Aquellos políticos que saben muy bien que lo que hacen no es bueno y justo a los ojos de la ética, apelan a la Historia, con mayúsculas dicen los muy hipócritas, como juez objetivo a la hora de justificar sus crímenes perpetrados contra una parte de la sociedad. Ignoro si quienes tomamos en consideración a dichos políticos y los desjarretamos en vivo como si fueran reses de matadero, formamos parte de esa Historia justiciera o, por el contrario, dada nuestra insignificancia a los ojos de Clío, nuestras palabras serán tomadas solo como fruto de la venganza y del rencor. Y, según dirían nuestros detractores, como signo de nuestra incapacidad mental para ver la presencia de un genio en tales energúmenos.
Sea como fuere, hagamos comparaciones, siempre mal vistas por quienes salen malparados en ellas. Y comencemos diciendo que el pasado 28 de septiembre pasado, en su pueblo natal de Villafranca (Navarra), se dedicó a Lorenza Julia Álvarez Resano, maestra, abogada y política, un sincero homenaje, dentro de la jornada dedicada a celebrar y conmemorar el día de la Memoria Histórica. Digo celebrar, porque quienes nos dimos cita en ese acto estábamos contentos por recordar a quien fuera una mujer sobresaliente en el republicanismo navarro. Y conmemorar, porque en estas situaciones siempre sale a flote un toque intenso de tristeza y de melancolía al evocar a tanto familiar asesinado por los fascistas.
Es curioso constatarlo, pero las dos personas que más odiaron y persiguieron a Julia Álvarez –conde de Rodezno y Raimundo García-, representan hoy lo más contrario a los valores democráticos de hoy día. Ambos participaron en Iruña en la preparación del golpe de Estado de julio de 1936 y sin ellos es seguro que dicho golpe no hubiera tenido lugar.
Hoy, sabemos bien que el conde, Domínguez de Arévalo, fue un criminal de guerra, un genocida, un fascista. Una persona que a pesar de sus modales exquisitos escondía un alma tan negra como la del propio Mola, cuya obsesión fue asesinar todo lo que se moviera a su izquierda, incluidos curas y militares. Fue siempre enemigo de la democracia y del sistema parlamentario. Alabó a Hitler, a Mussolini y a Franco, del que fue estrecho colaborador en los primeros años de la Guerra Civil, tanto que en 1938, la Culona lo nombraría ministro de Justicia por los servicios prestados.
Como ministro, derogó la legislación de la II República. Modificó el Código Penal, reintegrando en sus puestos a los antiguos jueces. Y firmó miles de penas de muerte. Lo cesaron en el cargo en 1939.
Hoy, el conde de Rodezno, un Grande de España, es una figura enana; una figura política repugnante, en la que nadie puede mirarse so pena de aspirar a ser un sujeto carente de dignidad y de un mínimo de ética. Que en Pamplona exista una plaza dedicada a su nombre/condado solo revela la infamia e ignorancia de los políticos que han decidido que esto sea así, entre ellos la presidenta del actual gobierno navarro.
En cuanto al nazi Raimundo García, alias Garcilaso director del periódico golpista Diario de Navarra, recordemos que no cesó en sus páginas de vilipendiar el honor, la ética, la dignidad personal de Julia hasta límites pavorosos, llamándola “la puta del Congreso”, “la impía”, “la mala”, “la revolucionaria”, “la petrolera” y, mucho peor, defensora de los asesinos que mataban a los curas, en referencia al caso de Jose Manuel Marturet, quien en 1933 asesinó al párroco de Erice (Navarra), porque este no le pagaba una deuda de 2800 pesetas por un trabajo realizado. Julia, no solo fue tratada como furibunda anticlerical, sino que, muchísimo peor, “ahora defendía a asesinos de curas”.
Hoy, Garcilaso es una figura que ni siquiera es respetada por sus descendientes ideológicos, agazapados en la mancheta del periódico conservador. Tanto que el premio periodístico que llevaba su nombre, y que Diario de Navarra otorgaba al estudiante de periodismo con mejor expediente en la universidad del Opus, tuvieron que cambiarlo. Si este Garcilaso hubiera sido un compendio de virtudes y de humanidad, sería impensable que su nombre no siguiera siendo el referente de dicho premio. En Navarra, ni los herederos de su ideología, que los hay, son capaces de enarbolar su nombre como referente de alguna virtud digna de elogio o de imitación. Ni siquiera se atreven a sostener que fue el mejor periodista de Navarra del siglo pasado.
Los nombres de Rodezno y Garcilaso representan aspectos incompatibles con la dignidad de la condición humana. Un Tribunal de Derechos humanos Internacional los condenaría a cadena perpetua.
Por el contrario, el nombre de Julia Álvarez evoca la victoria de los vencidos. Por mucho que lo intenten sus más feroces enemigos no encontrarán en su vida un hecho que pueda considerarse incompatible, no sólo con el Derecho y el Código Penal, sino, mucho más importante, con la ética y la moral. La mayoría de los valores de una política moderna actual ya estaban en su agenda de consumada antifascista: la libertad de expresión, la libertad de conciencia, el matrimonio civil, el divorcio, la separación radical entre Iglesia y Estado, la aconfesionalidad, el derecho a una vivienda y a un trabajo dignos, y, por supuesto, a una educación laica, científica y humanista.
Resulta un síntoma bien elocuente el hecho de que cuando murió en México en 1948, muerte que le pilló trabajando en su despacho de abogada, sus enemigos no supieron atribuirle ninguna maldad o afrenta injuriosa, algo que les hubiera encantado. No les fue posible. El periódico fascista Lanza de Ciudad Real, donde fue Gobernadora Civil, la primera mujer de España en este cargo, dijo: “Nuestra provincia aparte de tener la desdicha de haber estado sometida al yugo rojo, tuvo la desgracia de tener una gobernadora marxista. Pues bien, Julia Álvarez Resano ha fallecido en Méjico, según noticias fidedignas”.
Marxista. De la infinidad de insultos que tiene el diccionario, solo pudieron decir de ella que era marxista. Nunca asesina, ni ladrona, ni criminal de guerra. Y habían pasado ya doce años del final de la guerra.
Mucho más elocuentes serían las palabras que el P. Barrios, un carmelita descalzo del convento de Villafranca, dijo en el sermón de la cuaresma del año 1949: “Hubo una mujer en este pueblo criticada y maldecida por todos. Era una maestra que se llamaba Julia Álvarez. Esta mujer, aunque nos cueste reconocerlo, fue una mujer de un talento poco común; en realidad, fue un genio y una persona muy generosa. Desgraciadamente, se apartó de la Iglesia, y se hizo socialista. De haberse mantenido en la fe de su infancia, ahora la tendríamos como una santa. Así que, queridos hermanos, pido a Dios, y quiero que todos compartáis conmigo este deseo, que la perdone por haber cometido semejante pecado, sobre todo ahora que sabemos que ha muerto. Pues nosotros, cristianos de corazón, tenemos que perdonar a todos, aunque hayan sido nuestros peores enemigos”.
El pecado de ser socialista. Con la perspectiva que da la historia, más que un insulto es un elogio y un referente, sobre todo, ahora, en que ser socialista se ha difuminado tanto en estos tiempos de componendas y servidumbres.