¿Tiene sentido que un crítico invierta su tiempo en «censurar» novelas que no lo merecen? Pienso que sí. Una reseña es un acto de habla perlocutivo, ya que su intención es influir en la conducta y en el bolsillo del lector y, a veces, en la voluntad del escritor. Que, luego, se haga efectiva esta influencia no es fácil saber. Es conjeturable sostener que una reseña ablande y modele el ánimo del lector. Lo que pasa es que muchos lectores ya están muy bien acostumbrados a leer aquellas novelas que ciertos críticos califican de malas y a no leer aquellas que consagran como imprescindibles. Así que no hay por qué temer estas dicotomías tan presentes en las reseñas. Si les coges su tramposo tranquillo, te ahorras un montón de desilusiones.
La primera razón estaría en que reseñar sirve para verificar las razones por las que un crítico condena al ostracismo una novela. Si lo hace por razones estéticas y lingüísticas o por otro tipo de turbulencias afectivas que no vienen al caso. En ocasiones, Conte invalidó novelas porque quien las firmaba había sido militante marxista, pues ya se sabe que esto se nota demasiado en la sintaxis y en los procedimientos literarios. Al parecer, no era el caso de Saramago, pues el escritor portugués cuando escribía dejaba en el armario su ideario comunista, tan intrínsecamente perverso que hasta la comas transpiraban ideología.
Idénticos alambiques utilizaba Azancot al filtrar obras de conocidos comunistas, caso del italiano Moravia. Este hombre no podría escribir una buena novela, porque al ser del PCI estaba contaminado por una mentira estructural y transcendental que le impedía respirar nada verdadero, ni estética ni ideológicamente. Azancot dixit.
La segunda razón estribaría en que se trata de un ejercicio edificante que permite conocer las contradicciones en que incurre el genio del crítico. Unas veces, las razones esgrimidas para defenestrar una novela lo serán para instalarla en lo más alto del empíreo crítico celestial. En unos casos, ciertos defectos de la novela leída serán de poca monta, pero, en otros, idénticas verrugas se tomarán como causa definitiva para sentenciarla negativamente. Estas inclinaciones pendulares del crítico, no solo reflejarán su gonadismo mental, también el desigual valor otorgado a ciertas técnicas según y quién las manipule.
La tercera razón radica en que se aprende a ser cauto y prudente en nuestras apreciaciones. Aquellas que no se sostengan de modo razonable es mejor no decirlas o, si se dicen, matizarlas y no presentarlas como verdades dogmáticas. Sin olvidar que lo que afirmamos de otro nos caracteriza a nosotros mismos. Mucho más que al criticado.
La cuarta razón daría ocasión a comprobar que quienes proclaman que una novela no está bien escrita no lo demuestran escribiendo bien su propia reseña, dejando en evidencia, no solo su prosa, sino su autoridad estética. A veces, las libertades expresivas que se toma un autor, si no son del agrado del crítico, se juzgarán como infracciones contra la gramática.
Y otras, aunque lo sean también, se catalogarán como muestras creativas del genio incomprendido, que eso es lo que dicen algunos caraduras de los anacolutos de Marías.
La quinta razón está en que se trata de un sistema ideal para conocer cuál es el grado de fecha de caducidad en que se encuentra la crítica de libros, que no literaria.Un ejemplo lo constituye los comentarios que la novela de María Dueñas, “Misión olvido”, suscitaron en dos críticos.
Por un lado, Pozuelo Yvancos afirmaría que «María Dueñas vuelve a sobresalir una característica que la define: escribe con pasmosa naturalidad, lejos de la afectación, y sabe extraer fuerza de las situaciones interpersonales. Administra muy bien las transiciones entre acontecimientos y vivencias del personaje. A ello se unen cambios de fortuna inesperados de la trama y quiebros finales nacidos de la tradición de la novela de intriga sentimental que sostienen el interés y confirmarán el favor de los lectores».
Por otro, Ayala-Dip sostendría que «la nueva y tan esperada novela de María Dueñas nos invita a reflexionar sobre ese raro talento para hacer algo realmente pésimo y alzarse con el reconocimiento de un sector importante de los lectores. Novela muy mal escrita. No me refiero al estilo que llamaría ‘campechano’, ese estilo que busca la complicidad del lector, deliberadamente con la mejor intención. Con oraciones que no quieren decir nada». Sostiene Ayala que no le gusta la «delación sintáctica», pero que en esta circunstancia no tiene más remedio desagradable que convertirse en un soplón. En realidad, no existe tal ejercicio de acusica, pues se limita a criticar ciertas expresiones «forzadas», como decir «flequillo subversivo» y utilizar «multilocación”» en lugar de ubicuidad. Con estos dos ejemplos, aunque dice que «hay mucho más» Ayala sostiene que la autora «prefiere destrozar la lengua» (Ídem). Ayala Dip exagera. Dueñas no es Benet, pero, tampoco, es Zoé Valdés, ni Lucía Etxebarría. Escribe sin cometer agravios contra el sintagma más o menos canónico y tradicional del sujeto, verbo y complemento. Y tranquilícese el crítico, porque, aunque lo quisiera, no pasaría por el mal trago de convertirse en un «chivato sintáctico», porque en ningún momento muestra que Dueñas haya cometido distorsión sintáctica alguna en su novela. Los malos ejemplos que Ayala ofrece no son sintácticos.
Leer ambas críticas es un consuelo para el resto de los humanos. No solo se convencerán de que sus opiniones acerca de lo que leen no son tan descabelladas, sino que podrán hacerlas más ponderadas y menos mediatizadas por impulsos extraños que no guardan connivencia con la estética.
También, comprobarán el despropósito en que incurren ambos críticos. Mayúsculo en el caso de Pozuelo Yvancos y, en menor grado, en el de Ayala Dip. Este es congruente con su idea básica y elemental de que los “best sellers” no son literatura o, si lo son, lo son en un grado menor. Pero el caso de Pozuelo Yvancos es más chocante, por cuanto que sus medidas agrimensoras de sopesar la «buena literatura» apenas tienen que ver con los valores que ha visto en la novela de Dueñas. De ahí que concluya que esta novela «contentará a los lectores», entre los que no sabemos si se encuentra el propio crítico, porque no lo dice.
Lo más llamativo de comparar ambas críticas es su resultado final. El lector se preguntará intrigado: ¿habrán leído estos críticos la misma novela?