Por lo que ha transcendido, la decisión del Gobierno de Navarra de entregar la Medalla de Oro de Navarra a Campión, Altadill y Olóriz, ha sido, según su portavoz, “por ser los creadores de la actual bandera de Navarra”, de cuyo diseño son autores.
El origen de este estandarte es bien conocido. Repasémoslo. El 22 de enero de 1910, la Diputación, tras consultar a estos eruditos locales sobre un posible diseño de bandera, que regularizase su uso, acordaría en sesión del día 15 de julio de 1910 su confección junto con el escudo, que pintará Ciga (Diario de Navarra, 15.7.1910). Dicho pendón se izó en el balcón de la Diputación, el día 16 de julio de 1912, fecha conmemorativa del VII aniversario de la batalla de las Navas de Tolosa.
Aunque la pregunta sorprenda, conviene hacerla. ¿Es, realmente, la bandera actual de Navarra la que diseñaron Campión y compañía? Muchas personas no estarían de acuerdo con una respuesta afirmativa, sobre todo si se repara en las adherencias políticas e ideológicas que, desde entonces hasta hoy, han impregnado dicha bandera, pero no solo
Como se ha dicho, en 1912, se conmemoró en España el VII aniversario de la batalla de las Navas de Tolosa. La Diputación Foral y Provincial decidió auspiciar un certamen científico y literario para solemnizarlo. El premio destinado en la modalidad de ensayo sobre dicha batalla, el jurado lo dejó desierto, toda vez que el mejor trabajo presentado cuestionaba precisamente la tesis de quienes habían diseñado la bandera de Navarra, y que había adoptado la Diputación. Menudo atrevimiento.
El arabista Ambrosio Huici (Huarte, 1880) desmontaba en su trabajo el mito creado sobre la cuasi milagrosa participación del monarca navarro, utilizada políticamente como una gesta española frente al “moro”. Huici probaba que el ya entrado en años Sancho VII acudió el último a las Navas de Tolosa con 200 caballeros (amenaza de excomunión mediante), por lo que el papel de los navarros, al margen del desarrollado por el rey, fue escasamente relevante. Para la oficialidad navarra, la osadía de Huici rayaba en lo intolerable al derruir el mito de las cadenas de Navarra, supuestamente arrancadas por el aguerrido monarca navarro en asalto a la tienda del sultán “Miramamolín”.
El de Huarte demostró en su estudio, llevado a cabo sobre el terreno, que Sancho VII nunca utilizó tales cadenas metálicas, cosa evidente al observar la simbología de la época.
A pesar de ello, y dado que el mito creció con el paso del tiempo, el triunvirato citado estampó en el escudo las supuestas cadenas metálicas, sustituyendo así el carbunclo original del escudo de Navarra, tal y como existía desde Teobaldo II y queda representado en el Libro de Armería del Reino de Navarra.
El 28 de abril de 1931, el gobierno de la II República dejaría dicha bandera tal cual, cambiando solo su corona por almenas.
En 1937, la Diputación golpista añadiría la Laureada impuesta por Franco.
Durante casi más de cincuenta años, el mito de las cadenas metálicas siguió tan campante, sustentado y aupado por el franquismo, presentándolo como ejemplo de una efeméride plenamente española contra el moro (véase las pinturas del fascista Stolz en la cúpula de los Caídos).
Finalmente, hay que recalcar que el nuevo diseño franquista del escudo rompería el equilibrio característico del original carbunclo navarro, introduciendo en sus extremos unas argollas o aros que cobran tanta relevancia como el centro.
Seguro que muchos considerarán que estamos ante un asunto banal, de poca monta, sin importancia. Sin embargo, pormenorizar el recorrido de esta bandera y su intrahistoria lo que hace es constatar la pervivencia de un soterrado franquismo que sigue latiendo en la política navarra. Considérese que, hasta bien entrado el siglo XXI, seguían en pie la mayor parte de los símbolos golpistas en toda Navarra. Y, de hecho, ahí sigue amenazante el más monumental del Estado, tras el del Valle de los Caídos. Sin olvidar que la Laureada fue rechazada definitivamente por el Parlamento ¡en diciembre de 2012!, con la abstención de UPN y la oposición del PP. Rechazo que no se había dado en 1981, sino una simple abstención de su uso, tras la persistente defensa de los herederos del franquismo.
En cuanto a la figura de Campión, su recepción es todavía más peliaguda en muchos sectores. Se le ha calificado de xenófobo y racista. Algunos, para limar sus asperezas ideológicas, han echado mano del manirroto salvoconducto habitual diciendo que “fue producto de su época” y, sobre todo, un valedor del euskera. ¡Qué sería de nosotros sin el piadoso contexto siempre esgrimido como atenuante de nuestra incompetencia! ¡Como si en la época de Campión solo hubieran existido racistas, xenófobos y eugenistas!
Dejemos de lado nuestra opinión, y leamos la de quienes lo conocieron en su tiempo. El retrato del periódico carlista-integrista de Nocedal sería inclemente: «Don Arturo Campión fue republicano e impío en un tiempo, demócrata y progresista al día siguiente, euskaro separatista un rato, euskaro indefinido luego, dando a la vez pasos hacia el integrismo, integrista para ser diputado y diputado para traicionar a los integristas, despreciado de los liberales, molesto a los carlistas, sospechoso a los integristas y repudiado por los euskaros» (La Tradición Navarra, 14.2.1904). Dicho de un modo sintético, Campión fue un tránsfuga político. Por su parte, El Demócrata Navarro, de inspiración canalejista, lo describiría en 1910 como “aquel señor que paseaba en tiempo por las calles de Pamplona tocado por gorro frigio y ahora se ha puesto el solideo, que, en ocasiones, se parece al de una boina” (21.9.1910).
Campión era de los católicos que mantenían ideas tan caritativas que los fascistas-golpistas no tardarían aplicar a partir de 1936: “El blasfemo debe ser perseguido sin piedad, como un perro rabioso. Las leyes débiles e impotentes sean reemplazadas por las costumbres fuertes y poderosas. Ciérrense todas las puertas al blasfemo; que lo echen sus patrones de los talleres si es obrero; que se encuentre separado, en una palabra, de trato y de comunicación con las personas bien nacidas”.
Respecto a Euskalherría, sus ideas serían las mismas que las del director de Diario de Navarra, Garcilaso. Lo mismo cabría decir con relación al euskera. Garcilaso sería un clon de don Arturo, tanto que lo llamaría “el Maestro” y “el Redentor”, laureles que, viniendo del mayor fascista que ha habido en Navarra, no son ningún consuelo.
Pero es evidente que la medalla se la han otorgado a título póstumo por haber diseñado la bandera de Navarra, y no, por ser un representante cualificado del integrismo político-religioso y defensor del euskera, entendido este como ingrediente básico de la nacionalidad.
En fin. Más allá del debate planteado entre partidarios y detractores, parece lógico que, si la medalla se les otorga a Campión, Altadill y Oloriz por diseñar la bandera de Navarra en 1910 –que se afirma, equivocadamente, ser la actual–, se recuperase, al menos, el escudo que sí diseñaron los tres con la colaboración de Ciga, y se arrinconase definitivamente el “rediseño franquista” de las cadenas metálicas.