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Pedro Esarte


a) La sencillez del planteamiento como invasión

El historial de la ocupación de Navarra, país no agresor ni armado, cuyo Estado no estaba preparado para rechazar una incursión armada, se vio invadido por el ejército mas preparado de la época, experimentado por múltiples jornadas de combates en Italia, Granada y el norte de África. Irónicamente, entre sus tropas eran reclutados aquellos navarros que, movidos por la ambición y espíritu aventurero, también eran reclutados en sus filas, como lo prueban los Beaumont, Enriquez de Lacarra, Góngora, etc. (sin otra ideología que la obediencia militar), y que al venir con las tropas que invadieron, facilitaron la implicación de sus familias.

La imagen de una Pamplona con entre 6.000 u 8.000 habitantes, asentando unas tropas que alcanzaban la cifra de 15.000 con una importante artillería, no dio opción a la resistencia, ni siquiera a ejercer oposición política, máxime cuando ante cualquier resistencia, se les amenazó con el sometimiento del saqueo a sangre y fuego.

Mantener que el rey Fernando contó con apoyos favorables a su invasión, es desdibujarse de la realidad, ¿Podía haber en Pamplona, persona alguna que aceptara voluntariamente, aguantar, mantener y soportar la estancia de un ejército al que los pamploneses tenían que abastecer de uno para cada dos?

b) La división que la literatura fija falsamente entre los navarros

La defensa territorial que se dio en Navarra frente a la invasión, fue mucho mas allá de una “legitimidad” a una monarquía, que se proclama desde la oficialidad y obras de abundantes autores, incluso recientes.

La concepción de una nación, de un Estado, de una unidad jurisdiccional en cuanto Institución y leyes, y en cuanto derecho jurídico y ámbito territorial de país, se complementa con la implantación social de respeto en una sociedad diversa dentro de su propia similitud. En Navarra se combinaban las legislaciones locales con las territoriales, sin que ni siquiera tuvieran que coincidir forzadamente, unas con las otras, sino que se respetaban entre ellas.

Son hechos que se confirman por las demandas de las mismas instituciones, cuando defienden unánimemente la demanda de la legislación anterior. Lo mismo ocurre cuando unánimemente, Los Tres Brazos de las Cortes, demandan rey con residencia en el país y exclusivo para su gobierno y con leyes propias y exclusivas (Cortes de 1530, 1556 y 1561). Los destierros y destinos que se fueron dando a los navarros fuera del reino, la imposición de jueces y gobernantes extranjeros, etc., son confirmatorios de que la dominación se impone forzadamente y contra la voluntad de las dos únicas instituciones que mantuvieron su fuerza reclamatoria unánime: el ayuntamiento de Pamplona y las Cortes de Navarra.

El hecho de que muchos huyeran y todos los que quedaron tuvieran que jurar obligatoria y personalmente al nuevo rey, no es la imagen que hubiera proporcionado una mínima cohesión de vecinos favorables. Una ciudad gobernada por una élite mayoritariamente beamontesa, no aporta una sola prueba de que sus gobernantes se desgajaran de un común sentir en reclamar sus derechos civiles, el fin de la represión militar y el libre ejercicio político de su gobierno.

Mientras se captaban los primeros individuos que mas que gobernar, se sometieran a responder conforme a las obediencias de las órdenes que se emitieran, los principales cargos dados, fueron a extranjeros. Virrey (castellano), regente y tesorero (aragoneses) y el diplomático capellán con cargo de abastecedor militar (veneciano), fueron las autoridades implantadas para ejercer el gobierno real.

c) Beamonteses: ni aliados del invasor, ni se les incluyó en la gobernación
El conde de Lerín (que entró con las tropas como militar en obediencia), sobrino del rey católico y cuñado del duque de Nájera (a su vez familiar del rey y del duque de Alba) fue deliberadamente orillado, para que no opcionara a parcelas del poder, ya que el católico, buscaba el poder absoluto. Para ello fue nombrado canciller, una vez que el rey desproveyó de facultades tal cargo, dando las facultades que gozaba el puesto, al cargo de regente, al que hizo presidente del Consejo Real.

Los beamonteses pues, no constituyeron un poder político, militar o de cargos civiles, en ningún momento. Mas aún, entre las exigencias de rehenes figuran los hijos de Juan de Beaumont, además que entre los entre los fugados de Pamplona, y que se acogieron al perdón, se cuentan varios cargos de Pamplona huidos y vueltos, en los que vemos a importantes beamonteses de Pamplona, como Juan de Arberoa, Salvador de Barrio y Luis y Lope de Cruzat, entre otros.

También se aprecia el mismo sentir de oponerse al rey católico en la Baja Navarra, donde vivía la rama beamontesa de los Luxa. Todos ellos, aunque en momentos de ocupación juraron a dicho rey, se rebelaban en cuanto el ejército desaparecía. En resumen se puede afirmar que los beamonteses no formaron un grupo conexionado para gobernar, combatir, ejercer facultades como grupo, demandarlas, etc.

Quien pretenda oponer a este análisis, el hecho de que reclamaban puestos como grupo, al igual que los agramonteses, tendrá que admitir que fueron hechos posteriores y debidos además a la forma y criterio de los monarcas españoles, en la forma de repartir los cargos, manteniendo así la política de dominio desde el reparto. La excusión de todos los naturales, hasta su adhesión jurada y comprobada, fue un hecho constatado.

Los que consideran una división entre beamonteses y agramonteses, sólo tienen que apreciar, que la invasión convirtió a una nación, en apéndice del imperio. Para ello, lo esencial fue la implantación de sus leyes. En ese sentido, ya desde el año de 1523, el inquisidor  Valdés se dedicó a estudiar los métodos a imponer, que fueran posibles de aplicar en la tierra conquistada, creando unas ordenanzas que, puestas en vigor, sirvieron para aplicar las conveniencias del emperador desde el año 1525.

d) La unidad institucional como resistencia pasiva mantenida

Al contrario, se puede apreciar que, a la hora de defender facultades, derechos civiles y privados, tanto desde la Institución de las Cortes, como desde la corporación municipal de Pamplona, las peticiones de demandas de reparación de agravios, como de fueros, abusos, expolios, y cuantas potestades pretendieron poseer como derecho por ser una entidad diferente, los acuerdos fueron sentidos conjuntamente como naturaleza con identidad propia, y demandados unánimemente de forma indiscutible.

Todo ello nos lleva a deducir, que no fue una guerra entre navarros ni mucho menos, sino una invasión con perjuicios causados a toda la población. Por tanto los planteamientos de una “guerra entre navarros”, “guerra de Navarra”, hispano-beamonteses (soldados, infantes, caballeros ...), o traen el falso recuerdo de una “guerra civil de 100 años” como causa de la invasión, son cuando menos erróneos y fuerzan los hechos a crear una falsedad de base, que conduce a historiar fuera de la veracidad necesitada, como corresponde a una invasión programada contra un país que vivía como reino y Estado independiente.

Esencialmente fue lo mas diferente que puede darse a una guerra civil. Pero me ha parecido que, mas que introducir constantemente este tema en los textos, basta con apuntar mis conclusiones posteriores, y dar al relato su opción de plantearse él mismo conforme a los hechos, y dejar en manos del lector su contraste, según el relato de mi trabajo realizado el año de 2001.

e) La consolidación del dominio mediante “la Justicia” y la “ley”

Así se facilitó la imposición de los nuevos poderes, asentados a través de los órganos de justicia, siendo el Consejo Real de Navarra, el órgano de administrar sentencias. A su frente un regente, y sus 6 vocales, todos de nombramiento regio y extranjeros o colaboradores ya enfangados.

Imposible aportar todas las demandas que no fueron atendidas a las Cortes navarras para obtener el reconocimiento de la legislación usada en Navarra hasta la invasión, y que se prolongó durante siglos. Lo que se intenta ocultar hoy día, es que la respuesta institucional, aún a falta de obtener resultados favorables en la mayor parte de las ocasiones, gozó de una unanimidad de criterios por recuperar o mantener lo posible, frente a una imposición sistemática y absoluta.

Es la verdad que tenemos que desnudar.
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