No puedo sacudirme de encima la estupefacción y el aburrimiento abisal que me han producido las declaraciones del presidente del Gobierno y las de políticos afines, además de intelectuales y editoriales de periódicos, cuando, tras la declaración de que ETA anunciaba su liquidación definitiva, han manifestado que “no había nada que celebrar”.
¿Cómo es posible decir eso cuando la sociedad española si algo deseaba de verdad era la desaparición de ETA desde in illo tempore?
¿No era este el fin al que por activa y por pasiva suspiraba la sociedad? La clase política institucional se ha pasado media vida exigiendo que la defensa de la independencia de Euskadi se hiciera en el Parlamento y en las instituciones democráticas, y no mediante la extorsión, el secuestro, el asesinato y la goma-2. Resulta que, ahora, una vez conseguido tal reinserción, no es motivo de celebración. Asombroso.
¿Qué es lo que el Estado de Derecho encuentra en la desaparición de ETA que no le hace gracia? ¿Por qué la anhelada desaparición de ETA no se ha convertido en una noticia celebrada unánimemente por las fuerzas políticas y sociales del Estado?
Cuesta mucho entender esta retórica un tanto sospechosa, desde el momento en que todos repiten el mismo guion. Una consigna que parece haber sido dictada en un master impartido por el ministerio del interior. Se quiera o no se quiera reconocer, lo cierto es que habría que hablar de una noticia histórica,–esta vez sí, porque es la primera vez que ocurre–, pero, dado que, al parecer, existen causas o explicaciones que se escapan a nuestro análisis, lo dejaré simplemente en noticia.
El genio humano es complicado y retorcido de ganas. ETA nos molestaba de mala manera cuando existía y actuaba; luego, cuando existía pero no actuaba; y, ahora, cuando ha decidido hacerse el harakiri definitivo no es motivo de celebración.
No lo puedo remediar. Sospecho que existe algo extraño en este comportamiento tan clónicamente aplaudido -casi teledirigido- y que no encaja con una explicación racional a secas, y, por el contrario, sí arroja la presencia de adherencias un tanto turbias, no sé si dignas de estudio psiquiátrico, asesorado, eso sí, por algún politólogo.
Según ha trascendido a los periódicos, una de las razones de esta desidia institucional se debe a que en el comunicado de ETA no se ha pedido perdón a todas las víctimas, resultado de sus acciones terroristas y al hecho perturbador de que aún existen unas 358 víctimas -esto sí que es exactitud numérica-, y cuyos tristes casos y desgraciados, lamentablemente están aún por esclarecer. El perdón ofrecido por ETA ha terminado de calificarse como “un perdón parcial”.
Comprensibles explicaciones, pero no satisfactorias.
A fin de cuentas, el acto fundamental de esa performance no es que ETA pidiera perdón o no. De hecho, ETA, o quien sea, puede pedirlo a la humanidad entera, a las víctimas afectadas por sus acciones terroristas, y, a continuación, las familias de estas víctimas mandar a la mierda dicho perdón.
Al fin y al cabo, nadie tiene por qué aceptarlo. Menos aún si proviene de alguien que ha asesinado impunemente a tu padre o tu hijo. Nadie está obligado a perdonar a un criminal. Si lo hace, pues formidable. Si no lo hace, motivos tendrá. Que ETA pida o no pida perdón, parcial o urbi et orbi, es parte de la retórica a la que nos tiene acostumbrado cierto sentimentalismo vacuo que esconde más basura que auténticas emociones sinceras, siempre controladas por el cerebro.
A Rajoy y al arco político de la derecha que representa su partido, les importa un pepino que ETA haya pedido perdón por activa, por pasiva o por aoristo griego y que sigan sin aclararse el destino y paradero de 358 víctimas de ETA.
¿Desde cuándo a la derecha política de este país, heredera en su mayor parte del franquismo y del sector que ganó la guerra, gracias a la cual ocuparon los puestos claves de las instituciones públicas y gubernamentales de este país, le han importado las víctimas vengan de donde vengan?
Tiene bemoles que una organización, calificada siempre como criminal, pida perdón aunque sea parcial a las víctimas y el Estado de Derecho, que presume de ser más ético que un a priori kantiano, lleve ochenta años sin pedir perdón de ningún tipo a las víctimas del 36, miles de ellas todavía en paradero desconocido. ¿Acaso esas víctimas no forman parte de la memoria de ese Estado de Derecho y de la defensa de la democracia genuina, basada en la soberanía popular y en un Parlamente elegido en unas elecciones libres y directas por la ciudadanía y no derivado de un golpe de estado?
Estoy convencido de que muchas familias descendientes de asesinados en 1936 se darían con un canto en las narices si el Gobierno actual en nombre de la Democracia y de su defensa les hiciera un homenaje con carácter retroactivo o diferido a los españoles que sufrieron el mismo destino trágico, tiro de gracia en la nuca y la tumba somera de una cuneta.
Y mucho más motivo de celebración lo sería si el Gobierno actual ayudara a los movimientos sociales que llevan años luchando en soledad por la recuperación de miles de cuerpos de familiares sin recibir ayuda alguna por parte de dicho gobierno. ¿Ayuda, digo?
Al contrario, el gobierno actual del PP ni la ha prestado, sino que, una y otra vez, ha obstaculizado conscientemente el desarrollo y aplicación de la Ley de la Memoria Histórica, llegando hasta mofarse de sus protagonistas, como lo hiciera el portavoz del PP en el Congreso, R. Hernando, mostrando sin tapujos cuál es su actitud ante ciertas víctimas.
Resulta triste constatarlo, pero Rajoy y sus ministros aún no saben lo que es pedir perdón a las víctimas del 36 en nombre del propio Estado, ni de quienes durante un tiempo se consideraron herederos legítimos ideológicos. Es que ni siquiera han sido capaces de llegar a pedir ese miserable perdón parcial que denuncian y desprecian en boca ajena.