Caines navarros
/ año 1993
/ 328 páginas
El navarro de principios de siglo vivía con la muerte pegada al culo. Su mente colectiva, totalmente agusanada por los sermones de la vida eterna, no valoraba la vida en términos absolutos. Ajuzgar por la brillante rapidez con que se mandaban al otro barrio, mas bien sucedía lo contrario. Dominados por un raro poder metafisico, se entregaban con gozosa ofuscación al rito de la muerte, ejecutada en jota de puñal y de pistola. Era como si un extraño consenso democrático se hubiera apoderado de la provincia, volviendo a todos necrofilicos perdidos. No era desde luego el navarro, un sujeto vital, renacentista, inclinado a saborear los placeres del cuerpo y de la mente. Mostraba una ansiedad neurótica por alcanzar cuanto antes los pregonados orgasmos que la contemplación divina acarreaba a los muertos en gracia de Dios. De otra forma, no es explicable la generosa entrega de tantos navarros a la muerte violenta por motivos tan cochambrosos como dos pesetas y cinco céntimos. En ese gesto había algo más profundo, más metafisico. Seguramente el deseo ardiente de despejar, de una vez por siempre, la incógnita de la trinidad y de la resurrección de los testículos.