Para algunos escritores, si no fuese por la literatura, la realidad no existiría. O, para ser más precisos que los que lo afirman, la realidad sería distinta a la que es, incluso para aquellos que no han leído ni un prospecto escrito por Almudena Grandes, y ni tienen idea de cómo es la realidad. Solo la literatura es capaz de explicarla, la realidad que sea, mucho mejor que la física cuántica, que ésta, además, no la entiende nadie.
Por esta razón poderosa, no entiendo que los historiadores se obcequen en dar explicaciones del pasado y del devenir apelando a causas económicas, políticas y alimentarias, que no alimenticias como decía un Carpanta de la dicción.
Todo está en la literatura. Es ella la madre partera de la historia en cualquiera de sus dimensiones.
Por ejemplo, si se trata de juzgar la naturaleza perversa o inmaculada de un régimen político, no me anden ustedes con tiquismiquis económicos o sociales, por favor. Ni tengan el mal gusto, éste menos aún, de sacar a relucir la cantidad de presos que hay en las cárceles. Porque la existencia de reclusos no mide para nada la salud de una sociedad, sino la incapacidad individual de éstos que no saben aprovecharse de las ocasiones que les ofrece el sistema de bienestar para su realización personal y colectiva.
Es la libertad de creación artística la vara de medir la grandeza o miseria en que se elevan o descienden las democracias o las dictaduras. ¿Que quién lo dice? No un fontanero, desde luego, sino Vargas Llosa.
Lo que significa que, cuando los escritores pueden escribir y publicar, es que vivimos en Jauja. El resto de las sevicias perpetradas por el Estado de Derecho para seguir siendo más Estado que Derecho, no son ni importan nada.