Hace ya unas décadas, el ensayista Norbert Bilbeny acuñó la expresión “idiota moral” para referirse a aquel individuo que, teniendo un grado más o menos óptimo de desarrollo de su inteligencia, era, sin embargo, incapaz de distinguir las implicaciones éticas de sus actos y de sus decisiones. En algunos casos, tan alarmante era el grado de su idiocia moral que muchos eran incapaces de distinguir el bien del mal, sobre todo cuando éste afectaba a la infelicidad de los demás.
Si se repara en la historia más reciente, se comprobará que muchos presidentes de gobierno, elegidos democráticamente, han sido idiotas morales en grado superlativo. Es más. Da la agria sensación de que la condición inexcusable para serlo consistía precisamente en poseer dicha incompetencia ética. Entre ellos, podría contarse Bush, pero, también, los secuaces que le apoyaron en la Guerra del Golfo, Aznar y Tony Blair, los más brillantes idiotas morales de estos últimos tiempos. Sus predecesores fueron Churchill y, sobre todo, Truman, quien, sabedor de la masacre que iba a perpetrar con su decisión genocida, permitió asesinar a la población de Hiroshima y Nagasaki. Todas estas ilustres prendas, y muchas más, hicieron oídos sordos a su inteligencia sensible del dolor ajeno, convirtiéndose en genocidas.
Desgraciadamente, el idiota moral no ha desaparecido. No es animal en proceso de extinción. Todo lo contrario. Los tenemos ahí fuera, moviéndose como reyes del mambo de la corrupción. Y, para colmo, alardeando de que todo el mal que hacen, lo hacen legalmente. Tanto es así que el cómputo de personas con cargos públicos importantes, que hacen gala de ser auténticos idiotas morales, es incontable. Son tan idiotas que no perciben siquiera la banalidad del mal en la que están instalados. Algunos se regodearán, incluso, diciendo las mayores sandeces. La mejor imagen que podría describir este aserto la representaría la bromatóloga Barcina cuando equiparaba sus 3443 euros por no hacer nada con el sueldo de un albañil a destajo.
Como digo, no hace falta salirse del marco geográfico de nuestro país para contemplar in situ en qué consiste el desarrollo mayúsculo de la idiocia ética. Porque Navarra, en cuanto a idiotas morales, ha producido en las últimas décadas una producción importante de tales homínidos. En la actualidad, recogiendo el testigo inmoral de Urralburu, Aragón y Roldán, tenemos idiotas morales para exportar: Barcina, Sanz, Miranda, Maya, Iribas, por un lado, y, por otro, García Adanero, Catalán, Jiménez, que se escudan en “normas estatutarias inadecuadas” -¡qué cinismo!-, para guindar dinero público y no devolverlo, a pesar de reconocer su pecaminosa fuente de procedencia..
El problema es muy grave. Porque la descomposición ética y moral en la que chapotean estos idiotas se ve, paradójicamente, respaldada por la propia Ley, que ampara cualquier sevicia, incompatible con un mínimo desarrollo ético personal. Pues una ley que permite la indignidad moral para hacerse rico no puede ser una buena ley. Resulta sintomático señalar que la mayoría de estos idiotas morales suelen recabarse entre gentes que continuamente alardean de que la ley está por encima de todo, de que todos somos iguales ante ella y de que quien la hace la paga.
La descripción de esta gravedad estructural podría entenderla hasta el ex presidente Sanz: una ley, que da cobijo a forajidos y ladrones de guante blanco y negra intención, no puede ser una ley justa y buena. No es ley, es trampa. Sólo los idiotas morales aceptan sin sonrojarse que una ley te permita enriquecerte con el dinero público sin menoscabar el principio de cualquier ética. Una ley, que permite enriquecerse de ese modo fraudulento, no sólo es una ley ciega e injusta, sino, también, arbitraria, hecha únicamente para justificar y legalizar el estupro, el cohecho, la prevaricación, sin tener que pasar por el juzgado. Una ley, que hace posible que un individuo pueda guindar dinero público a espuertas, no merece el nombre de ley. Es un atropello jurídico. Es un crimen. Y quien se escuda en ella un pervertido.
Los idiotas morales no nacen por generación espontánea, ni son producto de un genoma artero y choricero. Los idiotas morales nacen, se desarrollan y crecen al calor de leyes injustas, discriminatorias y vejatorias. Y se trata de unas leyes que se mantienen en vigor, porque su cumplimiento y su funcionamiento dependen de otro idiota moral.
Hay corruptos e idiotas morales, porque hay corruptores. Lo que complica mucho su desaparición. En Navarra, después de haberlos puesto en la picota, no se dan ni por aludidos. Y ahí siguen gobernando el país. Es triste constatarlo. Pero la comunidad foral lleva gobernada durante un montón de años por idiotas morales de primera magnitud. Casi resulta extraño que dicho virus no se haya convertido ya en epidemia estructural e institucional. ¿O ya lo es?
Conviene saber que esta especie no cambia fácilmente de modales. Primero, es necesario hacerles ver que son idiotas morales, porque ellos, per se, no lo admitirán. Su regreso al redil es aparente. Algunos, hasta devolverán el dinero guindado, pero serán incapaces de renunciar a su carácter, pues defenderán su inocencia asegurando que lo obtuvieron de forma legal y respetando las reglas jurídicas. Comportamiento explicativo que revelaría cuán idiotas morales son y cuán difícil resulta erradicar el mal en que están instalados. Siguen sin entender que existen leyes que no lo son, sino escaramuzas jurídicas para suplantar la ética que debe primar en cualquier comportamiento. Si devuelven lo robado, lo es por presión social y por motivos espurios que nada tienen que ver con la ética que se les reclama-
Unas normas, que justifican el despilfarro, el robo y el agravio comparativo, no son normas dignas para organizar la vida de los individuos. Son normas intrínsecamente perversas. Y, si no se entiende esto, es porque, en efecto, uno tiene que ser, pero mucho, un idiota moral, de los pies a la cabeza.
Por todo ello, ya va siendo hora de hablar de genocidas económicos, porque el mal que desatan en la sociedad es cada vez mayor. Una legislación que permite que los banqueros o ex ministros de gobierno, gocen de pensiones dignas de Creso, son leyes tan injustas que sólo un idiota moral –llámese Felipe González o Aznar-, pueden aplaudir su existencia.
El filósofo Kant aconsejaba: “Nunca discutas con un idiota. La gente podría no notar la diferencia”. Si esto pasa con un simple idiota, ¿qué de peligros no conllevará el hacerlo con idiota moral? Infinitos. Así que lo mejor será enviarlos a todos al desierto de Gobi: a ordeñar alacranes.