Victor Moreno. Zapatero, el comunicador

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«¿Me entienden? ¿Me han entendido? Lo dudo, mi señor. Empecemos entonces desde el comienzo» (F. Nietzsche, Genealogía de la moral).

¡Albricias mil! Ya era hora de que un presidente de Gobierno diese la importancia que se merece a la humilde fonética. Aunque para ello se haya visto en la dolorosa situación de señalar con el dedo a los tartajas de la clase, digo, de su gobierno.
Resulta que el problema de casi la mitad del gobierno anterior era que no sabían explicarse, probablemente porque no encontraban las palabras exactas y rigurosas para contar lo que el presidente había pensado y soñado durante la noche del día anterior para el bien de los ciudadanos.
Problema arduo donde los hubiere. Sobre todo, si uno los ha puesto en el gobierno para que digan exactamente lo que uno piensa e imagina en sus noches de insomnio y pesadilla. Y es que, como se ha visto, incluso, siendo ministro no es fácil repetir lo que te dicen que tienes que decir.
¡Quién fuera a imaginarlo!
El problema del anterior gobierno era un problema de pésima articulación “palabrática”. No me extraña que, tras el diagnóstico y la cataplasma aplicada del cambio ministerial, a Rajoy y a su cuadrilla de ganapanes se les haya quedado esa cara de bueyes degollados. ¡Para rato iban a pensar que el gran problema del Gobierno era un problema de lingüística comunicacional! ¡Esto no se lo esperaba ni el lucero del alba! ¿No será, en definitiva, que Zapatero no es tan romo de inteligencia como él se empeña en dar a entender?
Para mí que Zapatero llevaba varios meses leyendo a Nietzsche por consejo de su primo. Si no, no es posible imaginar este tipo de análisis filológicos y de feed-back comunicativo para justificar el cambio de ministros. ¿Y por qué este pensador alemán y no, pongo por caso, su paisano, el político y jurisconsulto leonés Gumersindo de Azcárate, defensor en su tiempo de la ley del sufragio universal?
La explicación no es sencilla, pero sí recurrente. En un fragmento de 1882, el filósofo alemán aseguraba que lo importante del lenguaje no es la palabra en sí, sino el tono, la fuerza, la modulación, el tempo con que se dicen las frases.
Está claro que, después de lo que hemos visto, y hemos de ver, los ministros salientes sólo se exaltaban –enervaban decían impropiamente algunos-, cuando tenían que poner en solfa la dialéctica caliginosa del PP. En el resto de sus intervenciones, no había vida, no parecían identificarse con lo que comunicaban y lo que comunicaban tampoco los identificaba a ellos mismos.
A mí me parece estupendo que Zapatero haya descubierto, por fin, la importancia que tiene la fonética comunicativa para ser querido por los demás en esta vida. Si no te entienden a la primera, ¿cómo te van a querer a la segunda? Lo que ya no sé es si el presidente y su primo han aquilatado bien el efecto mariposa o de moscardón que su gesto pueda tener en la vida de los demás.
Descubrir por vía directa que lo importante en una carrera política no es tener grandes conocimientos de geopolítica y economía, de derecho o ergonomía, sino ser un lenguaraz, perdón, saber llegar al bazo y al bolsillo de las gentes, hacerles entender lo que uno quiere que entiendan y no lo que ellos creen entender, es todo un regalo para aquellos que, encontrándose en el paro, poseen unos buenos órganos de la fonación y articulan mejor que nadie la palabra crisis y reforma laboral. Es más que probable que, a partir de ahora, las escuelas de comunicación existentes en este país se multipliquen como esporas. Hasta es posible que la oratoria vuelva a ponerse de moda en las escuelas y en los institutos.
Por lo demás, y a diferencia de Rajoy, que no reconoce en Zapatero ninguna virtud ni decoro, ni siquiera de perfil, conviene indicar que el presidente con su decisión ha sugerido, también, que la verborrea y la charlatanería no están al alcance de cualquiera. Ni siquiera de Teresa Fernández de la Vega, ni de Moratinos, lo que, éticamente bien pensado es de agradecer.
Que muchos son los llamados a ser charlatanes de oficio y beneficio, pero pocos los elegidos. La gente piensa que es fácil ser un charlatán y demagogo, pero se equivoca. Puede que alguien consiga pasar por ser uno de ellos durante un tiempo, pero desengáñese. Al final, siempre se descubre al inútil. Hasta el propio presidente ha sido capaz de detectarlos, aunque, para su desgracia, haya tardado unos cuantos años en descubrir que se la estaban dando con queso revenido. Pero el descubrimiento aunque tardón ha merecido la pena.
A partir de ahora, queda claro y manifiesto que si un ministro sirve para Sanidad y llevar, también, el ministerio de Asuntos Exteriores, eso se debe a que lo importante no es tener conocimientos técnicos y precisos sobre dichos ámbitos, sino disponer de talento comunicativo.
Estoy convencido de que, a partir de ahora, la gente, que aspire a hacer carrera política, lo primero que haga será pasar por una Academia para aprender a hablar, no sólo correctamente, sino para hacerlo con pasión y vehemencia, de tal modo que cuando hable no se le note que está mintiendo como un bellaco, sino todo lo contrario.
¿Como Rodríguez Zapatero? Tú, mismo.

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