Víctor Moreno In memoriam. Contra la dictadura del olvido

ParqueMemoria

Este es el texto que se escribió para conmemorar a las personas que fueron asesinadas en Villafranca por los golpistas fascistas nada más iniciarse la Guerra Civil de 1936.

Somos descendientes de fusilados que nunca merecieron aquellas muertes, porque en sus vidas jamás cometieron acto ilegal alguno, excepto el de ser fieles al gobierno democrático de la II República. Esa fue su única ilegalidad.

Hace unos días, mirando los pasquines que anunciaban este acto, alguien me abordó por la espalda diciendo que “a ver si nos íbamos a pasar la vida enredando con la muerte de los fusilados durante la guerra civil.

Que lo pasado, bien pasado estaba y que enredar tanto”– bueno, el dijo “revolver la mierda de la guerra”-, era asunto de gente vengativa y rencorosa.

Y que lo mejor era olvidarse del pasado y vivir el presente de la mejor manera posible. Como dice el refrán, “el muerto al hoyo, y el vivo al bollo”.

Terminó por decir: “Además, ¿qué sacáis en limpio con todo esto?”.

La respuesta que le di entonces no fue lo que viene a continuación, pero, se le parece bastante.

Le respondí que era muy probable que personas de derechas hubieran comprendido y llegado a respetar el dolor que estas muertes produjeron en muchas familias de Villafranca. El detalle era de agradecer, pero, ahora, lo importante, lo que este acto quería y quiere conmemorar era otra cosa que no tenía nada con revolver ni mierdas frescas ni secas.

Lo que importaba, ahora y siempre, era explicar por qué y cómo ocurrieron aquellos crímenes inexplicables para quien tiene dos dedos de frente.

Así que, negándose a participar en esta explicación histórica, la derecha seguía asumiendo la responsabilidad de lo que hicieron sus antepasados ideológicos, es decir, dando por bueno y adecuado lo que fue una aberración criminal. Si la derecha seguía sin reconocer que aquellos crímenes fueron crímenes de humanidad, lo que estaban haciendo era negar que sus asesinos fueran responsables. Y, al negarlo, se hacían, por lo mismo responsables de una aberrante justificación.

Dije responsabilidad, y no culpa. Porque la culpa nunca será ni de los hijos ni de los nietos, sino de quienes empuñaron el fusil. Los herederos no tienen por qué pagar la barbarie de sus abuelos. Pero tienen que saber que, cuando se están negando a participar en este acto, están asumiendo una responsabilidad respecto a lo que sucedió. Y aquí no caben justificaciones de ningún tipo, porque se trata de una decisión voluntaria y particular. La negación de la derecha a participar en este acto suena a justificación del comportamiento criminal y asesino de unos individuos que obraron ajenos a cualquier noción de la justicia y de la moral, y, menos aún, cristiana.

Lo habitual es replicar diciendo que todo aquello sucedió en una guerra, y que en una guerra se cometen asesinatos en todos los bandos, porque en todos los bandos hay gente descabellada, ruin y bárbara.

Así es. Pero conviene reparar en que perder la vida en una guerra es una cosa, pero morir asesinado con premeditación, alevosía y nocturnidad, otra. Pues ganar o perder una guerra con un fusil en la mano es lo que le espera al combatiente, pero morir asesinado en una cuneta o en un descampao sin más armas y ropas que el vestido puesto encima, no es propio de una guerra. La gente que mata de este modo es, lo será siempre, tan cobarde como inhumana.

Y a los 42 fusilados de Villafranca los mataron de este modo ruin y bárbaro.

Porque en Villafranca, como en toda Navarra, no hubo frente de guerra. No existieron dos bandos en la contienda. El sanguinario Mola y la Junta de Depuración Carlista se encargó desde el primer momento de aniquilar a uno de ellos.

Como mi interlocutor no decía nada, seguí diciendo:

“Entiendo bien que la derecha no quiera mirar al pasado, porque es imposible que saque nada en limpio. Tiene que ser muy duro recordar cómo en un tiempo pasado algunos de los propios familiares fueron matones. En esa situación, lo único que se puede heredar son imágenes y voces acusadoras por comprobar que personas de la misma sangre que uno lleva se comportaron peor que animales hambrientos y desesperados. En el caso de Carmen Lafraya, asesinada y violada en un día como hoy, lo hicieron, desde luego, muchísimo peor que las hienas.

Es lógico que el pasado les dé dentera y no quieran mirar las imágenes que este espejo familiar les ofrece. “¿Para qué revolver el pasado?”, replica siempre quien tiene todas las de perder. Sólo lo preguntan quienes no pueden sacar nada limpio de él. Y es que la dictadura del olvido siempre la defendieron quienes han tenido mucho que ocultar.

Curioso contraste el que nos ofrece la historia. La derecha, cuando le interesa, pretende pulverizar el pasado de todos los modos posibles. Para nosotros, en cambio, la memoria es más fuerte que el tiempo y el dolor. Lo es, porque hemos aprendido que, si negamos la memoria, negamos nuestras vidas. Y, al hacerlo, negaríamos las vidas de nuestros queridos antepasados y las razones por las cuales vivieron y murieron. Y a eso no estaremos jamás dispuestos, mientras vivamos.

En efecto, reivindicamos la memoria de nuestros familiares, no por venganza ni por rencor, sino por justicia. Ni siquiera pedimos a la derecha que se disculpe. Del mismo modo que nosotros no estamos obligados a perdonar a los asesinos de nuestros familiares. Lo único que pedimos es que se reconozca la verdad de lo sucedido. Porque cuando la derecha lo reconozca públicamente, entonces, sí, entonces quedará libres de cualquier responsabilidad.

A diferencia de la derecha, nosotros recordamos el pasado porque no nos avergonzamos de él. Porque lo que sacamos en limpio del pasado es la consoladora imagen de que descendemos de personas buenas, de las que no hemos heredado ninguna mancha que pueda avergonzarnos para el resto de nuestras vidas.

Somos descendientes de fusilados que nunca merecieron aquellas muertes, porque en sus vidas jamás cometieron acto ilegal alguno, excepto el de ser fieles al gobierno democrático de la II República. Esa fue su única ilegalidad.

En cambio, la mayoría de los hombres y mujeres de derechas, deberían reconocer de una vez por todas y sin evasivas su responsabilidad. Porque mientras no reconozcan dichos hechos como lo que realmente fueron, seguirán siendo responsables morales, aunque no culpables, de dichos crímenes”.

Esto es, más o menos, lo que le dije a aquel hombre que me increpó por qué andamos siempre enredando con los fusilados del 36”.

Cuando terminé de hablar, el hombre había desaparecido de mi vista.

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