Victor Moreno. La novela, género híbrido

novela_hibridaEntre ciertos críticos y escritores, la calificación de la novela como género híbrido se está convirtiendo en un tópico con el que se pretende acallar, incluso, su falta de definición. Pues, como aseguran, hacerlo sería matarla. Así que nada mejor que sostener que la novela es género híbrido, además de anfibio, transversal, poroso, permeable, mestizo y proteico. ¿Algo nuevo? No. Baroja ya sostuvo que la novela era un saco remendado donde cabía de todo. Incluso, y avant la lettre, las novelas de Pérez Reverte.

Con el término híbrido se pretende cauterizar las posibles irritaciones conceptuales que origina la impotencia de definir este género; en realidad, subgénero, el modelo narrativo más institucionalizado. Y se dice género, aun sabiendo que se trata de otro concepto que suscita poco entusiasmo, ya que, según teóricos, la novela engloba todos los géneros en mezcla creativa. Caso de que la novela fuese un género, sería un género caníbal. Una especie de Nosferatu textual.

Y, ya puestos, podríamos preguntar: ¿qué es una novela híbrida, o transgénica, como dice alguno con recochineo?

La palabra hace referencia a la mezcla consciente, no sólo de los géneros existentes, sino, también, a ciertas técnicas narrativas que se pretenden originales, aun cuando su práctica estuvo siempre presente en la literatura. Iba a decir que desde Homero, pero para no asustar dejémoslo en desde Cervantes por lo menos.

Lo más reconocible sería la intromisión de lo ensayístico en lo narrativo. Pero, el cruzamiento del filósofo con el cura y estos con el narrador, ha sido una constante. Desde Cervantes, pasando por Sterne y Musil hasta llegar a ciertos escritores actuales, pocos se habrán librado del prurito de ejercitarse como novelistas híbridos. Es muy difícil que los escritores no sucumban ante las modas como hacen los adolescentes con acné.

Escritor híbrido puede ser hasta Juan Goytisolo, que era lo que le faltaba. Y lo sería con más derecho que muchos. Hasta la fecha, las novelas de Goytisolo recibían el adjetivo de pesadas y tostones. Ahora, se las podrá calificar de híbridas, lo que no se sabrá si esto quiere decir malas o peores.

¿Estoy sugiriendo que, cuando un escritor como J. Goytisolo puede ser calificado de híbrido lo puede ser cualquiera? No. Goytisolo, no sólo es ducho en insertar en una novela ensayos y artículos previamente publicados en diferentes medios, con lo que consigue aumentar las páginas de sus novelas cosa terrible, sino que, también, hace otras cosas dignas de la hibridez. Por ejemplo, suele difuminar las fronteras entre el personaje, el narrador y el autor empírico. Claro que lo que ocurre, entonces, es mejor no describirlo. De novelas-brumosas se convierten en novelas peñazo.

Con el ejemplo del escritor marroquí-barcelonés no quiero decir que escribir novelas híbridas sea fácil, pero resulta estimulante y consolador saber que hasta un novelista como Suso de Toro ya lo hizo en 1986, con su novela Polaroid, novela híbrida donde las hubiere. En ella, sucede todo en mezcla continua: imágenes, anécdotas fragmentarias, intromisión de múltiples voces, suspensión de las coordenadas espacio-temporales, la ficción convertida en autoficción… Una novela digna de Matías Gali. Junto con ello, insertaba materiales de acarreo, como listas de menús, conversaciones recogidas al vuelo, noticias publicadas en tablones de anuncios, fotos, y esquelas. ¿Artefacto original, por tanto? Tampoco. Todo esto lo hacía muy bien y con más humor E. Jardiel Poncela. Pero como este país es tan desconsiderado con los pobres, sólo se acuerdan de los híbridos Marías, Vila Matas y de cuatro o cinco sudamericanos, que publican en Alfaguara.

Convendría aclarar que lo híbrido no se reduce solo a introducir pastiches discursivos, unas veces, originales para la ocasión, y otras, refritos ya publicados y reciclados Lo híbrido hace incidencia en otros elementos más complejos, cuya presencia en la novela tampoco es original. Uno de estos elementos es fundir y confundir a posta lo que se llaman las “instancias narrativas”, es decir, el discurso del autor implícito con el del narrador, el de este último con un personaje y el de ése con el llamado, ahora, autor empírico, que ya son ganas.

La pretensión de quienes perpetran estas lindezas técnicas es, según dicen, renovar el género. Como afirma Vila Matas, sólo gracias a este carácter híbrido la novela “podrá renovarse para no quedarse palurdo o muerto” (El País, 14.9.2010). Por supuesto que se trataría de novelas que él escribe y similares.

No sé si el hecho de que el narrador de ficciones o de discursos se identifique o no con el autor real de la obra, cosa habitual en las novelas que quieren pasar como transgresoras híbridas, facilitará la renovación de la novela. Yo lo dudo.

Más aún. Sostengo que el hibridismo no mejorará la literatura. Tampoco la empeorará. Al fin y al cabo, su apuesta renovadora –que no lo es-, se basa en aspectos formales y en técnicas más o menos ensayadas desde el Antiguo Testamento. Romper barreras, combinando discursos de distintos géneros, narrativo, ensayístico, autobiográfico y otras variaciones textuales, es mermelada fabricada y consumida antes de que llegara el estilo indirecto libre de Madame Bovary y el monólogo interior de Joyce.

Cuando uno lee “Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy”, o, como ya he dicho, Don Quijote de la Mancha, la verdad es que en cuestión de técnicas, híbridas o transgénicas, poco margen de maniobra original queda a los escritores actuales.

¿Que con la novela híbrida quieren reflejar la vida fragmentaria, inconexa, difusa, sin entidad, que nos ha tocado vivir? Háganlo. Pero, luego, que no se asusten de que se los confunda con escritores costumbristas y realistas sui géneris.

Caso de que la renovación de la novela se diese, convengo en que no vendrá gracias a nuevas técnicas y un estilo impecable, sino por el pensamiento. Si se piensa de forma distinta, las formas vendrán sin problema alguno. Las formas no generan un pensamiento nuevo. Ocurre al contrario. Las formas se van como vienen. Las que inspiraron el surrealismo han desaparecido sin dejar rastro.

Quedaría por añadir un matiz un tanto enojoso. La mayoría de las novelas que se escriben siguiendo dicho marbete suelen resultar insufribles para el lector. El noventa por ciento de la gente lectora apuesta por novelas de corte tradicional, sin complicaciones estructurales; en definitiva, por una narrativa más novelesca que literaria. Escrita más por novelistas que por escritores. Lo que no quiere decir ni mejor ni peor.

Tiene cierta gracia cínica que estos escritores híbridos apuesten por la mezcla, pero jibarizando la historia, la trama, el argumento y la aventura. Les basta el estilo, la ambigüedad, la complejidad de la trama y convirtiendo la ficción en autoficción.

Es muy posible que la novela híbrida renueve el género de la novela híbrida, pero es más seguro que se quede sin lectores. Al fin y al cabo, los lectores de siempre no evolucionan tan rápidamente como las ganas de ser originales que carcome la escritura de algunos novelistas híbridos o transgénicos.

Publicado en Picotazos literarios | Etiquetado , | Deja un comentario

Víctor Moreno. Condenar el franquismo

rodezno_francoMi perplejidad de hace años sigue sin marchitarse ante la actitud de ciertos políticos, nietos, hijos y linaje de cualquier signo familiar de padres y abuelos franquistas, que, imperturbable el ademán, siguen manteniendo que el franquismo fue lo mejor que, desde los Reyes Católicos, le sucedió a España en toda su historia. O más alucinante aún: que consideren a Franco, no sólo como un regalo de la providencia divina, como ya nos advirtieron obispos, cardenales y papas de la Iglesia, sino, también, como una figura histórica tan necesaria como inevitable.
Son consideraciones atroces que las mantienen personas que se hinchan como las ranas de los cuentos cuando traspuestos dicen, encima, “nosotros los demócratas”. Pero, ¡leñes!, ¿cómo se puede ser demócrata y seguir aceptando al mismo tiempo que el franquismo y aquel hijoputa de general fue un regalo de la providencia? ¿Cómo se puede ser demócrata y justificar al mismo tiempo cuarenta años de dictadura?
No sólo eso. Siguiendo la ola de revisionismo deleznable que nos invade, algunos pretenderán dar un golpe interpretativo a la misma historia. De tal modo que estos galopines del falangismo irredento no tendrán empacho en afirmar que el golpe de estado de los generales africanistas no fue un acto fascista contra un régimen democrático, porque, según estos demócratas de ahora, no existía dicho régimen, asegurando que lo que hubo fue un golpe militar contrarrevolucionario contra una revolución antidemocrática. Que es lo que mantiene hasta el cardenal Cañizares, académico de la Historia, que ya son ganas.
Y si no utilizan la palabra Cruzada, no es porque no sigan creyendo en ella, sino porque los dejaría con las meninges a la intemperie.
Lo que muestra que esta gente ha sabido muy bien el justo alcance que tiene la palabra democracia. De ahí que jamás aceptasen el sistema parlamentario, y menos aún, la soberanía popular. En realidad, la soberanía popular se la han pasado siempre por el arco secular de su desprecio hacia el proletariado, la gente sencilla y el pobre de solemnidad. No nos andemos con metaplasmos: El humus de su pensamiento sigue siendo netamente franquista, o lo que es lo mismo, fascista. Y lo más terrible es que no se arrepienten para nada de lo que hicieron. ¿Por qué? ¡Porque Dios estaba con ellos! En Navarra, falangistas y carlistas al unísono asesinaron a los republicanos en nombre de Dios y en defensa de lo que ellos llamaron valores cristianos. Unos valores que no eran más que detritus, estiércol con el que se abonan todos los genocidios.
Tras la guerra mal llamada civil, existieron tres niveles o bloques de participación en el entramado franquista de postguerra.
Una primera actitud caracterizaría a quienes se adaptaron a la situación creada sin ningún tipo de alarde. Una segunda, pertenecería a los que se “adhirieron” a los postulados del “nuevo orden”. Y una tercera, estaría formada por aquellos que formaron parte activa del entramado franquista con todas las consecuencias.
El primer bloque se acomodó al franquismo sin más, con más pena que gloria, pero se acomodó. Haría lo mismo ante la democracia. Es la franja social que se empeñará en vivir lo mejor posible, sin meterse en problemas y en política, adicta al principio de que “mientras haya para comer, ¡para qué cambiar!”. No fue víctima, ni verdugo, pero tampoco protestaría por la existencia de los primeros, ni de los segundos.
El segundo bloque se integró al bando democrático, porque, según se dice, no tuvo más remedio. Técnicamente, lo denominan “franquismo sociológico”. Se trata de un grupo peligroso, porque, dada su latencia ideológica, en cualquier momento estaría dispuesto a apoyar cualquier golpe o dictadura, o gobiernos autoritarios. Aceptó la democracia, como habría aceptado el golpe de Tejero si éste hubiera triunfado.
El tercer bloque formó parte activa y militante de una de las dictaduras más brutales, dañinas y duraderas que se ha conocido en España. Fueron sus autores directos. Algunos de ellos –el difunto Campmany, por ejemplo- no tendrían inconveniente en reconocerlo, sin avergonzarse lo más mínimo de este linaje. Al contrario, se enorgullecía por ellos. Y otros –como el periódico “Diario de Navarra” y la jerarquía eclesial católica-, aunque no presumirán de franquistas, tampoco han tenido la valentía de condenar aquella barbarie y reconocer el apoyo público y sin fisuras que prestaron al dictador, en especial, y como digo, la Iglesia católica. El terror psicológico y social vivido en la postguerra fue producto gracias a la connivencia de la Iglesia con el poder político de la dictadura.
En mi opinión, no se puede ser demócrata y pensar al mismo tiempo que el franquismo fue bueno para España, o una etapa necesaria e inevitable. En estos momentos, una fase de absoluta decadencia política e ideológica, poco faltará para que alguien se declare franquista y el resto le aplauda el gesto. Tener íntimas convicciones franquistas y declararse demócrata es más habitual de lo que parece. Es el ámbito político por excelencia en el que se mueve el pensamiento de gran parte de la militancia del PP, y de la derecha navarra, ni digamos. Y aquí es donde el agravio comparativo se vuelve tan cruel como injusto. Porque, si “el nacionalismo es incompatible con la democracia” (Vargas Llosa dixit), ¿cómo se puede ser demócrata teniendo convicciones franquistas?
Si esta derecha montaraz y este socialismo de salón exigen a los nacionalistas radicales que renuncien a la violencia para entrar en el club selecto de los demócratas, ¿cuándo pedirán lo propio a todas esas instancias, individuales y colectivas, que no han renunciado públicamente a su intrínseca ideología franquista? Al fin y al cabo, ¿por qué hemos de creer que los del PP son demócratas si en ningún momento renegaron de la dictadura más bestial e injusta que ha padecido España? Y de la Iglesia habría que decir lo propio: ¿cuándo la Conferencia Episcopal ha condenado el franquismo y su connivencia con dicho régimen?
Declararse nacionalista te convierte de hecho en sujeto sospechoso. En cambio, puedes ser el demócrata más estupendo de este mundo y seguir manteniendo íntimamente que el franquismo fue una etapa necesaria para salvar a España de la barbarie y del comunismo. Ya.

Publicado en Ilustres prendas | Etiquetado , | Deja un comentario

Víctor Moreno. Rocambolesco

dudaEl ridículo que se hace cuando justificamos la bondad de una novela es proverbial. Sobre todo, cuando la novela es buena. En estas ocasiones, resulta difícil escaparse del tópico.

Si la novela es mala, el crítico se pondrá serio, añadiendo que la estructura no está bien construida, el punto de vista no es el apropiado y la coherencia hace agua.

Es mejor, pues, que el crítico despelleje tu novela a que te prodigue veinte adjetivos, que, además, se los dice a todas. Si te censura, se esforzará en justificar su rechazo, y, al hacerlo, sabremos más de él que del autor a quien destroza.

La alabanza requiere pocos análisis. A veces, el autor es tan tonto que se la cree, sin reparar en que aquella no lleva aparejada ningún juicio literario.

El caso de alabanza más idiota con el que me he topado es aquel en que Guelbenzu afirmaba de una escritora que “la galería de tipos que aparecen en su novela es original, rica y sugestiva”.

El crítico lo decía porque “la formación de la autora es arqueóloga de profesión, lo que se advierte en la paciencia y justeza con que están ensambladas todas las piezas”.

Como se ve, una justificación muy literaria.

Me pregunto si el resultado habría sido distinto, caso de que la escritora, en lugar de arqueóloga, hubiera sido vinatera o costurera.

Ahora bien, ¿tener un oficio determinado propicia un tipo de escritura?

Si la respuesta es positiva, ningún crítico debería obviar en sus reseñas el dato del oficio del escritor. Explicaría, mejor que sus conocimientos, la bondad o maldad literaria, de los escritores.

Al fin y al cabo, un escritor sin oficio es imposible que escriba mejor que uno que es escritor-fontanero o carpintero. Y si es ingeniero, como era Benet, ni te cuento.

La vagancia nunca fue creativa.

Publicado en Picotazos literarios | Etiquetado , , | Deja un comentario

Víctor Moreno. Juguetes de guerra

soldaditoTenemos mucha suerte por tener a nuestro alrededor a personas que vigilan por nuestro bien y por el de nuestros hijos. En realidad, ¿existe alguna parcela de la realidad en la que no dispongamos de ángeles custodios de nuestra vida y de los seres que más queremos?

Pues, no. Pero, en esta ocasión, no me refiero ni a los curas, ni a los obispos, ni al escritor Juan Manuel de Prada que, un día de estos, se nos mete cartujo en cualquier convento de la geografía española. Sé que nadie como ellos son tan expertos en dar la pelmada teológica venga o no a cuento. Reconozco que lo hacen por nuestro bien transcendental. Y, quién sabe si algún día se lo tendremos que agradecer, como me decía a mí un amigo laico tan creyente como yo ateo. Pero es que, a veces, aparecen laicos que son tan pesaos en sus divagaciones metafísico-fatalistas que no se sabe uno quiénes son peor en esto de producir aburrimiento a su alrededor, si Rouco y sus hermanos, o ciertos laicos aspirantes a regir una parroquia.

En Navidad, tan cansinos como los cristianos militantes, suelen ser los pacifistas. No hay año que por estas fechas no chamullen una perorata que más o menos desarrolla la siguiente letanía: «Si queremos un mundo que reconozca a cada persona la capacidad de elegir cómo quiere ser, con independencia de su sexo; si queremos un, mundo que fomente la creatividad y una postura crítica ante las cosas; si queremos un mundo que prepare a niños y a niñas a hacer frente a los conflictos de  forma constructiva y solidaria, no compres juguetes bélicos ni sexistas”.

Si este planteamiento fuera cierto o tuviera ciertos visos de verosimilitud, estaríamos ante la explicación más contundente de por qué las cosas de este mundo están como están. ¿La culpa? No habría que darle más vueltas a la crisis y a los mercados. Estaría en los juguetes bélicos y sexistas. Ellos son culpables, sí, ya lo sé, sólo en parte, de la violencia en todas sus manifestaciones: empresarial, capitalista, bélica y doméstica.

Y es que el origen, de la falta de creatividad, de capacidad crítica; de respuesta constructiva y solidaria contra el mal del mundo, machista y violento, radicaría en que nos hemos pasado la infancia, los niños jugando a matar indios por un tubo y las niñas acunando peponas o cambiándoles las bragas. De tal modo que, si el idiota moral de Truman mandó tirar las bombas atómicas aquellas, fue porque ya desde niño se dedicaba a hacer lo propio con aviones de plástico. Incluso la teoría de Savater, que, en tiempos explicaba el origen del terrorismo mediante el albur del sistema educativo vasco, se iría al garete: Existe terrorismo, no porque los futuros terroristas sufrieran el acoso curricular de sus maestros; sino por pasarse el día  jugando con bombas, pistolas y goma dos en el caserío y en el batzoki. ¿Qué pensabas, pues, eh?.

Confieso que este tipo de representación del oscuro y complejo juego de las influencias en la vida me resulta; además de ridículo, impropio de una mentalidad cultivada y progresista, al menos en el sentido que lo considero: si hay algo incompatible con un pensamiento dialéctico y creativo, es el determinismo y el fatalismo.

Nadie está determinado fatalmente por nada en esta vida. Ni Rajoy, que ya es decir. Y menos lo estará por los juegos y juguetes que adornaron la infancia de una persona. Una vida se forma y conforma a lo largo de toda la existencia y todo influye en todo. Sugerir que una persona es violenta, o roma en materia creativa o crítica, por causa de haber jugado a matar japoneses en la infancia no es juicioso, indica que su inteligencia en este instante se encuentra en el ERE.

Es un tópico considerar los juguetes como nexos de unión entre el desarrollo del niño y su entorno social y cultural en que vive. Cierto. Pero los juguetes no son sólo un medio de socialización. También son escenario donde el niño puede expresar su mundo interior, sus deseos, sus miedos, sus fantasías, sus violencias. Mediante ellos plasma situaciones conflictivas, sentimientos dolorosos, deseos de ser autónomo e independiente. Por ejemplo, jugando a soldados e indios, con pistolas incluidas, podrá expresar y liberar sentimientos violentos y ejercer un dominio total o parcial sobre sus personajes simbólicos sin que las consecuencias sean tan nefastas como en la vida real o como las sugeridas por ciertos planteamientos fatalistas como catastrofistas.

El juguete -sea bélico o no, constituye un medio sin igual para qué el niño exteriorice y, aprenda a controlar su turbulento o pacífico mundo interior. Pero de ahí a deducir toda una fenomenología fatalista del comportamiento futuro del niño adulto va un bisiesto luz.

Es un error paternalista elegir un juguete pensando únicamente en su aspecto ideológico, moral, educativo, sexista y cosmopolita. En realidad, el riesgo verdadero y terrible de todo juguete es que el niño se aburra con él. En muchos casos, una metralleta puede ser más eficaz como soporte lúdico que un puzzle o un juego de los llamados educativos o creativos.

Considerar que, por el hecho de comprar juguetes bélicos o sexistas y jugar con ellos, la persona que lo haga se volverá el día de mañana un tarado, un violador o un asesino es demasiado decir. En este sentido, me pregunto a qué habrán jugado en su infancia los curas pederastas que en el mundo están siendo y serán.

La vida de cualquier persona no se agota en ninguno de sus actos, ni su configuración mental o de carácter se determina totalmente en ninguna etapa de su vida. Todas las etapas de la vida son importantes y todas ellas están teñidas de ambivalencia y de promiscuidad social, es decir, de cierta difuminación de límites morales. Y para contrarrestarlos ya están los otros. Y el Código Penal, por supuesto.

Cuando regalarnos juguetes bélicos en modo alguno adjuntamos un manual de Clausewitz con ideas militaristas del ejército más rancio del mundo. Ni regalamos con ellos ideas de cómo es el mundo, porque ni nosotros mismos sabemos cómo es.

Que deseemos y defendamos ardientemente una vida tranquila, sin violencias ni agresiones de ningún tipo, no significa que debamos renunciar a un análisis más riguroso del mal y de sus tan complejas como dolorosas manifestaciones.

Publicado en La letra con sangre entra | Etiquetado , , | Deja un comentario

Victor Moreno. Del sentimiento colectivo

autobuses_Dios

Tanto en términos coloquiales como académicos se tiende a hablar de un sentimiento colectivo, el cual, al revés que Dios, no necesita, al parecer, de ningún argumento ontológico para demostrar su existencia.

Ni siquiera interesa conocer si este sentimiento es propio de la especie y de su evolución o sólo se da en determinados individuos. ¿Nacemos ya con dicho sentimiento en la epidermis o es producto de un toma y daca con la realidad que nos ha tocado vivir? ¿Quién fue primero, el huevo o la culeca?

Algunos aseguran que se trata de un sentimiento que nació en el eoceno cuando irrumpieron los primeros monos en la llanura. Lo dedujeron de la lectura e interpretación de unos signos pétreos, luego corroborados en pergaminos que solamente vieron dos. Y, desde entonces acá, ha permanecido perenne, vivito y coleando entre los ectoplasmas de la tribu y del organismo individual. En determinados momentos, casi siempre cuando un poder absoluto intenta mermar el poder relativo de una sociedad, la gente, gracias a las arengas de quienes tienen especial sensibilidad para captar estas cosas espiritosas, se ve agraviada y monta en cólera colectiva y radiactiva.

La verdad es que, a veces, bastaría con saber quiénes son los que defienden y ordeñan con tanto ardor dicho sentimiento para no caer en el círculo de sus envolventes caricias. Yo, por ejemplo, no me fiaría un pelo del sentimiento religioso colectivo que pretenden instaurar los obispos españoles actuales en el corazón de tribu. Y, tampoco, me fiaría del sentimiento político nacional, español o vasco, que algunos proyectan infundir en la ciudadanía.

En ciertos casos, yo, al menos, renunciaría a formar parte de ese sujeto histórico colectivo, con derechos culturales, políticos, y sentimentales, y que, desde el pleistoceno, son seña de identidad colectiva. ¿Por qué mi negativa? Porque se trata de un órgano que, por no verlo encarnado, no lo veo ni como prótesis en quienes lo defienden con tesón y vehemencia.

Niego que la sociedad posea un órgano del sentimiento colectivo y que, en determinados momentos, se encienda como señal de alarma, impulsando al personal a manifestarse como sujeto-histórico-colectivo agraviado. Que sea toda la sociedad al unísono democrático inteligente quien posea un resorte de tal calibre y que, en cuanto se lo tocan, salte hecha un basilisco, es milagro tan risible como la transustanciación. De verdad, si alguien ha visto ese volcánico punto g de la sociedad que, en cuanto se lo frotan con malas artes se pone como loca histérica, valga la redundancia machista, debería comunicarlo y describirlo. Por descubrimientos menos importantes, a ciertos investigadores les han dado el Premio Nobel.

Para mí se trata de una abstracción y que, como tal argamasa, resulta fácil de instrumentar en función de unos intereses que, rara vez, coinciden con los intereses de las gentes, y sí con los de las clases que más o menos dirigen las instituciones de dichas sociedades, o aspiran a hacerlo. Si de verdad existiera dicho sentimiento, sería imposible manipularlo.

En Navarra, siempre se ha dicho que Gamazo hizo por la consolidación del sentimiento navarro colectivo mucho más que todas las guerras carlistas juntas y que las investidas del ejército liberal español. Y mucho más, por supuesto, que el pacharán y los sanfermines. No sé si como Osasuna. Quizás, menos. Porque, cuando le toca subir de segunda división a primera, los niveles de sentimentalidad del sujeto histórico navarro alcanzan un nivel de sentimentalidad colectiva difícil de comparar en los Anales del P: Moret.

Claro que en 1910, uno no sabría bien si la famosa Ley del Candado fue benefactora o no para el desarrollo de ese órgano del sentimiento colectivo. Porque hubo navarros con denominación de origen que apoyaron dicha ley; mientras que otros, incluso antes de que se aprobara, la trataron digna de Satanás. ¿Quiénes tenían más desarrollado el órgano del sentimiento navarro colectivo, los que apoyaban la ley que impulsaba el diabólico José Canalejas, o aquellos que, arredilados en torno a la pollera del obispo de la diócesis, Fray José López de Mendoza, arremetían contra aquella ley anticlerical y laicista, y digna de figurar en los anales del eje del mal? Dicho con más crudeza: ¿Quiénes eran más navarros, los fueristas o los antifueristas?

El periódico de Cordovilla ha sido el periódico que más leña verde ha echado a la hoguera en este viscoso terreno, distribuyendo patentes de titularidad navarra. La perspicacia de este periódico ha sido tan proverbial   desde 1903 hasta hace cuatro días en que se aprobó la ley del matrimonio gay, que siempre supo distinguir entre quiénes eran los auténticos navarros y quiénes no, quiénes estaban en posesión de un verdadero sentimiento navarro y quiénes, por el contrario, jamás podrían formar parte de ese sujeto histórico colectivo de Navarra. Una de las enseñanzas, que aprendí leyendo este periódico, es la artera manera de manipular el concepto y alcance de la palabra sentimiento en términos colectivos por parte de las instituciones.

¿Cómo se pueden cuantificar los sentimientos? Podemos calificarlos de mil y una maneras, que para eso están los adjetivos. Pero ninguno de ellos será capaz de establecer de forma exacta y rigurosa la cantidad de sentimiento que uno experimenta en relación con ciertas categorías políticas y sociales.

Reconozco que hay personas que son capaces de cuantificar los sentimientos de las personas. No sólo eso. También lo son de establecer qué sentimientos políticos o sociales son mejores que otros. Quien lo dude pase por la reserva espiritual que representa el citado periódico del polígono. Pero no sólo. También existen entidades, grupos y partidos que tratan de superar al mismísimo periódico en el cultivo de este esencialismo histórico.

¿Cómo se puede medir el sentimiento colectivo de unas gentes del siglo XVI? ¿Y del siglo XX? No tengo ni idea, pero me consta que existen historiadores, no sólo los de la dinastía de Del Burgo y Baleztena, que son capaces de determinarlo de forma exacta y rigurosa. Lo que revelaría que están en posesión de un metro capaz de lograr semejante proeza: medir la cantidad de sentimiento colectivo de una población, aunque ésta haya vivido en tiempos de Viriato y de sus asesinos, Audax, Ditalco y Minuro. En mi opinión, la uniformidad y homogeneidad sentimental es un imposible. No sólo físico. También, metafísico. Ni política, ni socialmente, es posible hablar de un sentimiento colectivo.

¿Y de sujeto histórico colectivo?

Como la verdad es lo que uno tiene por verdadero, según Nietzsche, que cada cual ilumine su estancia interior con la vela particular de su reflexión.

Publicado en Ilustres prendas | Deja un comentario