Crímenes en las calles de Pamplona
Hizkuntza Gaztelera
1994. urtea
208 or.
Description
A finales del siglo XIX, el pamplonés, a pesar de sus muchas y variadas ocupaciones, seguía encontrando tiempo libre para dedicarse a su juego favorito: el del crimen. Viajeros ilustres que pasaron por la ciudad nos han querido meter el choto por liebre de que Pamplona era una ciudad aburrida y triste como una estola de cuaresma. Impura leyenda negra. El pamplonés no se ha aburrido nunca. Pamplona ha sido siempre una ciudad donde han tenido cabida todo tipo de estimulantes sucesos que, sin discusión alguna, son los que evitan que la gente caiga en la galvana, en la flojera mental y en la rutina ética cotidianas. No hubo día, ni noche, ni primavera ni otoño, en que el pamplonés lograra acostarse en su jergón de paja sin haber sentido en su corazón el pálpito del sobrecogimiento más pavoroso. Aquí, jamás se necesitaron teatros, auditorios y cinematógrafos para ocupar el ocio del autóctono. Aquí, el espectáculo estuvo siempre servido gratuitamente desde que el sol se acostaba por Antequera y salía por San Cristóbal. Cualquier día y a cualquier hora uno podía desayunarse junto al chocalate con bolado la crónica de un suicidio, de un asesinato, de un parricidio, de una violación o de un infanticidio. Y si uno era atrevido y aventurero hasta podía presenciar in situ el evento sin mediación alguna. Bastaba con introducirse en los predios de cualquier taberna del corazón de la ciudad para salir de ella plenamente satisfecho, caso de salir indemne, claro.