El filósofo Heráclito sostenía que nadie se baña dos veces en el mismo río, porque las aguas nunca son las mismas. Siguiendo este reguero heraclitiano, el poeta Ángel González compuso unos versos que tituló Glosas a Heráclito, de entre los que rescato los siguientes: “Nadie se baña dos veces en el mismo río. /Excepto los muy pobres”. Y con la retranca que lo caracterizaba repetía el mismo verso, pero esta vez “traducido al chino”, y que decía así: “Nadie se mete dos veces en el mismo lío /Excepto los marxistas-leninistas.” Marxistas-leninistas y, por supuesto, los socialistas de hoy.
Tropezar dos veces y hasta tres veces en la misma piedra, además de bañarse en las mismas aguas aunque sea con diferente traje de baño, es muy propio de los socialistas, especialmente en lo que atañe a la materia que me gustaría glosar aquí, no al modo heraclitiano ni chino, pero sí según el sarcasmo o ironía del propio poeta González.
Porque volver a tirarse por el mismo precipicio y hacerlo sin paracaídas es, precisamente, eso, prometer, como ha hecho Pedro Sánchez Castejón, la aplicación de ciertas medidas para reforzar el carácter laico del Estado.
Digámoslo sin apresuramiento. El PSOE lleva desde que se aprobó la constitución en 1978 sin saber en qué consiste dicho carácter en la práctica. Y no habrá sido por falta de cerebros laicistas en sus filas, porque tenerlos, los ha tenido. Y muy buenos.
Y si no es así como digo, que salgan a la palestra sus portavoces más genuinos y perspicaces y proclamen a los cuatro vientos de este país qué medida laicista o no confesional tomaron mientras gobernaron desde la época del truhán del Guadalquivir. Tenemos todo el tiempo del mundo y esperamos con paciencia cualquier tipo de declaración que avale la determinación laica de los gobiernos socialistas que han pasado por la Moncloa.
Hace unos días, tuvimos la complacencia amarga de compartir la imagen de Pedro Sánchez en el Parlamento recriminando a Rajoy que fuera un mentiroso. Por las veces que se lo repitió consideré que Sánchez estaba tratando a Rajoy como mentiroso compulsivo, además de estar en posesión de una sordera infinita.
Lo más llamativo de la afrenta del líder socialista consistió en que le llamaba mentiroso, no por mentir propiamente, sino por haber incumplido unas promesas relativas a los impuestos, al paro, a los acuerdos con Bruselas, a la transparencia en las cuentas y así sucesivamente. Rajoy era la encarnación de Pinocho, no por no decir la verdad cuando había que decirla, sino por haber prometido la aplicación de un conjunto de medidas y no haberlas cumplido.
¡Pobre Sánchez! No percibía en su recámara interior que estaba describiendo sin saberlo a su propio partido, por lo menos en lo referente a los aspectos relacionados con el laicismo y que, ahora, parecen conmoverle su epigastrio.
Sánchez olvidaba que los dirigentes de su partido, desde González a Zapatero, pasando por Rubalcaba, se han caracterizado por el sistemático incumplimiento de todas las promesas laicistas hechas a lo largo de las legislaturas en que la rosa y el clavel gobernaron España (por no hablar de otras promesas).
Las promesas realizadas por los gerifaltes de altura del partido no tuvieron jamás un encaje práctico en la realidad institucional y social española. Y no movieron en ningún momento los mecanismos pertinentes del poder, fuera estatal, municipal o autonómico, para remover el anquilosamiento confesional en que estaban instaladas las instituciones públicas como producto de cuarenta años de nacionalcatolicismo.
Al contrario, la mayoría, por no decir todos, de los políticos socialistas que han sido concejales o parlamentarios autonómicos han conculcado de forma sistemática y continuada el artículo 16. 3 de la Constitución que consagra la no confesionalidad del Estado.
Más todavía. Tenemos la clara percepción conceptual de que dichos cargos socialistas no tienen ni idea de en qué consiste dicho carácter aconfesional.Porque si la tuvieran, una de dos, o son unos incongruentes conscientes, o, valga la redundancia, unos impresentables cínicos que dicen una cosa en público para luego hacer todo lo contrario e, incluso, votar con el PP medidas netamente confesionales, como ha sucedido recientemente en el Ayuntamiento de Zaragoza con el concejal del PSOE, Roberto Fernández. Cuando tenga un rato libre, hágale llegar, sr. Sánchez, a este concejal una tarjeta con una sola palabra en su desnudo lecho: “¡Mentiroso!”.
Hay que ser muy ingenuo o muy atrevido –cualidades que generalmente acompañan a la ignorancia- para decir en los periódicos que cuando llegue al poder, él, Sánchez, tomará medidas para reforzar el carácter laico del Estado. Si Valle Inclán utilizaba la deformación de la realidad convirtiéndola en esperpento para hacerla compresible a los ojos del ingenuo, aquí lo diremos con la retranca que conlleva la lengua coloquial: el PSOE se ha pasado el carácter laico del Estado por el arco de sus pantorrillas y se ha cagado por los pantalones cada vez que tenía que enfrentarse a la jerarquía eclesiástica para resolver cualquier cotufa.
Así que la conclusión retórica a la proclama de Sánchez, no puede ser más que esta interrogación inquietante: ¿cómo, coño, va a reforzar el PSOE el laicismo del Estado y, por tanto, de las instituciones públicas, si quien, desde que se aprobó la Constitución, no ha hecho absolutamente nada para que se cumpliera el artículo 16. 3 de la Constitución, que establece la no confesionalidad del Estado?
Porque refuerzas, fortaleces o robusteces aquello que ya has instalado o implantado previamente. Pero ¿cuándo ha tenido el PSOE un gesto institucional que tendiera a fortalecer la laicidad del Estado?
Sus ministros no han dejado de asistir a múltiples ceremonias civiles acompañando `por la jerarquía eclesiástica más granada, lo mismo que a actos estrictamente religiosos confesionales en representación de España. La vicepresidenta del gobierno de Zapatero, María Teresa Fernández de la Vega y el incombustible meapilas Bono, también Moratinos, no se perdieron ceremonia religiosa al más alto nivel representando siempre a España. Hasta tuvieron la desfachatez de asistir a la beatificación de los sacerdotes que murieron en la guerra civil, asesinados por los rojos, claro, y elevados a la categoría de mártires.
La ley de la libertad religiosa de 1980 sigue en el limbo de los justos cuando prometieron modificarla. Prometieron meter en cintura a la Iglesia en materia de financiación y, curiosamente, esta jamás recibió tanta ayuda económica como en la época de Zapatero. Prometieron cortar el nudo gordiano de los acuerdos con la santa Sede de 1979. Prometieron que obligarían a la Iglesia a pagar el IBI. Y, mira por dónde, es verdad, no prometieron hacer nada contra la voracidad capitalista de la iglesia en torno a la apropiación indebida de edificios. Al contrario, jamás se sumaron al movimiento social en que denunciaba las inmatriculaciones de dichos inmuebles por parte de la iglesia…
Prometieron, prometieron y prometieron, es decir, mintieron, mintieron y mintieron… porque nunca cumplieron.
Al PSOE, en materia de laicismo se le va la fuerza por la glotis. Es el partido de las promesas incumplidas. Así que, visto su miedo cerval a la Iglesia, yo me conformaría con que sus políticos de a pie dejaran de asistir a cualquier acto religioso en representación de la ciudadanía. Con que se representen a sí mismos ya tienen bastante.
Solo eso. Así de fácil. ¿Fácil? Ya verán que no.