El papa Francisco y las “inmatriculaciones”

        Desgraciadamente, la encíclica del papa Francisco, Laudato si, versa sobre Ecología y no sobre las inmatriculaciones que de unos años acá la tropa episcopal de España está llevando a cabo con cualquier edificio que huela a cirio bendito.

papa-enciclica2He leído parte de su discurso y no me ha defraudado. Lo esperaba. Primero, en su imaginario teologal la madre naturaleza es conceptuada como Creación divina aunque esté hecha un cromo de postguerra. Segundo, porque toda Ecología teológica que no busque en última instancia instaurar la obra de Dios en el mundo es una ecología rampante y demediada. Solo quienes creen pueden llevar adelante una Ecología digna de tal nombre. Un agnóstico y un ateo deberían abstenerse en ser buenos ecologistas. Para serlo, hay que mirar la naturaleza bajo la consideración genesíaca de obra de Dios y desde la fe.

Digámoslo claramente. Es imposible que un papa, hable de lo que hable, no termine invocando el nombre de Dios para justificar que solo los buenos creyentes pueden hacer bien las cosas. Es un discurso manido y estereotipado que la Iglesia solo ha variado cuando ha podido sacar tajada económica.

Reflexionando en las causas por las que el papa Bergoglio no ha dedicado sus cogitaciones a las inmatriculaciones de iglesias, seos, conventos, patios, basílicas, ermitas, cuadras, casas, edificios de toda índole y condición, considero que tal dejación no puede deberse a ignorancia. Las inmatriculaciones en España han alcanzado tanta fama nefasta como los casos de pederastia eclesial. Bergoglio tiene que tener noticia sobrada de tales registros de propiedad “fraudulentos” que han perpetrado con premeditación y alevosía teológicas sus conmilitones obispos, sean Elías Yanes en Zaragoza como los efectuados por el arzobispo Osorio. Y, si el papa no ha dicho nada, será porque está a favor de ellas o porque no las encuentra en contradicción con la legalidad vigente. Si el papa estuviese en contra de esta política de expolio de edificios e inmuebles, seguro que habría manifestado su opinión. ¿O, no?

chiste-roto1No negaré que actualmente el mundo como continente está hecho un zorro siberiano y que todas las alarmas que suenen para condenar dicho estado calamitoso serán bien recibidas por nuestro oído medio. Pero, hablar de Ecología en términos generales, por supuesto que condenando urbi et orbi a quienes desvían y tuercen el equilibrio de la obra de Dios en “la hermana tierra”, es muy fácil hacerlo. Condenar las grandes compañías que están destrozando poblaciones de indígenas, bosques, mares y multitud de especies animales, pero sin decir quiénes son estos criminales, sus nombres y apellidos –y nadie negará que el papa con un asesor como el Espíritu Santo tiene que conocerlos- es como hablar a la inmensidad del mar y del firmamento: pura logomaquia.

No lo es, en cambio, hablar de inmatriculaciones. ¿Por qué el papa Francisco no les ha dedicado públicamente ni una pastoral? Convengamos en que, cuando se le nombró papa, el río de las inmatriculaciones venía circulando caudaloso desde 1988. Sin embargo, es lógico considerar que ha tenido el tiempo suficiente como para dedicarle una cabezada al asunto y contemplarlo a la luz de su tan querido Evangelio.

crisis mercado-religión EL ROTOEntiende uno que debe ser muy complicado, cuando no imposible, justificar, tanto teórica como prácticamente, que dicha acumulación de bienes y de inmuebles goce del visto bueno del Altísimo y de los textos del Vaticano II. Más bien, se llega a la conclusión de que son lisa y llanamente prácticas intrínsecamente antievangélicas y, por tanto, robos manifiestos, pero, ¡cómo no!, encubiertos por una legalidad puesta a güevo del registrador.

La Iglesia está actuando como esa casta corrupta que apela a la legalidad para negar sus depravaciones aun cuando éticamente sepan que son casos de manifiesta inmoralidad. La Iglesia se acoge a una legalidad que le sirvió Aznar con una reforma de la Ley Hipotecaria y que anuló o levantó el veto expreso que el franquismo había impuesto en 1946 al registro de “los templos destinados al culto católico” por la vía de la inmatriculación. La norma franquista dejaba vía libre para registrar la posesión de campos y casas, entre otros inmuebles, pero excluía dichos templos.

roto-iglesia-emperadoresDel mismo modo que ciertos corruptos se aferran a la legalidad para justificar su conducta inmoral, la iglesia hace lo propio en el caso de las inmatriculaciones. Y, si a los corruptos se les ha dicho que una legalidad que avala su enriquecimiento exprés no es buena ley, a la iglesia habrá que decirle que, no solo utiliza una ley de dudoso fundamento jurídico, sino que, además, se carga su propia doctrina social y, mucho peor aún, la doctrina de su santo evangelio. ¿Piensa el ilustre Bergoglio que la anti doctrina que aparece en los evangelios sobre la pobreza y la riqueza, el acaparamiento de bienes y el préstamo con interés, justifica el comportamiento capitalista de sus fámulos en las distintas diócesis de España donde se han llevado inmatriculaciones sine die?

Puede que dichas inmatriculaciones sean legales, ¿pero lo son a la luz de su evangelio al que apelan cuando les interesa?

Hace unos días, el papa decía a unos dirigentes de la FAO que faltaba voluntad en los Estados y en otros niveles institucionales para terminar con el hambre en el mundo. Pero no farfulló una sola sílaba de autocrítica respecto al afán desmesurado de la propia iglesia a la hora de acaparar edificios, amparándose en una ley que está enfrentada con el séptimo mandamiento: “no robarás”. papafrancisco¿En qué se diferencia esta obsesión inmatriculadora de la Iglesia con la voracidad acumuladora del capitalismo?

Es conocida su doctrina con respecto al capitalismo y sus requiebros contra la propiedad privada. La acumulación de capital y el préstamo con interés han sido prácticas condenadas una y otra vez por su verbo medieval y moderno. La Iglesia ha rechazado, junto con las ideologías que denomina totalitarias y ateas, comunismo y socialismo, la práctica del capitalismo, del individualismo y la primacía absoluta de la ley de mercado sobre el trabajo humano. Catecismo actual dixit.

Tiene maldita gracia que la Iglesia siga condenando el capitalismo, pero no las inmatriculaciones. Las prácticas capitalistas no son de su agrado, pero acumular edificios en formato de iglesias –que no fueron, ni son de su propiedad-, es legal, ético y evangélico. Hacer de estos edificios públicos propiedades privadas está bien visto si lo hace la Iglesia, pero no el común de los mortales.inmatriculaciones

Si, como asegura en su Catecismo, las prácticas capitalistas hacen peligrar la salvación de las almas, los obispos inmatriculadores deberían echarse a temblar. Están ya más que condenados, a no ser que el papa se invente una bula para salvarlos del infierno, como ya hiciera a mediados del siglo XII con los prestamistas para quienes, en una jugada teológica magistral, se sacó de la manga la existencia del purgatorio. Estamos ansiosos por saber qué nombre recibirá dicho lugar de tránsito por parte de los teólogos. Seguro que no nos defraudan.

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¿Por qué llamarlo democracia si no lo es?

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Es verdad. La democracia salida de las elecciones en 1977 no tiene punto de comparación con la dictadura franquista. Nunca se ha vivido tan bien en España como en la II República y en esta democracia, pero… Como diría Flaubert “la democracia no es la última palabra de la humanidad, de la misma manera que tampoco lo fueron la esclavitud, el feudalismo o la monarquía”.

Y el problema comienza, precisamente ahí, en creernos de un modo ingenuo y bobalicón, o de forma inteligente, como usted prefiera, que la democracia es el no va más, el non plus ultra en la manera de organizarnos política y socialmente los seres humanos.democracia 2

Y traigo a colación dicha sentencia flaubertiana, porque el espectáculo que ofrece el post-coitum electoral resulta ser de lo más inquietante. Y con esta palabra no me refiero únicamente al chalaneo promiscuo en que se enredan los partenaires políticos respectivos para conseguir llevar a su abrevadero particular el voto de quien, paradójicamente, está en las antípodas de su propia ideología. El proxenetismo político está de moda y la provocación de Ciudadanos resulta tan infantil como cínica. Vinieron a cambiar el estado de cosas y se dedican a garantizar que el PP, causa fundamental de ese estado de cosas padecido, pueda seguir jodiéndonos del mismo modo.

EL-NUEVO-CURSUS-HONORUM-BAJANo solo Ciudadanos, claro. La mayoría de los partidos sin excepción se enfangan sin escrúpulo alguno en el cieno de la inmoralidad, del cinismo y de la más absoluta de las incongruencias. La utilización que hacen de las palabras es tan ofensiva que es una lástima que no se vuelvan mudos, sobre todo cuando hablan de que “el pueblo ha decidido”, “la mayoría ha dicho” y “España ha hablado…”.

Estos tipos deben de poseer un sistema auricular finísimo, porque ignoro cómo hacen para oír que el pueblo ha hablado cuando no ha dicho nada. Y no lo ha dicho, porque nada puede decir aquel que no existe. Si Aquel dijo que era el que era, el pueblo puede decir soy el que no soy, porque, tanto en teoría como en la práctica, es un ente, una entelequia, un vacío que cada cual llena con sus propias obsesiones, miserias y grandezas.

El concepto pueblo no tiene configuración empírica existencial.

Por esta razón esencial, que es la otra cara inquietante de la moneda, la democracia tampoco es un sistema de gobierno del pueblo y para el pueblo, y ni siquiera lo es, dicho en plan cínico, contra el pueblo o sin el pueblo, como encarna el despotismo ilustrado. Y no lo es, porque no existe. El concepto de pueblo es una falacia. No sirve más que para hacer demagogia y populismo, ambas verrugas pertenecientes a la cara dura de cualquier partido político que se precie.

aristoteles-democraciaA lo que voy. Si el pueblo no existe, los partidos políticos no pueden, por mucho que lo pretendan, representar las necesidades e intereses de una entidad que solo existe como concepto, pero no como una realidad tangible e inmediata. Pretender que el concepto de pueblo sea la representación inmaculada y directa de cada una de las voluntades de los ciudadanos es otra mentira más. Las voluntades de los ciudadanos no son homogéneas, ni uniformes. Nadie es capaz de satisfacerlas urbi et orbi. Así que escudándose en las mayorías se machaca a las minorías que es una delicia turca.

La democracia no es un sistema de gobierno representativo de la ciudadanía, porque los partidos no representan a nadie, excepto a sí mismos y esto con el visto bueno de los bancos. La democracia, y el sistema electoral en el que se basa aquella para pasar como una forma respetable y respetuosa de mirar por los intereses del ciudadano, se reduce a un conjunto de mecanismos coyunturales oportunos y oportunistas que sirven para administrar arteramente unos presupuestos generales, y de paso ejercitarse en el control, a veces represivo y dictatorial de ciertos comportamientos populares a los que, paradójicamente, dicen representar. El más llamativo sería la inclinación sádico-masoquista de esta supuesta democracia a invertir en policía para que este crucifique la badana popular cuando sale a la calle a protestar contra las corrupciones y los desahucios.

No es mi intención ridiculizar o menospreciar la democracia como hiciera en su tiempo Mann en su libro Consideraciones de un apolítico, donde aseguraba que la democracia igualaba las diversidades, reducía sociológica y psicológicamente la ciudadanía, reemplazaba la verdad por la opinión, el diálogo por debates inútiles y la firma de manifiestos, la cultura por el imperialismo de la civilización, y así sucesivamente. Esto se lo dejo a Vargas Llosa y al neoliberalismo andante y rampante.

se-ve-la-democraciaEn realidad, los cargos contra la democracia son peores. Icho de modo directo: La democracia no existe y no es representación genuina del pueblo. Y no lo es porque el pueblo no existe como unidad democrática, sino más bien como un conjunto atomizado de individuos que no tienen ni han tenido la posibilidad de funcionar como tal unidad. Es un conglomerado de voluntades tan dispares, tan llenos de necesidades e intereses contradictorios y enfrentados entre sí, que no son capaces de aceptar las evidencias más contundentes.

La actual llamada democracia no está al servicio de todos, porque no puede estarlo. No lo puede estar, porque hace ya muchísimo tiempo que la palabra no significa lo que transportan sus significantes: el poder del pueblo. ¿Dónde está presente el poder del pueblo? En ninguno de los llamados tradicionalmente poderes ejecutivo, legislativo y judicial

Tan solo vota. Y de este gesto quieren deducir la sustancia absoluta de una democracia cuando no lo es. Y, menos lo es, cuando los políticos hacen de estos votos lo que les interesa, una larga mano de los intereses económicos dominantes, los cuales representan ideológicamente lo más granado del revisionismo, del conservadurismo y, para decirlo, abiertamente, de un sistema capitalista que cada día que pasa agranda más las diferencias entre pobres y ricos…

Decía Herodoto en su libro Historias que “los persas tienen la costumbre de discutir sus asuntos más importantes en estado de embriaguez, y al día siguiente se hacen repetir en ayunas lo que les ha parecido bien de la discusión: si lo siguen encontrando bien también en ayunas, lo aceptan; si no, renuncian a ello. Y a modo de compensación discuten de nuevo cuando están embriagados las cosas que ya han discutido en ayunas”.

Miedo da imaginar los modos y maneras que ciertos políticos actuales practican a la hora de decidir las cosas importantes que afectan a los demás.

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Curiosos anagramas

A nadie se le escapa que las palabras que utilizamos tienen un origen, una evolución y, finalmente, una muerte, que, por lo general, deviene por mal uso lingüístico de los hablantes.

anagramaCuando una palabra muere, desaparece un proceso mental y cultural que le dio origen. Porque las palabras aunque lo parezcan no son cosas, productos manufacturados como una lata o un vaso de porcelana de la dinastía Ming. Las palabras que utilizamos conforman la historia del ser humano en su lucha por alcanzar el significado de la vida, que rara vez lo tiene. De ahí la cantidad del léxico embalsamado a lo largo del tiempo en enciclopedias y en bibliotecas persiguiendo tal entelequia. El significado del mundo atrapado en un libro. ¡Qué soberbia ingenuidad!

El dominio de unos sobre otros jamás habría tenido lugar sin el concurso de las palabras. Es lección bien señalada por antiguos y modernos. Y ya se sabe que, donde hay luz, hay sombra. Que donde está la palabra Bien aparece la palabra Mal para escaquearnos de ambas cuando nos interesa. Ya refería Bierce, en su Diccionario del Diablo, con relación al término moral que era un adjetivo, con el significado de “conforme a una norma de derecho local y mudable. Cómodo”. Y añadía: “dícese que existe en el Este una cadena de montañas y que a un lado de ella ciertas conductas son inmorales, pero que del otro lado son tenidas en alta estima; esto resulta muy ventajoso para el montañés, porque puede bajar ora de un lado, ora del otro, y hacer lo que le plazca, sin ofensa”.

Sin esta oposición conceptual, que empieza por ser palabrática, es decir, mental y psicológica, la realidad, caso de la entendamos, se debe a esa relación tormentosa que establecemos entre palabras, términos, conceptos y realidad. Se dice que las palabras no son inocentes. Lo son más que una nube. No lo somos quienes las usamos, porque en el proceso de su elaboración y adquisición no le es ajena la posición social y de poder que ocupamos en los distintos campos dialécticos de la vida.

Las palabras son connotativas, jamás denotativas. Ni siquiera lo son en el mundo científico, a pesar de la objetividad con que se presentan sus cultivadores. La diferencia entre ese mundo y el del resto de los mortales es que el primero acota sus conceptos estableciendo sus significados antes de desarrollarlos. Profilaxis que no se da en otros ámbitos. Ni siquiera en los debates –término de origen bélico-, donde los contertulios jamás se explican qué entienden por este o aquel término o concepto con el que se llenan la boca. Quizás, sea la mejor actitud que puedan adoptar, porque de lo contrario se vería la vaciedad en que chapotea su pensamiento.

En la vida cotidiana, el significado de las palabras no significa lo que de ellas establece el diccionario. Por eso, resulta milagroso que las personas se entiendan cuando hablan, pues rara vez dan el mismo significado a las palabras, aunque sean nombres comunes, que usan en la conversación.

Cuando ciertos poetas dicen que entienden la poesía como arte de la comunicación, así será si ellos lo dicen. Pero lo será para ellos mismos. Porque, si ya de por sí es difícil comunicarse con alguien, comprender la metáfora de un poeta es complicadísimo. Y no por culpa suya. Es que nadie se comunica con nadie. Lo que hacemos es poner en circulación una serie de significantes con los que el receptor hará lo que buenamente pueda. Los textos que escriben los demás los centrifugamos por el embudo de nuestra experiencia, no solo verbal, sino, afectiva y mental. Rara vez comprenderemos bien a quien niega nuestra existencia. Diga lo que diga, siempre estará equivocado.

En este mundo palabrático al que me refiero, hay vocablos que describen esa fragilidad verbal en la que, paradójicamente, se apoya nuestra cacareada comunicación existencial. Me refiero a los anagramas, palabras o frases formadas por la transposición de las letras de otra palabra, como el famoso Avida Dollars que André Breton aplicó a Salvador Dalí, combinando letras y apellidos del pintor.

En los anagramas encontramos la feroz ironía de los mensajes que pretendemos transmitir con la utilización de ciertas palabras, unas, grandilocuentes y otras, de andar por casa. Lo más curioso del asunto es que quien utiliza dichos vocablos rara vez repara en la palabra oculta –anagrama- que transporta. Hay ejemplos soberbios. Veamos algunos.

Siempre fue una sorpresa descubrir que la palabra somatén tenía las mismas letras que matones. Curioso. La combinación de letras de la primera consigue una imagen terrible y diferente, ¡y ello con los mismos elementos! La gente durante la dictadura de Rivera (1923-1930) hablaba del somatén sin reparar en que estaban invocando al mismo tiempo un cuerpo armado de matones.

Y fue terrible comprobar que lectura albergaba en sus significantes la misma hechura férrea que cuartel, asociado a la milicia, al ejército y a la guerra… sin cuartel. Algunos dirán que a la palabra le viene de perlas marinas tal descubrimiento, toda vez que en él aprendieron muchos jóvenes reclutas a leer y a aficionarse a Marcial Lafuente Estefanía. Quien no se consuela es porque no quiere.

¿Y qué decir de la palabra Corán? Decía Marx que la religión era el opio, que no el apio, del pueblo. Pero no sólo. La mayoría de sus profetas, obispos, papas y sotanosaurios han traficado, y lo siguen haciendo, con ella. Entiendo que la expresión no les guste, pero reparen en que, en primer lugar, Corán transporta en su juego combinatorio la palabra narco. Y, en segundo lugar, los cristianos deberían fijarse en que los famosos evangelistas no anuncian nada bueno en sus letras combinadas, sino todo lo contario: son agentes del mal. Eso es lo que los ludolingüistas ingleses ya nos revelaron: la palabra “evangelist” contiene el anagrama “evil´s agents”. Por algo será.

anagrama2Si la religión depara términos anagramáticos la mar de suculentos para una deriva sarcástica, palabras relacionadas con la política no les van a la zaga.

Sin salirnos de este ámbito religioso, observamos que laicismo nos lleva directos a la palabra islámico, lo que, para quienes nos consideramos laicistas, dicho descubrimiento será un tanto inquietante. No menos que la zozobra de quienes creen en Dios, y descubren su oculto anagrama: idos, es decir, locos o tarados perdidos. O casi.

Si la religión depara términos anagramáticos la mar de suculentos para una deriva sarcástica, palabras relacionadas con la política no les van a la zaga. La palabra patria que en tiempo pasados era el refugio de los cobardes y pillos –y en una versión mucho menos pudorosa como “el último recurso del hijoputa”, según versión del doctor Johnson-, si la miramos con atención combinatoria nos depara tapiar, que eso ha hecho más de uno, empezando por el ministro Fernández, el gran tapiador de las libertades públicas. Y, si al término patria le anteponemos la preposición “de”, obtenemos la expresión “de patrias”, que se resuelve en disparates.

Que nuestro cerebro sea capaz de estas lucubraciones lúdicas no debería extrañarnos. La palabra cerebro contiene un anagrama nada compatible con el dulce y equilibrado trajinar de las cisuras. Nada más y nada menos que becerro. Por lo que no será difícil entender la confusión que, a veces, se observa entre ideas y berridos.

Si uno se pone en plan de fino intérprete, aducirá como Borges que todo está escrito y que solo nos queda cambiar la manera de escribirlo. Esa sería, ni más menos, la gran enseñanza triste y fatalista del anagrama y, por extensión, de la misma cultura. Lo que no nos impedirá seguir aporreando las palabras con o sin anagramas.

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El foro militar

2014122121242639540-300x266La ciudadanía española ha estado humillada por gobiernos militares a lo largo de la historia. Entiéndase, por militares ineptos y dictadores. No es de extrañar que el territorio español tardara tanto tiempo en vertebrarse como Estado si es que ha conseguido alguna vez articular bien su columna y sus lumbares, siguiendo la terminología orteguiana. Y no es de extrañar que algunas provincias periféricas desearan con ardor guerrero independizarse de su bota sangrante. Antes, ahora y siempre.

El militar ha encarnado, y muy probablemente lo siga haciendo, la más inútil y costosa de las funciones públicas. Es difícil sustraerse a la ominosa sensación de ver como una obscenidad sangrante los presupuestos invertidos en defensa.

Puestos a señalar el origen de esta catástrofe estructural y sin necesidad de irnos a los tiempos de los visigodos, recordemos el llamado desastre de 1898. Ahí puede encontrarse una serie de factores determinantes, entre los que no faltará la presencia de caciques metidos a políticos que ni quisieron ni supieron gestionar los intereses del país porque sólo buscaban los propios; la de ciertos clérigos que hicieron tan impopular la dominación española, por ejemplo en Filipinas, y que exteriorizaron muy bien los valencianos de entonces rechazando el nombramiento del dominico Nozaleda como arzobispo de la ciudad; pero, por encima de todos ellos, nos topamos con los militares que llevaron a la derrota y a la muerte a miles de soldados españoles. Convendría no olvidar que sería un chiste gráfico sobre el recuerdo del 98 el pretexto para el asalto de la redacción barcelonesa del “Cu-Cut” por parte de unos oficiales de la guarnición y, por tanto, la causa eficiente de la proclamación de la nefasta Ley de Jurisdicciones, que hacía del Ejército un coto privado, es decir, un estado dentro del propio Estado.

Un efecto colateral de esta ley sería la Ley de Difamación que también se discutirá en el Senado. Entre los artículos que se pretendía insertar en dicha ley figuraba la de conceder al Gobierno de S. M. facultades para que los delitos contra la patria y el Ejército fueran sometidos a la jurisdicción de guerra en aquellas provincias en la que la propaganda separatista lo hiciera necesario.

Sobre este asunto conviene recordar que, tras la dimisión de Montero Ríos, debido a su intención de sancionar a los militares implicados en los hechos del diario ¡Cu-Cut!, Moret ocupó la presidencia de Gobierno (1905-1906). Durante su mandato, apoyó a los militares e hizo aprobar la Ley de Jurisdicciones, que puso las ofensas al ejército, los símbolos y unidad de España bajo jurisdicción militar.

Parecerá mentira, pero no lo es. El artículo 8 de la constitución actual parece una prolongación siamesa de aquel articulado principio secular, pues no en vano sostiene que “las fuerzas armadas (…) tienen como misión garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional”. Apañados estamos. Que en una democracia constitucional siga siendo el ejército quien sostenga la sartén democrática por el mango revela hasta qué grado el inconsciente colectivo histórico sigue horadando la inteligencia de quienes mandan.

Los militares, cuando han gobernado, entendieron el Estado como un cuartel. Entre militares y borbones la historia de España ha sido una calamidad. Patética. ¿Cómo iba a haber cultura y desarrollo social si quienes mandaban lo hacían gracias al jugo de su inteligencia militar? ¿Alguien ha visto alguna vez que un oxímoron de tal calibre produjera algo bueno a su alrededor? Cualquier general lo sabe mejor que nadie. Por eso, los desiertos que originan por donde pasan los llaman paz.

Es verdad que parte de esta culpa histórica enquistada la tienen los políticos. La casta política de la Restauración, a partir de la guerra de Cuba, abandonaron a su suerte a los descendientes de Pavía, Polavieja, Martínez Campos y Weyler, sin reciclarlos según los principios democráticos de los nuevos tiempos; y, por supuesto, no recibieron cursos de amejoramiento mental tendentes a hacerles ver y aceptar sin sobresalto que estaban por debajo del Parlamento y no por encima. Y por efecto de esta falta de educación civil vino lo que vino. Se envalentonarían en 1906 con La ley de jurisdicciones y en 1917 con las Juntas de Defensa –un sindicalismo militar sui géneris, luego con la dictadura de Rivera y, finalmente, con los africanistas del 36, hijos o nietos de los militares que marcharon y vinieron de Cuba.

Los militares siempre se consideraron los salvadores de la Patria. Azaña no los podía tragar. Los describió muy bien cuando dijo que “se les había dejado campar por sus respetos, sindicarse, administrarse y organizarse a su antojo”. Cuando se los quiso meter en cintura, fue demasiado tarde. En parte, porque los gobiernos políticos de España han estado siempre acojonaos perdidos por la bota militar.

En la actualidad, el ejército sigue, mutatis mutandis, instalado en las prerrogativas que le proporciona su particular foro. No ha habido hasta la fecha poder político soberano capaz de hacerle cumplir lo que la propia constitución dictamina. El ejército se dice garante de ella, pero es mentira. Está por encima de ella.

Serían muchas las esferas que podrían analizarse para mostrar lo que decimos, pero basta con insinuar tres aspectos concretos para confirmarlo.

Primero. La mayoría de los delitos que se perpetran en sus instituciones siguen juzgándose –cuando se juzgan-, siguiendo, no solo sus propias ordenanzas, cuyo componente jurídico está trasegado por una ideología que pertenece a las guerras púnicas. Si la Iglesia habla de pecados en lugar de delitos para escaquearse de su responsabilidad civil y pública, las Fuerzas Armadas, sean de tierra, mar o de aire, no tienen ni necesidad de hablar de pecados ni de delitos. La hacen y la deshacen a su antojo. Y si no que se lo pregunten a la militar acosada, Zaida Cantera.

Segundo. El caso omiso que hace de la constitución en relación con la no confesionalidad de las instituciones públicas. El Ejército es una de las instituciones públicas que con mayor chulería incumple la no confesionalidad. No solo eso. Se pasa por el gatillo de su impunidad el artículo 16 donde “se garantiza la libertad ideológica, religiosa, y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley”. Si concitáramos la cantidad de soldados obligados a participar en procesiones confesionales y mariachis de parecido jaez protocolario, veríamos hasta qué punto degradante la libertad de conciencia constitucional en el ejército es música militar.

A los mandos militares les importa poco formar parte de una institución pública y, por tanto, no confesional. Actúan con tal desfachatez confesional que no extrañará leer la siguiente noticia en los periódicos: “un dron y una Virgen del Pilar en la bodega del avión” que trasladó a varios militares aragoneses que viajaron a Nepal en plena sacudida sísmica.

Tercero. Hacienda es exigente con quien quiere y desea. No lo es con el Ejército. Este funciona gracias a los presupuestos generales. Dinero público, por tanto. ¿Alguien sabe realmente cómo se gasta dicho dinero? ¿Alguna vez han hecho públicas las cuentas claras y sonantes invertidas en el Ejército?

Solo cuando se le recrimina ser protagonista de algunos hechos escandalosos por chungos, como sufragar con dinero público los gastos de diecisiete guardia civiles que viajaron en peregrinación a Lourdes, a principios de 2012, se avino el ejército a bajar del olimpo que habita para hablar de estas menudencias.

La falta de transparencia en el Ejército es ubicua. Afecta a cualquiera de sus esferas operativas. Y, desde luego, no parece que tal situación vaya a cambiar. De hecho, los partidos políticos en liza electoral no han dicho ni una palabra acerca del modelo de Ejército que quieren. Todo un síntoma.

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Esperanza Aguirre for ever

aguirre_pecasDespués de estas recientes elecciones, siguen escuchándose voces que piden la extinción radical de Esperanza Aguirre, considerada casi como una garrapata de la política y a la que habría que aplicarle un insecticida de alta composición química para que no siguiera pulgoneando las vigas de la democracia que toca. Eso, u obligarle a que de una vez por todas se reinsertase de verdad en los modales de la democracia formal –aunque solo fueran verbales–, y dejase de dárnosla con queso, engañando a todo el mundo diciendo que es una liberal, porque no lo es. O, si lo es, lo será “a la española”, que no fermentado en el puchero del liberalismo de Stuart Mill.

¿Qué decir ante este reclamo nada popular, y sí democrático, plural y divergente?

Seamos prudentes. Esperanza Aguirre nos recuerda a la persona que no queremos ser y no nos gustaría parecernos. De ahí nuestro justificado rechazo. Pero seamos pragmáticos. Recapacitemos. Que exista una persona que anda por ahí suelta y que concita en su carácter y temperamento aquellos defectos que nos repugnan, es un lujo que muchas sociedades democráticas no se permiten. Es que nos basta verla para decir: “He aquí una persona a la que jamás me gustaría parecerme”. ¿Quién dispone de este mecanismo autorreferencial a la hora de realizarse como ciudadano democrático? Es que el mayor insulto que se nos podría hacer es que alguien nos dijera: “Joder, tío, ¡te pareces a Esperanza Aguirre!”. Lo peor de lo peor.

Perpetraríamos, por tanto, una grave equivocación, poco premeditada y muy alevosa, al solicitar que Aguirre fuera fumigada del mapa político de este país. Aguirre es un bien común y público, al que hay que cuidar, no necesariamente como una bocazas en proceso de extinción –estas especies lamentablemente no desaparecen nunca–, pero sí como una orquídea de color butano.

Y, sobre todo, como un referente ético y moral.

No lo digo en broma. Aguirre es un referente ético aunque lo sea por vía negativa. Lo explico. ¿Cuántos jóvenes de este país, viendo los modales de esta señora condesa y grande España, no habrán aprendido urbanidad y buena educación, que es, a fin de cuentas, los niveles en los que primero hay que ejercitarse antes de emular los principios categóricos de Kant? Seguro que la máxima aspiración de estos jóvenes será no parecerse jamás a esta señora, aunque sea aristócrata. Una persona con dos dedos de sindéresis en la frente aprende más educación vial viendo a Aguirre dirigiéndose, pongo por caso, a la jueza Carmena, y, si es a Carmona, entonces, ni te cuento, que leyendo el Tratado sobre la tolerancia, de Voltaire o el Código de Circulación, que para el caso que hacemos a ambos daría igual.

Los griegos tuvieron en su haber un rey que, deseando ser muy rico, pidió a los dioses que le diesen el don de convertir todo lo que tocaba en oro. Midas se llamaba. Nosotros disponemos de una consorte condesa que toda inteligencia que toca se convierte en talento corrupto. ¿Quién posee semejante don? Nadie.

Si Zapatero trajo a la democracia la revitalización del término talante, Aguirre ha dado savia nueva a la palabra talento. La política es cosa de talento. No solo descubrió muy precoz y hace tiempo el suyo, sino que aquellos que se arriman a su pollera también lo tienen. Un nuevo mérito que debemos reconocerle. Quizás, sin pretenderlo, Aguirre ha hecho más por la regeneración democrática del país descubriendo talentos, que ejerciendo como ministra de Aznar o como presidenta tamayaza de la Comunidad madrileña. Nadie como ella ha sido capaz de descubrir tanta gente corrupta y talentosa, la cual, una vez puesta en el disparadero, han terminado como imputados, y algunos en la cárcel. El país está en deuda con ella.

Recuerden a Jesús Neira, presidente del Consejo Asesor del Observatorio contra la Violencia de Género, otro talento descubierto por Aguirre, y que fue detenido y condenado por conducir borracho. ¿Acaso piensan que Aguirre hubiese nombrado al citado Neira sin saber de antemano que se trataba de un talento en proceso de ebriedad manifiesta?

Los jueces tendrían que premiar a esta visionaria, excepcional Casandra de la modernidad política, ya que donde pone el ojo señala un talento que a la larga o a la corta ha de poner al descubierto el alma púnica que lleva en los esfínteres.

La cantidad de corruptos que van saliendo a la luz pública gracias a la perspicacia de Aguirre es inestimable. Y reconozcámoslo. No seamos cicateros. Se necesita una capacidad asombrosa para saber que alguien se convertirá en un crápula en cuanto le inviten a una cacería o le regalen una cubertería de la dinastía Ming.

Las instituciones docentes y familiares deberían convertir la figura de esta aristócrata en modelo de cada una de las cualidades que no deseamos para nuestros alumnos y nuestros hijos. No creo que exista un país de la UE que disponga en vivo y en directo de una especie parlante como esta mujer, que basta con escucharle dos intervenciones seguidas para saber cómo no hay que ser jamás. Es que ni la Margaret Hilda Thatcher, aquella dama de hierro medieval, enseñaba tanto en sus intervenciones públicas.

Digamos para terminar que el sentido de la responsabilidad que utiliza Aguirre no es que sea inédito, pero no es el habitual ni de la res publica, ni del evangelio liberal. Lo habitual es que quien la hace, responda por ello. Es asombroso que, después de haberse responsabilizado por la cantidad de chorizos que ha aupado a cargos políticos, no pague por ello. Otra lección impagable. Si no sabíamos en qué consistía la responsabilidad cínica, ahora ya lo sabemos. Detalle que debemos a su inagotable ejemplaridad pública.

Lo suyo constituye un ejemplo elocuente de irresponsabilidad que jamás deberíamos imitar si realmente nos consideramos responsables de haber puesto un corrupto en circulación vial e institucional.

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