Aunque la palabra asesor procede del latín assesor, del verbo assidere–el que asiste o ayuda a otro-, es en la actualidad cuando el término se ha convertido en plaga. No sé si en la época de Cicerón existían muchos asesores, no solo en leyes sino en cualquier aspecto de la vida cotidiana romana, pero sí sabemos que en la actualidad la figura del asesor es figura tan ubicua como poliédrica. Está en todas partes y en cualquier ámbito profesional.
Tanto que podría hablarse de la plaga de asesores. Y cuando decimos plaga, es evidente que nos estamos refiriendo a algo nocivo, nada bueno para el común de los mortales. Y, sobre todo, cuando se habla de asesores financieros, y eso que damos por hecho que en la viña del señor marqués habrá de todo, buenos y malos, es decir, ladrones y mafiosos.
Se trata, además, de una plaga para la que no se ha encontrado un pesticida lo suficientemente agresivo y abrasivo para hacer desaparecer, no solo sus efectos inmediatos, sino la causa que la genera. Lógico. Estos asesores los produce el sistema y son los que sostienen que el principio de Peter goce de eterna salud puñetera. Gracias a ellos, la situación desgraciada de un ser humano puede empeorar exponencialmente en cualquier momento. Lo estamos viendo en la última nefasta y gallarda ley del aborto: las mujeres que decidan abortar podrá sufrir el acoso de un asesor que las conminará a desistir de su empeño.
Es la estupidez congénita y pragmática la causa fundamental que produce el mundo pluriempleado de asesores. Para llegar a su cima, solo les falta disponer en su cerebro de una inclinación al cultivo de un pensamiento burocrático y enmarañado, que hace imposible la felicidad a su alrededor. No diremos que toda mediación es un engaño, ya que convierte los sujetos en medios de fines casi siempre sospechosos de oscuridad moral y ética, pero casi. En consecuencia, maticemos.
Hay asesores que, al menos, son capaces de advertir a su jefe que la corbata que visten no va a en consonancia con la camisa o con los calcetines. Un trabajo de estética que no todos los consejeros áulicos son capaces de realizar. Y hay asesores que, al menos, consiguen que sus jefes hablen de un modo calmado, sin elevar la voz y sin herir la sensibilidad de los demás. Un asesoramiento digno de aplauso. Sin duda.
Todos los jefes ineptos necesitan asesores, si no, no sabrían a quién echar la culpa de sus meteduras de pata. Al menos, este tipo de asesores aunque sea como chivos expiatorios, sirven de algo y para alguien.
Pero hay asesores que son, sencillamente, dignos de repulsa.
Me refiero a ciertos ex presidentes y ex ministros de gobierno que, de la noche a la mañana, se convierten en asesores de empresas multinacionales, que explotan como pocas la plusvalía del trabajador.
Que Aznar sea asesor de Endesa y cobre al año 200. 000 euros, o que González lo sea de Gas Natural y cobre 150.000 euros anuales, por serlo, es imagen que no encaja en ninguna ética y moral al uso. Algunos dirán que su nombramiento se ajusta a la legalidad vigente y que ninguno de estos dos elementos contradice ningún artículo penal.
El problema está en que esta gente lleva cumpliendo la legalidad a rajatabla y no hacen más que contravenir el mínimum de ética exigida a cualquier persona con dos dedos de sindéresis en la frente, y, mucho más, a quienes se han pasado varios lustros dando lecciones de moral a todo el mundo.
Aznar y González no saben nada de electricidad y de gas natural, respectivamente y, por tanto, es imposible que elaboren informe alguno acerca de dichas materias. Así que nos preguntamos, entonces, ¿qué hacen dos palurdos en una empresa en la que cobran cantidades desorbitadas por asesorar en nada?
¿En nada? Me temo que su presencia en dichas empresas constituya la cruel certeza de que tanto Aznar como González, y otros muchos más, estén cayendo en la figura punible del tráfico de influencias, lo que, ya no solo atentaría contra la ética, sino, contra la propia legalidad vigente, esa que continuamente invocan para salir indemnes de cualquier acusación. Como ya tenemos comprobado en el caso de la presidente del gobierno navarro, Yolanda Barcina, “asesora” -¡qué risa!- de la CAN.
Sería bueno que algún juez con agallas, un juez que no antepusiera sus creencias y adhesiones ideológicas al rigor de Montesquieu, metiera el código penal en esa costumbre tan poco ética que practican algunas empresas cuando nombran como asesores de sus empresas a gentes que son ignorantes perdidos de lo que se ventila en ellas y cobran unas cantidades desorbitadas por no hacer nada.
O, mejor dicho, por llamar por teléfono a un amigo poderoso de un gobierno para que “a ver si es posible que en tu país, la empresa a la que en la actualidad asesoro…”.
El tráfico de influencias goza de larga sombra y muchos consejeros de empresa, procedentes de la política, lo practican de modo escandaloso. En ella se cobijan gentes que hace tiempo perdieron el norte de la ética para sustituirlo por los vientos de una ambición desmedida.
¿Qué necesidad material tienen González y Aznar de recibir esas cantidades de euros, excepto para que el común de los mortales podamos decir de ellos que son unos indeseables?
Lamentablemente, el panorama que se avecina no es muy esperanzador. Hace unos días, le nombraban al gesticulante Rubalcaba un listado largo de excargos socialistas convertidos en “asesores conseguidores”, y le parecía lo más normal «porque tienen derecho a trabajar»…
Supongo que tendrá en perspectiva algún sillón desde donde seguir «trabajando”.