Hace unos meses, el novelista F. Aramburu culpaba genéricamente a los escritores vascos de ser unos esclavos de la gleba ideológica de quien les da de comer. Obviamente, se trata de un pleonasmo. ¿Acaso no come él del pesebre de quienes comparten con él su perspectiva política e ideológica? Supongo que, viviendo en Berlín, no será tan ingenuo de pensar que si él defendiera en sus novelas a las víctimas propiciatorias del Estado, las editoriales Alfaguara, Tusquets, la Real Academia, la crítica oficialista, le iban a reír sus gracias novelescas. Por mucho y bien que escribiera, sería imposible que fuese portada de ningún periódico afín al españolismo, tan demócrata él, del Estado.
¿Cómo se coarta la libertad de un escritor?
Aramburu consideraba que los vascos no son libres porque, según él, han guardado cómplice silencio ante ETA, mecanismo de dejadez moral que les ha supuesto seguir comiendo del pesebre vasco.
Ignoro qué patente de corso posee Aramburu para repartir cédulas de identidad ética. Para sostener lo que dice, tendría que haberse leído todo lo que los escritores vascos han escrito durante estos diez últimos años. ¿Lo ha hecho Aramburu? ¡Qué, diantres, lo va a hacer estando en Berlin! Por poner un ejemplo, está claro que no leyó en su día aquel artículo titulado “La violencia no es cobijo” del año 2000, y firmado, entre otros, por Atxaga y Lertxundi.
Y, si han existido escritores vascos que compartían las tesis de ETA, ése habrá sido su particular e intransferible reconcomio. Ignoro qué comparte Aramburu con los actuales políticos del Estado de Derecho, pero seguro que dichas afinidades no le hacen ni mejor ni peor escritor.
Ser terrorista y escritor no es un oxímoron. Muchos no pueden aceptar esta realidad, pero es así. En realidad, nadie ha demostrado que el hecho plausible de guardar silencio ante ETA te hace mejor novelista. Del mismo modo que ser un degenerado o un carmelita descalzo, tampoco. El tema elegido no mejora la novela, sino el tratamiento literario, que se da a la masa verbal. Del mismo modo, tampoco está demostrado que recibir dinero del Banco Europeo mejora la adjetivación del escritor. Quinto Horacio Flaco, el gran poeta latino, recibió ayuda económica de Cayo Mecenas –de ahí lo de mecenas y mecenazgo-, y nadie, cuando leía sus poemas, consideraba si aquella protección augusta se reflejaba en el acento de sus versos.
La idea motriz que subyace en la infantil acusación de Aramburu es que quienes reciben ayudas de la “gobernancia vasca” es para que sellen la boca y no denuncien a los sedicentes vascos. Pero Aramburu no demuestra que ese supuesto silencio, repercuta necesariamente en la bondad o maldad literaria.
¿Qué es de lo que se trata cuando hablamos de literatura? ¿De la valentía y la cobardía de un escritor ante unos hechos políticos y sociales? La cobardía y la valentía no constituyen valencias literarias, sino resortes morales que nadie puede exigir bajo supuestas superioridades éticas.
Resulta sarcástico que se exija a los demás dicho imperativo categórico cuando se ha repetido hasta la saciedad que la instrumentalización de la literatura hace que ésta se devalúe hasta volverla irreconocible. Al parecer, defender ciertas causas transforma la literatura en algo maravilloso. Y otras defensas la convierten en algo denigrante.
Nadie es quién para decir a alguien qué es lo que tiene que escribir, ni a favor o en contra, en activa o aoristo griego. Quien así hablase demostraría un egocentrismo y paternalismo moral estomagante. Además, si tal dejación se considerase como cobardía, habría que añadir que se trata de un mecanismo psicológico, pero no literario.
¿Cómo medir la cantidad de cobardía o de valentía latente en cualquiera de las novelas que escriben los novelistas actuales? Según el diapasón moralizante, ¿cuántos escritores españoles de hoy son unos cobardes por no escribir novelas denunciando la denominada transición democrática, la novela contra los fondos reservados del Estado y la corrupción reinante?
Antonio Muñoz Molina aseguraba que la novela española, que escribían él y sus amigos, de gran arrojo moral y valentía ética, como es sabido, se consolidó gracias al Premio Planeta, ya que por los emolumentos recibidos, algunos escritores, él y cinco más, pudieron dedicarse a escribir sin preocuparse de fichar todos los días en la fábrica, en la mina, en el ayuntamiento, o en el paro. En ningún momento, Muñoz Molina consideró que los dineros recibidos del premio más corrupto de España invalidaban su literatura y la de todos los que doblaron el espinazo a los requerimientos de Lara father. Pero Muñoz Molina es un Grande de España porque, naturalmente, condenó ETA, e, incluso, dijo aquello tan evangélico y radical de “dejad que los vascos se maten entre sí”
Si se parte del a priori de que toda subvención o premio capa las cualidades protestonas del escritor, entonces habría que preguntarse qué sucede con las subvenciones y premios que reciben los escritores españoles. O me van a decir a mí que estas subvenciones y lisonjas se conceden por la gracia de Dios, sin contaminación alguna, sin contraprestación alguna.
¿Acaso cuando alguien escribe una novela sobre las víctimas de ETA, piensa que lo que está escribiendo está libre de cualquier imposición o censura? La censura no sólo procede del exterior. También anida en el interior de cada uno y produce tantos desvaríos como la censura tradicional del cura rijoso.
El mecanismo de escribir por miedo a ETA o por el afán de congraciarse con quienes tienen el poder económico o político, no es idéntico, desde luego, pero su funcionamiento participa de las mismas servidumbres interiores a las que, como escritor, uno tiene derecho, o no, a ejercer. ¿Libremente? A saber.
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