Libros que nos disgustan

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¿Tiene sentido que un crítico invierta su tiempo en «censurar» novelas que no lo merecen? Pienso que sí. Una reseña es un acto de habla perlocutivo, ya que su intención es influir en la conducta y en el bolsillo del lector y, a veces, en la voluntad del escritor. Que, luego, se haga efectiva esta influencia no es fácil saber. Es conjeturable sostener que una reseña ablande y modele el ánimo del lector. Lo que pasa es que muchos lectores ya están muy bien acostumbrados a leer aquellas novelas que ciertos críticos califican de malas y a no leer aquellas que consagran como imprescindibles. Así que no hay por qué temer estas dicotomías tan presentes en las reseñas. Si les coges su tramposo tranquillo, te ahorras un montón de desilusiones.

800px-Mark_Twain_statue,_Garden_City,_KS_IMG_5875La primera razón estaría en que reseñar sirve para verificar las razones por las que un crítico condena al ostracismo una novela. Si lo hace por razones estéticas y lingüísticas o por otro tipo de turbulencias afectivas que no vienen al caso. En ocasiones, Conte invalidó novelas porque quien las firmaba había sido militante marxista, pues ya se sabe que esto se nota demasiado en la sintaxis y en los procedimientos literarios. Al parecer, no era el caso de Saramago, pues el escritor portugués cuando escribía dejaba en el armario su ideario comunista, tan intrínsecamente perverso que hasta la comas transpiraban ideología.

Idénticos alambiques utilizaba Azancot al filtrar obras de conocidos comunistas, caso del italiano Moravia. Este hombre no podría escribir una buena novela, porque al ser del PCI estaba contaminado por una mentira estructural y transcendental que le impedía respirar nada verdadero, ni estética ni ideológicamente. Azancot dixit.

La segunda razón estribaría en que se trata de un ejercicio edificante que permite conocer las contradicciones en que incurre el genio del crítico. Unas veces, las razones esgrimidas para defenestrar una novela lo serán para instalarla en lo más alto del empíreo crítico celestial. En unos casos, ciertos defectos de la novela leída serán de poca monta, pero, en otros, idénticas verrugas se tomarán como causa definitiva para sentenciarla negativamente. Estas inclinaciones pendulares del crítico, no solo reflejarán su gonadismo mental, también el desigual valor otorgado a ciertas técnicas según y quién las manipule.

250px-L.-F._Céline_c_Meurisse_1932La tercera razón radica en que se aprende a ser cauto y prudente en nuestras apreciaciones. Aquellas que no se sostengan de modo razonable es mejor no decirlas o, si se dicen, matizarlas y no presentarlas como verdades dogmáticas. Sin olvidar que lo que afirmamos de otro nos caracteriza a nosotros mismos. Mucho más que al criticado.

La cuarta razón daría ocasión a comprobar que quienes proclaman que una novela no está bien escrita no lo demuestran escribiendo bien su propia reseña, dejando en evidencia, no solo su prosa, sino su autoridad estética. A veces, las libertades expresivas que se toma un autor, si no son del agrado del crítico, se juzgarán como infracciones contra la gramática.

Y otras, aunque lo sean también, se catalogarán como muestras creativas del genio incomprendido, que eso es lo que dicen algunos caraduras de los anacolutos de Marías.

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La quinta razón está en que se trata de un sistema ideal para conocer cuál es el grado de fecha de caducidad en que se encuentra la crítica de libros, que no literaria.Un ejemplo lo constituye los comentarios que la novela de María Dueñas, “Misión olvido”, suscitaron en dos críticos.

yvancosPor un lado, Pozuelo Yvancos afirmaría que «María Dueñas vuelve a sobresalir una característica que la define: escribe con pasmosa naturalidad, lejos de la afectación, y sabe extraer fuerza de las situaciones interpersonales. Administra muy bien las transiciones entre acontecimientos y vivencias del personaje. A ello se unen cambios de fortuna inesperados de la trama y quiebros finales nacidos de la tradición de la novela de intriga sentimental que sostienen el interés y confirmarán el favor de los lectores».

ayaladipPor otro, Ayala-Dip sostendría que «la nueva y tan esperada novela de María Dueñas nos invita a reflexionar sobre ese raro talento para hacer algo realmente pésimo y alzarse con el reconocimiento de un sector importante de los lectores. Novela muy mal escrita. No me refiero al estilo que llamaría ‘campechano’, ese estilo que busca la complicidad del lector, deliberadamente con la mejor intención. Con oraciones que no quieren decir nada». Sostiene Ayala que no le gusta la «delación sintáctica», pero que en esta circunstancia no tiene más remedio desagradable que convertirse en un soplón. En realidad, no existe tal ejercicio de acusica, pues se limita a criticar ciertas expresiones «forzadas», como decir «flequillo subversivo» y utilizar «multilocación”» en lugar de ubicuidad. Con estos dos ejemplos, aunque dice que «hay mucho más» Ayala sostiene que la autora «prefiere destrozar la lengua» (Ídem). Ayala Dip exagera. Dueñas no es Benet, pero, tampoco, es Zoé Valdés, ni Lucía Etxebarría. Escribe sin cometer agravios contra el sintagma más o menos canónico y tradicional del sujeto, verbo y complemento. Y tranquilícese el crítico, porque, aunque lo quisiera, no pasaría por el mal trago de convertirse en un «chivato sintáctico», porque en ningún momento muestra que Dueñas haya cometido distorsión sintáctica alguna en su novela. Los malos ejemplos que Ayala ofrece no son sintácticos.

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Leer ambas críticas es un consuelo para el resto de los humanos. No solo se convencerán de que sus opiniones acerca de lo que leen no son tan descabelladas, sino que podrán hacerlas más ponderadas y menos mediatizadas por impulsos extraños que no guardan connivencia con la estética.

También, comprobarán el despropósito en que incurren ambos críticos. Mayúsculo en el caso de Pozuelo Yvancos y, en menor grado, en el de Ayala Dip. Este es congruente con su idea básica y elemental de que los “best sellers” no son literatura o, si lo son, lo son en un grado menor. Pero el caso de Pozuelo Yvancos es más chocante, por cuanto que sus medidas agrimensoras de sopesar la «buena literatura» apenas tienen que ver con los valores que ha visto en la novela de Dueñas. De ahí que concluya que esta novela «contentará a los lectores», entre los que no sabemos si se encuentra el propio crítico, porque no lo dice.

Lo más llamativo de comparar ambas críticas es su resultado final. El lector se preguntará intrigado: ¿habrán leído estos críticos la misma novela?

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Literatura, competencia literaria y autores

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Es bien sabido que existe una asignatura llamada «literatura» y un objetivo adosado a su enseñanza, denominado «desarrollo de la competencia literaria». Pero lo cierto es que ningún sabio ha dado con una definición de «literatura» y de «competencia literaria» que calme los ánimos críticos de los analistas. Es más, la pretensión de alcanzar dicha definición fue ridiculizada ampliamente por Juan Luis Alborg en su monumental ensayo ‘Sobre crítica y críticos. Historia de la literatura española’ (Gredos, 1991).

Pero ya en 1980, Vítor Manuel de Aguiar e Silva había publicado un extraordinario libro titulado ‘Competencia lingüística y competencia literaria. Sobre la posibilidad de una poética generativa’ y que pasó sin causar ningún terremoto metodológico en las aulas.

competencia-linguistica-competencia-literaria-sobre-49426b1e-2ce9-4fb9-9685-7631b3ae5c91Ahora se habla de competencia por aquí y competencia por allá, pero hace ya más de treinta años que Aguiar e Silva, después de repasar el término de «competencia literaria» –que muchos querían asociar miméticamente con el de «competencia lingüística» de Chomsky y que este consideraba innata–, se preguntaba: «¿Cuáles son las razones que justifican el empleo de la expresión y del concepto de competencia literaria?».

Tras repasar críticamente las aportaciones de Van Dijk –a quien despelleja sin misericordia alguna–, de Culler y de Rifatterre, concluía: «Creemos que se hace científicamente aconsejable, por no decir obligatorio, acabar con el uso de tal expresión y del concepto». Es evidente que no se le ha hecho ningún caso.

beckett Paradójicamente, la literatura que in illo tempore aprendimos en las aulas no tenía nada que ver con el desarrollo de la competencia literaria, sino, más bien, con el aumento hipertrofiado y enajenado de la memoria. Un contraste que bien podría servir como argumento de un cuento de terror didáctico.

¿Cómo es posible que, tras recibir una lamentable falta de «formación literaria», lográsemos convertirnos en lectores? La escena final de esa tragedia solo tenía un posible desenlace: aborrecer la literatura por los siglos de los siglos amén. Sin embargo, el hecho de que este fatal desenlace conductista no tuviese éxito alguno en muchos de nosotros, habría que contemplarlo como signo feliz de que los caminos de la lectura y de la escritura son inescrutables.
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Simultánea a esta obsesión por desarrollar la competencia literaria –que nadie sabe en qué consiste y no lo sabe porque ignora también qué es literatura– está la manía ideológica secular por cubrir el programa con los nombres de un listado de autores en detrimento de otros y que por imperativo categórico del sistema aparecen una y otra vez en los libros de texto.

La mayoría de los autores del llamado currículum literario académico actual, tanto en secundaria como en bachiller, no forman parte de las lecturas de quienes, una vez convertidos en jóvenes y adultos, se dicen lectores. Y ello con las excepciones de ciertos novelistas que se integraron en el campo literario dominante, gracias a la labor mediática llevada a cabo por los periódicos, revistas y editoriales. Al fin y al cabo, nunca sabremos las verdaderas razones por las cuales unos nombres entran en ese campo literario, estudiado por Bourdieu, mientras que otros se quedan a verlas venir.

Pocas personas de las que llenan las estadísticas lectoras actuales lo son por leer a Berceo, Cervantes, Quevedo, Mateo Alemán, Rojas, Lope de Vega, Espronceda, Larra, Feijoo, Meléndez Valdés, Galdós, Pardo de Bazán, Clarín, Azorín, Unamuno, Baroja, Ayala, Jarnés, Aub, Gómez de la Serna, etcétera.

Lo que más sorprende es que se lea a escritores que nunca tuvieron una línea de comentario en las páginas de esas historias de la literatura universal de los textos académicos. En algunos casos, al conocer a estos autores se dicen a sí mismos: «Pero ¿cómo es posible que este autor pasara desapercibido a la perspicacia de mi profesor de literatura?». En realidad, a este profesor de literatura lo que le pasaba era que padecía la enfermedad que hemos sufrido casi todos los profesores de literatura: la enfermedad del historicismo y del biografismo. Junto con una servidumbre voluntaria al sistema imperdonable.

Pero ya ven. Aquella literatura para y por la que se nos educó, puesto que se nos obligó a estudiarla en tiempos chicos, es la que menos leemos. Más aún. Las novelas que suele invocarse como las más odiosas coinciden con aquellas que formaron parte de ese currículum.

Un fenómeno sociológico que debería hacernos pensar no solo en los métodos de enseñanza y de aprendizaje, nefastos al parecer, sino, centrarnos mucho más, en la comprensión e interpretación de lo que denominamos literatura. Pues no sabiendo lo que es esta, es difícil, cuando no imposible, enseñarla.

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Y, en relación con la manía ideológica de instrumentar unos autores en detrimento de otros, merecería la pena reflexionar sobre esta tranquilizadora o, si se quiere, inquietante cita: «No se han parado a pensar en todas las vías de expresión del pensamiento distintas de la escritura, y sobre todo de la escritura elegante, que existen. Ingenuamente convencido de que no hay pensamiento que valga más allá del elegantemente escrito, creen que con el inventario de la biblioteca poseen la suma de cuanto jamás fue pensado» (Jean Dubuffet. ‘Asfixiante cultura’, Ediciones del Lunar, Jaén, 2011).

Paralelo a ello habría que señalar que hay personas, entre ellas muchos escritores, que consideran que si uno no ha leído a ciertos novelistas, no podrá ser jamás un genio o, sin ponernos tan sublimes, un buen escritor. Lo más divertido de esta verborrea de lo imprescindible es que el escritor, que se sube a este púlpito para dictar sentencia, cita a escritores que no guardan entre sí semejanza alguna estética.

De este modo, el escritor joven, que busca con ardor militante espejos en los que mirarse, termina desorientado por no saber exactamente en quién confiar. Sobre todo, cuando descubre que aquellos escritores que ve ensalzados no son imitados por quienes los alaban. El caso de Flaubert es sintomático.

marcel-proust En nuestro tiempo, y por poner un ejemplo, Rafael Chirbes sostuvo que «un narrador que se precie no puede ser alguien desconocedor de las obras de Marcel Proust, Thomas Mann o Robert Musil». No sé por qué. Cantidad de escritores que pasan por ser jabatos de la prosa nunca cataron página de tales dioses. Es más. Algunos de ellos hasta lo reconocieron públicamente. Admitieron que eran buenos escritores porque nunca habían leído a Mann y a Proust. ¿Y a Musil? Ni sabían quién era.

Robert Musil, 1925 Por cierto, Harold Bloom advirtió en su día el ocaso total de Mann a quien no leían ni sus herederos. Demasiado elevado e irónico para el paladar del lector actual. El único reclamo útil para que la gente lo leyese consistiría en presentarlo como escritor homosexual. Bloom dixit. Pero me temo que ni así. 

Puestas así las cosas, proceda el lector y el futuro escritor como se le antoje y acérquese a cada escritor que lea –sea del pasado o del presente– de forma distinta. Así obtendrá de él lo que considere más oportuno a su talante y a su carácter. Sin olvidar que este modo de leer es tarea difícil y agotadora. Lo saben hasta los buenos plagiadores.

 

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Democracia acomplejada

          saramago

Durante décadas, a cualquiera que deseara obtener el título de demócrata le bastaba con escribir contra ETA. La antología existente permite sostener que pocos o ninguno de los columnistas que actualmente figuran en los grandes periódicos de este país se inhibieron a la hora de escribir su particular catilinaria contra ella. El hecho de estar contra ella y manifestarlo públicamente se tenía como signo de salud democrática y de estar contra cualquier veleidad relacionada con la corrupción andante. Al fin y el cabo, el mal intrínseco de la época se reducía al nacionalismo, que ha sido y lo seguirá siendo “intrínsecamente antidemocrático”. Vargas Llosa dixit y otros. Entiéndase. El nacionalismo del otro.

mmolina2Muñoz Molina llevaría tan lejos su efervescencia molecular contra ETA que le hizo caer en la generalización más absurda, encarnada en aquella frase que daría la vuelta al estrecho de Gibraltar: “dejad que los vascos se maten entre sí”. Me refiero al Muñoz Molina que el 7 de enero de 1996 dijo: “Soy partidario de la independencia inmediata del País Vasco. Que se maten entre sí, si tanto les gusta”.

La obsesión se hizo extensible a la literatura, tanto que una novela, que terciara sobre el País Vasco y no utilizara su argamasa narrativa para condenar ETA, era motivo más que suficiente para ningunearla como creación artística; a ETA no, la novela. La “caza de brujas” la sufrió Atxaga con El hijo del acordeonista, pero no solo. Y, también, se dio el fenómeno contrario. Novelas que condenaban la violencia etarra recibieron al momento las medallas correspondientes por parte de la crítica literaria en los medios periodísticos de difusión democrática y de las jons.

La fiebre terminó en epidemia, si no, en paranoia. Tanto que la tenaz compulsión de escribir contra ETA se extendió contra todo que tuviera o no relación con ella. Al parecer, no bastaba a quienes se consideraban demócratas de toda la vida con alabar hasta el vómito la Constitución, el ingreso en la OTAN, la justificación de los GAL, los presupuestos generales del Estado, el día de la Hispanidad, la Guardia Civil, la Bandera, la Legión y su cabra….

Esta estrategia nunca se abandonó como muestran cantidad de artículos escritos durante esos últimos años con la misma canción triste. A ella le sustituyó la insidiosa modalidad de obligar una y otra vez a condenar el terrorismo a cualquier abertzale malo que accediera por vía de elecciones democráticas a un puesto en los ayuntamientos. Para colmo, los políticos se volverían unos lingüistas de barbecho y se dedicarían a distinguir entre el verbo rechazar y condenar como no lo haría un académico de Oxford. Como no les arrancaban esta confesión –la legislación no les permitía utilizar el instrumental quirúrgico de la inquisición-, obtenían siempre lo que buscaban y deseaban: “¿Veis? En el fondo siguen justificando el terrorismo”.

Todos estos antecedentes confluyen en una pregunta cuya respuesta encarna ciertos comportamientos políticos, algunos nada aconsejables para la salud democrática. La pregunta es esta: ¿qué hace la democracia con aquellos militantes etarras que, una vez reciclados por el sistema democrático habitual de las rejas y por la vía especulativa de la propia subjetividad ética, se han vuelto tan buenos ciudadanos como cualquiera de nosotros?

onaindiasantoteouriarteUno pensaba que una persona de estas características de converso reciclado, tal si se tratara del beato Onaindía o del venerable Teo Uriarte, no tendría problema para acceder a un puesto de trabajo institucional nombrado por el consejero de turno.

De hecho, el terminator español Aznar abrió la veda de esta “reinserción” convirtiendo al ex etarra Juaristi en su consejero áulico.

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Dados estos antecedentes, consideraba que a estas alturas de la vida los mecanismos formales inquisitoriales que la derecha había utilizado durante décadas para otorgar a los demás el label de demócrata nunca formarían parte de las prácticas protocolarias de la izquierda. Juzgaba que estos mecanismos inquisitoriales eran incompatibles con un nuevo modo de hacer política, más humano y más respetuoso con los derechos individuales. Ojalá que el problema radicara solo en la falta de cintura del gobierno actual navarro a la hora de sortear las zancadillas que la derecha, siempre al acecho, le pondrá en el camino. Sin embargo, la actitud del gobierno en el caso Haranburu sugiere un fondo político más grave, ya que afecta al corazón mismo de la democracia.

haranburuImanol Haranburu, nombrado jefe de un negociado en el gobierno actual de Navarra y cesado fulminantemente al airearse que había sido militante de ETA en el pasado, lo que ha hecho es despertar la bestia parda de intransigencia que esta democracia lleva anidada en el fondo de su ideología más o menos perversa. Intransigencia y, también, miedo y desconfianza, no solo a los que son diferentes, sino, también, a los que un día, también, lo fueron. Y parece que para aminorar esta sensación oprobiosa, tampoco, sirvieran los ejemplos contundentes de militantes terroristas que con el tiempo llegaron a ser presidentes de Gobiernos democráticos.

El concepto de democracia en que se ha escudado el gobierno ha sido tan estrecho como sectario, parejo al que la derecha ha venido ejerciendo, apelando para ello a la implantación de la limpieza democrática de quienes acceden al poder. Alucinante. Como si alguien fuera propietario en exclusivo del concepto de democracia. Como si quienes, políticos ellos, representaran de modo perfecto y sin fisuras lo que es y debe ser la democracia. Con su gesto autoritario y discriminatorio, negador de los derechos más elementales de un ciudadano completamente integrado en la sociedad y en las instituciones públicas, el gobierno de Navarra parece indicar que es él quien decide en exclusiva el nivel de endolinfa democrática alcanzado por uno de sus funcionarios.

leninPor mucho que lo intento, no encuentro ninguna diferencia ideológica y pragmática en este comportamiento del gobierno de la presidente Barkos con el de la derecha más rancia y su política discriminatoria, y por tanto vejatoria, que han ejercido a lo largo de la historia. La marca infame que deja ETA en quienes fueron sus militantes lo es para toda la vida, cosa que no sucede con la que llevan tatuada en sus meninges quienes proceden ideológicamente del franquismo genocida. El paso de fachas desde siempre a demócratas de toda la vida no ha generado ningún trauma en las instituciones. En cambio, la metamorfosis del etarra –incluso sin delitos de sangre en su haber-, resulta ser con algunas excepciones un cambio imposible en esta democracia.

El gobierno de Barkos ha demostrado cultivar una democracia acomplejada, demediada, supeditada a los maniqueísmos doctrinales y comportamientos de la derecha. Haber mantenido a Haranburu en su puesto de jefe de negociado hubiera sido dar un paso adelante y dibujado el camino a seguir para derribar esos muros de intransigencia ideológica todavía existentes, prejuicios y estereotipos que nada tienen que ver con lo que la palabra izquierda connota.

uxuebarkosSi la izquierda no es capaz de recibir con los brazos abiertos a los hijos pródigos en la casa de todos, ¿quién lo hará? ¿La derecha más rancia e inquisitorial de Europa?

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SR. SÁNCHEZ, ¿HABLA EN SERIO?

felipegonzalezEl filósofo Heráclito sostenía que nadie se baña dos veces en el mismo río, porque las aguas nunca son las mismas. Siguiendo este reguero heraclitiano, el poeta Ángel González compuso unos versos que tituló Glosas a Heráclito, de entre los que rescato los siguientes: “Nadie se baña dos veces en el mismo río. /Excepto los muy pobres”. Y con la retranca que lo caracterizaba repetía el mismo verso, pero esta vez “traducido al chino”, y que decía así: Nadie se mete dos veces en el  mismo lío /Excepto los marxistas-leninistas.” Marxistas-leninistas y, por supuesto, los socialistas de hoy. zapatero-jurando2

Tropezar dos veces y hasta tres veces en la misma piedra, además de bañarse en las mismas aguas aunque sea con diferente traje de baño, es muy propio de los socialistas, especialmente en lo que atañe a la materia que me gustaría glosar aquí, no al modo heraclitiano ni chino, pero sí según el sarcasmo o ironía del propio poeta González.

Porque volver a tirarse por el mismo precipicio y hacerlo sin paracaídas es, precisamente, eso, prometer, como ha hecho Pedro Sánchez Castejón, la aplicación de ciertas medidas para reforzar el carácter laico del Estado.

Digámoslo sin apresuramiento. El PSOE lleva desde que se aprobó la constitución en 1978 sin saber en qué consiste dicho carácter en la práctica. Y no habrá sido por falta de cerebros laicistas en sus filas, porque tenerlos, los ha tenido. Y muy buenos.

bono-roucoY si no es así como digo, que salgan a la palestra sus portavoces más genuinos y perspicaces y proclamen a los cuatro vientos de este país qué medida laicista o no confesional tomaron mientras gobernaron desde la época del truhán del Guadalquivir. Tenemos todo el tiempo del mundo y esperamos con paciencia cualquier tipo de declaración que avale la determinación laica de los gobiernos socialistas que han pasado por la Moncloa.

aido copiaHace unos días, tuvimos la complacencia amarga de compartir la imagen de Pedro Sánchez en el Parlamento recriminando a Rajoy que fuera un mentiroso. Por las veces que se lo repitió consideré que Sánchez estaba tratando a Rajoy como mentiroso compulsivo, además de estar en posesión de una sordera infinita.

Lo más llamativo de la afrenta del líder socialista consistió en que le llamaba mentiroso, no por mentir propiamente, sino por haber incumplido unas promesas relativas a los impuestos, al paro, a los acuerdos con Bruselas, a la transparencia en las cuentas y así sucesivamente. Rajoy era la encarnación de Pinocho, no por no decir la verdad cuando había que decirla, sino por haber prometido la aplicación de un conjunto de medidas y no haberlas cumplido.

rubalcaba¡Pobre Sánchez! No percibía en su recámara interior que estaba describiendo sin saberlo a su propio partido, por lo menos en lo referente a los aspectos relacionados con el laicismo y que, ahora, parecen conmoverle su epigastrio.

Sánchez olvidaba que los dirigentes de su partido, desde González a Zapatero, pasando por Rubalcaba, se han caracterizado por el sistemático incumplimiento de todas las promesas laicistas hechas a lo largo de las legislaturas en que la rosa y el clavel gobernaron España (por no hablar de otras promesas).

montilla-iglesiaLas promesas realizadas por los gerifaltes de altura del partido no tuvieron jamás un encaje práctico en la realidad institucional y social española. Y no movieron en ningún momento los mecanismos pertinentes del poder, fuera estatal, municipal o autonómico, para remover el anquilosamiento confesional en que estaban instaladas las instituciones públicas como producto de cuarenta años de nacionalcatolicismo.

zapatero-santiagoAl contrario, la mayoría, por no decir todos, de los políticos socialistas que han sido concejales o parlamentarios autonómicos han conculcado de forma sistemática y continuada el artículo 16. 3 de la Constitución que consagra la no confesionalidad del Estado.

Más todavía. Tenemos la clara percepción conceptual de que dichos cargos socialistas no tienen ni idea de en qué consiste dicho carácter aconfesional.roberto fernandezCONCEJALPorque si la tuvieran, una de dos, o son unos incongruentes conscientes, o, valga la redundancia, unos impresentables cínicos que dicen una cosa en público para luego hacer todo lo contrario e, incluso, votar con el PP medidas netamente confesionales, como ha sucedido recientemente en el Ayuntamiento de Zaragoza con el concejal del PSOE, Roberto Fernández. Cuando tenga un rato libre, hágale llegar, sr. Sánchez, a este concejal una tarjeta con una sola palabra en su desnudo lecho: “¡Mentiroso!”.

Hay que ser muy ingenuo o muy atrevido –cualidades que generalmente acompañan a la ignorancia- para decir en los periódicos que cuando llegue al poder, él, Sánchez, tomará medidas para reforzar el carácter laico del Estado. Si Valle Inclán utilizaba la deformación de la realidad convirtiéndola en esperpento para hacerla compresible a los ojos del ingenuo, aquí lo diremos con la retranca que conlleva la lengua coloquial: el PSOE se ha pasado el carácter laico del Estado por el arco de sus pantorrillas y se ha cagado por los pantalones cada vez que tenía que enfrentarse a la jerarquía eclesiástica para resolver cualquier cotufa.

Así que la conclusión retórica a la proclama de Sánchez, no puede ser más que esta interrogación inquietante: ¿cómo, coño, va a reforzar el PSOE el laicismo del Estado y, por tanto, de las instituciones públicas, si quien, desde que se aprobó la Constitución, no ha hecho absolutamente nada para que se cumpliera el artículo 16. 3 de la Constitución, que establece la no confesionalidad del Estado?

Porque refuerzas, fortaleces o robusteces aquello que ya has instalado o implantado previamente. Pero ¿cuándo ha tenido el PSOE un gesto institucional que tendiera a fortalecer la laicidad del Estado?

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Sus ministros no han dejado de asistir a múltiples ceremonias civiles acompañando `por la jerarquía eclesiástica más granada, lo mismo que a actos estrictamente religiosos confesionales en representación de España. La vicepresidenta del gobierno de Zapatero, María Teresa Fernández de la Vega y el incombustible meapilas Bono, también Moratinos, no se perdieron ceremonia religiosa al más alto nivel representando siempre a España. Hasta tuvieron la desfachatez de asistir a la beatificación de los sacerdotes que murieron en la guerra civil, asesinados por los rojos, claro, y elevados a la categoría de mártires.

maria-teresa-fernandez-de-la-vega-jurando-su-cargoLa ley de la libertad religiosa de 1980 sigue en el limbo de los justos cuando prometieron modificarla. Prometieron meter en cintura a la Iglesia en materia de financiación y, curiosamente, esta jamás recibió tanta ayuda económica como en la época de Zapatero. Prometieron cortar el nudo gordiano de los acuerdos con la santa Sede de 1979. Prometieron que obligarían a la Iglesia a pagar el IBI. Y, mira por dónde, es verdad, no prometieron hacer nada contra la voracidad capitalista de la iglesia en torno a la apropiación indebida de edificios. Al contrario, jamás se sumaron al movimiento social en que denunciaba las inmatriculaciones de dichos inmuebles por parte de la iglesia…

Prometieron, prometieron y prometieron, es decir, mintieron, mintieron y mintieron… porque nunca cumplieron.

franciscovazquezAl PSOE, en materia de laicismo se le va la fuerza por la glotis. Es el partido de las promesas incumplidas. Así que, visto su miedo cerval a la Iglesia, yo me conformaría con que sus políticos de a pie dejaran de asistir a cualquier acto religioso en representación de la ciudadanía. Con que se representen a sí mismos ya tienen bastante.

Solo eso. Así de fácil. ¿Fácil? Ya verán que no.

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¿SON MÁS INTELIGENTES LOS QUE LEEN QUE QUIENES NO LEEN?

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Naturalmente que sí

 No sólo parecen, sino que lo son.

Los lectores dan sopas con sapos a quienes, no sólo no leen ni un prospecto de aspirina, sino a aquellos que consideran que leer es una pérdida de tiempo. Un conocimiento que no habrán adquirido por personal experiencia lectora, supongo. ¿Cómo pueden decir que leer El Quijote es una pérdida de tiempo si jamás han pasado de la primera línea?

subidaaunasillaDecir que la lectura es una pérdida de tiempo sólo lo puede decir alguien que no se lleva bien con la inteligencia. Es la prueba más clara de que dicha persona, no sólo roza los límites de la ignorancia, sino que, mucho peor aún, parece que no tenga remedio.

Quienes no leen, no son inteligentes y ni quieren serlo, y deberían estar callados y no presumir de que son ignorantes perdidos. Ir por la vida pregonando que no hojean ni siquiera un tebeo es imprudencia temeraria que puede ocasionarles graves consecuencias para su salud mental y física.

La lectura revoluciona la mente. Es el aerobic del pensamiento por excelencia. Cada vez que te enfrentas con una página, tu inteligencia se pone a prueba. Un órgano que no se usa se atrofia. ¡Y son tantos los órganos necrosados que tiene el ser humano por falta de uso! Los órganos que se anquilosan por no leer son tan numerosos que necesitaríamos un Quijote para enumerarlos.

BORGESLECTORUna buena manera de que la inteligencia no se seque es sacudirla mediante riegos dosificados de lectura. Esta humedece los surcos de las cisuras cerebrales haciendo que la sensibilidad esté siempre con tempero, despierta a removerse por cualquier síntoma. Hasta qué grado la lectura agiliza la inteligencia que, últimamente, los médicos, en lugar de recetar pastillas a las personas para prevenir el mal de Alzheimer, les aconsejan que lean aunque solo sean esquelas.

Prestar atención y entender lo que dicen los demás y, sobre todo, interpretarlo bien, es un ejercicio intelectual que ayuda a mantener despierto, no solo el cerebro, sino, mucho más importante, el sentido del respeto a las diferencias y a integrarlas en nuestra vida sin ningún sofoco.

El lector es más inteligente que el no lector, porque la lectura ofrece mecanismos de autodefensa ante los conflictos del exterior y del interior. Leyendo se aprende cómo otros afrontan los problemas, no sólo mentales, sino, también, afectivos que padecen y que son semejantes a los nuestros. La lectura te da muchas pistas de cómo actuarán los seres humanos en circunstancias concretas aunque, es cierto, acepto que tal conocimiento previo en muchos casos no sirve para nada ante las jugarretas de los listos.

bici-libroEl lector es más inteligente que quien no lee, porque, al leer, piensa más. Y sólo las personas que piensan se vuelven inteligentes. Quédate con la copla: “Quien lee, piensa”. Y pensar es pesar y sopesar lo que decimos y lo que hacemos. Una persona se hace inteligente en la medida en que ziriquea su caldero mental. Y la lectura, si algo hace del lector, es un sujeto pensante, cosa que no sucede con el no lector que, rara vez, se detiene a decantar –cribar por el cedazo de la reflexión-, lo que hace y lo que dice. Puede suceder que el lector piense cuando ya no merece la pena pensar, pero esto forma parte de la casuística que acompaña al mundo plural de los lectores.

Es alucinante que ante algo tan elemental y tan sencillo como es la lectura, que no cuesta nada y que está al alcance de todos, no la cultiven las personas de cualquier condición, sabiendo como es sabido que quien lee se vuelve mucho más inteligente y más empático. Para colmo, el estrés desaparece en tu vida y, con un poco de paciencia, hasta el cutis de la piel se vuelve más terso, mucho más leyendo a Bécquer que con una aplicación de bótox.

Hay que ser muy tonto para no leer sabiendo que al hacerlo uno se volverá, no tan inteligente como Einstein, pero casi como Euclides.

 Naturalmente que no

 La mayoría de la gente que lee considera que son más inteligentes que quienes no lo hacen. Sin embargo, ninguno de estos sujetos sería capaz de distinguir si la forma de actuar de estas personas lo debe a sus lecturas.

Las sorpresas que da la vida en esta materia son innumerables, demostrándose que ciertas explicaciones basadas en el conductismo no son nada razonables.

¿Se puede relacionar la inteligencia con la lectura? ¿Se puede afirmar que quienes leen son más inteligentes que quienes no han leído en su vida nada de nada? Naturalmente que sí.

Pero las conclusiones obtenidas no son tan consistentes como desearían los lectores, sobre todo si estos son compulsivos.

Hay personas que tenemos como inteligentes y no han leído un libro en su vida. Incluso se vanaglorian de ello, ya que consideran que son inteligentes por no haber leído jamás.

Observen la existencia de esos sujetos avispados que llegan a presidentes de gobierno y lo único que han leído en su vida, eso dicen, es la Biblia. En realidad, no han leído nada de nada, pero queda muy bien decirlo.

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En estos casos, lo más pertinente sería que estas personas, que llegan a cargos tan importantes para el destino de la sociedad, proclamaran sin complejos lo que un ínclito alcalde de Pamplona dijo en su día: “He llegado a ser alcalde la ciudad sin haber leído jamás un libro”, estableciendo, sin ser consciente de ello, la correlación intrínseca entre no leer y acceder a cargos públicos. Todo un adelantado a su tiempo.

La lectura no cultiva la inteligencia si uno no es inteligente. Si uno es tonto, o aspirante, por mucho que lea no se volverá inteligente. Más todavía.

Yo convivo con gente que lee best sellers y obras clásicas y no veo en su comportamiento habitual ninguna diferencia, ni en sus juicios, más o menos atinados, como en sus maneras de proceder. Y he visto cosas realmente curiosas. Gente que lee libros que dicen complejos y difíciles, y luego en las elecciones generales vota a la derecha más ruin.

¿Para eso lee la gente, para votar luego a la derecha reaccionaria? ¿Eso es propio de personas inteligentes?

La gente que no lee dispone de medios ajenos a la lectura para poner a remojo su inteligencia y hacer que ésta crezca. Una discusión con los demás que no piensan como tú puede azuzar tu ingenio más que diez libros leídos de Elvira Lindo o de P. Reverte.

Observen, además, que la inteligencia de quienes leen está sometida siempre a lo que leen, pero no a lo que piensan por sí mismos. Rara vez piensan en las cosas por sí solos. Se las tienen que servir en bandeja. ¿Es eso propio de personas inteligentes? ¿Estar todo el santo día sobando ideas de los demás? Una persona inteligente es aquella que piensan en las cosas por propia decisión.

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La inteligencia no está en los libros. Está en el cerebro humano. Por eso, la pregunta adecuada sería esta: ¿cómo se puede saber que un libro es inteligente si quien lo lee no lo es?

Hay mucha gente que lee muchos libros y no parece que haya superado el umbral diferencial entre estupidez y cretinismo mental. Y social, ni te cuento. No es por nada, pero, quizás, muchos de nosotros nos encontremos entre estas personas, o conozcas a algún catedrático de lengua en esa situación.

Quienes sigan pensando que por leer son más inteligentes que quienes no leen, es porque, tal vez, no sepan leer de forma inteligente. Pero esto solo lo pueden saber quienes leen. Y ese, felizmente, no es mi caso.

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