Reflexiones y técnicas
En estos tiempos en que vivimos, se podría deducir que el gran déficit del sistema educativo es la lectura. Pues no hay departamento de educación de cualquier comunidad autónoma que no esté preparando su particular plan de lectura. Consideran, creo que ingenuamente, que, una vez puesto en práctica dicho plan, la mayoría de los problemas generales del aprendizaje, que asolan a los alumnos y llenan de vergüenza a los gobiernos, se solucionarán como por ensalmo.
Pues bien, aun considerando y juzgando en su justa medida la importancia capital que tiene el desarrollo de la competencia lectora de un niño o de un adulto en su formación intelectual y ciudadana, cabe apuntar como verdad indiscutible que el verdadero déficit del sistema educativo es, en realidad, la escritura. Y que se trata de un déficit no de hoy, ni de ayer, sino que bien puede calificarse de histórico. Se podrá decir más alto, pero no con más claridad: en las escuelas y en los institutos de este país no se ha escrito jamás. Por tanto, no es de extrañar que la mayoría del personal sea ágrafo, incluso gran parte del profesorado que imparte clases de lengua y de literatura.
El alumnado de hoy no es que escriba bien, regular o mal. Es muchísimo peor: no escribe. Se trata de una deficiencia educativa estructural que afecta, que viene afectando desde antiguo, a las escuelas, a los institutos y, también, a las universidades. El alumnado pasa su periplo curricular lingüístico sin escribir un sintagma, excepto en épocas de exámenes, cuya técnica escrita tampoco se enseña, sino que se aprende autónoma y autóctonamente a base de suspender.
Cuando hablo de escribir me estoy refiriendo a un acto consciente, bien planificado, y cuya escritura será el resultado de responder a un por qué, a un para qué y a un cómo, establecidos previa y analíticamente. Porque saber escribir de este modo reflexivo exige saber muchas cosas. No es un acto espontáneo, sino fruto de unos cuantos saberes que es necesario poner en práctica. Este saber escribir, que es un saber procedimental, por tanto que sabe hacer con las palabras narraciones, exposiciones y argumentaciones, es fundamental en el aprendizaje y en la formación lingüística y literaria. Si el alumnado no es consciente de por qué y para qué escribir, todo lo que haga en este sentido será papel mojado. Lo mismo cabe decir de todas esas propuestas de escritura que llevan el glorioso marbete de «tema libre», y que no tienen nada de tema, y menos de libre. La mejor manera de que los alumnos no escriban bien es dejarles que escriban a su aire, como quieran y lo que quieran. Todo lo que se hace sin una intención determinada es una pérdida de tiempo y, desde luego, no forma al individuo, a no ser que cultivar el aburrimiento en edades tan tempranas sea considerada una obra de enseñanza la mar de caritativa y de suma utilidad para su futuro de adulto.
Sin embargo, todo texto, por muy breve que sea, ha de estar previamente planificado y desarrollado de acuerdo con unas premisas de rigor, derivado de la coherencia, de la cohesión, de la adecuación y de la corrección, que exige la dignidad de cualquier texto. En principio, no se trataría de escribir literariamente, sino de escribir bien.
Todo ello significa que escribir se puede enseñar y aprender. Por cierto, una tarea mucho más fácil de llevar adelante que, pongo por caso, hacer buenos lectores. Pues leer sigue siendo una actividad muy compleja. Mucho más compleja que escribir. Y si es leer bien, entonces la complejidad es sobresaliente con exponencial al cubo. El profesorado sigue considerando que enseñar a leer es más fácil que enseñar a escribir, y este prejuicio constituye una de las causas por la que la formación lingüística y literaria del alumnado siga siendo tan nefasta, como aseguraba Pisa, y seguirá proclamándolo en el próximo lustro.
En este contexto, el Diccionario de Escritura. Reflexiones y técnicas, pretende ser, además de una llamada de atención sobre el descuido institucional acerca de las prácticas de escritura, un instrumento amable, una ayuda auxiliar coyuntural, tanto desde el punto de vista de la reflexión como del uso de técnicas útiles y variadas. Y lo es para todos aquellos, padres y profesores, que consideren que enseñar a escribir, como actividad consciente y procedimental, es posible.
En concreto, tanto el profesorado como el aprendiz de escritor encontrará en este Diccionario, no la solución a sus problemas de escritura que eso sería muy arrogante decir, pero sí sugerencias, ideas, reflexiones de cómo afrontarlos.
Además de ello, podrá encontrar, no sólo la descripción de algunos de los mecanismos tradicionales de creación literaria más famosos –lipogramas, metagramas, anagramas, univocalismos, vesres, técnica de la inversión, logogramas, juegos de homosintaxismos-, sino mucha reflexión literaria, entre irónica, divertida y nada dogmática, debida a algunos escritores, como Benn, Kiss, Hesse, Bioy Casares, Monterroso, Genette y un largo etcétera que me ahorro de mentar.
Lo dicho: nada como la escritura para solucionar los problemas de la educación, formación literaria y lingüística del alumnado. Más aún: el mejor sistema para resolver los problemas de lectura sigue siendo la escritura.