Victor Moreno. Las razones del perseguidor

Failure

La historia más reciente lo confirma: lo que la Iglesia ha condenado y reprimido, incluso con la muerte, ha triunfado y se ha impuesto en la sociedad como algo normal y cotidiano. Y es que, por mucho que duela reconocerlo, política, social y científicamente, la Iglesia no ha dado una en el clavo de la verdad. Se ha equivocado siempre. Eso sí. Institución más terca no encontraremos en los anales de la historia. Hoy mismo, sigue manteniendo como dogmas de fe cosas mucho más inverosímiles que la fecundación in vitro, como la divinidad de Jesús, el misterio de la santísima trinidad, el pecado contra el Espíritu Santo, el milagro de la transubstanciación y toda esa maravillosa fabulación de los dogmas marianos.

En el terreno científico, se equivocó con Galileo, con Darwin y Chardin. Demostró su más patético ridículo oponiéndose al descubrimiento de la anestesia por James Young en 1847, que facilitó el parto sin dolor. Vomitó pestes benditas contra Benjamín Franklin, el inventor del pararrayos, «ese impío intento de derrotar la voluntad de Dios». El argumento eclesial, tan teológico como gamberro, fue el siguiente: «Si Dios quiere golpear a alguien, ¿quién es Franklin para oponerse a sus designios?».

Con estos antecedentes, no extrañará que la clonación, incluso con fines terapéuticos, repugne la sensibilidad de la Iglesia. ¡Si lo fuera con fines metafísicos, aún…! Ante un descubrimiento biomédico como éste, digno del Premio Nóbel, la Iglesia se refugia en el oscurantismo Alí Babá y los cuarenta ladrones. Y ciertamente no dará a torcer su dogmático brazo incorrupto. Y si lo hace, será en el próximo paleolítico inferior cuando hasta los limacos acepten dicha clonación de embriones.

Un detalle más. Un estudio con 29.000 hombres ha concluido con que eyacular a menudo reduce el riesgo de cáncer de próstata. Eso significa que la teoría eclesial sobre la masturbación iba desencaminada: quien se masturbaba ni se quedaba ciego, ni tísico, ni se le caía el pelo del sobaco. Como muestra indiscutible, los propios clerizánganos. Para comprobar si la actividad sexual generaba cáncer de próstata, se ha obtenido la conclusión contraria: eyacular a menudo reduce el riesgo de desarrollar ese tumor, que es uno de los más comunes en el hombre. El experimento confirma que no importa que la eyaculación se obtenga motu proprio –con la propia moto que decía un autónomo manual-, o por otros métodos más interactivos e interdisciplinares. Un equipo de científicos del Cáncer Council de Victoria (Australia) concluyó que los sujetos que habían eyaculado una vez al día, cuando eran veinteañeros, tenían un tercio menos de riesgo de desarrollar cáncer de próstata que los eyaculadores más moderados.

Esto por lo que a la ciencia se refiere. En relación con la política y lo social, el maniqueísmo de la Iglesia ha sido igual de lamentable. El lenguaje de los documentos pontificios se ha convertido, después de tantos plazos fallidos, en un discurso aburrido que sólo causa tedio y rabia. Ninguna argucia engañará a los hombres y mujeres de hoy cuando la Iglesia, con su habitual cinismo, se lanza a la tarea retroactiva de recuperar algunos movimientos sociales y políticos que siempre condenó y que dieron vida a cierta corriente humanista contemporánea: el sindicalismo obrero, el sufragio universal, la democracia, las libertades públicas, la libertad de conciencia y de expresión, el pacifismo, el feminismo, la liberación sexual, y así sucesivamente.

Con la joroba histórica que la Iglesia tiene enquistada a sus espaldas, a mí no me mosquea nada que los emperadores romanos del siglo II persiguieran a muerte el cristianismo. José Montserrat Torrens en su libro «El desafío cristiano. Las razones del perseguidor», lo recuerda muy bien: «La reacción del paganismo esclarecido, en ocasiones representado por los dignos emperadores del siglo II, fue la de una justa y razonable defensa de los valores fundamentales de la civilización greco-romana, y en particular de la concordia religiosa (…) Toda esa creación estaba amenazada en bloque por el oscurantismo cristiano (…) El paganismo se defendió y logró preservar valores que, mil años más tarde, renacieron y se han convertido en el fundamento de nuestra convivencia. Éstas fueron, por tanto, las razones del perseguidor: nuestras propias razones».

A mí no me importaría que el Estado actual imitara el comportamiento de esos emperadores del siglo II sin que se derramara una gota de sangre, pero, sí, que corriera a boinazos democráticos a Rouco Varela y compañía. Se merecen ser mártires mucho más que los primeros cristianos.

La Iglesia ha dado en nuestros días muestras sobradas de continuas “blasfemias” científicas, políticas y sociales contra el Estado de Derecho. Y por menos que eso, el Estado ha enchironado a más de uno.

El Gobierno debería repasar la historia española. Descubriría que la Iglesia, mientras siga teniendo el poder que tiene y sea tratada con tanta deferencia metálica por el poder político, sea local o estatal, los valores fundamentales de la democracia estarán en peligro de extinción permanente. Y quien dice democracia, dice ciencia, política, cultura y sexualidad.

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