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Memoria y derecho para la soberanía


Tomás Urzainqui

Texto:  Fermin MUNARRIZ • Fotografías: Lander FDEZ. ARROYABE

p008_f01¿Euskal Herria, Vasconia, Navarra...? ¿Cómo lo llamamos?

Navarra es el nombre de esta nación conquistada y negada. Era el nombre que le dábamos los vascos antes de las conquistas, tanto en 1200 como en 1512 y en 1620; era asimismo el nombre que le daban el resto de países de Europa y también los invasores cuando la fueron conquistando. Vasconia es la denominación correspondiente a las épocas romana y tardo antigua, mientras que la consolidación del Estado navarro en el siglo IX reemplaza al nombre anterior. Euskal Herria es la denominación del ámbito de la cultura vasca. El derecho a decidir supone poder afirmar que nuestra nación es Navarra. El nombre de Navarra se refiere al conjunto de la sociedad política que tiene su propio Estado europeo y soberano.

Vasco y navarro... ¿Dos maneras de designar al mismo pueblo?

Son dos nombres para designar al mismo pueblo, a la misma sociedad y a la misma nación. Sostener que vasco y navarro son diferentes es puro negacionismo, es la postura de los que niegan el «nacionicidio» que padece este pueblo. Aunque refiriéndose a la misma nación, tienen un significado complementario, no opuesto; así, navarro hace referencia a la ciudadanía, a la nacionalidad jurídico-política, a la sociedad civil en general; y vasco tiene un significado cultural, sobre todo lingüístico, es el ciudadano navarro que habla la lengua propia y nacional, el euskera. Esta duplicidad de términos ocurre también en otros países...

A pesar de la anulación de la estructura estatal y de la subordinación a otros estados, el pueblo vasco ha sobrevivido a lo largo de siglos y mantiene vivo el deseo de recuperar la soberanía... ¿Cuál es la razón de esta supervivencia?

La subordinación y la negación han sido muy duras durante estos siglos y eso ha generado el suficiente enojo y lucha como para mantener presente esa diferencia y ese ansia por recuperar las libertades. En eso tienen bastante que ver también la suplantación institucional, la ficción del pacto o de la voluntaria entrega... Los dominadores han necesitado esos subterfugios, eufemismos y, al fin y al cabo, mentiras -que cada parte interpreta a su conveniencia- para mantener la subordinación de esta sociedad a la suya.

¿Cuál es el suceso más negro de la historia de los vascos?

Sin ninguna duda, la conquista. Aquí nuestro genocidio se llama «La Conquista», que comprende las conquistas de 1200 de la Navarra marítima (Araba, Bizkaia y Gipuzkoa), de 1512 de la Alta Navarra, y de 1620 de la Navarra norpirenaica. Si para los judíos fue el holocausto, el genocidio de los vascos es la conquista de Navarra, la conquista continuada que se traduce en la dominación y la subordinación permanente. La conquista, realmente, no ha cesado porque existe una ocupación -también bélica- a lo largo del tiempo y una situación tensa que refleja precisamente esa situación de conquista. De ahí el interés que tienen España y Francia en ocultarla y negarla.

¿Cuál es el error que más hemos repetido los vascos a lo largo de la historia?

El exceso de confianza y el fiarnos en política de la Iglesia católica. La conspiración teocrática ha tenido continuadas intervenciones, por las cuales cada vez ha salido más malparada esta sociedad. Ya el Codex Calixtinus de 1134 es una preparación ideológica de la conquista. El Concilio III de Latrán de 1179 lanza el anatema contra navarros y vascones, así como las numerosas excomuniones de reyes navarros que favorecen a las potencias conquistadoras enemigas.

Otro de los errores han sido los enfrentamientos fratricidas, las guerras civiles, que no tenían beneficio para la soberanía de Navarra y siempre han favorecido a los invasores y dominadores.

El historiador y fundador de la Asociación Euskara de Navarra, Juan Iturralde y Suit, escribía a finales del siglo XIX que «pueblo que a sí mismo se ignora es tal cual como si no existiera». ¿Qué supone la memoria histórica para una colectividad humana?

La memoria para una sociedad es como la memoria para una persona; si el individuo carece de memoria se convierte en incapaz, en inválido... Lo mismo ocurre en la sociedad: necesita la memoria, es imprescindible para existir y ser libre, igual que ocurre con los individuos.

Lo que realmente importa en nuestro caso es que la memoria histórica supone nada menos que la posibilidad de saber por qué la sociedad se halla privada de la soberanía.

¿La historiografía sigue siendo un arma de conquista y subordinación?

Sin ninguna duda. La historiografía impostora y hegemonista es la principal arma de negación sobre la conquista y la subordinación de los vascos. Al igual que el negacionismo del holocausto busca la justificación del racismo nazi, el negacionismo de la conquista pretende ocultar la realidad de la existencia de nuestra sociedad subordinada por las sociedades dominantes, la española y la francesa.

Usted ha manifestado en alguna ocasión que la historia es una especie de «escrituras de propiedad» de un pueblo. ¿En qué medida la historia legitima la aspiración vasca de recuperar la soberanía?

El símil de la «escritura de propiedad» hace referencia al apoyo sólido que la historia supone para la soberanía de una sociedad, no a su legitimación, ya que la legitimidad del derecho a la soberanía sólo descansa en la libertad consustancial al individuo y a su sociedad. La historia demuestra que ha existido una sociedad política diferenciada, pero no se debe entender como sustituto de la voluntad de los ciudadanos; la legitimidad de la soberanía está en la voluntad democrática de los ciudadanos.

Colocar el argumento de la historia en primera línea, además, podría conducir a una especie de fatalismo, a sentirse determinados por el pasado...

El papel del conocimiento de la historia aquí es el de desenmascarar el negacionismo de muchos historiadores españoles y franceses y las imposturas con respeto a nuestra nación: la ocultación de la independencia y la negación de la conquista. La aparente preeminencia de la historia acaba ahí. Por ello la historia no se debe utilizar como único argumento de todo lo que concierne a la libertad del individuo y de la colectividad en que se halla. Una cosa es la legítima voluntad de la gente de ser libre y otra, que esa gente conozca la verdad de lo que sucedió y las mentiras de los que niegan su libertad.

¿Es posible la democracia sin soberanía?

No, es imposible. Toda democracia se desenvuelve en una sociedad concreta y necesariamente soberana. Una sociedad negada -y, por lo tanto, subordinada- no decide por sí misma, ya que es la sociedad dominante la que lo hace por ella. Y la soberanía es no depender de otra sociedad que decide por la tuya. Es la voluntad soberana de los ciudadanos la que ejerce la democracia. Este es el verdadero fundamento del derecho a decidir que tiene toda sociedad para vivir democráticamente.

La divisa de la Junta de Infanzones «Pro libertate patria gens libera state» (En pie los hombres libres para que la patria sea libre) [s. XIII] pone en relación las libertades individuales con las públicas. ¿Desde la óptica jurídica es un punto de partida para la constitucionalización de la soberanía?

El lema quiere decir que no puede haber una patria libre si la sociedad no es libre; se antepone la libertad de la sociedad a la libertad del Estado. Este lema de los Infanzones de Obanos resume, de alguna manera, los principios del constitucionalismo navarro, que es la libertad civil como primer axioma y sobre el que descansa la arquitectura política. Es de una gran actualidad. Se trata de la plasmación constitucional de que la libertad de la sociedad es el fundamento de la independencia nacional.

¿Qué relevancia tiene la existencia de un sistema jurídico que dio forma a un estado en la legitimidad para la recuperación de la soberanía?

Es la sociedad, la ciudadanía, quien realmente tiene la legitimidad, pero no es lo mismo iniciar un proceso soberanista desde cero, sin precedentes, que habiendo tenido un estado. Esto se ve claramente en los procesos que ha habido en Centroeuropa, en los nuevos estados balcánicos, los bálticos, en los del antiguo imperio autrohúngaro, en los de la antigua URSS... Todos declaran que recuperan su estatalidad por corta que haya sido en el tiempo. Todos actualizan un sistema jurídico propio, de tal manera que quedan liberados de la minorización jurídica a la que estaban sometidos.

¿El sistema jurídico original del Reino de Navarra podría aportar peculiaridades al ordenamiento constitucional de un nuevo estado?

El acervo jurídico nacional navarro -siempre sujeto a actualización en función de las necesidades de la sociedad de la que surge- aporta ya decisivos bloques de constitucionalidad: el Código Civil propio o Compilación de Navarra en el ámbito de la sociedad civil, el Derecho público local y general, el Derecho Político recogido en los históricos Fuero General o Fuero Reducido, y especialmente los Proyectos de Constitución moderna que refunden el derecho constitucional histórico navarro. Se deben tener en cuenta los textos constitucionales de Ángel Sagaseta de Ilurdoz, de Serafín Olave, de Manuel Irujo y otros... La recuperación de la soberanía implica la nulidad del ordenamiento jurídico subordinador y la revalidación del ordenamiento jurídico propio actualizado.

El príncipe de Viana exhibía en su escudo dos lebreles que roen un hueso y la leyenda «Utrimque roditur» (me devoran por ambas partes) en referencia a los reinos de Castilla y Francia. Cinco siglos y medio después, parece seguir siendo una metáfora de la suerte que corre Euskal Herria....

Efectivamente, es una acertada descripción de la realidad que padece este país a manos de España y Francia. Aquel responsable político de esta nación que era Carlos de Viana -por cierto, en cuyo asesinato intervino su hermanastro Fernando el Católico- era consciente de lo que le estaba pasando a Navarra, pero no llegó a ver que aquellos dos perros acabaron comiéndosela.

Habla usted en sus libros de «estados en hibernación» (Euskal Herria, Catalunya, Escocia...) ¿Imagina Euskal Herria en el concierto de estados europeos?

Lo veo desde la geopolítica. En el primer cuarto de siglo XX fueron los estados escandinavos, ayer fueron los bálticos, centroeuropeos y balcánicos, y mañana serán los británicos y los pirenaicos. El contexto geopolítico de Navarra es la Europa pirenaica. Nuestro marco geopolítico cercano no es España ni Francia sino las naciones pirenaicas desde el Atlántico al Mediterráneo con los valles del Ebro y del Garona comprendidos. Son estados hibernados tras las conquistas por España y Francia: Navarra, Aragón, Cataluña, Gascuña y Occitania.

Esta potencialidad ya está presente en la política internacional e influye desde hace años en la política de la Unión Europea. Tanto en la Comisión como en el Parlamento, estas realidades están incidiendo. Este área pirenaica de alrededor de 200.000 kilómetros cuadrados y casi 20 millones de personas es un espacio geopolítico cuyas sociedades tienen una historia y cultura común, una pluralidad lingüística, una forma común de ver el mundo y de entender el conocimiento, la vida... Y además, en la época en que eran independientes, estos estados tuvieron muchísima relación entre ellos. Lo que pasa es que todos han padecido la misma desgracia de ser dominados por España o Francia.

Que ahora afloren con más fuerza Cataluña y Navarra -o Euskal Herria- no significa que los demás no tengan esos derechos; ellos también están tomando conciencia de su situación, tanto en Occitania, como en Gascuña o en Aragón... Es todo el espacio geopolítico pirenaico el que está en marcha, aunque se oculte o niegue, pero la realidad es muy tozuda y, aunque sea de forma velada, el tema ya está en las cancillerías europeas y en las relaciones internacionales.

¿Cómo ve Euskal Herria en la actualidad?

Se atisba cada vez más una pujante voluntad de decidir, de ser libres, de salir de la subordinación y lograr la reunificación social y política que acabe con la partición fruto de las conquistas. Pero a la vez que se abren unas posibilidades, una esperanza, un espacio nuevo, también se puede quedar en mucho menos de lo que podría ser.

Yo creo que hay que entrar en esta nueva situación con total ambición, con mucha voluntad; me parece que ir con el bozal o con orejeras, o con condicionantes personales o colectivos es suicida. Es el momento de ser decididos en el pleno ejercicio de nuestros derechos y libertades. No podemos estar mirando a un lado; ahora hay que mirar al frente, a un horizonte radicalmente nuevo...

En otras palabras, ¿la independencia?

Sí. Yo creo que la independencia es una necesidad insoslayable y que debemos tenerla presente siempre, pero como algo alcanzable, no como un señuelo o una especie de publicidad o enganche, sino como algo que podemos y debemos conseguir. La independencia es un proyecto del conjunto de la sociedad, que lo asume porque es necesario y es factible. Toda la sociedad tiene que entender que necesita la independencia, que necesita la soberanía para solucionar los múltiples problemas que le atenazan. Además, la libertad y la soberanía propias implican la libertad y la soberanía de los otros, de las otras naciones, también de la que te dominaba.

Europa es un espacio de libertad o no es nada. Precisamente, la fuerza que en los próximos decenios vaya a tener Europa radicará en que sea un gigantesco espacio de libertad; ahí estará su fuerza. Europa se deberá distinguir en eso, no en ser una prisión de pueblos, sino un espacio de ciudadanos libres y de sociedades que ven reconocidos sus derechos de soberanía. La soberanía europea estará formada por las soberanías de todas las sociedades que la componen...

O sea, «Pro libertate patria gens libera state»...

Claro, sí, sirve para Europa.

¿Comunidad cultural y sociedad política de Euskal Herria caminan por vías diferentes?

Este es otro de los errores que padecemos como sociedad y que se añade a los que he mencionado anteriormente. Es posible que ahora muchos se vayan dando cuenta de que además del interés de hacer desaparecer el euskara existe una sociedad política nacional subordinada y negada en sus derechos civiles, sociales, políticos, culturales y económicos, por las dos sociedades dominantes, la española y la francesa.

Ese divorcio es suicida, resulta vital que la sociedad política y la comunidad cultural se integren plenamente, y es precisamente lo que quieren evitar los Estados español y francés. La sublime metáfora de que «la patria es el euskera», lanzada en ciertas ocasiones festivas, refleja la convicción errónea de los que se sitúan solo en la comunidad cultural, ignorando que los derechos inherentes a la lengua están en el ámbito de la sociedad política.

Usted encabeza una corriente de historiadores que están rescatando del olvido o del silencio una historia que desdice la oficial. ¿Qué le impulsa?

La convicción de que el conocimiento de nuestra historia se había dejado a un lado en la época de la Transición. Parecía que todo el mundo sabía qué necesitábamos y qué habíamos perdido, cuando realmente no había nada detrás, no había un conocimiento en general de lo que nos había pasado. No existía la memoria histórica. Entonces volví decididamente y de forma más intensa al campo de la investigación de la historia, precisamente porque me di cuenta de que había que reconducir el tema; no se podía estar utilizando los mimbres de los dominadores, de la historiografía española y también de su cultura política para solucionar los problemas inherentes a la aplastante subordinación. Era en cierto modo volver a recoger nuestras cartas.

Las revelaciones de esta corriente están influyendo en los planteamientos de los partidos políticos vascos, tanto en los abertzales como en sus adversarios españolistas con ánimo de contrarrestarlos...

Después de un proceso de más de cien años de historia del nacionalismo, se está comprendiendo que es necesario conocer la historia. En ese sentido, sí hay que dar respuesta a una necesidad social. Curiosamente, la propia historiografía española encima se permitía achacar a los vascos que no teníamos historia, que sólo teníamos fanta-sías.... También eso, como reacción, ha conducido a la sociedad vasca a investigar y a conocer la historia propia.

¿Sus tesis y publicaciones le han causado inconvenientes en su vida personal y profesional?

Influyen, pero lo considero gajes del oficio; una vez que tomas una decisión en la vida hay que ser consecuente con ella. Evidentemente que influyen, mucho, sobre todo si quieres tener una vida dedicada y no estar condicionado en la investigación ni en la difusión. Eso tiene unos costes también personales, pero que hay que asumirlos porque va en el guión.

 

Gara

 

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