Es paradójico que el sistema actual haya conseguido transformar miles de toneladas de mierda en productos manufacturados y no haya sido capaz de reciclar a los corruptos.
Se podrían alegar muchas causas de esta ineptitud, pero la más probable es que el sistema no haya puesto mucho empeño en el intento; quizás, porque considera de hecho que los corruptos no son materia biodegradable y, por tanto, incapaces de transformarse en otra cosa que no sea mierda sintética y ambulante, por no decir fantasmal. Como diría el clásico ubi sunt?: ¿qué fue de los corruptos que en el mundo han sido? ¿A dónde se fueron con su formidable inteligencia para guindar a troche y moche?
El ser humano es más vengativo de lo que parece. Y cuando este espíritu bíblico impregna los estamentos del sistema, no está lejos de dejarse llevar, no solo por un pensamiento determinista; también, fatalista. Que traducido significaría que, si una vez en tu vida has sido corrupto, lo serás sine die. Quizás, el estigma no lo lleves incrustado en ADN, pero sí en los esfínteres o en la vesícula biliar, que para los efectos secundarios sería lo mismo.
En cualquier caso, la dejación del sistema en este asunto es muy dañina. Especialmente, si tenemos en cuenta que en los últimos años la producción de corruptos ha ido creciendo en progresión geométrica. Nunca hubo corruptos con tanta calidad. Y no parece que vayan a desaparecer. Pues siempre hay alguien esperando en la esquina para dar el barcenazo.
El PP y el PSOE, además de ser unas máquinas de hacer votos, han sido fábricas de corruptos en serie. Mucho mejor la producción del primero que la del segundo. Para colmo, la derecha siempre ha contado con la entusiasta complacencia de ciertos jueces. Pero, alegrémonos camaradas. El PSOE en esta materia de Rinconetes y Cortadillos ha sido un discípulo aventajado del PP y, como le dejen, pronto igualará esas cuotas nevadas de despendolar al sistema gracias a algunos de sus militantes, más corruptos que socialistas, a no ser que, como ya dijera un cínico Montoro, “ser socialista es la mayor corrupción que hay”.
Que el sistema no muestre interés alguno por recuperar a quienes hasta ayer mismo eran sus más fervientes defensores revelaría la catadura demagógica en el que se asienta este sistema, porque puestos a suprimir de cuajo el primero en desaparecer tendría que ser el propio sistema, padre putativo de la corrupción existente. Además, permite una legalidad nada compatible con la ética, haciendo que muchas situaciones corruptas se enquisten dentro de su organismo cada vez más putrefacto.
El sistema y la sociedad misma demuestran al alimón su fracaso absoluto en la tarea apasionante y solidaria de transformar mediante elementos persuasivos y coercitivos al hombre malo en hombre bueno. Desde luego, el sistema necesita unos pedagogos mucho más cualificados que ese barato conductismo venal en el que están instalados.
¿Ustedes han visto cómo ha dejado el sistema coercitivo al antiguo corrupto Julián Muñoz? Esto no son maneras. Hubiera sido mucho mejor que le hubiesen sentado en una silla y haberle dado unos calambres en las partes correspondientes. Y se acabó la rabia.
Si analizamos el asunto por su lado práctico, que es el que importa al sistema, vemos que se trata de un despilfarro imperdonable. Considérese que corruptos los hemos de tener siempre entre nosotros. Por esta razón, se hace necesario dar con una fórmula capaz de reciclar a esta gente, para devolverlos sanos y salvos a la vida pública e institucional. Eso sí, con la garantía paulina del converso, es decir, con la promesa de que ya no volverán a metérnosla doblada y que prestarán su ayuda al sistema para evitar casos como los suyos. ¿Se imaginan la alegría que nos darían Bárcenas, Granados y Rato proclamando al mundo entero que ya no la volverán a hacer y que, para demostrarlo, ingresarán al unísono demócrata en un convento de cartujos?
Es asombroso que el Estado se aproveche de la disidencia de hackers y filibusteros de secano para infiltrarse en los predios tecnológicos informativos del enemigo –una ilegalidad en toda regla-, y se olvide de la sabiduría pragmática de los corruptos. Digámoslo sin complejos. Un corrupto sabe mejor que nadie cómo funciona el sistema, dónde falla y dónde se le puede meter mano sin que se entere…
Un corrupto converso es como un perro guardián que colocas en la puerta de tu chalé y no se deja engañar ni por chuletón de buey. Un corrupto converso es la mejor alarma del sistema para evitar que este se infecte de gente indeseable. El corrupto converso huele las malas intenciones corruptas al vuelo. Conoce mejor que nadie las artimañas, las poses, el lenguaje de quien va por la vida de guay y no es más que un vulgar chorizo con aspiraciones a convertirse en un Bárcenas de la high corrupción. Todas las instituciones del país deberían contar con un corrupto converso en su plantilla.
Ha llegado el momento de ser pragmáticos. Y así, como Montoro animaba a los defraudadores con Hacienda a arrepentirse y declarar en secreto lo que habían robado por ineptitud del propio sistema, debería hacer un llamamiento a los corruptos, invitándolos a que fuesen buenos y valientes, a que salieran del armario y proclamaran abiertamente: “Soy un corrupto arrepentido”.
Un corrupto arrepentido es más valioso para la recuperación de la economía del país que un ministro de economía y de hacienda juntos; en especial, si estos se llaman Guindos y Montoro, a no ser, claro está, que tales ministros sean, también, corruptos, que, si es así, apaga y vámonos. Si es así habrá que invocar a Santa Corrupción, ora pro nobis.