Siempre que desaparece un periódico de izquierdas surge la misma lamentación. El tópico de sostener que la pluralidad informativa pierde unos enteros. Se trata de un tópico que, por serlo, lleva parte de verdad. Cuantas menos voces, mayor es la amenaza de quedarse con una sola versión no sólo de lo que sucede a los demás, sino, sobre todo, de lo que nos sucede a nosotros. Y mucho más grave aún: una voz menos para no ocultar lo que realmente sí pasa a los demás y nos pasa a nosotros mismos.
Y es que, aunque duela decirlo, la pluralidad informativa le importa a la gente, en general, un pimiento, y a la izquierda, en particular, otro pimiento.
La gente compra los periódicos de toda la vida, porque, como dicen, están acostumbrados a su lectura. Y, además, ya saben perfectamente de qué pie o de qué tobillo cojea dicho periódico. ¡A ellos les vas a decir tú, que llevan desde tiempos del abuelo leyendo dicho papel!
La compra del periódico se convierte así en un acto rutinario, y no un acto performativo, de los que tienen repercusiones en distintos ámbitos de la vida de cada uno y, por tanto, de los demás. Rara vez el personal se detiene a considerar de qué modo y manera la prensa que lee modifica o no su estatura ética, política, informativa y cultural. Admito otro tipo de conclusiones, pero sugiero que la gente no le da ninguna importancia simbólica al acto de chutarse en las cisuras todos los días el mismo punto de vista narrativo e interpretativo de lo que pasa en el mundo. La gente piensa que sus pensamientos son propios, personales, que nacen únicamente de sus vísceras y que, en realidad, lo que dicen y no dicen los periódicos a ellos no les hace ninguna mella. Son lo suficientemente inteligentes para que nadie les pueda engañar. Además, y como suelen añadir como argumento contundente, los periódicos dicen todos lo mismo. Extraña conclusión cuando la mayor parte de las personas son lectores de un solo periódico. Si sólo lees un periódico, ¿cómo sabes que los demás papeles dicen lo mismo?
No. Los periódicos no dicen todos lo mismo, ni lo dicen de la misma manera. Lo dicen de modo tan distinto que los hechos hasta parecen completamente diferentes, según lo cuenten unos o lo manipulen otros.
El periódico de papel Público ha desaparecido. Dicen que parte de la culpa de este sentido óbito la tiene la crisis por la que atraviesa la empresa periodística en España. Seguro. Pero ya es casualidad que siempre les toque la china traicionera a los periódicos que presentan un marchamo de ideología de izquierdas y, mucho mejor aún, decididamente laico que es, por lo que se ve, una cualidad intrínseca de dicho carácter.
¿Conque la culpa es de la crisis?
Me van a permitir el exabrupto porque no me lo puedo aguantar.
Público se ha ido al garete por culpa de la gente de izquierdas que sigue comprando periódicos de derechas. Que sí, que ya te he oído, que no hace falta que grites tanto. Ya lo sé: “Cada uno compra el periódico que le sale de sus esfínteres. Porque uno, ¿me oyes bien?, es libre de comprar el papel que le dé su realísima voluntad”.
¿Es libre la persona a la hora de autodeterminarse en la compra del periódico de cada día? ¿No será que, sumidos en una enquistada servidumbre voluntaria colectiva, no se repara en el porqué de nuestros actos?
Spinoza señalaba que el hombre, la mujer también, sabía para qué hacía las cosas, pero ignoraba su porqué. Y que esa falta de lucidez o de clarividencia era origen de muchos desaciertos, decisiones en falso y, sobre todo, fuente primordial de la infelicidad del género humano, aburrido por naturaleza y ocupado en miles de tareas, creadas por el Leviatán de turno para no caer en el suicidio.
Lo diré sin metaplasmos. ¿Puede un sujeto de izquierdas comprar periódicos de derechas? Por supuesto. Lo viene haciendo desde siempre.
Ensayemos por el otro flanco de la ética política del asunto: ¿Debe hacerlo?
Considero que el compromiso político mayor que puede hacer una persona de izquierdas no consiste en votar a las izquierdas en unas elecciones, sino en no comprar periódicos de derechas.
Es inconcebible que socialistas de toda la vida, con familiares asesinados durante el franquismo, sigan comprando periódicos de derechas que en esos aciagos días de 1936 eran, porque lo llevaban en su genoma fundacional, periódicos fascistas y que, ahora, han devenido demócratas reciclados por el túrmix de las circunstancias. Es sangrante ver a familias de fusilados navarros comprar todos los días el periódico que participó con todo su ardor guerrero fascista en aquella masacre, en preparar el ambiente y en justificar la ola de terror implantada por Mola. Un periódico que, desde sus páginas, pedía a la población civil que “cooperase en la obra depuradora que hemos emprendido”.
Es verdad. El periódico actual no tiene responsabilidad alguna retrospectiva, pero no es casualidad que mantenga oculto el mismo espíritu de aquella cruzada, toda vez que en ningún momento ha levantado la voz para pedir perdón por aquellos actos de barbarie que perpetró con premeditación y alevosía padre putativo del 36.
Y, ahora, un matiz. No digo que no lo lean este periódico y otros de semejante hechura. Digo que no los compren. ¿Que quieren seguir leyéndolos? Lo tienen muy fácil. Por regla general, dada su autosuficiencia económica, los periódicos de derechas suelen estar presentes en la mayoría de los bares y cafeterías de este país. Así que la solución es bien fácil. Entro en un bar, me tomó un café y, de paso, leo gratis el papel del día.
Es incomprensible que la izquierda siga sin comprender que lo peor que se le puede hacer a la derecha es darles donde más les duele, es decir, en no invertir un euro en la compra de sus propias ofertas ideológicas.
Que Público haya desaparecido revela, más que otra superficie del fondo de la cuestión, que la izquierda sigue sin enterarse de lo que supone sostener en la práctica, y no a pie de urna, que también, a quienes defienden una ideología de izquierdas.
El resto, lamentaciones de sirenas, y no, precisamente, de las que asediaron a Ulises.