sobre cuestiones que nos afectan a todos: matrimonio gay, fecundación in vitro, aborto, etcétera.

¿Podría regalarnos alguna perla dicha por un obispo que recoja en su libro? Alguna que le haya herido especialmente.

La alfalfa espiritual que he recogido durante estos años es de tal calibre que parece mentira que alguien que  haya estudiado para obispo diga luego las melonadas que sostienen. Imagino que cuando esto ocurre el Espíritu Santo está en algún viaje del Inserso. Sólo traeré a colación dos que me han proporcionado momentos de risa, por lo que habrá agradecer a sus eminencias el acto de caridad que me han hecho. Una de ellas, dicha por un cardenal, afirma que “en el ADN podemos encontrar la santísima Trinidad”. La verdad es que ya lo sospechábamos y que Descartes era un embustero cuando hablaba de que la cosa esa del alma se ubicaba en la glándula pineal. Y la segunda, que es de otro cardenal, asegura que “el proyecto de ley de reproducción asistida hace posible el bioadulterio y el incesto genético.” Toda una afirmación que para un escritor con imaginación podría convertir en una obra de ciencia ficción maravillosa.

Habla de empresarios de la fe. ¿Por qué?

Tanto en los colegios públicos como privados, los profesores de religión dependen de los obispos. No los nombran ellos, pero les otorgan el plácet correspondiente. Para colmo los paga el Estado. Sin embargo, cuando alguno de estos profesores resultan personan non gratas –se van de vinos, se divorcian, son gays-, el sátrapa correspondiente los denuncia al obispo de la diócesis y éste rescinde sus contratos. O dicho de otra manera: no se lo renuevan. Automáticamente, se convierten en malos profesores de religión. Porque un profesor de religión, además de serlo, en la vida tiene que comportarse como Rouco Varela. Casos de profesores de religión despedidos los ha habido a manta. Y gran culpa ello la tiene, desde el luego, el propio Gobierno, que ante el poder de los obispos son más falsos que un pacharán de ortigas.

¿Y a cuántas almas tienen también sometidas? ¿Cómo?

Si se lo digo, no me creería. Por ejemplo, ¿cómo sabe usted, que la suya no lo está? ¿Y cómo? Mírese dentro de sí mismo y comprobará de qué manera y forma ha tenido a lo largo de su vida que desprenderse de tanta mentira acerca del más allá y del más acá, de la conciencia atormentada por el miedo por el qué será de nosotros cuando nos convirtamos en pasto de las lombrices…Y eso sin hablar de la masturbación, de la felación y de la pederastia.

Póngase gafas de obispo, ¿cómo ven a los ateos? ¿Y a los gays?

Los ateos no son personas. Y, si lo dice el obispo Martínez Camino, tampoco son personas humanas. Y los gays son, además de unos pobres desgraciados, unos enfermos, pero, también, unos viciosos.

Decia Borges que no creía en el infierno, porque la condena eterna suponía un castigo demasiado desproporcionado para las vidas tan cortitas que tenemos. ¿Es sensato eso de meter tanto miedo?

El miedo es el motor de la historia. Actuamos con miedo porque nos lo meten en el bazo desde niños. La Iglesia, como institución, ha sido su gran maestra y administradora. El terror que ha sembrado la Iglesia en el mundo es motivo más que suficiente para no creer en Dios. Porque la mayoría de las masacres y terrores que la iglesia ha puesto en marcha lo ha hecho en nombre de ese Dios.

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