Las relaciones entre literatura y política despiertan muchas sospechas entre quienes tienen unas ideas políticas contrarias a las que se defienden en una determinada creación literaria. Por el contrario, si el mensaje, ideología y pensamiento, transmitidos de forma implícita o explícita en una novela, coinciden con las ideas que tiene el crítico, entonces, los componentes ideológicos se transformarán en elementos fundamentales para valorar dicha creación.
Lo más extraño de este estado de cosas es que algunas novelas sigan siendo objeto de un minucioso análisis político e ideológico y, en cambio, otras no reciban jamás una parrafada crítica. La discriminación crítica, en este sentido, es estructural. Por ejemplo, rara habrá sido aquella novela, escrita por un autor vasco, que no haya sufrido el escáner crítico de lo ideológico, siempre abducido por el estándar clásico de si aquel denuncia a ETA, mientras que novela, escrita por un manchego o andaluz jamás será objeto de análisis ideológico. Al parecer, los escritores castellanos y andaluces son, ideológicamente, unos eunucos.
La crítica literaria ha dado tantos ejemplos sobre esta manera de actuar que confirman que la política e ideología son muchas veces quienes deciden el valor estético y literario de una novela. Si a un crítico no le agrada una novela por motivos ideológicos, ya se las ingeniará para encontrar defectos literarios y justificar así su desagrado. Por el contrario, si una novela le encanta, porque sus planteamientos ideológicos coinciden con los propios, no tardará en elevar a categoría suprema literaria dicha novela.
Este comportamiento maniqueo sirve tanto para quienes se declaran ideológicamente de izquierdas como de derechas. El reciente premio Cervantes, Caballero Bonald, indicaba que «un ultraderechista de ninguna manera puede ser un buen escritor o un buen artista. Puede parecer excesivo e incluso rozar la injusticia, pero me gusta opinar que eso es así». Y, como a mí me gusta, pues así tiene que ser. Del mismo modo, el crítico Azancot opinaba que un escritor que fuera comunista tampoco podría ser buen escritor. Y ponía como ejemplo a Alberto Moravia. Por esta regla de tres, acabaríamos sospechando de todos aquellos que, en definitiva, no piensan ni sienten como uno siente y piensa.
Desgraciadamente, los tentáculos de estas arteras disquisiciones de interpretar y enjuiciar el valor de una obra son muy largos y alcanzan cualquier tipo de materia.
El penúltimo caso con el que me he tropezado -digo penúltimo porque estoy seguro de que la semana que viene me toparé con otro-, es la reseña que Jordi Gracia ha vertido sobre la novela de Trapiello, titulada «Ayer no más», cuyo tema de fondo es la llamada «memoria histórica».
Como el planteamiento de la novela sobre este asunto es coincidente con el que Gracia tiene sobre el particular, el texto es maravilloso literariamente. De este modo, alabará al autor por haber reducido «la doctrina sermoneadora contra los excesos de la memoria». Eso, sí. En ningún momento, el crítico indicará quién o quiénes representan dicha doctrina y dicho púlpito.
El crítico la considerará como «la mejor novela» de su autor hasta la fecha, lo que tiene su retranca lastimera.
¿En qué argumentos literarios se sostiene dicha aseveración? Los que se aducen son muy pobres, y, además, constituyen un precipitado de lugares comunes que bien pueden aplicarse sin desentonar a cualquier novela de trazado histórico. Véase, si no, su formulación: «La trama, los personajes, el coro de voces que nos la explican viven en sus respectivas primeras personas el drama de enfrentarse al pasado desde el presente, pero siempre con el pasado más desnudo a la vista. Y todo lo vivo en el presente, incluido el pasado, es negociable y administrable, forma parte de nuestros intereses no solo puros e inmaculados sino también espúreos (sic), a veces inciertos y demasiadas veces calculadísimos».
Siguiendo este reguero ideológico, más que literario, el crítico sostendrá que «esta no es una novela contra la memoria histórica, sino contra la beatería interesada de la memoria histórica».
No es verdad. La novela de Trapiello es una novela contra cierta memoria histórica. Una cierta memoria histórica, que, al no coincidir con su interpretación, ridiculizar como beata.
«Es verdad que, como dice el crítico, la memoria es interesada y selectiva. Pero lo es, como lo pueda ser, también, la utilización que el propio crítico y escritor hacen de ella. ¿Y beata? El crítico es esclavo de descalificar la memoria histórica de los demás con los adjetivos que desee, pero por el mismo precio tendría que aceptar que existan personas que consideren que la memoria histórica de Gracia y Tarpeillo sea idéntica a la memoria de la derecha actual, heredera ideológica de quienes perpetraron los asesinatos del 36 y dieron origen a todo tipo de memorias,sea beata, equidistante o circunfleja».
No es verdad que «sólo por razones del oficio literario», Trapiello haya escrito «su relato más vivaz y auténtico, el más creíble y valiente».
Si la visión del novelista sobre esta memoria histórica no coincidiera con la que tiene el crítico, jamás este se habría prodigado de forma tan efusiva sobre dicho texto. Luego habrá que suponer que su juicio también es interesado.
Dice Gracia que «las miserias de la historia son patrimonio universal de la humanidad, incluida la herencia abusiva e instrumental de la memoria vencida».
Decir que las miserias de la historia son patrimonio de la humanidad es como decir que son patrimonio del lucero del alba. No lo es, en cambio, sostener que los herederos concretos de esas miserias inmerecidas son gente que está instrumentalizando de forma abusiva el asesinato de sus familiares en la guerra civil.
Esto es un sarcasmo y un insulto. Y, si no lo es, atrévase a decirlo públicamente delante de dichos familiares, cara a cara, mirándoles a los ojos… tratando de descubrir en ellos esa «herencia abusiva e instrumental…».
Quizás se dé cuenta, entonces, que lo único abusivo e instrumental en esta historia radique en utilizar una novela para justificar el propio pensamiento sobre cierto segmento del pasado.