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Julia Ochoa, 1 de mayo de 2005
Victor Moreno es autor de una extensa nómina de obras, entre ellas: El deseo de leer, El deseo de escribir, Va de poesía; De brumas y de veras (La crítica literaria en los periódicos), Leer para comprender, No es para tanto. Divagaciones sobre la lectura, Escritura creativa o ¿Qué sabemos hacer con la gramática?.

Leer con los cinco sentidos, exquisitamente editado en la colección pedagógica de editorial Pamiela (Pamplona), es uno de esos libros joya, cuyo destino por lo menos en lo que a mí respecta, es acabar con evidentes síntomas de haber sido usado hasta la saciedad, leído, releído, manoseado, en una palabra: amado. Un libro que es, entre otras muchas cosas y en su exhaustivo y apasionado recorrido por autores y obras, un homenaje a la literatura y a la vida. Un libro al que regresar con frecuencia como quien viaja a un paisaje en el que encontrar siempre la posibilidad de nuevos universos, búsquedas en todas direcciones, conduciéndonos felizmente hacia otras variantes, hacia otras preguntas. Y en el fondo de todo, la alegría del conocimiento unido a la vida, a la pasión por la literatura, que en Victor Moreno es una misma cosa. Un libro, en suma, de pedagogía universal para todas las edades, que habla al modo de aquellos otros del Renacimiento, de la interrelación de los saberes, de las interrogantes de mil exploradores dentro de nuestra curiosidad, de algo tan esencial como es vivir, observar, conocer y sentir con los cinco sentidos. Un maravilloso texto que desde la filosofía, la literatura, las ciencias, la pedagogía, el arte, trata de ese increíble prodigio de atrapar y disfrutar el ser en el tiempo en una dimensión más profunda y lúdica a través de la sensibilidad y el conocimiento. Esto, claro está, a contracorriente de este virtual mundo del simulacro llamado modernidad.

JULIA OTXOA: Hablas en tu libro, dentro del apartado del sentido del tacto, del excesivo toque intelectualista en el sistema educativo, que nunca se ha avenido a reconocer el estatuto de la sensibilidad. Incidir en esto me parece de una importancia esencial, desvelar, denunciar como grave error, endémico lastre, la búsqueda del conocimiento, la lectura, la escritura como suma tan solo de ideas, en una especie de “asepsia de la razón” sin interrelación alguna con las sensaciones, los sentimientos, sin comunicación apenas con los cinco sentidos como tamiz de la existencia. ¿Crees que todo eso ha influido y sigue influyendo no solo en la propia educación literaria dada a los alumnos sino en la propia dirección del conocimiento en todo Occidente?

VICTOR MORENO: Probablemente. La realidad que yo conozco es que todo lo que se hace en el aula va directo a las meninges. Algo tan elemental y tan sencillo como aquello que decían los antiguos, “nada hay en el intelecto que no haya pasado por los sentidos”, se sigue marginando y no teniendo en cuenta en ningún tipo de aprendizaje, sea literario o, para entendernos, científico. Es imposible, o al menos muy difícil, cautivar a una persona mediante el acomodo puro y duro de la idea o de las abstracciones más hermosas. Los sentidos son las puertas naturales de cualquier propensión positiva hacia el conocimiento. Todo lo que realmente importa está en ellos. Desgraciadamente, seguimos doblegados ante la racionalidad más casposa, que considera que ésta funciona al margen de los sentidos. El ser humano es un todo que no funciona por compartimentos estancos. Lo que afecta al tacto nos conmueve también intelectualmente. Del mismo modo que una idea puede estremecernos la piel. Desgraciadamente, la sociedad está volcada en el cultivo exagerado de las ideas. Se da una hinchazón de éstas. Los enfrentamientos ideológicos están a la orden del día, no así los estéticos. Hablar y discutir sobre la sensibilidad se considera una blandenguería. Occidente ha padecido, y sigue padeciendo, la obsesión por la idea y por la racionalidad.

J.O.: También me ha parecido muy interesante el modo de relacionar cada sentido con el aprendizaje y la literatura en general; primero una ficha técnica, física, en el caso de la vista, hablando en términos muy claros, de ese mecanismo increíble del ojo, desde un punto de vista (y nunca mejor dicho) cargado de sentido común, como cuando dices que en el mundo de hoy nos enorgullecemos absurdamente de conocer los últimos artilugios electrónicos desconociendo por completo el universo, los universos orgánicos de nuestro propio cuerpo, sin los cuales sería imposible percibir, sentir el mundo exterior.
Volviendo a los sentidos en tu libro, tras esa primera ficha acercas al lector a ese binomio vista y mundo del libro, con los ojos bien abiertos por la sensibilidad, apertura plena como la del búho. Y de un libro hay que ver mucho, no solo de su contenido, también de sus alrededores, tapas, tipo de papel, tipografía, prólogos, etc. Esta apasionada observación de los objetos me hace recordar aquella otra filosofía de Georges Perec que, mediante la enumeración y la clasificación de toda clase de cosas, parecía querer decirnos: deteneos a pensar sobre todo cuanto os rodea y atrapareis el tiempo y no rodareis por él como pelotas sin rumbo ¿no?

V.M.: Pienso que Perec es la antiprisa, la antiviolencia, la suma contemplación activa de la realidad. Su técnica de la enumeración es más que una técnica. Es una actitud ética ante la vida y ante los procesos intelectuales y afectivos que se dan en todo conocimiento. Quien tiene prisa, no observa, no mira, no distingue, no matiza. No le interesa el saber, de sapere, gustar. Para llevar a cabo esta operación enumerativa es necesario prestar atención. Leer es, en definitiva, eso: un acto de atención. Lo mismo que escribir. Son actos conscientes de la sensibilidad artística. Lo que se hace de forma inconsciente no educa, no cultiva el yo interior de la mirada. La actitud de Perec, que a muchos les parece una técnica para producir aburrimiento, es, curiosamente, la que rompe la linealidad del discurso y, por tanto, de la rutina. Enumerar lo que vemos, lo que sentimos y lo que pensamos con todo lujo de detalles lleva, en definitiva, al conocimiento de uno mismo, que, aunque no sirva para mucho, sí sirve para no caer en la inexactitud y en la falta de rigor, tan comunes estos vicios en quienes incluso escriben.

J.O.: Yo diría que este libro es un cofre lleno de sugerencias, posibilidad de combinatorias, asociaciones, puntos diferentes de observación. Sobre todo, es un cofre lleno de alegría, experimentación y libre pensamiento, una saludable receta para mirar, escuchar, pensar, tocar, oler y gustar cuanto nos rodea, no desde una actitud lineal momificada frente a las cosas , sino con la sensibilidad floreciendo en todos los sentidos, en la mente también. Desde el ojo ágil, móvil, mirando en redondo y hacia todos los lados del pez. Leer, escribir, vivir desde un ojo de pez, es vivir mil veces más. Todo esto también me hace recordar el espíritu del Oulipo, tan presente en todos tus libros ¿No sería interesante que se conociera la experiencia del Oulipo (Taller de literatura potencial fundado en 1960 en Paris por Raymond Queneau y François Le Lionnais al que también pertenecieron Georges Perec, Cortázar e Italo Calvino, entre otros), no solo ya en el sistema educativo de la literatura sino como educación integral para una nueva percepción de las cosas? ¿Tal vez como una filosofía que evitara mucho pensamiento único, mucho análisis dogmático de la historia de nuestra propia cotidianeidad?

V.M.: Para mí, el Oulipo representa la apuesta más revolucionaria que se ha hecho tanto en literatura como en la formación literaria de las personas durante estos cincuenta años. No hay ninguna propuesta que se la pueda comparar. Ninguna. Sus aportaciones han hecho trizas cantidad de tópicos que circulaban como moneda: la inspiración, la técnica, la originalidad, la intertextualidad, la concepción de obra y autor, y, sobre todo, la impermeabilidad a la que estaban sometidas la literatura y las ciencias. El hecho de que el sistema educativo no se haya enterado de sus planteamientos, que van más acá o más allá de lo meramente literario y didáctico, obedece a que, caso de haberlos integrado en dicho sistema, éste habría saltado por los aires. Como señalas, si algo hace trizas el Oulipo es la estrechez de miras de un programa, de unas lecciones que hay que dar porque lo manda la autoridad, en muchos casos ignorante. El Oulipo no sólo rompe el orden dogmático de los currículos esos, sino también la misma concepción del profesor verbalista, rutinario, serio, incapaz de romper la linealidad de un discurso autoritario, disciplinar y monocorde. Es lógico, por tanto, que la comodidad institucional, en la que está instalada la enseñanza y el aprendizaje de la literatura, no quiera saber nada del Oulipo y de toda su apuesta intelectual y vital.

J.O.: Este libro desvela, entre otras muchas cosas, un evidente drama en nuestros días, y aquí retomo la primera pregunta, pero no desde el lado del que recibe la educación sino del que de algún modo la hace o ayuda a hacer la cultura: escritores, filósofos, profesores, etc., todos aquellos que viven respirando una aparente normalidad dentro de un estancamiento espiritual total, en un peligroso estado de separación entre la mente y el cuerpo en su relación no solo con la literatura o el conocimiento si no también en su relación con el mundo, esto me parece muy grave y respondería sin duda a esa paradójica realidad de hombres y mujeres inmersos en el mundo de la cultura cuya sensibilidad está a menudo bajo mínimos. Como si fueran entes bunquerizados en los libros, en la pintura, en cualquier disciplina estética o intelectual, impermeables al resto de los humanos, ¿no?

V.M.: Paradójicamente, suele decirse que para entrar en el mundo hay que salir de él. Para mí es pura falacia retórica. La visión romanticona que se tiene todavía del proceso artístico sigue haciendo estragos en muchas personas que se dedican a la creación. El artista se considera a sí mismo como un tipo fuera de este mundo, pero, contradictoria e insensatamente, se cree que sólo él es capaz de dar sentido a las cosas que pasan, cuando en realidad es un impotente para explicarse a sí mismo las cosas más cercanas que tiene alrededor. La distancia existente entre lo que podría denominarse “potencial artístico” e “inteligencia social” es enorme en muchos artistas. Es algo incomprensible, pero real. Personas que parecen comerse el mundo manejando la pluma y en la vida real son unos auténticos crápulas, unos egocéntricos de cuidado y con una falta de sensibilidad hacia el tiempo de los demás de órdago. Para mí sigue siendo un misterio que el cultivo de las letras no nos lleve realmente a ser más inteligentes socialmente. Quizás eso se deba a que, precisamente, no existe ese cultivo de la sensibilidad que es lo que nos humaniza, mucho más que la elaboración de un sistema compacto y organizado de ideas. Sin sensibilidad no hay educación, ni aprendizaje.

J.O.: Y ya para finalizar, me voy al comienzo del libro, éste se abre con una cita de Nietzsche, que aparece frecuentemente mencionado a lo largo de la obra, ¿cree que el desconocimiento de este autor se ha debido a la mala fama acarreada por sus ideas sobre el superhombre que luego los nazis interpretaron a su modo y manera? Se descubre en este libro un Nietzsche vital, saludable, con un apasionado sentimiento por las preguntas dentro de esa amalgama tan necesaria de intelecto y sentidos, razón y sensibilidad, mente y cuerpo, en la búsqueda de respuestas.

V.M: A mí nunca me ha interesado el Nietzsche del superhombre. Al contrario, el Nietzsche menor, el que naufraga interiormente en un mar de contradicciones, porque quiere amar y no se siente correspondido, es el que ha suscitado mi interés. Para mí, Nietzsche es el mayor espectáculo intelectual del siglo. Todo lo que toca se convierte en paradoja inquisitiva. Es una auténtica mosca cojonera. Un comentario de Nietzsche vale más que todo lo que Marías y Muñoz Molina juntos han podido escribir sobre la tensión de la escritura y los efectos de la lectura. En el pensador alemán, existe una teoría de la experiencia lectora, diseminada a lo largo de toda su obra. Leerla rebajaría la transcendencia y la grandilocuencia que muchos fundamentalistas culturales otorgan tanto a la lectura como a la escritura. Curiosamente, el eje de esa reflexión nietzsacheana se sostiene en el análisis que hace de cada uno de los sentidos, en especial, el gusto y el tacto, los dos sentidos que fueron, tradicionalmente, más perseguidos. De ella me he servido para escribir Leer con los cinco sentidos.

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