Cualquiera que haya sido lector del Quijote, no solo en la adolescencia, sino en la edad adulta, cuando su lectura no es mero sucedáneo, sino impacto cognitivo, metafórico y lingüístico, no podrá por menos que mostrar su perplejidad ante la actitud de Juan Goytisolo al aceptar sumisamente el Premio Cervantes que le ha sido otorgado por boca del ministro Wert.
No lo digo porque Goytisolo esté ideológicamente en las antípodas del gobierno derechuzo que le ha otorgado el premio –tal vez, incluso, se lo haya concedido como dardo venenoso e insidioso para comprobar la reciedumbre moral de quien otrora afirmó que nunca aceptaría el Cervantes-, sino que lo sostengo porque el escritor catalán, reciclado en marroquí, ha despilfarrado en un minuto esa estirpe cervantina adquirida a lo largo de su existencia y por la que estuvo siempre dispuesto a luchar, tanto en su nombre, como en defensa del resto de aquellos escritores que él tiene como heterodoxos, y entre los que el mismo figura, por derecho de pertenencia que él se ha otorgado.
Hoy, ciertamente, es un día triste para Cervantes y su alter ego más sublime, don Quijote de la Mancha. Seguro que tanto el primero, con la mano que le quedaba sana, y el segundo con su adarga blandiéndola en el aire como si estuviera nuevamente luchando contra un molino de viento infernal, habrán expresado su malestar dibujando en el aire un “prefería que hubieras dicho no, señor Goytisolo”.
Entiéndaseme bien. No cuestiono su literatura. Si lo hiciera sería, desde luego, mucho más comedido y piadoso, pues, no me cabe ningún ápice de duda, de encontrarme ante un escritor comprometido con el lenguaje y con la libertad que exige y reclama su ejercicio caiga quien caiga. El problema no es ese. El problema está en que quien se ha caído esta vez de dicho Rocinante ha sido su osamenta ética, la que para él constituye el arquitrabe donde se sustenta la categoría del buen escritor.
Aunque el jurado se ha cubierto de gloria, porque los motivos por los que le ha otorgado el premio son los mismos que utilizó el jurado del año anterior, y que recayó en la mexicana Elena Poniatowska. Exactamente, por su “capacidad indagatoria en el lenguaje en propuestas estilísticas complejas”. Así que el escritor que quiera optar a dicho premio ya sabe en qué aspectos de su literatura deberá hacer hincapié para acceder a dicha gloria.
No seré tan avieso al recordar que otros en su lugar declinaron dicho otorgamiento, porque acabo de hacerlo, y prefirieron como Bartleby, el escribiente, mirar para otro lado y decir que no al premio y a la suculenta bolsa o, mucho mejor barjuleta de 120.000 eurazos, y digo barjuleta, pues, estamos hablando ahora de alguien que se “precia de ser el mejor conocedor de la literatura española”.
Lo más alucinante de Goytisolo es que el mismo se ha fabricado a lo largo de la vida la pose de “persona íntegra” a carta cabal que se decía antaño. Desde esa posición, se ha pasado media vida predicando al mundo la necesidad de una ética a prueba de cualquier cotufa. Perfectamente, podríamos hablar de Fray Goytisolo.
Goytisolo pertenece a ese tipo de personas que dicen que sufren en carne propia los dramas de la historia de otros. El, por ejemplo, aún sigue dando alaridos de dolor por la expulsión de los judíos y añora, como pocos, el regreso de aquella civilización de las tres culturas. Juan Benet, en un artículo memorable, con el título de “Wojtysolo” (29.11.1992), lo retrataba de un modo tan definitivo como sarcástico.
No me repugna lo más mínimo que el gobierno del PP le haya otorgado el premio Cervantes. Parece como si la venganza de la momia se hubiese hecho realidad. El gobierno que más ha claudicado en la ciénaga de la corrupción desde que existe la democracia ha sido el encargado de otorgar dicho premio al escritor que más ha presumido en España por ser el más honrado, el más comprometido y el más coherente.
¿He dicho coherente? Tengo la ingrata sensación de haber utilizado la palabra que menos se ajuste al escritor premiado.
Recordemos la hemeroteca.
En el año 2001, la periodista de Abc, Dolors Massot, mantenía con el escritor el siguiente diálogo:
“– Usted criticó con dureza la concesión del premio Cervantes a Francisco Umbral en el artículo “Vamos a menos”. ¿Qué haría si el año próximo se lo otorgan a usted?”.
La respuesta no pudo ser más típica y tópica de Juan Goytisolo:
– “Estoy dispuesto a firmarlo ante notario: no pienso aceptar el premio Cervantes nunca. No soy ningún bien nacional ni estoy dispuesto a admitir ningún premio nacional. Quien piense que escribí esa crítica para que me lo dieran a mí, es que me conoce ni conoce mi obra” (ABC, 10.2.2001).
En el año 2008, se le otorgará el Premio Nacional de las Letras. No lo rechazó como había prometido. Quizás, al no firmarlo ante notario… Entonces, se limitó a decir: “No soy ni grosero ni descortés. Pero no me considero un bien nacional. Cuando me dan un premio dudo de mí mismo. Solo cuando me declaran persona non grata, como me pasó en Almería, sé que tengo razón” (Abc, 25.11.2008), que es el trípili que anda repitiendo una y otra vez en las entrevistas antes y después de la concesión del Cervantes.
Goytisolo se ha convertido en un mal ejemplo para el profesorado de filosofía que explica a su alumnado en qué consiste la coherencia. Y ya no digamos para la clase política que estará más contenta que unas castañuelas de Níjar. Si un escritor de su talla ética XL es capaz de pasarse por el arco de sus flatulencias la coherencia personal, ¿qué problema habrá para que los políticos, pobres mortales y sin una cultura tan fina como la del escritor, no hagan lo propio?
Goytisolo, al aceptar este premio, consagra la existencia del cinismo más esplendoroso que consiste en pensar una cosa, decir otra y actuar de un modo contrario.
Si el bueno y loco de don Quijote de la Mancha tuviera un portal tecnológico y regresara a estos lugares cuyos nombres no ignoramos, seguro que embestiría a don Juan Goytisolo y le negaría de forma contundente pertenecer a la estirpe cervantina, de la que tanto ha presumido a lo largo de su vida. No le diría que es un arrastrado, porque don Quijote es mucho quijote y cultiva retórica de buena educación, pero a buen seguro que le recordaría su epitafio: “Yo he satisfecho agravios, enderezado tuertos, castigado insolencias, vencido gigantes y atropellado vestiglos…”.
Heráclito decía que nadie se baña dos veces en el mismo río. Ya sabemos que es mentira. No solo lo hacen los políticos, sino, también, algunos escritores, que son unos caraduras sintagmáticos, capaces de vender su coherencia, labrada a lo largo de una vida, por un plato de 120 lentejas de oro…
Don Quijote no lo hubiera hecho. Habría sido un agravio para su curriculum ético y vital.