– ¿De dónde surgió la idea de hacer un repaso a la mentira literaria española?
En realidad, yo no hablo en ningún momento de mentiras ni de verdades literarias, sean relativas a la literatura española, catalana, vasca o gallega. Sería tan pretencioso como inmoral hacerlo. Pues no tengo ni idea en qué consiste la verdad o la mentira literaria. Para mí la literatura, como concepto geométrico-espacial, no ocupa ningún lugar, es el No lugar. De ahí que en ella quepa de todo, y es uno, el lector, quien debe autodeterminarse acerca de su verdad o su mentira. Lo que no acepto es que venga alguien y sostenga, encima sin argumentos de peso, que éste o aquel escritor son La literatura.
Si verdad es lo que uno tiene como verdadero, lo único que yo he hecho es pasar por el cedazo de la crítica, algunos la califican como mordaz, lo que dicen escritores y críticos, no sólo sobre literatura, sino, también, sobre aspectos colaterales, como diría la jerga militar obtusa, de la vida.
El discurso que aparece en ciertos críticos forma parte de la construcción de una mirada literaria interesada y sujeta a unos criterios tan poco solventes como poco discutidos. Pero, quizás, no lo sé, es posible que la crítica literaria no haya evolucionado porque la literatura española sigue estando donde la dejaron los escritores sénior de los 50. Porque es muy probable que tengamos la crítica que nos merezcamos en función de los escritores existentes.
Las novelas actuales repiten una y otra vez los mismos esquemas narrativos que estaban en el realismo y no exigen una crítica literaria audaz y creativa. Parecen incompatibles entre sí. En mi opinión, tanto el pensamiento literario como el pensamiento crítico están en horas muy bajas. Un escritor que rompiera drásticamente con los mecanismos narrativos utilizados hoy día sería un escritor incomprendido. Y los primeros en no comprenderlo serían los propios críticos. Prueba de ello es que estos críticos siguen celebrando la aparición de una novela de Pérez Reverte o de Marías como si se tratase de una nueva Ilíada. Y lo cierto es que ambos escritores son atosigante repetición.
¿Has tenido algún problema después de la publicación de este libro?
La gente que pertenece al stablishment literario es mucho más lista que todo eso. La mejor coartada contra alguien que anuncia su desnudez es silenciarlo, que es lo que se ha hecho con Fuera de lugar, y con mi anterior publicación De brumas y de veras. Claro que siempre hay bocazas que te asocian con una banda de malhechores y pendencieros, incluso terroristas, como hizo el extinto Conte, para quitarse de encima el citado De brumas y de veras.
La única consecuencia que he padecido es que no se hable de mis libros en ninguno de los suplementos literarios. Pero eso es lógico y justo que así fuera. A la mayoría de los críticos de esos suplementos les he negado el carné de críticos y que estuvieran haciendo algo por la literatura. A lo sumo, lo hacían por el mercado editorial. Cuesta entender que sujetos como Juristo, Ayala-Dip, y otros que ahora no nombro, sigan en los periódicos destrozando, no sólo los libros que comentan, sino mostrando cada día que pasa una prosa más que desalmada, artrítica. Son críticos a los que los libros maravillosos que leen no parece que les ayude a escribir mejor.
¿Practicaste la autocensura, te censuraron alguna parte los editores?
Uno de mis defectos es decir de forma clara y directa lo que pienso y poniendo siempre encima de la mesa los nombres y los apellidos, cuyas ideas y tópicos pongo a horcajadas de asno. Ya sé que es el mejor método para no tener amigos. Tampoco importa gran cosa. Los amigos para lo que sirven es para hacerte una necrológica falsa cuando te mueres. Mientras vives, a los amigos sólo les interesa su propio ego y su cartera. En este sentido, resulta patético leer las últimas necrológicas dedicadas al bueno de Félix Romeo. Leyéndolas parece que hubiéramos asistido al óbito de la Inteligencia, representada por el más sabio de los sietes sabios de Grecia y Roma juntas. Romeo, como tantos críticos y como la mayoría de los que deambulamos por este mundo, no aportó absolutamente nada a la literatura. Ni como crítico ni como autor. Se limitó a vivir con pasión lo que más le gustaba. Como otros hacen con el mus o con la televisión. Lamentablemente, nadie se acordará de él. ¿Alguien se acuerda ya de Gómez de la Serna, de Umbral, de Conte, de Vázquez Montalbán? Ubi sunt?
En cuanto a la autocensura, sólo la cultivo en un sentido muy estricto: jamás me meto, ni me meteré con el aspecto físico de nadie. A mí sólo me interesa el comercio de las ideas. Y ni que decir tiene que si un editor considera que debo censurar un libro mío hasta hacerlo irreconocible, la respuesta será una espantada por mi parte.
Al hilo de estas consideraciones, debo decir que sí me han censurado artículos solicitados para algunas revisas especializadas, tanto que los editores terminaron por no publicarlos. ¿La causa? Alegaron el tono de mis textos, pero, en realidad, lo que les molestaba era lo que decía en ellos. Que a estas alturas se moleste alguien por la forma en que escribes –donde no injurias ni vilipendias la persona de nadie, sino sus ideas o sus estereotipos-, es para troncharse de risa. Un lenguaje censurado, sea el que sea, siempre terminará siendo un pensamiento trunco.
– ¿Has podido entrevistar o hablar con algunos de los escritores que aparecen en el libro? Si es así, ¿qué has conseguido con el intercambio?
No llevo vida social de ningún tipo. Y, menos aún, vida literaria, lo que me parece una sublime estupidez. Vivo en un pueblo de muy pocos habitantes y no mantengo intercambio alguno con ningún escritor. Ni siquiera por email. Nada. Eso no quita para que haya conocido en vivo y en directo a bastantes escritores de los que aparecen en el libro. Cuando publiqué el primer libro de esta serie, De brumas y de veras, la editorial recibió varias felicitaciones de algunos escritores. A mí, personalmente, no me escribió ni el lucero del alba. Fue el escritor Carlos Pujol el único que se atrevió a publicar una reseña en defensa de ese libro. En cuanto al otro libro, Fuera de lugar, el único que ha tenido agallas para hacer su reseña ha sido Gregorio Morán, también en “La Vanguardia”. Lo calificó como el mejor libro del año, como si fuera un buen vino de crianza. La crítica de Gregorio Morán me agradó mucho. Tengo que añadir que no lo conozco personalmente aunque haya leído varios de sus libros.
El intercambio con escritores a quienes has puesto a morir sería un intercambio dialéctico digno de verse. Pero rara vez se puede contemplar semejante espectáculo. En este país, quienes hacen crítica en los periódicos son amigos de la mayoría de los escritores. De este modo, no es de extrañar que estén todo el día dándose jabones y colonias. Hay casos un tanto patéticos, como el caso de Pérez Reverte. El hombre habrá terminado por creerse que es hijo putativo de Cervantes o, por lo menos, de Dumas. El desmesurado elogio que le han prodigado habrá terminado por cerrar el círculo en que Pérez Reverte se mueve, ahogándose en sus propias babas. Seguro que ha olvidado que la mejor manera de parar la evolución de un escritor es decirle que es una emanación de Cervantes. De este modo, Pérez Reverte no escribirá jamás una obra genial. En parte, la crítica se lo habrá impedido.
– ¿Cómo se puede luchar contra estos poderes fácticos que rodean el mundo editorial?
Los poderes fácticos o perifrásticos tienen nombres de empresas, de editoriales y de periódicos concretos. Pero acusar al mercado de todo lo que pasa en este ambiente es dar palos de ciego y de tullido. El Mercado produce todo lo bueno y lo malo que existe. Es un Saturno que devora hasta a sus mejores hijos. El dinero es la única literatura grande y verdadera que conoce. Así que, ¿cómo luchar contra este mastodonte en cuyas tripas quieren entrar, paradójicamente, la mayoría de los escritores emergentes?
Entiendo que una manera posible de detener esta pantomima consistiría en formar literariamente a los futuros lectores, tanto en las escuelas como en los institutos y en la universidad.
Mientras el sistema educativo no asuma dicha formación como un objetivo de higiene y profilaxis crítica y creativa, el ciclo se repetirá clónicamente: escritores mediocres, infumables, malos con solemnidad, seguirán apareciendo en las páginas de los periódicos como si fuesen los reyes del mambo sintagmático.
Una persona sin formación literaria, intertextual, es imposible que pueda leer a los escritores que han hecho de lo literario la razón y fundamento de su literatura. Si la gente acepta esta situación bestselleriana intrínseca de la literatura, no es por casualidad. Es el resultado de una deficiente formación literaria. Y más que deficiente, inexistente.
– ¿Qué autores españoles e internacionales aprecias? ¿Por qué?
Soy poco dado a este tipo de efusiones líricas y sentimentales. En parte porque nunca he considerado a ningún escritor, sea español o congoleño, necesario e imprescindible para nada. En mi mapa literario, lo más selvático que uno pueda imaginarse, no entran escritores necesarios ni imprescindibles. Porque ninguno lo es. Se puede prescindir de cualquiera y el mundo personal seguiría igual de rutinario y de maravilloso. Sí, existen frases grandilocuentes del tipo “la lectura de Mann me cambió la vida y la mirada”. Estupendo. A otros, en cambio, les descubrió un modo de aburrimiento fantástico. Leen a Mann cuando les falla el valium en la mesilla de noche.
Lo que no quiere decir que mi relación con los libros, que he leído, me hayan gustado unos más que otros, pero ningún escritor me ha gustado con la totalidad de sus libros. En particular, puedo asegurar que, en la mayoría de los casos, leído uno de sus libros, leídos todos. Con una excepción sobresaliente: Georges Perec. Es el único escritor de los que he leído que siempre me ha parecido distinto en cada una de sus creaciones. Pero el resto, los Muñoz Molina, Millás, Marías, Montero, Grandes, son más repetitivos que los índices de las Bolsas en épocas de crisis.
– ¿Nos recomiendas algún libro extraño, extraño, extraño? ¿Y otro que te cambiase la concepción de la literatura?
De los libros “extraños” que he leído recuerdo Impresiones de África, de Raymond Roussell, La vida instrucciones de uso, de Perec, Memorias privadas y confesiones de un pecador justificado, de James Hoggs, Champavert. Cuentos inmorales, de Petrus Borel, Larva, de Julián Ríos, los libros de Jardiel Poncela y de Cristóbal Serra, y alguno de Gómez de la Serna, cuya originalidad no he visto superada por ninguno de los autores que se prodigan tanto en periódicos y revistas del carajo decir.
Lo que ya es más difícil es encontrar libros que cambiasen mi concepción de la literatura, porque ni siquiera estoy seguro de haber tenido jamás una concepción de la literatura; de literatura, ni de nada.
Yo pienso sobre la marcha. No tengo ideas preconcebidas o precocinadas. Me gusta pensar sobre lo que pasa y lo que leo en clave de presente. Es mi particular carpe diem. Sí, es cierto que he tenido experiencias que me hicieron pensar si lo que leía era literatura o un prospecto de cómo fabricar hormigón.
Me pasó con la novela de Juan Benet, Volverás a Región. Empecé a leerla cuando tenía dieciséis años. Leídas las primeras veinte líneas le pregunté a la bibliotecaria si aquel libro era una novela o un tratado de geología. La bibliotecaria me respondió que si el libro estaba en la estantería de las novelas, sería porque era una novela. Me costó dos esguinces cerebrales leerla, pero nunca me arrepentí de hacerlo. Aquella novela no se parecía en nada a lo que había leído hasta entonces: A. Christie, Salgari, Karl May, C. Doyle, Stevenson, Richmal Crompton, Baroja, W. Scott… No sólo conocí una forma distinta de escribir, sino, también, una manera distinta de proporcionarme un aburrimiento oceánico. Hasta ese momento, yo pensaba que la literatura era incompatible con el aburrimiento. Toda la vida he estado agradecido a Benet por este finísimo descubrimiento.
Distinta impresión literaria experimenté leyendo Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy, novela donde descubrí mecanismos narrativos desconocidos y algo que me gustó mucho: la ironía y la mordacidad. Y, finalmente, tendría que citar la novela española más transgresora de todos los tiempos después de El Quijote, Larva, de Julián Ríos.
A lo que cabría añadir que ninguna de estas novelas influyeron para nada en mi manera de escribir; ni en las novelas que tengo guardadas en un cajón. Pero siempre es saludable considerar que desde muy joven entendí que la literatura era un espacio donde cabía de todo que tuviera relación con la inteligencia creadora de una persona. Incluso, Corín Tellado y Marcial Lafuente Estefanía y, por supuesto, mi adorado Zane Grey.
¿Qué concepción literaria puedo tener alguien a quien le encantan libros de naturaleza tan variada y distinta como la que puedan representar Cervantes, Danilo Kiss, Freud, Borges, Savinio, Proust, Flaubert, Stevenson, Ribeyro, Chandler, Calvino, Perec, Homero, Joyce, Kafka, O´Henry, Bierce, Thurber, etcétera? Ninguna. Lo que no quiere decir que me chupe el introito a la hora de juzgar las obras que leo.
Qué conclusiones, que no aparecen en el libro, te gustaría manifestar?
Ninguna. Las conclusiones huelen a habitación cerrada. Lo que está concluso está muerto. En este sentido, no hay epílogo que valga. Sólo el que quiera ponerle el lector.