Uno no termina de asombrarse con el escritor Muñoz Molina y su relación con los premios que recibe. Y, en especial, por las razones que abonan los jurados para asentar sus fallos. En la mayoría de las ocasiones, se intenta colar la imagen de un escritor que es la pura esencia del intelectual, del escritor comprometido por encima del bien y del mal y, para más pitorreo de los que consideramos que se trata de un escritor que no ha aportado nada significativo a la literatura española en estos últimos cuarenta años, un novelista imprescindible y necesario. ¿Imprescindible? ¿Necesario? ¡Puf!
Si Muñoz Molina no hubiera publicado ninguna novela, nadie le habría echado en falta. No ha aportado nota sobresaliente alguna a dicho panorama. Ni siquiera ha creado un personaje de la importancia simbólica como Manolito Gafotas para la literatura infantil. La novelística de Muñoz Molina sigue la senda del realismo tradicional sin superar sus postulados más canónicos.
Y sobre el tan cacareado concepto del compromiso como escritor mucho habría que matizar y nada bueno. Sin ir más lejos, hace poco se quejaba Muñoz Molina de que los intelectuales no habían estado a la altura de las circunstancias políticas, sociales y económicas de nuestro tiempo, donde la gente humilde y necesitada no había encontrado a ese paladín-escritor que saliera a la palestra de la opinión publicada para defender sus intereses perdidos y recuperar su dignidad, vilipendiada una y otra vez por un gobierno de derechas infame.
Y hacía extensiva esta queja a los “compañeros” intelectuales cobijados en Prisa. Fue J. Marías quien le reprochó que él no era la persona más indicada para hacer semejante crítica, toda vez que, revisando la hemeroteca del periódico “aprisado”, se comprobaba que quien menos se había comprometido por escrito con dicha realidad era el propio Muñoz Molina, cuyos artículos, publicados en Babelia, hablaban de jazz, de arte, de pintura y demás artefactos sublimes de la creación humana.
La verdad es que Muñoz Molina no ha escrito ni una línea sobre los parados, los aniquilados por las preferentes, los jubilados, los desahuciados, los esquilmados por la privatización de la sanidad, en definitiva, los parias de este mundo. Y eso que, según sus palabras, “(…) en mi niñez y en mis años de adolescente fui sujeto a una dictadura, y por ello se me permitió experimentar de primera mano la fea cara de la sumisión voluntaria a un líder, la brutalidad policial y la ortodoxia religiosa forzosa”. A lo que habría que replicar: ¿y? ¿Y? quiere decir que semejante declaración no le da patente de corso de secano para creerse el rey del mambo de la progresía republicana.
Hace meses, recibió el premio Jerusalén que concede el estado de Israel. Se lo otorgaron por su defensa de la tolerancia y del papel y la responsabilidad que el escritor tiene en la sociedad para asegurarse de que las voces de los más débiles puedan ser escuchadas y preservadas. Parece que en Jerusalén reconocen mejor la labor apostólica y evangélica de Muñoz Molina que por estos lares.
Y del premio de Jerusalén al premio Príncipe de Asturias de las Letras. Conocido el fallo, el humilde escritor de Jaén confesó que “muchos escritores merecían el premio antes que él”. Completamente de acuerdo con que existen escritores actuales que representan mejor la condición del intelectual comprometido, y son mejores escritores.
Sobre todo, cuando olemos tanta turbiedad en dicha concesión. Veamos. La noticia del premio la difundieron los medios el día 5 de junio. Pero resulta que el día 4, el periódico digital, El Imparcial -su presidente es Luis Mª Anson y, a la sazón, miembro del jurado del citado premio, había anunciando el nombre del premiado, porque “se daba por descontado que vencería fácilmente en la última votación”. Alucinante.
José Luis García Martin, miembro también del jurado, no saldría de su asombro al leer la noticia y en su facebook escribiría: “Cuando voy a salir de casa para ir a la reunión del jurado, me entero de la noticia que aparece en El Imparcial: “Antonio Muñoz Molina, Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Y aún no hemos votado entre los dos finalistas. Llego al Reconquista y le pido a Luis María Anson que rectifique inmediatamente el titular de su periódico o yo me retiro del jurado. Lo que sigue es una situación bastante desagradable. Le llamo mal periodista por publicar una falsedad, le digo que coloca al premio a la altura del Planeta. “¡Tú no me das a mí lecciones de periodismo!”, grita. Pero se las doy. Y de ética profesional. La directora de la Fundación está tan indignada como yo. Al final decidimos que lo mejor es entrar, votar, y alegrarse del acierto y la limpieza del resultado. Pero yo me quedo con muy mal sabor de boca” (Cursiva mía).
En el periódico El Comercio, otro miembro del jurado, Xuan Bello, daba una versión de los hechos mostrando que El Imparcial no decía la verdad: “Fue un premio muy discutido, y pensado y meditado (…) Tras varias votaciones, tras largas y cordiales discusiones, se llegó a un paso de la solución: John Banville tenía once personas que lo apoyaban y Antonio Muñoz Molina doce. Se dejó para el día siguiente la votación definitiva y en la cena en Casa Fermín los jurados no tenían muy claro quién iría a ser finalmente el ganador. […] Cuando nos dijeron, a mitad de la cena, que un periódico digital había anunciado como ganador definitivo a Antonio Muñoz Molina, hicimos lo que hacen las personas informadas e imparciales: no dar crédito a un bulo”.
Bulo o no, el anuncio se convirtió en realidad. Lo que proclamó el periódico digital de Anson fue a misa mayor. Y es que el premio estaba ya concedido antes de que dicho tribunal fallara el fallo. Solo se reunieron para darle el visto bueno formal.
Me cuesta imaginar a García Martín como un ingenuo pardillo. De hecho, al final de su escrito, termina por meterse el rabo entre las piernas y reconocer el acierto y limpieza del fallo. Calificación incomprensible si tenemos en cuenta su diatriba contra Anson.
El hecho de que el resto del jurado no haya intervenido en el affaire resulta aún más sospechoso. Bueno. Estar callados, quizás, les garantice su presencia en el próximo jurado para fallar el premio en 2014.
Afirmar que los premios están podridos, excepto aquellos en los que uno participa como miembro del jurado y los que le conceden a uno mismo, es un tópico venerable, del que resulta imposible librarse. La metástasis del amaño es estructural. No se libra nadie de sufrirlo en carne propia. Hoy por ti, mañana por mí. Es la ley de la putrefacta endogamia.