Me dice un amigo que la izquierda anda repensando en remendar sus girones de identidad históricos para ver si encuentra un traje a la medida de los tiempos que, más que correr, vuelan. Y que algunos cristianos bienintencionados consideran que la religión puede ser su tabla de salvación. Por ello, han decidido aportar gratuitamente sus reflexiones para que de este modo, aplicadas como cataplasma a la enfermedad intrínseca de la izquierda, salga la pobre amejorada y estupenda.
Y es que, según estos cristianos, la religión tiene mucho que decir en este envite dialéctico. En concreto, uno de ellos, sensible a este cierzo profiláctico, sostiene en una de sus aportaciones que “en este impulso algunas personas creemos que la religión tiene mucho que aportar y en concreto el cristianismo” (M. Aramburu, “Izquierda, cristianismo y aborto”, http://mikelaranzu.wordpress.com/).
Repárese en que dice creemos, y no opinamos. Es un detalle de la marca confesional de quien así reflexiona. Luego afirma un tanto pretenciosamente: “No olvidemos que la fe, en cuanto experiencia o vivencia, no es una ideología ni tampoco el Evangelio se agota en un programa partidario, pero sin duda la creencia cristiana tiene una dimensión sociopolítica inherente, además de ser instancia crítica permanente de todo lo real.”
Termina este párrafo con una afirmación hace tiempo superada por el devenir de los acontecimientos: “Es cierto que una misma fe puede llevar a comprometerse, con igual legitimidad, según conciencia y ciertos límites, en posiciones políticas diversas, de izquierda y de derecha. En todo caso, me resisto al reduccionismo interesado de los binomios católico=derecha política o progresismo=actitud laicista anti o arreligiosa”.
En efecto. La fe no te impide en esta vida ser un estúpido, científico, pederasta, obispo y un asesino. Y, por supuesto, caer en brazos de Cospedal, la señora que regenta ahora el partido de los trabajadores, o en los tentáculos de ese Mefistófeles de la política, que se llama Zapatero.
Pero, como diría jovialmente Jack el Destripador, vayamos por parte.
En mi opinión, la religión no tiene nada que aportar a este debate. La religión no es de este mundo. Las categorías que manipula la religión en su particular cocina son engrudos transcendentales, metafísicos, que acaban embrollándolo todo con martingalas del más allá para mejorar, dicen, el más acá, pero lo que consiguen es convertir la misma religión en una fuente de conflictos internacionales.
La gente para ser comprometida y buena no necesita practicar ninguna religión concreta. Y menos la religión católica, que ha sido, históricamente, una infamia y una fuente de desdichas universal.
Dios no pinta nada en la configuración determinada y concreta de la izquierda, a no ser que sea una prolongación directa del evangelio, lo que en mi opinión sería un oxímoron, una contradicción mayúscula. Confiar en que la religión devuelva a la izquierda un vigor que tiene perdido desde que Lenin se convirtió en momia es un chiste muy, pero que muy malo. Como la izquierda se deje guiar por estos apóstoles del cristianismo acabará todavía más despistada que lo que dicen que está ahora.
Y no es que la religión sea incompatible con la izquierda. No. Es incompatible con cualquier política enraizada en este mundo, responsabilizada de organizar y dar sentido a la vida cotidiana de la gente. La religión, dada su dimensión teocrática, es radicalmente venenosa para la organización democrática de la sociedad. La religión es enemiga de la libertad, de la masturbación y de la autodeterminación individual en cualquiera de sus manifetaciones.
Si el cristianismo tiene algo que aportar, que se lo guarde para sí mismo, que falta le hace, dada la bajada de moral que ha sufrido durante estos últimos años. Además, ¿por qué no echar mano de las aportaciones del ateísmo, del escepticismo o del situacionismo? Y ya puestos a dar ideas, ¿por qué no pensar en las estupendas contribuciones que el budismo puede aportar a una redefinición de las izquierdas, ommmm?
Todo lo que centrifuga la religión lo convierte en materia del más allá. Lo lleva en los pliegues metafísicos de su doctrina tan excelsa como falsable. Y no se piense que tengo especial inquina a la religión católica. Bueno, igual sí, pero quiero decir que todas las religiones son igual de demenciales en su afán totalitario y prosélito. La mejor religión es la que no existe. Lo mismo le pasa al cristianismo. En cuanto se puso en marcha, acabó corrompiéndose intrínsecamente.
Los cristianos, en lugar de tratar de roturar los caminos por los que debería deambular la izquierda, tendrían que preocuparse de lo que pasa en su casa, la cual parece estar habitada por personajes parecidos a los del cuento de “La casa de Usher”, de E. Allan Poe, los hermanos Roderick Usher y Lady Madeline, aquejados de un mal que bien podríamos calificar de gótico y metafísico. Como no es mi intención agriar el optimismo de los cristianos, omito indicar cómo termina el cuento del genio americano.
Sinceramente: a estas alturas, me da lo mismo qué tipo de confitura intelectual sea la religión cristiana. Me es indiferente que se diga que es ideología, teología, antropología, soteriologí o patafísica. Cuando les interesa, dicen que es hasta mensaje salvífico. Y, por supuesto, la doctrina más excelsa que haya existido.
Y, por supuesto, una vivencia. Claro que sí. Como lo es el ateísmo, el sexo oral y la espatulomancia. ¿Qué actividad de las que realiza el ser humano no puede vitolarse con la etiqueta de vivencia? Pero de esta evidencia de Pero Grullo no se deriva per se ninguna consecuencia positiva para la ciudadanía. No quiero ser impertinente, pero ¿cuántas de las vivencias cristianas de Rouco y sus hermanos no han terminado en una despiadada crítica contra quienes no piensan en cristiano? ¡Si hasta tratan de inhumanos a los ateos!
La dimensión sociopolítica no es inherente al cristianismo ni a ninguna religión. Son los cristianos quienes han decido convertir el mensaje del Nazareno en una especie de catecismo a lo Marta Harnecker.
¿El cristianismo como instancia crítica permanente de lo real? No me han estornudar, por favor. ¡Ojalá que lo fuera! Pero no lo es ni siquiera con quienes, siendo cristianos, las perpetran de metro y medio. Todas las doctrinas humanistas aplicadas a la realidad lo son. No entiendo por qué el cristianismo ha de ser superior en esa dimensión crítica de lo real que a lo escrito, pongo por caso, por Marx.
¿El laicismo progresista? Más que eso. Es higiénico y profiláctico. El laicismo no es milonga que canten sólo los ateos. El laicismo no es una doctrina, sino perspectiva mental en la que se sitúan tanto los creyentes como quienes practican el aerobic de cualquier postura frente al misterio: ateos, agnósticos, escépticos y creyentes, sean de izquierdas y derechas. Todos, menos los aquejados por un fundamentalismo integrista que todavía siguen suspirando en un modelo de Estado diseñado por un revival de Constantino.
El laicismo no es anti o arreligioso. Ni, por lo mismo, retrógrado o progresista. El laicismo es pura geometría espacial, y lo único a lo que aspira es a que la Iglesia ocupe el lugar que le corresponde por mandato divino y, por tanto, se haga mayor y capaz de quitarse y ponerse los pañales por cuenta propia sin necesidad de echar mano de la criada del Gobierno. La Iglesia de hoy da grima. Tacha al Gobierno actual de ser la encarnación coriácea del diablo, pero no tiene escrúpulo alguno para aceptar su limosna.
Desgraciadamente, ser católico sigue siendo tentación que superan cantidad de buenas personas, inteligentes y razonables, cayendo en ella. Lo digo porque el catolicismo, como doctrina y empuje vital, no ha traído nada bueno a este país. Sí, lo sé. Ha habido estupendos católicos en esta vida. Pero es sabido para qué están las excepciones: para poner a prueba la regla.
Puede parecerlo, pero no es así. No parto del a priori de que la izquierda tenga que ser atea aunque, para mi gusto y comprensión del hecho sociopolítico, ojalá lo fuera. Atea y, en los tiempos que corren, incluso anticlerical y, por supuesto, laicista, radical e intransigente.
Lo que no negaré es que, quien quiera mantener relaciones con la familia de Dios, Padre, Hijo, Espíritu Santo o la Virgen María lo siga haciendo. Eso sí, en la parroquia o en su propia casa. Pero nunca en la esfera pública. Lo diga Habermas o su primo Ratzinger. Si lo hacen, la desvirtúan.
Desvirtúan la política, sea de izquierdas o de derechas, y desvirtúan la religión cristiana, la practique Aznar o Bono.
Sobre el autor del artículo: Victor Moreno
Libros del autor: Pamiela.com