No quiero establecer una relación conductista entre las formas de actuar y las maneras de fijarlas lingüísticamente. No me refiero sólo a la violencia verbal contenida en casi todas y cada una de las intervenciones públicas de algunos ministros actuales, sino, también, a la deficiente expresión lingüística en la que una y otra vez incurren estos preclaros cerebros, que, en palabras de su corifeo mayor, eran los más privilegiados aunque no hubieran pasado previamente por un escáner de talentos.
La ministra de Trabajo, doña Fátima, que, en apariencia, se muestra afable y sonriente como una hipotenusa, demostró en la última contienda dialéctica en el Parlamento un carácter que yo creía pasado de moda y que sólo los negreros de La cabaña del Tío Tom usaban con violencia de geiser. Su manera de zanjar una polémica arreando un manotazo al brazo del micrófono consiguió comunicarme más del talante autoritario y tentetieso de esta hoplita de Rajoy que su defensa pavorosa de la Reforma Laboral.
Como he dicho, no sé si las formas expresivas verbales deficientes, impropias de gente con carreras aunque algunos no las hayan cursado, expresan, también, un fondo de desprecio y de superioridad con relación a quienes se dirigen cuando lo hacen, porque lo habitual no es dirigirse a ellos, sino que, inmersos en un autismo estomagante, se limitan a mirarlos como si fijasen su pupila en un punto fijo del espacio.
A la vicepresidenta le convendría pasarse por el despacho del Director del Cervantes, ahora que tendrá rango de secretario de Estado, y que García de la Concha le aleccionara acerca de ciertas expresiones, ya que cada vez que las utiliza conculca su correcta expresión. Debería enseñarle que no puede decir que un proyecto o una propuesta de la izquierda “hace aguas”, porque, además, de ser una cosa muy fea, es mentira. Y no, como se verá, porque sea de la izquierda.
Lo siento por García Concha porque tendrá que verse en la ominosa situación de explicarle a la vicepresidenta que hacer aguas puede de ser dos clases, mayores y menores. Le dirá con mucha delicadeza y metáfora que sobre las mayores suele pagarlas, si son en exceso y en alud, como diría Quevedo, el recto, mayormente conocido como ano, y que es perfecto porque tiene la forma del astro mayor. Y si son menores, le sugerirá muy sutilmente que, entonces, habrá de disponer que la cámara acarree un buen cargamento de dodotis, a la vista de cómo dicha infracción lingüística se perpetra una y otra vez. Si Sáenz Santamaría es adicta a dicha expresión, convendrá con García de la Concha en que lo haga en singular, y no pasará, entonces, ningún desdoro mayor ni menor: “Señor Cayo Lara, su intervención hace agua…”.
He dicho que con media hora de lección sería suficiente para ilustrar a esta insufrible monosabia, pero me temo que García Concha tendrá que emplearse más a fondo como buen sparring de la lengua. La vicepresidenta del Gobierno tiene a gala hacer “análisis en profundidad” hable de lo que hable.
La verdad que, si los hace como dice, lo suyo es actividad de submarinista o de espeleólogo, que son, habitualmente, quienes bajan al fondo del mar o al de una sima para hacer análisis en la profundidad del piélago tenebroso o de la áspera espelunca, que dijera Góngora. Dudo, pues, que la vicepresidenta haga “análisis en profundidad”, porque si es así, ya me la veo gastándose sus emolumentos como ministra en la compra de equipos de buceo. Si consulta a García de la Concha es posible que éste le advierta de que la expresión de marras, para que tenga su efecto formal positivo, es “hacer análisis con profundidad”, que es como se estudian y se analizan los proyectos: con profundidad. Aunque, a decir verdad, no tengamos ni repajolera idea de cuánta profundidad se está hablando.
Reconozco, sin embargo, que el mayor asombro lingüístico de estos primeros meses de legislatura –no “singladura parlamentaria”, señora vicepresidenta. Una singladura es la distancia recorrida por una nave en 24 h, que ordinariamente empiezan a contarse desde las 12 del día-, me lo ha proporcionado quien menos iba a imaginarlo: el ministro de educación, cultura y deporte.
Cada vez que abre su pico, deja caer su carnaza palabrática a los pies de quienes la estamos esperando para celebrarlo. Sus torpezas, que él eleva a categóricas decisiones sublimes de su departamento, vienen acompañadas por sus correspondientes expresiones defectuosas. No sólo se prodiga en utilizar la expresión “en relación a” en lugar de “en relación con” o “con relación a”, sino que, para mi artera alegría, reconoció que “enviaría a la mayor brevedad posible un estudio para elaborar una ley antidopaje”.
Estoy convencido que el señor Mayor Brevedad Posible tiene que disponer en la casa donde viva toneladas de misivas que habrá recibido en estos últimos quince años. Ministro Wert: las cartas se envían, cuando apremian, con la mayor brevedad posible. Si no, lo más lógico es que dichas cartas acaben todas ellas en el Mar Muerto donde dicen que vive Mayor Brevedad.
Termino refiriéndome al ministro de Interior, cuya intemperancia verbal va pareja con la contundencia de sus gestos y de su tono. Así le pasa. Cada vez que suelta una, tiene que envainársela con la subsiguiente explicación.
Hace unos días, hablando de los presos de ETA, se refirió a las “circunstancias que rodearon sus asesinatos”. El señor Fernández y sus circunstancias deberían saber que éstas siempre rodean. No lo pueden evitar. Es marca de la casa. El prefijo circum lo dice claramente: alrededor. Circunstancia: lo que rodea. En la próxima ocasión, en lugar de ser redundante, haga un esfuerzo mental y especifique cuáles eran esas circunstancias, si agravantes, atenuantes, eximentes o paralelepípedas.
Puestas así las cosas, es verdad que, ojalá, todas las infracciones de la “ministrada” del PP fueran sólo meteduras de lengua
Desgraciadamente, su lenguaje es performativo, es decir, de los que se derivan acciones contundentes contra quienes ni piensan ni sienten igual. Su lenguaje, con errores de bulto, común a la especie del mono gramático, tiene un matiz diferenciador actualmente: es un lenguaje que se acompaña por la ortodoxia de una violencia que, en momentos, raya con la venganza.
Tanta que parecen olvidar que son Gobierno. En estas circunstancias, no me extraña que cambalacheen tanto la lengua, como diría un personaje de Galdós. ¡Es que lo cambalachean todo, señor Mendizábal!