Entre ciertos críticos y escritores, la calificación de la novela como género híbrido se está convirtiendo en un tópico con el que se pretende acallar, incluso, su falta de definición. Pues, como aseguran, hacerlo sería matarla. Así que nada mejor que sostener que la novela es género híbrido, además de anfibio, transversal, poroso, permeable, mestizo y proteico. ¿Algo nuevo? No. Baroja ya sostuvo que la novela era un saco remendado donde cabía de todo. Incluso, y avant la lettre, las novelas de Pérez Reverte.
Con el término híbrido se pretende cauterizar las posibles irritaciones conceptuales que origina la impotencia de definir este género; en realidad, subgénero, el modelo narrativo más institucionalizado. Y se dice género, aun sabiendo que se trata de otro concepto que suscita poco entusiasmo, ya que, según teóricos, la novela engloba todos los géneros en mezcla creativa. Caso de que la novela fuese un género, sería un género caníbal. Una especie de Nosferatu textual.
Y, ya puestos, podríamos preguntar: ¿qué es una novela híbrida, o transgénica, como dice alguno con recochineo?
La palabra hace referencia a la mezcla consciente, no sólo de los géneros existentes, sino, también, a ciertas técnicas narrativas que se pretenden originales, aun cuando su práctica estuvo siempre presente en la literatura. Iba a decir que desde Homero, pero para no asustar dejémoslo en desde Cervantes por lo menos.
Lo más reconocible sería la intromisión de lo ensayístico en lo narrativo. Pero, el cruzamiento del filósofo con el cura y estos con el narrador, ha sido una constante. Desde Cervantes, pasando por Sterne y Musil hasta llegar a ciertos escritores actuales, pocos se habrán librado del prurito de ejercitarse como novelistas híbridos. Es muy difícil que los escritores no sucumban ante las modas como hacen los adolescentes con acné.
Escritor híbrido puede ser hasta Juan Goytisolo, que era lo que le faltaba. Y lo sería con más derecho que muchos. Hasta la fecha, las novelas de Goytisolo recibían el adjetivo de pesadas y tostones. Ahora, se las podrá calificar de híbridas, lo que no se sabrá si esto quiere decir malas o peores.
¿Estoy sugiriendo que, cuando un escritor como J. Goytisolo puede ser calificado de híbrido lo puede ser cualquiera? No. Goytisolo, no sólo es ducho en insertar en una novela ensayos y artículos previamente publicados en diferentes medios, con lo que consigue aumentar las páginas de sus novelas cosa terrible, sino que, también, hace otras cosas dignas de la hibridez. Por ejemplo, suele difuminar las fronteras entre el personaje, el narrador y el autor empírico. Claro que lo que ocurre, entonces, es mejor no describirlo. De novelas-brumosas se convierten en novelas peñazo.
Con el ejemplo del escritor marroquí-barcelonés no quiero decir que escribir novelas híbridas sea fácil, pero resulta estimulante y consolador saber que hasta un novelista como Suso de Toro ya lo hizo en 1986, con su novela Polaroid, novela híbrida donde las hubiere. En ella, sucede todo en mezcla continua: imágenes, anécdotas fragmentarias, intromisión de múltiples voces, suspensión de las coordenadas espacio-temporales, la ficción convertida en autoficción… Una novela digna de Matías Gali. Junto con ello, insertaba materiales de acarreo, como listas de menús, conversaciones recogidas al vuelo, noticias publicadas en tablones de anuncios, fotos, y esquelas. ¿Artefacto original, por tanto? Tampoco. Todo esto lo hacía muy bien y con más humor E. Jardiel Poncela. Pero como este país es tan desconsiderado con los pobres, sólo se acuerdan de los híbridos Marías, Vila Matas y de cuatro o cinco sudamericanos, que publican en Alfaguara.
Convendría aclarar que lo híbrido no se reduce solo a introducir pastiches discursivos, unas veces, originales para la ocasión, y otras, refritos ya publicados y reciclados Lo híbrido hace incidencia en otros elementos más complejos, cuya presencia en la novela tampoco es original. Uno de estos elementos es fundir y confundir a posta lo que se llaman las “instancias narrativas”, es decir, el discurso del autor implícito con el del narrador, el de este último con un personaje y el de ése con el llamado, ahora, autor empírico, que ya son ganas.
La pretensión de quienes perpetran estas lindezas técnicas es, según dicen, renovar el género. Como afirma Vila Matas, sólo gracias a este carácter híbrido la novela “podrá renovarse para no quedarse palurdo o muerto” (El País, 14.9.2010). Por supuesto que se trataría de novelas que él escribe y similares.
No sé si el hecho de que el narrador de ficciones o de discursos se identifique o no con el autor real de la obra, cosa habitual en las novelas que quieren pasar como transgresoras híbridas, facilitará la renovación de la novela. Yo lo dudo.
Más aún. Sostengo que el hibridismo no mejorará la literatura. Tampoco la empeorará. Al fin y al cabo, su apuesta renovadora –que no lo es-, se basa en aspectos formales y en técnicas más o menos ensayadas desde el Antiguo Testamento. Romper barreras, combinando discursos de distintos géneros, narrativo, ensayístico, autobiográfico y otras variaciones textuales, es mermelada fabricada y consumida antes de que llegara el estilo indirecto libre de Madame Bovary y el monólogo interior de Joyce.
Cuando uno lee “Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy”, o, como ya he dicho, Don Quijote de la Mancha, la verdad es que en cuestión de técnicas, híbridas o transgénicas, poco margen de maniobra original queda a los escritores actuales.
¿Que con la novela híbrida quieren reflejar la vida fragmentaria, inconexa, difusa, sin entidad, que nos ha tocado vivir? Háganlo. Pero, luego, que no se asusten de que se los confunda con escritores costumbristas y realistas sui géneris.
Caso de que la renovación de la novela se diese, convengo en que no vendrá gracias a nuevas técnicas y un estilo impecable, sino por el pensamiento. Si se piensa de forma distinta, las formas vendrán sin problema alguno. Las formas no generan un pensamiento nuevo. Ocurre al contrario. Las formas se van como vienen. Las que inspiraron el surrealismo han desaparecido sin dejar rastro.
Quedaría por añadir un matiz un tanto enojoso. La mayoría de las novelas que se escriben siguiendo dicho marbete suelen resultar insufribles para el lector. El noventa por ciento de la gente lectora apuesta por novelas de corte tradicional, sin complicaciones estructurales; en definitiva, por una narrativa más novelesca que literaria. Escrita más por novelistas que por escritores. Lo que no quiere decir ni mejor ni peor.
Tiene cierta gracia cínica que estos escritores híbridos apuesten por la mezcla, pero jibarizando la historia, la trama, el argumento y la aventura. Les basta el estilo, la ambigüedad, la complejidad de la trama y convirtiendo la ficción en autoficción.
Es muy posible que la novela híbrida renueve el género de la novela híbrida, pero es más seguro que se quede sin lectores. Al fin y al cabo, los lectores de siempre no evolucionan tan rápidamente como las ganas de ser originales que carcome la escritura de algunos novelistas híbridos o transgénicos.