El periódico de Cordovilla tiene una sección –“Diario en el recuerdo”- donde rescata del pasado lo que supuestamente sucedió hace 100, 75, 50 y 25 años, respectivamente.
Como son muy pocas cosas de su pasado las que Diario puede recordar que le den timbre y gloria democráticos, su memoria, más que selectiva, es de un cinismo aterrador. Los fragmentos que concita, dado que están descontextualizados y carentes de las causas que los explican, manipulan de forma interesada lo que evocan. Y lo hacen con la pretensión de aparecer en dichas efemérides como un periódico adelantado de la democracia y del Estado de Derecho. Cuando no ha sido ni una cosa, ni otra.
El 24 de junio de 2011, traía un fragmento del que fuera su director, Raimundo García, alias Garcilaso, fechado hace 75 años, o sea, en 1936, pocos días antes del golpe fascista. García era entonces diputado independiente por el Bloque de Derechas, y, con el seudónimo de Ameztia, escribía: “Habrán observado ustedes que ya se habla públicamente del caos. Desde don Miguel Maura a don Indalecio Prieto, es incontable el número de republicanos que hablan del caos en los periódicos. Y en las conversaciones particulares no digamos. Supongo que ahora no se reirán ni enfurruñarán aquellos que se enfurruñaban o se reían cuando aquí hablábamos del caos a su debido tiempo”. Entiéndase. Un caos mundial justificaba un golpe de estado.
Dejando a este cínico Garcilaso durmiendo en el sueño de los fascistas más dañinos que sembraron en Navarra su ideología –“prepararon el ambiente”, como diría su discípulo amado Ollarra en 1962-, evocaré algunos fragmentos que nunca el Diario actual consignará en sus efemérides relativas a los meses julio-agosto de 1936. Antes, repetiré que Garcilaso, a quien atribuyo un papel decisivo en los preparativos del golpe antes, durante y después y no meramente decorativo, no actuaba solo. No me refiero a su íntima connivencia criminal con Mola, que eso ya es hagiografía aceptada, sino a quienes compartían con él sus desvelos de consumado fascista.
Convendría airear que Diario de Navarra, como ente jurídico y administrativo, fue tan responsable del golpe como su Director. La línea editorial golpista se discutía en la tertulia organizada en el despacho de Garcilaso. En ella participaban, el director, el subdirector Eladio Esparza, Gerardo Larreche y Pedro Uranga, en representación del consejo de administración, y Luis Ortega Angulo, de Renovación Española. Esta perla se la debemos a la incontinencia verbal de Ollarra, que la desgranó el 21 de julio de 1944, una época en que los fascistas gozaban de una impunidad periodística insultante. Seguro que hoy, el ilustre Gallo peleón venido a menos no se atrevería a cacarearla. Entonces, dicha forma de trabajar en comandita lo tenían a gala demostrando que el Diario era una piña fascista respecto al golpe, al desarrollo de la guerra y, ya no digamos, en relación con “la culona” (Franco), al decir de Queipo de Llano.
Aunque Garcilaso negase por activa y por pasiva que en Navarra no existían preparativos armados en contra de la República, lo cierto es que la élite local navarra, el famoso Sanedrín, se reunía en la tertulia del Casino Principal para seguir y aprobar los pasos que se estaban dando en ese sentido. Allí se podría ver a los Sagués, del Crédito Navarro, de la Vasco Navarra, cuyas familias estaban emparentadas con lo más notable de Pamplona, los Arraiza, los Jaurrieta, los Baleztena, los Garjón y demás gerifaltes reaccionarios. A ellos se unían el conde Rodezno cuando venía a Pamplona, los Azcárate de la Unión Navarra de Aizpún y Gortari. Lo contaría, el 11 de junio de 1993, alguien que jamás se arrepentiría de ser un fascista nato y conspirador, Jaime del Burgo. Seguro que ninguna de estas noticias aparecerá en “Diario en el recuerdo”.
Tampoco publicará que Diario de Navarra se reservó el repugnante gusto de ser el único periódico que editó en primera página el bando de Mola, impreso en los talleres del propio papel. La misma negativa mantendrá respecto al hecho de convertirse en el portavoz oficial de la sublevación durante el resto de la guerra. Tampoco veremos en esas páginas un recordatorio hacia el Comandante Jefe de la Guardia Civil, Rodríguez Medel, fiel a la República, y que se opuso a Mola. Fue asesinado alevosamente. Diario contó que la muerte del militar “fue consecuencia de un accidente desgraciado ocurrido en el cuartel”. Estaría bien que el papel de Cordovilla recordara cómo Medel fue asesinado por sus subordinados con el consentimiento de Mola, y diera el nombre de sus asesinos, porque saberlos, bien que los supo.
Diario de Navarra jamás recordará su obsesiva incitación a depurar, no sólo ideológica, que eso ya lo venía haciendo desde su fundación en 1903, sino, incluso, físicamente, a quienes no comulgaran con los ideales del terror de Mola. En ningún momento pedirá que cesasen los asesinatos que impunemente se estaban cometiendo, y de los que tenía pleno conocimiento. En Navarra jamás hubo frente de guerra. Y bien sabe Diario por qué no lo hubo.
Desde un principio, se puso en marcha una atroz inquisición depuradora. En este contexto, dará ánimos a la Junta Superior de Educación para que “ejerza la función sagrada de la justicia, aplicándola inexorablemente a todos cuantos hayan delinquido en la obra funesta de corromper y envenenar a nuestros hijos y a quienes pretendían perder la Revolución social, para que como antídoto seguro expurgue el veneno que hubiera en nuestra casa… ¡Padres navarros! ¡Alcaldes Navarros! ¡Navarros todos! Cooperar (sic) en la obra de saneamiento espiritual, en esta obra depuradora que hemos emprendido. No dejéis de mandar cuantos informes confidenciales podáis y se os pidan!” (26.8.1936). La cantidad de maestros republicanos que fueron asesinados daría cumplida cuenta del efecto de estas proclamas.
El mismo subdirector, Eladio Esparza, luego gobernador civil de Álava, sucumbirá ante este bárbaro delirio: “Se impone urgentemente la designación de una Junta de expurgación social, sin cuya autorización no pueda ser considerado como obrero apto para el trabajo a nadie que, por sus antecedentes de actuación izquierdista o de afiliado a organizaciones ya disueltas infunda recelos. El comunismo ha de ser extirpado aun en la zona de la mera sospecha. ¡Tendría que ver que mientras nuestros obreros luchan en los frentes, exponiendo la vida a la metralla de los rojos, vivieran los rojos tranquilamente en sus casas ganándose el jornal sin peligro ni zozobra” (18.9.1936).
Después de lo dicho, a nadie extrañará que Ollarra, entonces director del periódico, argumentara, para librarse de una multa gubernativa por las informaciones vertidas sobre los sucesos en Montejurra en 1968, que “en los preámbulos del Alzamiento Nacional, y ya no digamos en el decurso del mismo, si hubo periódicos y Directores de estos que contribuyeron al triunfo del Movimiento que redimió a la patria, entre ellos y no en segundo puesto, está Diario de Navarra.”
Así es. Nunca se dijo mejor lo que ha sido el Diario.
Tanto que no entiendo cómo hay gente que se empeña en que este papel condene la guerra civil, sus crímenes impunes y el franquismo de terror impuesto después de la guerra. Sería como pedirle que se hiciera el harakiri de su propia identidad. Un imposible. ¿Metafísico? No. Ético.