El revisionismo es esa técnica del historicismo ramplón y manirroto consistente en reconvertir personajes y hechos históricos impresentables en santos y héroes modernos.
Yo pensaba que era solo afeite y retoque interesado de los afines al franquismo, que tanto tienen que perder cada vez que echamos la vista hacia el pasado histórico, sea remoto o no. A ellos se les deben explicaciones tan arteras como el origen apañado de la guerra civil. El Frente Popular ganó las elecciones gracias a un pucherazo, lo que dio origen a un régimen infumable contra el que no hubo más remedio que dar un golpe de Estado para salvar a España del comunismo y otras delicadezas judeomasónicas.
Como sugiero, me temo que dicho lifting no sea únicamente técnica exclusiva y excluyente de los historiadores franquistas, sean de la corte de Cristo Rey o de la cuadrilla de Moa y sus gerifaltes de bajura.
Algunos historiadores y estudiosos cercanos, parecen dedicarse a la imitación de esas maneras revisionistas, causando, no sólo perplejidad, sino temor por el cuadro resultante que nos proporcionan con tal perspectiva. .
Se dirá que son interpretaciones distintas de unos personajes y hechos a las que cada historiador tiene derecho por mor de su ideología presente. No me cabe la menor duda. Los hechos y personajes están ahí, pero es que las interpretaciones son tan dispares y rocambolescas, que parece que no se estuviese hablando de los mismos personajes.
A este paso, pronto nos caeremos del guindo de la estupefacción y aceptaremos sin más que Tomás Domínguez Arévalo, conde de Rodezno, era un buen hombre, porque en algunos de sus escritos defendió la identidad vasca de Navarra y mostró un amor hacia Euskalherría tan desaforado como el que sentía por las iglesias y odio hacia las chimeneas de las fábricas.
Con el paso del tiempo, dados los signos calamitosos en que vivimos, quizás, a lo mejor, los incombustibles Del Burgo, padre e hijo, acaben un día formando también parte de ese santoral de ilustres prendas, porque, pelillos a la mar, en su otra vida, mostraron una ternura inconmensurable hacia el euskara, los montes del Amboto y san Miguel de Aralar. Y ya no digamos, los Baleztena, en especial el paterfamilias. Sus arrebatos e insurrección contra la II República, su carlismo carpetovetónico, su rendición genuflexa ante el franquismo, su participación personal en la Junta de Depuración de la Guerra Civil, ¿qué son todas estas menudencias comparadas con su amor al vascuence y su defensa enardecida de la folclorada del País Vasco?
Constituye un error tremendo medir la temperatura ideológica de ciertos impresentables sujetos, según sea el diapasón de su más o menos patente o larvada vascofilia. Esta no puede redimirlos de una ideología que destrozó el entramado civil y democrático de la II República, y, más tarde, compuso la argamasa del nacionalcatolicismo, fuente originaria de toda la cruel represión que sufrió la sociedad tras la guerra civil.
Si algo enseña la historia y evolución de la Asociación Euskara de Navarra, del XIX, es que la mayoría de sus miembros y asociados eran amantes hasta el delirio del euskara y de la fraternidad universal con el resto de las provincias hermanas, lo que no les impedía ser unos conservadores de tomo, cuando no, unos reaccionarios e integristas de lomo. Y, algunos, clericales hasta el intestino grueso.
Se trata de una contradicción, o aporía, con la que el mundo euskaldun tiene que apechugar, a saber, que los grandes defensores del euskara y la especificidad del País Vasco fueron gentes de derecha, conservadores y reaccionarios, entre ellos el integrismo carlista y, al unísono combatiente, los impresentables conservaduros de Diario de Navarra. Las mayores alabanzas que se han hecho del euskara están en las páginas de este periódico. ¿Lo absolveremos, en consecuencia, por ser un periódico golpista y fascista?
Lo único que queda claro es que el amor al euskera y al País Vasco no impidió en su momento que alguien llegara a ser un fascista, como fue el caso de Garcilaso.
La historia intelectual de algunos personajes es cuando menos paradójica. Probablemente, la que más se anega en el riachuelo de la contradicción sea la de Arturo Campión, de quien se dice, ahora, que fue nacionalista antes que Sabino Arana. Probablemente, porque Arturo Campión fue muchas cosas antes que nadie.
Quienes vivieron en su época, y que lo conocieron in situ, por tanto mucho mejor que nosotros, afirmaban que «Don Arturo Campión fue republicano e impío en un tiempo, demócrata y progresista al día siguiente, euskaro separatista un rato, euskaro indefinido luego, dando a la vez pasos hacia el integrismo, integrista para ser diputado y diputado para traicionar a los integristas, despreciado de los liberales, molesto a los carlistas, sospechoso a los integristas y repudiado por los euskaros» (La Tradición Navarra, 14.2.1904).
Por su parte, El Demócrata Navarro, de inspiración canalejista, lo describiría en 1910 diciendo como “aquel señor que paseaba en tiempo por las calles de Pamplona tocado por gorro frigio y ahora se ha puesto el solideo, que, en ocasiones, se parece al de una boina” (21.9.1910).
En cuanto a su acendrado cristianismo, no hace falta escarbar demasiado para toparnos con un personaje anclado en su época, que nunca dijo una palabra contra quienes arremetieron cruelmente contra Basilio Lacort. Al contrario, Campión era de los que sostenían que a los blasfemos y a los ateos había que echarlos del trabajo, porque eran peor que la escoria: “El blasfemo debe ser perseguido sin piedad, como un perro rabioso. Las leyes débiles e impotentes sean reemplazadas por las costumbres fuertes y poderosas. Ciérrense todas las puertas al blasfemo; que lo echen sus patrones de los talleres si es obrero; que se encuentre separado, en una palabra, de trato y de comunicación con las personas bien nacidas”. Luego, vendría Eladio Esparza y pediría en 1936 desde el Diario echar a los rojos de sus puestos de trabajo en la Diputación o en cualquier institución pública.
Pero, claro, Campión defendía el euskara, Euskalherría, las misas y vía crucis en euskara, y la enseñanza en vascuence. Y, encima, era nacionalista antes que Arana. Ignoro si con estos antecedentes se pretende redimirlo de su ideología reaccionaria. Convendría recordar que sus posicionamientos respecto al euskara y el País Vasco fueron el fundamento en el que se basó el director de Diario de Navarra, Garcilaso, para defender lo mismo. Las posiciones lingüísticas de Garcilaso fueron idénticas a las de don Arturo, tanto que el director de dicho papel lo llamaría, “el Redentor”.
Sostener que ciertos carlistas impresentables, franquistas irredentos o clericales furibundos, puedan ser rescatables, porque mostraron rasgos de favor hacia el euskara o la ikurriña, es demasiada condescendencia interpretativa.
El amor al euskara no se traduce per se en un comportamiento sociable respetuoso. Es el respeto a la libertad de los demás lo que nos hace humanos y ciudadanos. La lengua, con ser elemento importante, no juega un papel decisivo en la configuración ideológica y pragmática de los individuos.