Un día, un amigo me preguntó qué tipo de escritor me consideraba. Me dejó un poco descolocado, porque no sabía muy bien qué es lo que en realidad me estaba preguntando. No sabía si se estaba refiriendo a si me consideraba un escritor perteneciente a una escuela literaria determinada -fuera del realismo, entendido este en cualquiera de sus variantes, realismo crudo, realismo objetivo, realismo híbrido, realismo mágico-, o si se refería a si era un escritor de la escuela del humor, en su sentido patafísico, negro, sarcástico, irónico, mordaz y sentimental. Tampoco sabía si se refería a si me tenía como un escritor de culto, clandestino, de masas o, mucho más sutil, si mi escritura pertenecía a la de un escritor con mirada impresionista, expresionista, omnisciente, nesciente, etcétera. O si me inclinaba por el enfoque ético, cognitivo, lingüístico o metafórico de la escritura.
En esas me encontraba, cuando el amigo interrumpió mis cavilaciones diciendo: “No, hombre, no. Mi pregunta es mucho más sencilla y fácil de responder. Me refiero a si te consideras un escritor navarro, vasco, vasco-navarro, español, europeo o cosmopolita”.
Decía mi amigo que su pregunta era más sencilla que responder a qué tipo de tendencia literaria podría adscribirse mi escritura. Se equivocaba por completo. En menudo aprieto conceptual me vi a la hora de responderle. No por la respuesta que podría darle, sino por los pero y los sin embargo que suscitarían mis reflexiones.
Responder que soy escritor adscrito al realismo de la berza con caracoles o al realismo del absurdo y de la patafísica, seguro que dejaría indiferente al más pintao experto en literaturas varias, como tuve ocasión de comprobar con mi propio amigo, pero sostener que me consideraba un escritor navarro, vasco o español, no pertenecía al reino de la inocencia, toda vez que el asunto estaba, como he comprobado a posteriori, muy saturado de malentendidos e interesadas intenciones, y no solo políticas.
Con la buena intención de tranquilizarme, mi amigo recogió el hilo de su discurso y planteó la cuestión de este modo: “Si escribes en la lengua de Nebrija, eres un escritor español, porque la lengua que utilizas para escribir es la lengua de España. Nadie aceptaría que eres un escritor portugués si no escribieras en la lengua de Pessoa. Aunque suene paradójico, tu ciudadanía navarra o vasco navarra, como quieras llamarla, no te garantiza la naturaleza de vasco o de navarro como escritor. Pues esta sólo la da la lengua con la que te expresas. En definitiva. Para muchos, sería una osadía por tu parte considerarte un escritor vasco si no escribes en vascuence”.
A lo que repliqué: “¿A pesar de haber nacido en Bilbao, en la calle Astarloa? ¿Y qué decir de Unamuno y de Baroja? Siempre decimos que son escritores vascos. ¿Por qué, si no escribieron ninguna de sus obras en euskara?”.
Para rebajar el tono dialéctico añadí que a mí, particularmente, me importaba poco que me hicieran tales adscripciones nacionales.
Me daba lo mismo que me tuvieran como escritor navarro, español o vasco. Pues no aclaraban ni añadían nada a la propia escritura. Tener una determinada ciudadanía adquirida por nacimiento o utilizar una lengua materna adquirida en el medio donde has nacido, eran circunstancias nacidas del azar, y en las que el individuo poco o nada había tenido que ver.
El mérito personal estaría en aprender una lengua no habitual en tu entorno familiar y social y, a continuación, hacer de ella tu medio de expresión literaria. Fueron los casos sobresalientes, entre otros, de Conrad y de Nabokov. Conrad nunca dejó de ser el escritor polaco que todos conocemos, a pesar de escribir en inglés La línea de sombra y Lord Jim. Y Nabokov nunca dejó de ser el escritor ruso que conocemos a pesar de escribir su obra en inglés.
Me pregunto si, caso de haberse hecho una feria del libro polaco y otra del libro ruso, sus organizadores habrían vetado a ambos autores por no escribir sus libros en polaco y en ruso, respectivamente.
Lo que nos lleva a una situación un tanto paradójica. Se puede tener la nacionalidad o ciudadanía vasca y no escribir en vasco. Podría ser el caso de Ramiro Pinilla y Raúl Guerra, pero no solo. Y tener la ciudadanía vasca y escribir en vasco, como sería el caso de Sarrionandía y de Atxaga, y otros muchos escritores que, felizmente, son capaces de rizar la metáfora bella y la palabra exacta tanto en una lengua como en otra.
Habrá personas que consideren que Pinilla y Guerra no son escritores vascos, porque no escriben en la lengua de Aitor. Pero, nadie negará que el mundo, la atmósfera, la realidad y el sentimiento que transpiran las obras de ambos escritores son netamente vascos.
¿Sólo la lengua utilizada garantiza la nacionalidad del escritor?
La cosa se complica si tenemos en cuenta la situación de diglosia permanente e histórica que ha vivido Euskal Herria. No todas las comunidades, a excepción de Galicia, Cataluña y Euskadi, han gozado de este privilegio. Lamentablemente, dicho privilegio lingüístico no se ha sabido administrar convenientemente en función de los intereses culturales y políticos de los naturales.
Una sociedad que puede expresarse en dos lenguas distintas, que tiene a su alcance el poder hacerlo, es una sociedad privilegiada. De ahí que malditos sean todos los bárbaros que intentaron cercenar de cuajo el gallego, el catalán y el vascuence en tiempos pretéritos como presentes, tratando de imponer solo una lengua por encima de las otras.
Sentir y aceptar esta diglosia como un regalo no es fácil. Aceptar que el español es lengua de ciertos ciudadanos vascos, una lengua con la que algunos escritores hablan de la realidad en términos nacionales, no es fácil, dado el asombro y estupor con que todavía seguimos viviendo y padeciendo la infeliz intervención de los poderes políticos en estas lides.
Luis Goytisolo dice que él no es un escritor catalán, porque desconoce por completo la ortografía catalana. Se considera un escritor español, pero nadie le podrá arrebatar su nacionalidad catalana. Y, probablemente, tenga razón. Su literatura no transpira catalanidad por ninguno de sus sintagmas. En cambio, Pere Gimferrer escribe en catalán y nadie diría si leyera su obra en castellano que se trata de una literatura catalana per se.
Existen escritores con ciudadanía vasca que escriben en castellano. Su mundo es Euskal Herría, tanto que, para asombro de muchos, lo que hablan y lo que sienten mediante su palabra castellana es común al género humano, sea este de Cestona como de Sidney. Y eso sí que tiene mérito. Literario, claro, pero no solo.