Con los obispos actuales habría que hacer lo mismo que con los forajidos del Oeste: declararlos fuera de la ley y exponer sus fotografías con la leyenda «Se busca».
La mayoría de sus declaraciones son actos de habla perlocutivos, de esos que incitan a la subversión, en este caso, no sólo contra la racionalidad, sino, lo que es mucho más grave, contra el Estado de Derecho y el Código Penal. Y, por supuesto, contra la propia Constitución.
Ahora que anda la RAE haciendo cambalaches con algunas palabras y letras, sería oportuno que se planteara la siguiente acepción que ofrezco de “obispada”; “acto de habla realizado con premeditada y alevosa intención teológica por un obispo tendente a minar la estatura política y moral, ya de por sí baja, del Estado de Derecho. Su realización como tal acto de habla está sometido a severas condenas por parte del Código Penal pues incita a la ciudadanía a subvertir el orden constitucional y democrático de la sociedad”.
En efecto. La palabra lo merece, y los obispos, también. Pues han hecho ingentes esfuerzos evangélicos durante estos últimos años para que dicho étimo se integre por derecho propio en ese Diccionario Académico para conocimiento general y particular de los ciudadanos, tanto creyentes como agnósticos y ateos.
Los obispos se han acostumbrado tanto a perpetrar obispadas que ya ni siquiera perciben su delito, aunque en el foro interno de sus conciencias saben que están cometiendo pecado. Mortal o venial es matiz que se escapa a mi nula capacidad casuística en estos menesteres de superchería.
Si el Gobierno fuese aplicado, y no un soplagaitas ante dichas manifestaciones eclesiásticas, tendría que haber sentado hace tiempo en el banquillo de los acusados a Rouco Varela, Cañizares, Sebastián, Martínez Camino, García Gasco, Reig Tapia, Osorio, Álvarez, y toda la cofradía episcopal andante.
Y ello por atentar, un día sí y otro también, contra la Democracia, la Constitución, el Estado de Derecho y la Humanidad, que no piensa ni siente como ellos. Y, sobre todo, debería romper toda relación copulativa con dicha institución, en especial, la que establece el anticonstitucional Concordato. Este sigue siendo teniendo la categoría infame de botín de guerra, y ya va siendo hora de que el gobierno se lo sacuda de su joroba.
Los obispos han vivido consumando obispadas a troche y moche, no con el consentimiento del gobierno, pero sí con la callada por respuesta que no sabe uno qué es peor.
La última obispada la ha perpetrado el papa Benedicto XVI en su viaje a Santiago y a Barcelona. Pero se trata de una obispada repe. El texto que leyó Ratzinger es el mismo que farfulló Rouco Varela en el Cerro de los Ángeles el año pasado. En esta efeméride, proclamó el cardenal gallego que la situación española era idéntica a la que se daba en Europa en 1919. Laicismo, anticlericalismo, relativismo moral y ateísmo eran sus señas protervas más características.
Ahora en 2010, el discurso papal, emborronado por Rouco, se ha limitado a cambiar el referente histórico, yéndose, ahí es nada, a las témporas de la II República, que la Iglesia, para variar, ha confundido con el culo. La gente ha protestado intentando mostrar que ambos momentos históricos se parecen entre sí lo que un besugo a un capón. Pero exigir a la iglesia rigor y exactitud históricos, es como pedir al papa que considere a los ateos personas, y personas humanas, si lo dice el obispo Martínez Camino.
Lo bueno de este discurso papal es que ya conocemos el diagnóstico que le merece a la jerarquía eclesiástica la situación española actual. Si la situación de la iglesia española actual es idéntica a la de 1931 –analogía que no seré yo quien pretenda borrársela de su mollera franquista-, sería profiláctico que aclarara qué es lo que se propone hacer a partir de él. ¿Comenzarán a planificar una nueva cruzada desde los púlpitos? ¿Hará lo mismo que hicieron sus predecesores, los cardenales Gomá, Pla y Deniel y Segura?
Si el cardenal Isidro Gomá y Tomás escribió la Carta colectiva de los obispos españoles, a requerimiento del propio Franco –detalle que le valió la repulsa del obispo de Tarragona, Vidal y Barraquer-, ¿estará dispuesto su eminencia Rouco Varela a escribir una “obispada” similar para que el respetable se entere de verdad a lo que está dispuesta la Iglesia para salir de esta situación que tantos dolores del bazo, digo del alma, le producen?
Claro que, si el Gobierno de Zapatero es tan oprobioso y tan perverso, sería bueno saber por qué razones teológicas acepta seguir siendo su concubina. ¿O no existen razones teológicas, y son sólo razones metálicas las que le obligan a ser for ever la puta de Babilonia (Fernando Vallejo dixit), por aquello de que el dinero, como decía Vespasiano a su hijo Tito, non olet?
Ciertamente, el dinero no huele, pero el comportamiento de la jerarquía eclesiástica resulta fétido. Así que, bien podría preguntar de forma retórica: ¿hasta cuándo el gobierno abusará de nuestra paciencia, permitiendo a la Iglesia que siga perpetrando sus apestosas obispadas? ¿Hasta cuándo el gobierno abusará de nuestra paciencia y de nuestros bolsillos, manteniendo a la puta de Babilonia para que siga ejerciendo como tal?