Desde siempre, me ha sorprendido la cantidad de “cultura” que regalan los periódicos. No hay día donde no se haga constancia de algún evento con semejante etiqueta. Se diría que un periódico sin su correspondiente sección cultural dejaría de ser. Sin embargo, a pesar de esta uniformidad, no todos los papeles mantienen idéntica relación con dicho concepto.
Probablemente, porque tienen de éste una idea distinta de lo que significa. O porque jamás se plantearon una definición de cultura acorde con la línea ideológica del propio periódico. De ahí que sus noticias presenten contradicciones culturales alarmantes. Algunos se consuelan diciendo que eso se debe a la pluralidad informativa. Ya.
Por el contrario, el periódico del fallecido Polanco siempre supo de qué hablaba cuando hablaba de cultura. Desde su aparición, en 1976, mantuvo una sección dedicada no a la cultura, sino a LA cultura, que, aunque parezca lo mismo, no lo es.
Si, en un principio, el carácter chulesco de dicha formulación exclusiva y excluyente molestaba, con el tiempo se aminoraba aquella impresión enojosa y se terminaba agradeciendo al periódico el hecho de que lo que ofrecía en sus páginas era garantía, no de cultura, sino de LA cultura. Nunca dio cobijo a hechos y noticias que de cultura no tenían nada. Hablaba de la cultura de verdad, la fetén, la que había que consumir si alguien deseaba ser persona culta. A quienes leían dicho papel, profetas como Savater y Vicent les aseguraban un baño cultural de tal índole que, por ósmosis, se transformarían en ciudadanos democráticos ejemplares.
El donostiarra lo tenía tan claro que afirmaba que «El País no necesita buscar los acontecimientos para dar cuenta de ellos, pues son más bien éstos los que le buscan sin tregua para darse cuenta de sí mismos». Y en el mismo artículo sostenía: «Sus editoriales no son la razón ni la verdad, aún menos la buena o la mala nueva; pero sus verdades suelen venir lo suficientemente razonadas como para que hasta sus errores resulten inútilmente refutables»(5.6.1986).
En medio de aquella fatuidad intelectual, brillaba la humilde postura del resto de los periódicos, los cuales jamás perpetraron semejante osadía, y, de forma tímida aunque contundente, hablaban siempre de cultura. Nunca de LA cultura. Y algunos, como Diario 16, de Culturas.
Las cosas discurrían de este maniqueo modo cuando el periódico cebrianesco, después de servir a LA cultura durante más de veinte años, decidió sin explicación alguna pasarse a la oposición y hablar como ésta de cultura. Hasta hoy.
Las repercusiones psicológicas e ideológicas de dicha transformación expresiva nunca fueron analizadas, pero tuvieron que ser tremendas.
Intelectuales y lectores prisanos seguro que entraron en coma cultural. Debieron de sentir en lo más hondo de su planicie craneal que el periódico les había estado engañando durante más de dos décadas, ya que, en lugar de informarles de LA cultura, lo que había hecho, en realidad, fue darles alfalfa cultural a secas. Todo lo que durante años habían valorado como parte de LA cultura era simplemente cultura. Como la que podía ofrecer cualquier hoja de parroquia.
Sin duda, resulta desalentador que el único periódico de este país, que decía saber qué era LA cultura, reconociera de sopetón que durante lustros había estado mintiendo a sus lectores y que de cultura sabía lo justo, es decir, lo que todo el mundo: es decir, nada definitivo. Que la cultura, en realidad, no existe, sino lo que uno tiene por tal.
Desde que dicho papel dejó huérfana de LA cultura a la sociedad, aquí ya no se aclaró nadie. Ni el propio papel. Con señalar que, actualmente, perora de la “cultura de la prima de riesgo”, de la “cultura del crecimiento” y de la “cultura de la austeridad”, está insinuada la posible catástrofe que asuela dicho término.
Sé que establecer el principio de causalidad de un fenómeno general es tan complejo como difícil. Así que me limitaré a señalar a los medios de comunicación –y en esta inferencia no excluyo ningún artilugio mediático-, como comparsa responsable en alimentar la confusión del término cultura. En ella integraría, también, los últimos análisis del elitista Vargas Llosa, quien en su libro La civilización del espectáculo (2012), culpa a Bajtín y a sus seguidores de abolir las fronteras tradicionales entre LA cultura y la cultura, y, más exactamente, entre cultura e incultura. Sin embargo, lo que realmente hizo Bajtín fue elevar la llamada cultura popular, como representación de las experiencias humanas más compartidas por el hombre y la mujer, a categoría conceptual. Que la cultura popular haya destruido LA cultura, que defiende Vargas Llosa, es una quimera fruto de un estomagante elitismo.
Es verdad que muchas personas, cuando leen el periódico, las únicas páginas que se saltan, además de los suplementos literarios, son las ubicadas en la sección denominada cultura. Si desaparecieran, no las echarían en falta. Pues para ellos la cultura es otra cosa, está en otras páginas y en otro lugar. O puede que se halle en todos los sitios, excepto en los periódicos. Incluso, piensen que cultura y periódico sean términos incompatibles. Pues, como decía T. Bernhard, la lectura de periódicos es inversamente proporcional con el desarrollo intelectual y cultural de los individuos. ¿Lo es? Ni idea.
Lo que sí se puede asegurar es que los periódicos de hoy están poniendo patas arriba el concepto de cultura a secas. Que en su sección de cultura aparezcan titulares de este jaez, “Carolina Cerezuela y Carlos Moyá, padres de un niño” y “El cantante Justin Bieber regala su hámster a una de sus fans”, quizás, no sea motivo para convertirse en un apocalíptico, como Vargas Llosa, y denunciar semejante blasfemia en el sancta sanctorum del saber, pero da que pensar. Sobre todo, cuando dicha licencia se la permite un periódico que hasta ayer mismo hablaba de LA cultura.
No sé si el titular “Belén Esteban viaja a EEUU para recuperar el ánimo”, pertenece a la sección cultural del periódico o a la sección de encurtidos. De momento, digamos que, culturalmente hablando, resulta tan insultante como perturbador. O, como diría E. Morin, complejo. Así que convendría no rasgarse las vestiduras de nuestro sentido más o menos elitista de lo culto, porque, a fin de cuentas, ¿qué diferencias en materia cultural habría entre ese titular y el siguiente “Eduardo Galeano sigue hospitalizado en Montevideo”.
¿Muchas? Pues, entonces, habría que decírselo al periódico donde aparecían ambos titulares. Los dos se encontraban en la misma sección que llaman cultura. A no ser que consideremos que el primer titular es cultura a secas, y el segundo parte indiscutible de LA cultura.