Cuenta J. Swift en “Los viajes de Gulliver” que los liliputienses “al elegir las personas para toda clase de empleos, siempre se tenía en cuenta más la moralidad que la capacidad o las grandes aptitudes”.
Hoy, sin embargo, la sensibilidad social tiende a exigir de la clase política ambas virtudes: moralidad, ética y principios, por un lado, y competencia, profesionalidad y especialización, por otro.
Si esta premisa liliputiense es verdadera, y estaría bien que lo fuese de forma pragmática, seleccionar a los candidatos más idóneos, para acceder a una banqueta municipal o sillón parlamentario, tiene que ser una tarea bastante difícil, complicada e incómoda.
Se agrava este incordio, si se repara en que existen personajes que contradicen el principio de Arquímedes y que, desalojando más de lo que pesan, experimentan un impulso hacia arriba muy superior al valor de su vida o ejemplaridad de sus hechos. Los conocemos a casi todos. Basta leer las listas de los candidatos en estas elecciones para echarse la mano a la cartera y decirse. “¿Pero cómo tendrá este tipo la barra de presentarse?”.
Pienso que se ha llegado a una situación tan esperpéntica que las elecciones tendrían que ser resultado de unas oposiciones. Nos evitaríamos que ingresaran en política -arte de lo posible, de lo real y de lo necesario-, personas incompetentes e inmorales.
Con el método de las oposiciones ganaría la sociedad varias cosas: un ahorro económico considerable; la estética de las calles y ciudades no se vería alterada por la presencia ominosa de carteles insufribles; y, sobre todo, nos ahorraríamos de escuchar un sinfín de tonterías, es decir, mentiras, injurias y vilipendios palabráticos.
Por si cuela, este método debería contemplar las siguientes pruebas.
En primer lugar, el currículum vitae no debería puntuarse. Ciertos políticos han dado ya tantas vueltas y revueltas al propio linaje que es preferible que no lo meneen más. Con tanto fuguismo y transfuguismo es imposible hallar el linaje verdadero de donde se procede. Por ello, será conveniente fijarse únicamente en la oposición en sí, y no en su para sí.
Las pruebas serán de doble tipo y, dado que en democracia la forma, el saber estar, la urbanidad se ha convertido en garante del sistema, las primeras afectarán a los aspectos formales del opositor. Las segundas, en cambio, tendrán más enjundia, es decir, apelarán al contenido, a la miga, al intelecto, al pesquis, a la estructura óseo-mental del opositor.
Veamos las primeras.
A). Pruebas de resistencia física. Formulada de forma desnuda sería como sigue: “Se someterá a los opositores a estar sentado durante una hora seguida en un sillón al que, previamente, por lo secreto y por sus bajos, se le habrá aplicado a una distancia prudencialmente rectal un brasero eléctrico. Aquellos opositores que muestren desfallecimientos visibles –cabezadas, sueños y fugas al mingitorio-, no son dignos de figurar en un Parlamento. Puntúeseles en consecuencia”.
B). Arte y confección en el vestir. Condúzcase a los opositores a unos grandes almacenes. Quienes logren cambiarse más veces de chaqueta en el menor tiempo posible, no lo duden: reúnen las mayores probabilidades de salir por la puerta grande de la oposición.
C). De habilidad codo-motriz. Sitúese a los concursantes en una parada de autobús en una hora punta o redonda. Quienes logren subir entre los cinco primeros, serán puntuados. El resto, cero. El jurado deberá mostrar especial predilección por aquellos que se caractericen por el uso abusivo de pisotones, codazos y empellones varios, porque muestran un conocimiento psicomotriz superior al resto en el arte desgraciado de trepar.
Las pruebas de contenido serán las siguientes:
A). Hablar mucho sin decir nada. Se solicitará que los futuros padres de su labia compongan un texto con el máximo posible de extensión y con el mínimo de significado. Pues la aspiración de un verdadero político es llegar a ser un mar de palabras en un desierto de ideas.
B). Demagogia en el razonamiento. Se les entregará un texto constitucional para el que se les pedirá tres interpretaciones distintas. Con un imprescindible requisito: la primera contradirá la segunda y la tercera aclarará el estado de la cuestión, y, si es pertinente, la cuestión del estado.
C). Aprender a olvidar. El opositor contará con pelos y señales los últimos diez años de historia del partido por el que se presenta. Deberá mostrar su capacidad para olvidar todos aquellos textos y hechos de sus líderes que comprometan la salud e ideología actual del partido.
D). Comentario de Texto. Medirá la capacidad dialéctica del opositor. Si éste es de derechas, se le presentará un texto –que comentará en folio y medio (en Canarias bastaría con un folio)-, con el siguiente contenido: “Defiende los planes de jubilación del Gobierno socialista”. Al de izquierdas, el texto vendrá a decirle: “La derecha tiene mejor plan económico para salir de la crisis”.
Al finalizar todas las pruebas, se entregará a los ganadores una imagen o una estampa del partido correspondiente con una leyenda que podrá elegirse libremente de estas dos.
La primera, tomada del libro “Alicia en el País de las maravillas” y que dice así: “Habiendo llegado hasta aquí, necesitas correr todo lo que puedas para permanecer en el mismo lugar”.
La segunda, tomada del libro “El principio de Peter” y que anuncia la siguiente bienaventuranza: “Has llegado a la meta final de tu incompetencia y por más esfuerzos vigorosos que realices no llegarás más lejos”.
Y colorín colorado estas oposiciones se han terminado.