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baraibar1Presentación del libro Historia y memoria de los símbolos de Navarra de Álvaro Baraibar

Hace cien años un Acuerdo de la Diputación Foral de Navarra de 1910 fijó el escudo y la bandera oficiales de Navarra. En él se explicaba cómo la Diputación, enterada de que el escudo de armas de Navarra aparecía en objetos y libros antiguos y modernos con notables diferencias, había estimado oportuno «hacer desaparecer para lo sucesivo dichas diferencias mediante la determinación de la forma que en conjunto y en detalle debe tener el mencionado escudo con arreglo a los antecedentes históricos». Para ello había consultado numerosa documentación y bibliografía al respecto. La conclusión era que poco después de la batalla de Las Navas de Tolosa en la que el rey de Navarra don Sancho el Fuerte había roto el vallado de cadenas de hierro que guarnecían al rey moro Miramamolín el Verde, el escudo de armas de Navarra tenía «como elementos esenciales según tradición constante, cadenas de oro sobre fondo de gules con una esmeralda en el centro de unión de los ocho brazos de eslabones».

Fue la Comisión de Monumentos Históricos de Navarra, dentro de los actos programados para la conmemoración en 1912 del VII Centenario de la Batalla de Las Navas de Tolosa, la que propuso a la Diputación que fijara como escudo las tradicionales cadenas y como bandera la que hoy tenemos. Arturo Campión, Hermilio de Olóriz y Julio Altaldill, tres conocidos euskaros y miembros de la Comisión de Monumentos, aceptaron, de este modo, el mito de las cadenas fijado por el Padre Moret en el siglo XVII según el cual Sancho VII el Fuerte, a raíz de su heroica gesta en la batalla de Las Navas de Tolosa habría adoptado como su nuevo escudo las cadenas del palenque de Miramamolín que él mismo rompió. Hoy sabemos que Sancho VII nunca utilizó las cadenas. Es más, sabemos que ni siquiera eran cadenas, sino los refuerzos metálicos de un escudo. A pesar de ello la leyenda continúa.
Desde 1910 a nuestros días ha habido diferentes interpretaciones acerca del significado del escudo de Navarra y ha variado también el grado de identificación por parte de unos y otros sectores políticos y sociales de nuestra Comunidad con su bandera. Los símbolos resumen con especial fuerza la historia y la memoria de una comunidad y son, o pretenden ser, el símbolo vivo del pasado común de un pueblo que se representa ante los demás y ante sí mismo como un sujeto histórico diferenciado. Los discursos políticos tienden a mostrar estas identidades como algo que ha sido de una determinada manera desde siempre, pero la realidad es que ocultan el carácter abierto, construido, inventado, de las tradiciones nacionales y de sus símbolos.
El significado del escudo y la bandera de Navarra no ha sido el mismo en 1910 (el momento de la fijación oficial del escudo de Navarra), 1936-1937 (Guerra Civil y concesión de la Laureada a Navarra), 1975 (muerte de Franco), 1982 (aprobación del Amejoramiento del Fuero), 1985 (sentencia del Tribunal Constitucional contra la presencia de las cadenas en el escudo de Euskadi) o 2003 (Ley Foral de Símbolos de Navarra), por citar solo algunas fechas.
Eso es precisamente lo que trata de explicar este libro: cuáles han sido los distintos significados y carga simbólica de las «cadenas» en los últimos 100 años y cuáles las causas y razones que explican estas diferencias. El libro trata de mostrar de qué manera han evolucionado los discursos de la identidad en la historia reciente de Navarra a través de la historia y memoria de su escudo; mostrar cómo los símbolos cambian su sentido al hilo de los debates públicos, al hilo de los debates de la identidad.
El hecho de que quienes tomaran la decisión de fijar el escudo y bandera de Navarra en 1910 fueran destacados dirigentes de la Asociación Euskara hizo que en un principio se asociara su uso al napartarrismo y al naciente nacionalismo vasco. Sin embargo, a raíz de la victoria de Franco en la Guerra Civil las cadenas quedaron totalmente asociadas a la imagen oficial de una Navarra foral y española construida por el franquismo.
Tras la muerte de Franco, el intento de democratizar los símbolos de Navarra eliminando los símbolos del franquismo (empezando por la laureada) se convirtió en un debate sobre la ikurriña. Curiosamente, 25 años después, en marzo de 2003, una nueva Ley de Símbolos de Navarra, cuyo objetivo era impedir el uso de la ikurriña en el espacio público navarro, ha permitido o, por lo menos, ha abierto el camino para la eliminación de los símbolos del franquismo.
A raíz de la Guerra Civil el viejo Reino se convirtió para amplios sectores del régimen encabezados por el propio Franco en un ejemplo a seguir. La identificación de Navarra con esa España franquista tuvo como elemento especialmente significativo la concesión de la Cruz Laureada de San Fernando en 1937. A partir de este momento, el escudo de Navarra era, desde su punto de vista, un resumen perfecto de la «vocación hispánica» de Navarra: las cadenas eran el símbolo del compromiso de Navarra con España durante la Reconquista en la Edad Media (como recuerdo de la batalla de las Navas de Tolosa en 1212) y la laureada era el símbolo del sacrificio de Navarra por España en la nueva Reconquista, la «gloriosa Cruzada Nacional», utilizando la terminología propia la época.
Con el franquismo, las cadenas se habían convertido en el símbolo de una Navarra foral y española y soportaban una carga simbólica e ideológica difícilmente asumible por la mayor parte de la sociedad navarra a la altura de 1976. Por otro lado, a lo largo del franquismo, la ikurriña, bandera del País Vasco, había pasado a ser un símbolo de la lucha antifranquista y su significado había trascendido al inicial, como bandera del PNV, e incluso al posterior, como bandera del Gobierno Vasco, para convertirse en el símbolo de todos los vascos, más allá de las fronteras de las 3 provincias.
En la transición, la supresión de la laureada del escudo de Navarra se hizo acuciante para casi todos. Los símbolos no podían escapar a la reconciliación nacional. No resultaba adecuado mantener en el escudo del antiguo Reino un elemento como la Laureada, reconocimiento al valor demostrado por los vencedores en la guerra y prueba patente del dolor que la Guerra Civil había causado en miles de familias de toda la geografía navarra. El escudo debía ser también de quienes habían perdido la contienda. Resultaba imprescindible que la sociedad de vencedores y vencidos fuera superada.
En el mes de junio de 1979, el Presidente del recién constituido Parlamento Foral, el entonces socialista Víctor Manuel Arbeloa, decidió colocar el escudo de Navarra sin laureada en la institución foral. La decisión fue criticada por la UCD de Del Burgo, pero la reacción más airada contra el Presidente del Parlamento vino de la mano de UPN.
¿Cómo se puede entender la defensa de la laureada en el escudo de Navarra por parte de UCD y UPN? ¿Cuáles fueron sus argumentos y sus razones? Para ambos partidos, la laureada era un signo que distinguía a Navarra de una manera expresiva y evidente del curso histórico seguido por el País Vasco. Para las dos fuerzas navarristas la laureada era el símbolo vivo del compromiso de Navarra con España manifestado con fuerza en 1936. En el esfuerzo de UCD y UPN de alejar Navarra de Euskadi, la laureada y las cadenas eran símbolos de dos momentos históricos en los que los caminos de Navarra y España se habían entrelazado.
Para el navarrismo la laureada, como afirmación de la identidad española del viejo Reino, salvaría a Navarra de la ikurriña y, en consecuencia, libraría a Navarra de la amenaza de una posible incorporación a Euskadi. Esta era la razón de fondo de UPN y UCD. Era un argumento simple pero útil en la lucha contra el nacionalismo vasco.
Hay otros aspectos que son abordados en el libro, como por ejemplo, el debate en torno a las cadenas y la ikurriña o el arrano beltza como símbolo de la territorialidad; la polémica por la presencia de las cadenas en el escudo de Euskadi hasta 1986; o los debates en torno a la Ley de Símbolos de 2003. Pero sobre todo, el libro analiza la estrecha relación existente entre Memoria e Historia al hilo de los debates sobre los símbolos de Navarra.
Historia y memoria están muy presentes en la interpretación de los símbolos de toda comunidad política. Sin embargo, es importante distinguirlas. La Historia, como ciencia del pasado, nos cuenta lo ocurrido, los acontecimientos, las causas, las mentalidades que hicieron posible que algo sucediera. La memoria, como recuerdo del pasado, en su vertiente pública, recuerda y olvida hechos de la historia. La memoria no está obligada a recordarlo todo. Es selectiva y cambiante. Su función pública es precisamente rescatar del pasado acontecimientos, lugares, personas y símbolos con los que hoy en día, desde los valores de nuestra actual sociedad, nos sentimos identificados. La memoria hace presentes aquellas partes del pasado que, desde valores actuales, consideramos dignas de ser recordadas y conmemoradas.
La presencia en el espacio público, en nuestras calles y plazas, bien como nombre de las mismas, bien en forma de monumentos, es un reconocimiento desde el presente a determinadas personas y acontecimientos históricos de los que nos sentimos orgullosos. Ese es, en una democracia, el cometido y el sentido de la memoria, en cuanto memoria colectiva. Pero, además y sobre todo eso no es la Historia. Por ello, precisamente, al eliminar símbolos del franquismo de nuestras calles, no se cambia ni se remueve la historia. La Historia de Navarra es la que es y por supuesto que la asumimos. Poco podemos hacer al respecto. Lo que sí se cambia es la memoria del pasado, lo que queremos recordar como un mérito del pasado.
Historia, memoria, identidad marcan los debates sobre los símbolos de Navarra. El libro quiere mostrar esa apasionante realidad ahora que se cumplen 100 años de Historia y Memoria del escudo de Navarra.

Pamplona/Iruñea, 25 de junio de 2010

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