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La última novela de Miguel Sánchez-Ostiz realiza una feroz radiografía moral vasconavarra

PABLO MARTÍNEZ ZARRACINA

La última novela de Miguel Sánchez-Ostiz, Zarabanda (Pamiela), comienza con la aparición de un cadáver en una sima del «valle idílico» de Humberri, ese territorio literario que resume el reverso de la postal vasca (el Bidasoa en primer plano) y aparecía ya en otros libros del autor, como El corazón de la niebla. El cuerpo descubierto en la sima está quemado y mordido por las alimañas. Pertenece a un travesti que probablemente trabajaba en un burdel de la zona. A su alrededor, se alza de inmediato un coro de voces zumbonas, sabihondas y grotescas.

El coro está formado la alegre tropilla del bar 'Jai Alai', una cuadrilla de personajes locales entrados en años que asisten al espectáculo con una mezcla de interés cotilla y brutalidad 'jatorra'. Allí está Silbido, «filarmónico, artista y chisporro»; Vizcarra, «el filósofo maldito de Humberri»; Pistón, chamarilero e historiador; Doc, médico atormentado y crepuscular, y Chandríos, abogado sin suerte y con intereses literarios, además de trasunto aproximado del autor.

Los amigos incorporan el suceso a la conversación de cuadrilla que, entre idas, copas y venidas, entre enfados insalvables y efusiones sentimentales, vienen manteniendo desde hace años. Así se enteran de que parece que alguien vio los zapatos rojos del muerto sobresaliendo en la sima y tiró de ellos porque entendió que había encontrado un 'galtzagorri' y pensó que algo de dinero se le podría sacar al hallazgo de un duende. Para marcar la peculiar temperatura ética de Humberri, señalemos que el precinto con el que la policía delimita la escena del crimen no tarda mucho en volar para aparecer «amarrando alguna cerca improvisada».

A partir del hallazgo del cadáver del travesti misterioso, las voces de los amigos se entremezclan en una discusión de taberna que va cambiando de temas y saltando en el tiempo, descubriéndonos un paisaje de crímenes silenciados, desde los de la Guerra Civil hasta los de ETA y los grupos parapoliciales, pasando con los que tuvieron que ver con el contrabando, la inmigración o simplemente con el odio en su entrañable variante intervecinal. Sánchez-Ostiz eleva ese tumulto, esa zarabanda burlesca, descacharrante y atroz a la categoría de esperpento y nos hace pensar en un 'Ruedo Ibérico' ferozmente vasconavarro.

Al mismo tiempo que en la charla va componiendo la historia negra de Humberri, los protagonistas van desvelando también sus propias biografías, todas ellas algo descabaladas y picarescas, rebosantes de alcohol y en algunos casos incluso de manicomios. También ellos tienen mucho que ocultar debajo de su aspecto noble y bonachón, detrás de su alegría constante y fanfarrona.

Lo que ocurre con la intimidad de los habitantes de Humberri es lo que sucede en el mismo Humberri, un lugar donde los secretos se entierran y los cadáveres se esconden en un lugar propicio: «La sima era como la despensa de la mugre de una vasta región en la que parecía confluir todo lo que de siniestro se desarrollaba debajo de un mundo idílico, idílico de verás, valles tranquilos, pacíficos, habitados por una gente de convivencia fácil, de verdad fácil, con mucha gastronomía de culto, y clero, clero, porque sin clero no hay culto que valga, y aquí hay mucho culto, mucho potaje...»

Tras la notable Cornejas de Bucarest, Miguel Sánchez-Ostiz nos entrega esta novela que no debería pasar desapercibida. Se trata de una pieza satírica que en sus mejores momentos parece escrita por un Valle-Inclán que hubiese leído con aprovechamiento a Thomas Bernhard. El resultado es un libro que avanza como una avalancha: aumentando la velocidad y los destrozos. Su lectura se termina con una certeza admirada y agridulce: esas trescientas páginas encierran la radiografía moral de un país «en el que la mentira es la verdad con el apoyo de la cuadrilla».

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