Victor Moreno. Ollarra y Hitler

Hitler franco

“Hay un político, todos lo conocéis- que lleva la violencia verbal y las amenazas, que ríete de Hitler si cayésemos en su doctrina” (“Ollarra” en Diario de Navarra, 23-3-2003).

Dejando de lado la peculiar manera de referirse a una figura pública sin nombrarla -táctica periodística habitual en dicho rotativo-, diré que la referencia a Hitler resulta cuando menos tan inadecuada como sorprendente. Veamos el porqué.

Lo primero que conviene recordar es que Hitler, al que Ollarra pinta como un ogro, jamás despertó asco y repugnancia alguna en el “Diario”. Al contrario. Desde el primer momento en que el Führer se hizo con el poder, excitó en el periódico muestras de aplauso y de pleitesía de sacristán. Tanto es así que no mostrará inconveniente alguno en reproducir las crónicas que desde Berlín enviaba un tal Hans von Stuner, donde no perdía ocasión para elogiar la política de Hitler. Y el propio Garcilaso, director del Diario desde 1912 a 1962, no se ahorraba el incensario para destacar el progreso de la economía alemana y el modo en que la dictadura de Hitler “vuelve a convertir al Reich en aquella colmena laboriosa y avasalladora” (DN. 23-VI-1933).

Lo diré sin rodeos. Diario de Navarra fue un periódico hitleriano y un periódico fascista. Incluso, el sublime escritor Eladio Esparza, subdirector del periódico y brazo derecho de Garcilaso durante la guerra, lo reconocerá sin ambages: “En todas las naciones europeas existen sectores de opinión que tienen afinidad espiritual más íntima con los fascistas italianos o los nacional-socialistas de Hitler que con sus conciudadanos suyos que defienden el sovietismo de Moscú” (Diario, 15-V-1936). Es decir: Roma/Berlín o Moscú. Hitler/Mussolini o Stalin. Lo de siempre: totalitarismo o liberalismo. En este sentido, resulta elocuente el artículo firmado por el ex diputado integrista, el arcediano Hilario Yaben, titulado precisamente “Hacia el fascismo” (Diario, 3-VI-1936), que era la meta a la que aspiraban los sublevados contra la República.

Riámonos de Hitler si es preciso, pero Ollarra tendrá que aceptar que su periódico, no sólo dio una imagen idílica del nazismo alemán, sino que hizo todos los posibles para que la sociedad navarra viera en el fascismo y nazismo los espejos recurrentes en que mirarse políticamente.

Algunos datos más. El 28 de septiembre de 1937, el Diario, alborozado, escribirá en grandes titulares: “Entrada triunfal de Hitler y Mussolini en Berlín. El eje Berlín-Roma es indestructible. Ambos Caudillos ponen de relieve el espíritu creador del Fascismo y Nacionalsocialismo y afirman su voluntad de colaborar con los demás pueblos y de luchar por la cultura y civilización europea contra el comunismo”. El 2 de octubre del mismo año sentenciará el visionario Garcilaso: “Empieza una nueva época en la historia europea” (Diario, 2-X-1937).

Sería interminable reproducir los artículos jabonosos que el director del Diario dedicará al Führer. De entre todos ellos, recogeré tan sólo los que hacen referencia a su cumpleaños y a su muerte.

El 20 de abril de 1945 dirá Garcilaso: “Adolfo Hitler cumple hoy años. He aquí al hombre que desde las más humildes posiciones sociales, alcanzó con el esfuerzo de su voluntad la más encumbrad nombradía en los tiempos modernos y realizó la obra más rápida y asombrosa de reconstrucción de su pueblo (…) Hitler ha puesto la más alta marca de la historia.”

El 2 de mayo de 1945, conocida la muerte de Hitler, le dedicará la siguiente necrológica: “Anoche se dio la noticia con signos de bastante autenticidad de que el Führer alemán Adolfo Hitler ha muerto. ¡Descanse en la paz del Señor! (…) No creo que pueda sorprender el que se diga que aquí nos entristece profundamente esa noticia como nos entristeció la del fusilamiento de Mussolini en circunstancias atroces que llevaban el sello del comunismo asiático. Muere Hitler entre los escombros hacinados de Berlín, cuando la siniestra bandera de la hoz y el martillo, nobles instrumentos de trabajo transformados en odio por el Comunismo soviético, ondean sobre las ruinas humeantes del Reichstag donde Hitler anunció un día que el pueblo alemán se opondría a los bárbaros designios del Kremlin de dominar Europa. Estos dos hombres (se refiere a Mussolini y Hitler) titanes que lucharon –para nosotros es lo esencial- contra el comunismo soviético y que en la tremenda lucha han caído, pronunciaron muchas veces el nombre de nuestra Patria con acentos de admiración y de amor. Muertos ambos, no puede sorprender a nadie que en tal momento pronunciemos nosotros sus nombres con amor también y pidamos por sus almas a Dios. ¡En nuestra caso lo que sorprendería sería no hacerlo! Detrás de esos estandartes y de los nombres que sean, seguiremos nosotros con la misma firme voluntad, ¡así Dios nos permita mantenernos con que venimos combatiendo el comunismo soviético, intrínsecamente perverso, desde hace veinticinco años!” (La cursiva es mía).

Después de lo visto, si el señor Ollarra desea reírse de Hitler, que lo haga; pero es la persona menos indicada para hacerlo.

En su caso, lo más lógico sería dedicarle una genuflexión, con el brazo en alto y cara al sol… que más calienta.

OLLARRA Y EL 36

“Mal síntoma es querer volver sobre la guerra del 36, ¿No sería mejor olvidarse de una vez de la guerra, que casi nadie ha conocido?” (Ollarra, Diario de Navarra, 23-III-2003).

Artículos como éste son de los que más contribuyen a que esta sociedad jamás olvide lo que pasó en la guerra del 36. Curiosamente, Ollarra se lamenta de que sea así, y no se da cuenta de que nadie como él ha contribuido a que el tema del 36 siga más fresco que un cogollo de Siberia. Si en Navarra ha sido tan difícil, cuando no imposible, la llamada reconciliación, gran culpa la tiene, la ha tenido y la tendrá Diario de Navarra. Y ello es así, porque este periódico ha tenido siempre la Guerra Civil como su timbre de gloria más preciado.

Ollarra, director del rotativo desde 1962 a 1990, es la memoria en activo de lo que fue la derecha fascista de Navarra. Y cada vez que escribe un artículo es motivo de satisfacción, porque siempre revela alguna clave más de su torticera ideología que en muy poco se diferencia de quien fuera su mentor, Raimundo García, alias Garcilaso.

Hable de lo que hable, escriba de lo que escriba, no puede evitar sacar a relucir sus particulares fantasmas que no son otros que los derivados de sus íntimas y profundas convicciones reaccionarias. Ollarra se considera sujeto fuera de la historia; de ahí que se permita todo tipo de comentarios, considerando que él, sólo él, es el depositario único de la historia, de la verdad y del ser de Navarra. En este sentido, jamás se ha permitido que las aguas tolerantes de la democracia le acariciaran tan sólo el cogote. Por mucho que lo niegue, sigue mirando la vida con el chip ideológico de Garcilaso. No hay quien lo saque de esta fecha. Hable de lo que hable, siempre regresa a la época en que el periódico fue portavoz oficial de Franco. En uno de sus gallos –fechado el 23 de marzo de 2003-, se trasladaba de la guerra del Irak al 36, proporcionándonos unas “rocambolescas” comparaciones entre los que se manifiestan en la calle contra la guerra de Irak y los que lo hacían en 1936. Si se cotejan los reportajes que Garcilaso escribiera en abril y mayo de 1936 contra quienes se manifestaban en Madrid, en la huelga de abril y el 1º de mayo, se verá que Ollarra no se ha inventado nada en el 2003. Sigue con la misma fijación maniquea que adornara el cerebro fascista de Garcilaso.

El 36. Hablemos de él. Leyendo a Ollarra y los artículos que han ido saliendo en su periódico, uno ya no sabe si los asesinados en 1936 deberían levantarse de sus tumbas y cunetas y pedir públicamente perdón por haber sido víctimas y asesinados en nombre de Dios. Leyendo el Diario, parece que quienes los asesinaron impunemente les hicieron un favor. Por otro lado, asegura Ollarra que lo que se busca no son responsabilidades, sino revancha. No pensaba que fuera tan hábil describiendo sus más íntimos sentimientos!

Hablando de responsabilidad. Se ha hablado y bien de la responsabilidad de la Iglesia, pero mucho más grave que la participación eclesial fue la de Diario de Navarra. Tanta que tendría que ser el primero en pedir perdón por lo que hizo, “hagiografía” que puede revisar en su propia hemeroteca. Y tendría que pedir perdón, porque fue el primero en llamar a la depuración del adversario (26-VIII-1936); el primero en pedir la depuración de los maestros nacionalistas (26-IX-1936); el primero en pedir la depuración de los trabajadores con ideología republicana (27-IX-1936); el primero en rendir homenaje público a los muertos en el frente del mal llamado bando nacional, y que serán los  mártires de la Cruzada (2-VII-1937), mientras que calificará de ratas a los otros muertos (20-IX-1936) o de masones siniestros (8-X-1937). Recordemos que a Azaña le llamará el Monstruo, que “parece más bien la absurda experiencia de un nuevo y fantástico Frankestein, que fruto de los amores de una mujer” (16-VIII-1936).

Fue gracias al Diario de Navarra, el propio Ollarra lo glosará en 1962 (24-X-1962), como se pudo perpetrar con premeditación y alevosía la barbarie que se hizo en Navarra. Dejémonos de paños calientes: Garcilaso no sólo fue un simple correo entre los militares Mola, Conde de Rodezno, Sanjurjo y Franco, sino uno de sus gestores ideológicos fundamental.

Puede que para muchos lo más insultante de todo sea que el Diario no muestre signo alguno de arrepentimiento o propósito de la enmienda. Sin embargo, mucho más indignante es que ignore haber sido el instrumento/portavoz de la guerra, y su gestor. Sólo por esta razón, la Iglesia, comparada con Diario, fue una hermanita de la Caridad, a pesar de los Ona y compañía.

Que Ollarra haga alardes en pro de la democracia –en el artículo citado se lamentará cínicamente de que “no hayamos asimilado aún la democracia”- resulta hiriente, porque Ollarra jamás ha sido un demócrata. Es más. La democracia en su periódico ha tenido siempre muy mala prensa; lo mismo que los partidos políticos y la sindicación obrera, fuera roja o libre. Ollarra, en este campo, es hijo putativo espiritual del decimonónico Garcilaso, y no ha dado un paso adelante. Y el hecho de que fuera acribillado por ETA no justifica para nada su ideología.

Iba a decir que lo mejor sería para él que se cortara de una vez para siempre su cresta de gallo  de bronca periodística y se dedicara a lo que realmente le gusta: investigar cómo blasfemaban los pecheros en la Edad Media o lo bonito que es Ujué sumergido en el crepúsculo de una tarde de mayo. Pero, pensándolo bien, no. Mejor que siga escribiendo. Nos basta ver su firma para saber que el periódico, por muchas moderneces tecnológicas con que se adorne, sigue varado en las aguas  inmóviles de la reacción.

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Victor Moreno. ¡Y un güevo!

Huevo_duro“Un financiero se pondrá a cantar, un abogado se hará confidente de la policía, un panadero expondrá sus preferencias literarias, un actor gobernará, un cocinero filosofará sobre los momentos de cocción como jalones en la historia universal” (Guy Debord, Comentarios sobre la sociedad del espectáculo, Anagrama, 1990).

La serie, establecida por el situacionista Debord, podría completarse añadiendo que el cocinero Ferrán Adriá se subirá a la parra de los iluminados y comunicará al mundo que “la cocina debería ser una asignatura escolar obligatoria, por lo menos para que los jóvenes sepan hacer un huevo frito”.

No es la primera vez que la sociedad del espectáculo nos depara este tipo de declaraciones en las que alguien, que viven con gran intensidad y amor metálico su trabajo, establece que los demás serán muy felices si se comportan como quien les conmina a ser y a hacer esto o aquello. Hace ya unos años, Grande Covián decía en un tono imperativo lo propio: “En las escuelas los niños deberían aprender a cocinar”.

Consuela saber que ni a los toreros ni a los guardias civiles ni a las putas ni a los trapecistas les ha dado por proclamar qué es lo que los niños de las escuelas de este país deberían aprender para ser felices, curricularmente hablando.

Con toda probabilidad, los niños de este país se lo pasarían mucho mejor en las escuelas si quienes les diesen las clases fueran cocineros como Adriá o futbolistas como Reina. Y sería el orgasmo pedagógico absoluto si fuera la Policía Nacional o alguna mujer –también valdría hombre-, de moral distraída quienes les enseñaran el abecé de su pedagogía militar y pícara, respectivamente.

Lo que pasa es que las escuelas ni están para que los alumnos frían huevos, aprendan a torear un mihura, bastante hacen con torear los derivados didácticos de la Ley de Calidad, ni, menos aún, recibir lecciones acerca de cómo manejar un pistolón o un tanque, aunque, a decir verdad, a más de un alumno le encantaría manipular semejantes mierdas de la tecnología. Y, bueno, ni qué decir tiene que, si la educación sexual, que algunos pretenden que se imparta en las escuelas, si la impartiese una rabiza, entiéndase, una hetaira con titulación y todo en regla con la OMS, los alumnos, quizás, así aprendiesen fisiología de verdad y no esa aburrida biología que siempre acaba enseñándose.

Siento desengañarles, pero la vida no forma parte del currículo escolar. Hace tiempo que entre ellos existe un divorcio tan grande que ni siquiera el PP, con todo lo enemigo que es de las parejas ajenas al matrimonio canónico, sería capaz de arreglarlo.

Es más. A mí me parece estupendo que la vida no entre en las escuelas. Particularmente, las áreas transversales me dan dentera. Tanto como la religión y la ética. Todo lo que se mete en el aula de matute se convierte en materia de adoctrinamiento moral y social.

Además, está la existencia de los adultos tan corrompida que no haríamos ningún favor a nuestros hijos obligándoles a estudiarla en vivo y en directo. No seamos impacientes. Pronto serán igual que nosotros.

Por otra parte, ya está bien tirar balones de ozono fuera. El adulto tiende por sistema a introducir en el sistema educativo todo aquello que no hace bien en su vida. Y la escuela tiene que corregir, sin conseguirlo, lo que la sociedad estropea de forma permanente e histórica.

Es muy posible, por tanto, que, cuando el cocinero Adriá aseguraba lo del huevo frito, quizás, lo dijese porque había comprobado in situ que la mayoría de las personas adultas no sabe freírlo. ¡Si sólo ignorásemos freír un güevo!

Pero eso, lo del huevo, se arregla muy bien en casa. Como se arreglaría muy bien si los padres educaran a los niños a cepillarse los dientes después de cada comida; a pararse ante un semáforo en rojo cuando vamos con ellos de excursión en coche; a no tirar colillas de cigarro al suelo o los papeles que envolvían el bocata de jamón o el caramelo de menta; a respetar el silencio de los demás evitando en todo momento ruidos innecesarios, como convertir los pasillos de la casa en pistas de patinaje nocturno; a aleccionarles con el propio ejemplo para que no escupan en lugares públicos… y, en fin, a ilustrarles para que no chillen como “mamestros” –simbiosis de mamón y de cabestro-, para, encima, no decir nada… Y así sucesivamente

La gente piensa que meter en la escuela lo que pasa en la calle dará más vitalidad a la institución. Para nada. Casi todo lo que toca la escuela se convierte en motivo de aburrimiento. Si queremos que las cosas más importantes de la vida permanezcan frescas y lozanas, procuremos que no entren en la escuela como objeto de estudio y de examen.

Y, menos aún, la actividad de freír un huevo. Sería terrible que dicho contenido figurase como unidad didáctica en los libros de texto. Lo que la familia puede hacer con creces, ¿para qué endilgárselo a la escuela?

Espero equivocarme en mi diagnóstico, pero sostengo que cuanta más vacía de contenido está una escuela o un instituto, más tonterías se quieren meter en ella.

Sobre el autor del artículo: Victor Moreno

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Victor Moreno. OLLARRA y sus demonios particulares

Diario de Navarra

Irudia; http://www.euskomedia.org/galeria/

Los demonios particulares de José Javier Uranga, alias Ollarra, son la censura, el franquismo, Euskadi, que él siempre escribe Euzkadi, y la Edad Media, que es el tiempo en el que tenía que haber vivido para no desentonar, intelectualmente hablando. Aquí sólo terciaré sobre las dos primeras.
Una y otra vez, vuelve sobre ellas con paranoico tesón. Y siempre para repetir idéntica salmodia. Que ningún periódico como Diario de Navarra sufrió tan crudamente la censura cuando él era su director, que lo fue desde 1962 a 1990 y que él nunca fue franquista, ni siquiera cuando se cobijaba bajo la pollera de su mentor periodístico, el fascista Raimundo García, alias Garcilaso.
Pero las dos afirmaciones no son ciertas.
Uno que lo conoció y que se llamaba Rafael Conte Oroz, crítico ya extinto, que vivió en Pamplona desde 1939 a 1959, y que fue falangista, jefe provincial del SEU desde 1957 al 31 de octubre de 1959 y director de la revista Leyre, lo describió como “caballero conservador, liberal y franquista relativo” (El País, 29.XI.2003). Relativo, sí, pero, al fin y al cabo, franquista.
En la entrevista que le concedía su propio diario, aparecida el domingo 22 de agosto de 2010, aseguraba que su papel sufrió una “censura terrible”, culpando a Fraga de ser su causa primera y eficiente. Se lamentaba que “sólo podías meterte con Renfe y con Tabacalera”. ¡Pobrecito Diario! ¡Qué orfandad crítica la suya!
La letanía no es original. En el especial “100 años” del periódico, ya sostenía que “la censura estaba no solamente en manos del Gobierno sino en otros poderes llamados mediáticos y caciquiles” (25.2.2003), bien conocidos por el propio periódico, no en vano contribuyó a su establecimiento.
Pero los procesos de censura que sufrió Diario son de risa. Los dos casos que evoca el propio Ollarra son para troncharse de alacridad. Veamos. Se censuró una publicación en la que se denunciaban los estropicios que generó un gamberro –del que no dice su nombre- en las terrazas del Kutz y del Iruña. Y se censuró el “gallo” que él mismo escribió para afear el comportamiento de los jugadores del Real Madrid, capitaneados por Di Stefano, quienes destrozaron el vestuario del campo de fútbol tras su partido contra Osasuna.
Sinceramente. Cuando Ollarra habla tan seriamente de la tenaz censura sufrida por su periódico, yo pensaba que se trataba de asuntos de gran calado político y social, pero no cotufas de chichinabo. Imaginaba que sus censuras se aplicaban a artículos vibrantes y enérgicos, escritos directamente contra el régimen franquista, por su naturaleza dictatorial y represiva.
Curiosamente, una censura que no recuerda, o no quiere hacerlo, es la que sufrió el periódico tras los sucesos de Montejurra en el año 1968. En aquella ocasión, Diario publicaría el discurso del carlista Auxilio Goñi. Los números del 7 de mayo serían secuestrados, también los de El Pensamiento Navarro. La publicación infringía las “limitaciones de expresión” establecidas por el artículo 2 de la Ley de Prensa, que era ya la ley de Fraga. El artículo de Goñi “faltaba el respeto a las instituciones y personas en la crítica de su acción política y administrativa, así como la alta de acatamiento al ordenamiento constitucional”
Uranga Santesteban, como director, intentó quitarse el marrón de la multa endilgando toda la responsabilidad al autor del texto, sujeto jurídico ajeno al periódico. Que tuviera o no razón Ollarra, esgrimiendo esta triquiñuela legal, importa un comino. Lo que conviene saber es que para quitarse el muerto de encima, se sacó de su magín este impecable razonamiento: “En los preámbulos del Alzamiento Nacional (y no digamos nada en el decurso del mismo), si hubo periódicos y Directores de éstos que contribuyeron al triunfo del Movimiento que redimió a la patria, entre ellos y no en segundo puesto, está Diario de Navarra”. Más claro, agua de alfaguara.
Pascual, director de El Pensamiento, hizo lo propio. Los dos periódicos fueron sobreseídos. Así que Fraga no parecía ser tan ogro, a pesar de que Ollarra asegure que “guarda un pésimo recuerdo” de su persona y de sus “chillos”.
Sin embargo, las elipsis a las que Ollarra somete su “portentosa” memoria selectiva, parecen producto de un cinismo íntimamente cultivado con cierta delectación.
Resulta conmovedor que sólo se acuerde de Fraga y no de la Ley de Prensa de Serrano Suñer, del 22 de abril de 1938, en la que correspondía de forma exclusiva y excluyente al Estado la organización, vigilancia y control de la institución Nacional de la Prensa periodística. Aquella ley, nacida de una dictadura fascista, instauró la censura previa, la regulación del número y extensión de los periódicos, el nombramiento del director por el ministro del Interior, y, entre otras cosas, preveía sanciones gubernativas, al margen de las penales, “para todo escrito que directa o indirectamente tienda a mermar el prestigio de la Nación o del régimen, entorpezca la labor del Gobierno o del Nuevo Estado o siempre ideas perniciosas entres los intelectuales débiles”.
¡Y, ojo, porque se trata de una ley que se aplicará hasta 1966! No me consta que Raimundo García García, alias Garcilaso, director del Diario desde 1912 hasta su muerte en 1962, colaborador eficaz con Mola en la preparación del golpe militar de 1936, se quejara jamás de dicha Ley. Ni que el propio Ollarra, desde 1962 a 1966, enarbolara su cresta y pico combatir semejante ley mordaza, enemiga de cualquier pensamiento crítico.
Es muy pertinente hacer constar que las “limitaciones de expresión” que establecían, tanto la ley de Suñer como la de Fraga, procedían, precisamente, de los principios por los que los fascistas apoyaron el golpe, entre ellos, Diario de Navarra. Estas limitaciones se concretaban en el respeto a la verdad y a la moral; (el acatamiento a la Ley de Principios del Movimiento Nacional; la defensa nacional, de la seguridad del Estado, el debido respeto a las instituciones y a las personas en la crítica de la acción política y administrativa; la independencia de los tribunales y la salvaguardia de la intimidad y del honor personal y familiar”. Unas limitaciones que, aplicadas en otros casos, acabaron con los huesos de muchos militantes de la izquierda en las mazmorras, pasando previamente por el TOP. Nunca levantaría la voz Diario de Navarra para protestar contra estas conculcaciones de la libertad individual. ¡Y la derogación del artículo 2º de la ley de Fraga no haría efectiva hasta el 1 de abril de 1977!
En relación con su cacareada afirmación de que “nunca he sido franquista. Nunca”, no tengo inconveniente en aceptarlo si se acepta que Ollarra tampoco fue antifranquista en toda su vida. Que yo sepa, nunca se escribió un artículo en su periódico contra Franco y su régimen. Y menos aún con su firma.
La hemeroteca “diaril” es concluyente. Y no podía ser de otro modo, tratándose de un periódico golpista y fascista. Desde el año 56, en que comenzó como redactor, redactor-jefe, subdirector y director (1962), hasta la muerte de “la culona” con voz de pito, todos los años, el 1 de abril, sale en primera página un artículo conmemorando la Victoria, con foto del interfecto. Como los lunes no había periódico, cuando coincidían con el 1 de abril, adelantaban el recordatorio al día anterior o, en alguna ocasión (coincidiendo con viernes santo) lo retrasaban al siguiente. Siendo él director, sale sin falta en primera página, salvo en 1972 y 1974. En 1962 y 1968 sale el 31 de marzo. En 1971 sale una foto de Franco en la p. 5. Y en 1975 sale como siempre, conmemorando el XXXVI aniversario, más lo que le dedica el 20-n, y el 21-n, volcado el periódico a jalear su figura y obra.
Tengo comprobado que, si han existido dos dictadores a los que Diario de Navarra ha glosado con genuflexa complacencia, esos han sido Hitler y Franco.
Lo demás son milongas propias de la senectud.

Sobre el autor del artículo: Victor Moreno

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Victor Moreno. En fiestas, los ayuntamientos se vuelven anticonstitucionales

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Las relaciones entre cierta izquierda y las formas públicas de manifestar las vivencias religiosas personales no dejan de asombrarme. Y digo “cierta izquierda” pues ésta ni se agota ni se reduce a una forma determinada de considerarse como tal.

En primer lugar, sigo sin entender qué interés puede tener alguien en que los demás sepan de qué pie transcendental cojea en este mundo. El sostenimiento democrático de una sociedad no se basa en las creencias transcendentales de los ciudadanos, sino en ideas compartidas, derivadas de la aceptación de un marco político concreto e inmanente.

En segundo lugar, las relaciones con Dios son íntimas, al menos si hacemos caso a lo que dicen de ellas sus más excelsos partenaires, que hasta percibo cierta obscenidad cuando hablan, pillos ellos, con tanto énfasis del amor de Dios, de la Virgen y de san Sebastián. Cuando chamullan de este eros teológico, ¿de qué amor hablan? Mala cosa sería si es una falacia, una engañifa, un cuento; pero si fuese verdadero, entonces, habría que aclarar si dicho amor es casto y puro como las eneas de agua dulce. Y si la cosa va en serio, ¿qué sentido tiene amar a alguien y no recibir a cambio siquiera una caricia en la mejilla? Pues el amor sin sexo no tiene mucho sentido, y, sobre todo, ninguna gracia. Los místicos, que eran rijosos como bonobos, lo sabían muy bien.

La verdad es que este asombro mío alcanza cotas inverosímiles de perplejidad cuando llega el verano y las fiestas de los pueblos se desatan de forma tan lujuriosa como entusiástica.

En dichas fiestas, los ayuntamientos, instituciones del Estado, es decir, estructuras políticas aconfesionales por imperativo categórico de la Constitución, no hacen sino contravenir dicho carácter. En la mayoría de las fiestas, que llaman patronales, los ayuntamientos se comportan de manera anticonstitucional. Pues, no sólo se subvierte en ellas el sentido común, sino la propia Constitución.

Bueno, lo hacen durante las fiestas, donde la recuperación rancia de cierto nacionalcatolicismo es escandalosa, y lo hacen durante el año, a la hora de festejar la construcción de un nuevo edificio público, unas piscinas, un colector de aguas fecales, un campo de fútbol, una residencia de ancianos… Todo, menos un puticlub. En todos esos eventos, allí estará el párroco del pueblo con su hisopo aspergeando el edificio y dedicándolo a la suma Deidad –el colmo de la parodia es cuando aseguran que se lo consagran-, como haría un hechicero en el Paleolítico Superior.

No se trata de que quienes dirigen los destinos administrativos de la ciudadanía hagan dejación definitiva de sus creencias metafísicas. Para nada. Sólo se trataría de que en esos momentos, en los que ofician representando una institución pública, se olvidaran de sus credos y glorias metafísicos. ¡Coñe, que tampoco se les exige tanto!

Una institución aconfesional, como lo es el ayuntamiento, no tiene por qué ir a misa mayor del santo o programar cada inicio de un acto festivo del día con un himno a san Pancracio o una aurora dedicada a santa Eufemia. Cuando lo hacen, están contraviniendo el pluralismo confesional del resto de las personas, incluidas, por supuesto, las de los que no creen. Y es irrelevante saber si los ediles son de izquierdas o de derechas; si son ateos o agnósticos. Como es inocuo que sean vegetarianos o andróginos. El principio constitucional de la aconfesionalidad obliga a ambas fuerzas políticas por igual.

La religión es asunto privado; la política no, que es manteca que afecta a la organización pública en la que la ciudadanía puede intervenir, porque trata de cosas reales, empíricas, verificables, tangibles. Pero de la religión, que versa sobre asuntos falsables –“la voluntad de Dios”, “los designios del Todopoderoso”-, nada seguro se puede decir de ella. De ahí lo peligrosa que es para la convivencia; sobre todo, cuando sus más excelsos intérpretes, como son los obispos, reniegan una y otra vez del Estado de Derecho si lo manipulan los socialistas.

La religión no pinta nada en la vida política. Política y religión son términos incompatibles. Tanto que, si una persona decide meterse en política, y es creyente, lo primero que tendría que hacer es preguntarse si ambas actividades son concurrentes de forma simultánea. Sí, ya lo sé, no hace falta que me griten tanto. La mayoría de la clase política ya es creyente. Por desgracia.

Y es un infortunio, porque el creyente, de izquierdas o de derechas, no se priva de imponer su visión teocrática a la realidad de la vida cotidiana. Lo comprobamos cada día en la ingrata cantidad de jueces dictando sentencias amparándose en su conciencia de creyente, y no en la legislación y jurisprudencia al uso. Y lo vemos todos los años en las fiestas de los pueblos, donde no hay acto público que no esté revestido por una misa o un prefacio en honor de san Cirilo.

¿De verdad cree esta buena gente, sea de izquierdas o de derechas, que las fiestas de sus pueblos serían menos fiestas si desaparecieran de ellas todo vestigio confesional y transcendente?

Entiendo que los creyentes consideren que la fe sin obras es una fe moribunda o muerta. De ahí su obsesión por hacer obras de este jaez a todas horas y en todos los lugares. No puedo negar que dichas obras les debe de hacer mucho bien en el bazo y en la glándula pineal. Si no, no tendría ningún sentido que se obcecaran tanto en insertar en cualquier tipo de actividad la presencia del hisopo.

Estoy convencido de que ellos serán así la mar de felices y que se sentirán realizados metafísicamente. Pero estaría bien que alguna vez repararan en que llevan toda la vida ejerciendo una dictadura religiosa contra quienes ni creen en semejante fe y, menos aún, en los efectos bondadosos de las obras que eligen para su fortalecimiento.

Decía Voltaire que las personas débiles necesitan a Dios para comportarse bien. Por eso él decidió, el muy tunante, ser deísta, y permitirse en vida todos los vicios inmanentes posibles. También dijo un ruso que si Dios no existe, todo está permitido. Por el contrario, Sartre decía que, dado que Dios no existe, la responsabilidad del sujeto se agiganta, porque asume la obligación de dotarse de una sintaxis con la que ordenar este perro mundo sin salirnos de él por la tangente de la fe.

Pues hacerlo sería “cambalachear la realidad”, como decía un personaje de Galdós.

Sobre el autor del artículo: Victor Moreno

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Víctor Moreno. Anticlericalismo moderno y necesario

cucarachas

La Iglesia siempre ha echado mano de la intoxicación ideológica que la tradición antirreligiosa de la izquierda ha sembrado históricamente en el Estado Español, y que aparece una y otra vez como justificación de las ganas que, pongo por caso, le tiene el socialismo a la Iglesia. Como la exactitud es la mejor enemiga del sectarismo, digamos que la tradición antirreligiosa de la izquierda jamás cobró cuerpo doctrinal ni institucional a lo largo de su andadura. Ni siquiera en la República. Y ya no digamos durante los cuarenta y tantos años de represión franquista y tampoco en el largo coletazo oscurantista de la denominada transición democrática.

Diríamos más: cierta izquierda española ha sido mayormente, por voluntad propia, y también a su pesar, confesional, cristiana y de comunión dominical o pascual. Por otra parte, si el laicismo se configuró como categoría definitoria de la identidad de cierta izquierda, eso se debió a los ataques furibundos de la propia Iglesia, que confundió a posta laicismo con ateísmo e irreligiosidad. Porque, y éste es un detalle que en la historia del laicismo no suele subrayarse, ha sido la Iglesia la que más papel impreso ha gastado en escribir sobre (contra) el laicismo. Sin duda, sus inefables doctores han sido los que llenaron de contenido, espíritu y letra, la partitura muy pocas veces interpretada del laicismo. ¿Cómo se iba a interpretar si España ha estado dominada secularmente por la dictadura teológica?

Han sido tantas y tan variadas las caracterizaciones que ha recibido el laicismo en este país por parte de la Iglesia, que, en muchas ocasiones, ni el propio militante laico -ubi est?- sabía realmente qué significaba. Ha sido tanta la confusión terminológica que sobre dicho concepto ha caído, y siempre de manera negativa, que hoy, bajo el intento higiénico de revitalizarlo, resulta imposible encontrar un significado denotativo y que sirva como concitación unánime de sus teóricos. Por un lado, se habla negativamente de un «laicismo intolerante», de un «laicismo agresivo» -llamado «laicismo fundamentalista»-, y, por otro, de un «laicismo moderno», de un «laicismo abierto» y de un «laicismo inclusivo». En el fondo más superficial, maneras terminológicas de confundir y no precisar con exactitud lo que significa de verdad dicho concepto y que lo único que consiguen es mantener el clericalismo en plena forma.

Y ha sido la Iglesia la que ha estado obsesionada con el laicismo, no la sociedad; ni muchísimo menos quienes eran sus militantes, los cuales han tenido peor prensa, incluso, que los comunistas. Hasta los propios institucionistas, como Giner de los Ríos, no le tenían ninguna simpatía al concepto: «La denominación de enseñanza laica ha venido a ser en muchas ocasiones bandera agresiva de un partido, muy respetable, sin duda, pero que, en vez de servir a la libertad, a la tolerancia, a la paz de las conciencias y de las sociedades, sirve en esas cosas por todo lo contrario» (Giner de los Ríos, F. Ensayos: La enseñanza confesional y la escuela, 1882).

Mientras que la iglesia no ha olvidado jamás su rabia doctrinal contra el laicismo, gran parte de la sociedad española hace muchísimo tiempo que dejó en el arcén de la historia toda esa simbología refractaria, que solamente recuerdan ciertos nostálgicos del pasado, con el ánimo retórico de avivar ciertos atavismos. ¿Cuándo, por ejemplo, a lo largo de la historia cobró forma institucional una enseñanza propiamente laica, tal y como la describieron el P. Manjón y el cura Sardá iSalvany, autor del best seller del XIX, El liberalismo es pecado?

Ni en la República se consiguió tal sueño, que ya es decir.

Y hoy mismo, si fuéramos a ser precisos, ¿qué escuela pública puede proclamar de sí misma que es laica? Ninguna. Ni siquiera el Estado lo hace, que solamente se atreverá a sostener que «ninguna confesión tendrá carácter estatal». Es más. La palabra laico no aparece en ninguno de los artículos de la Constitución, prueba inequívoca de que dicho término todavía sigue despertando ensoñaciones de todo tipo. Ninguna, positiva.

Y en cuanto al anticlericalismo, ¿qué decir que no sepan los propios obispos? Ellos conocen perfectamente cuál es el anticlericalismo que más les molesta, y si les pica es porque su actualidad resulta más que evidente y, por tanto, más que necesario poner en práctica.

Hay un anticlericalismo higiénico que consiste en rechazar toda imposición derivada de unas creencias inverificables, y, por lo tanto, falsables. Hay un anticlericalismo sano que consiste en oponerse a los obispos cuando tratan de dictar al resto de la sociedad un conjunto de prohibiciones y de obediencia a sus normas que ellos contemplan como un catálogo derivado de la revelación divina. Hay un anticlericalismo profiláctico que consiste en oponerse a la exigencia de estos obispos cuando pretenden castigar lo que ellos consideran blasfemias, o cuando intentan suplantar los derechos de una democracia por unos supuestos valores religiosos y morales. Hay un anticlericalismo imperioso que consiste en defender la autonomía civil frente a las pretensiones totalitarias de la heteronomía transcendental que trata de imponer la jerarquía eclesiástica. Y hay, en fin, un anticlericalismo bien beneficioso que consiste en oponerse a los privilegios especiales, obtenidos como botín de guerra, y que los obispos exigen para sus instituciones y sociedad de creyentes.

Ninguno de estos anticlericalismos me parece desfasado. Al contrario, dada la beligerancia eclesial de los Rouco Varela y compañía, son más necesarios que nunca.

Sobre el autor del artículo: Victor Moreno

Libros del autor: Pamiela.com

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