Víctor Moreno. Diario de Navarra hace 75 años

Diario_Navarra_1936El periódico de Cordovilla tiene una sección –“Diario en el recuerdo”- donde rescata del pasado lo que supuestamente sucedió hace 100, 75, 50 y 25 años, respectivamente.

Como son muy pocas cosas de su pasado las que Diario puede recordar que le den timbre y gloria democráticos, su memoria, más que selectiva, es de un cinismo aterrador. Los fragmentos que concita, dado  que están descontextualizados y carentes de las causas que los explican, manipulan de forma interesada lo que evocan. Y lo hacen con la pretensión de aparecer en dichas efemérides como un periódico adelantado de la democracia y del Estado de Derecho. Cuando no ha sido ni una cosa, ni otra.

El 24 de junio de 2011, traía un fragmento del que fuera su director, Raimundo García, alias Garcilaso, fechado hace 75 años, o sea, en 1936, pocos días antes del golpe fascista. García era entonces diputado independiente por el Bloque de Derechas, y, con el seudónimo de Ameztia, escribía: “Habrán observado ustedes que ya se habla públicamente del caos. Desde don Miguel Maura a don Indalecio Prieto, es incontable el número de republicanos que hablan del caos en los periódicos. Y en las conversaciones particulares no digamos. Supongo que ahora no se reirán ni enfurruñarán aquellos que se enfurruñaban o se reían cuando aquí hablábamos del caos a su debido tiempo”. Entiéndase. Un caos mundial justificaba un golpe de estado.

Dejando a este cínico Garcilaso durmiendo en el sueño de los fascistas más dañinos que sembraron en Navarra su ideología –“prepararon el ambiente”, como diría su discípulo amado Ollarra en 1962-, evocaré algunos fragmentos que nunca el Diario actual consignará en sus efemérides relativas a los meses julio-agosto de 1936. Antes, repetiré que Garcilaso, a quien atribuyo un papel decisivo en los preparativos del golpe antes, durante y después y no meramente decorativo, no actuaba solo. No me refiero a su íntima connivencia criminal con Mola, que eso ya es hagiografía aceptada, sino a quienes compartían con él sus desvelos de consumado fascista.

Convendría airear que Diario de Navarra, como ente jurídico y administrativo, fue tan responsable del golpe como su Director. La línea editorial golpista se discutía en la tertulia organizada en el despacho de Garcilaso. En ella participaban, el director, el subdirector Eladio Esparza, Gerardo Larreche y Pedro Uranga, en representación del consejo de administración, y Luis Ortega Angulo, de Renovación Española. Esta perla se la debemos a la incontinencia verbal de Ollarra, que la desgranó el 21 de julio de 1944, una época en que los fascistas gozaban de una impunidad periodística insultante. Seguro que hoy, el ilustre Gallo peleón venido a menos no se atrevería a cacarearla. Entonces, dicha forma de trabajar en comandita lo tenían a gala demostrando que el Diario era una piña fascista respecto al golpe, al desarrollo de la guerra y, ya no digamos, en relación con “la culona” (Franco), al decir de Queipo de Llano.

Aunque Garcilaso negase por activa y por pasiva que en Navarra no existían preparativos armados en contra de la República, lo cierto es que la élite local navarra, el famoso Sanedrín, se reunía en la tertulia del Casino Principal para seguir  y aprobar los pasos que se estaban dando en ese sentido. Allí se podría ver a los Sagués, del Crédito Navarro, de la Vasco Navarra, cuyas familias estaban emparentadas con lo más notable de Pamplona, los Arraiza, los Jaurrieta, los Baleztena, los Garjón y demás gerifaltes reaccionarios. A ellos se unían el conde Rodezno cuando venía a Pamplona, los Azcárate de la Unión Navarra de Aizpún y Gortari. Lo contaría, el 11 de junio de 1993, alguien que jamás se arrepentiría de ser un fascista nato y conspirador, Jaime del Burgo. Seguro que ninguna de estas noticias aparecerá en “Diario en el recuerdo”.

Tampoco publicará que Diario de Navarra se reservó el repugnante gusto de ser el único periódico que editó en primera página el bando de Mola, impreso en los talleres del propio papel. La misma negativa mantendrá respecto al hecho de convertirse  en el portavoz oficial de la sublevación durante el resto de la guerra. Tampoco veremos en esas páginas un recordatorio hacia el Comandante Jefe de la Guardia Civil, Rodríguez Medel, fiel a la República, y que se opuso a Mola. Fue asesinado alevosamente. Diario contó que la muerte del militar “fue consecuencia de un accidente desgraciado ocurrido en el cuartel”. Estaría bien que el papel de Cordovilla recordara cómo Medel fue asesinado por sus subordinados con el consentimiento de Mola, y diera el nombre de sus asesinos, porque saberlos, bien que los supo.

Diario de Navarra jamás recordará su obsesiva incitación a depurar, no sólo ideológica, que eso ya lo venía haciendo desde su fundación en 1903, sino, incluso, físicamente, a quienes no comulgaran con los ideales del terror de Mola. En ningún momento pedirá que cesasen los asesinatos que impunemente se estaban cometiendo, y de los que tenía pleno conocimiento. En Navarra jamás hubo frente de guerra. Y bien sabe Diario por qué no lo hubo.

Desde un principio, se puso en marcha una atroz inquisición depuradora. En este contexto, dará ánimos a la Junta Superior de Educación  para que “ejerza la función sagrada de la justicia, aplicándola inexorablemente a todos cuantos hayan delinquido en la obra funesta de corromper y envenenar a nuestros hijos y a quienes pretendían perder la Revolución social, para que como antídoto seguro expurgue el veneno que hubiera en nuestra casa… ¡Padres navarros! ¡Alcaldes Navarros! ¡Navarros todos! Cooperar (sic) en la obra de saneamiento espiritual, en esta obra depuradora que hemos emprendido. No dejéis de mandar cuantos informes confidenciales podáis y se os pidan!” (26.8.1936). La cantidad de maestros republicanos que fueron asesinados daría cumplida cuenta del efecto de estas proclamas.

El mismo subdirector, Eladio Esparza, luego gobernador civil de Álava, sucumbirá ante este bárbaro delirio: “Se impone urgentemente la designación de una Junta de expurgación social, sin cuya autorización no pueda ser considerado como obrero apto para el trabajo a nadie que, por sus antecedentes de actuación izquierdista o de afiliado a organizaciones ya disueltas infunda recelos. El comunismo ha de ser extirpado aun en la zona de la mera sospecha. ¡Tendría que ver que mientras nuestros obreros luchan en los frentes, exponiendo la vida a la metralla de los rojos, vivieran los rojos tranquilamente en sus casas ganándose el jornal sin peligro ni zozobra” (18.9.1936).

Después de lo dicho, a nadie extrañará que Ollarra, entonces director del periódico, argumentara, para librarse de una multa gubernativa por las informaciones vertidas sobre los sucesos en Montejurra en 1968, que “en los preámbulos del Alzamiento Nacional, y ya no digamos en el decurso del mismo, si hubo periódicos y Directores de estos que contribuyeron al triunfo del Movimiento que redimió a la patria, entre ellos y no en segundo puesto, está Diario de Navarra.”

Así es. Nunca se dijo mejor lo que ha sido el Diario.

Tanto que no entiendo cómo hay gente que se empeña en que este papel condene la guerra civil, sus crímenes impunes y el franquismo de terror impuesto después de la guerra. Sería como pedirle que se hiciera el harakiri de su propia identidad. Un imposible. ¿Metafísico? No. Ético.

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Víctor Moreno. Filósofos, por decir algo

Auguste_RodinLos filósofos son aquellas personas que dicen de forma enrevesada lo que los demás dicen de modo sencillo. La idea tan extendida de que los filósofos son aquellos cerebros privilegiados que ven aquello que los demás no ven es un lugar común que no tiene ningún fundamento.

En realidad, eso es lo que a ellos les gustaría, pero la realidad es muy otra. Además, eso mismo dicen los intelectuales y, por supuesto, los escritores.

De los poetas se llegará afirmar que nada como su mirada para distinguir los variadísimos matices del vuelo de un moscardón de agosto. Lo creo si el poeta que mira es Gamoneda.

Lo que sí puede afirmarse es que tanto los escritores como los filósofos son tipos bastante reacios a admitir que alguna vez están equivocados. ¿Alguien ha escuchado alguna rectificación por parte de un escritor o de un filósofo?

Más aún. Yo no tengo inconveniente alguno en sostener que la gente más dogmática de este mundo es la gente cultivada intelectualmente. Dogmática y orgullosa. Su actitud tiene, en parte, una explicación. La mayoría de ellos pasan su vida leyendo y escribiendo, pensando y repensando sobre el vacío y la muerte, la finitud y la entropía, y todas aquellas cuestiones que, en su mayor parte no interesan al ochenta por ciento de la población. Unas personas así, que se pasan todo el día cortejando con el pensamiento occidental de todos los tiempos, ¿cómo van a aceptar la réplica de alguien, cuya máximo esfuerzo intelectual consiste en recordar quién fue el goleador de su equipo en el último partido jugado?

A lo máximo que puede llegar un intelectual, y esto es mucho decir, es a dejarse aconsejar por quienes considera sus amigos, es decir, las personas menos indicadas para mejorar en materia ideológica o de pensamiento. Pues ya es sabido que los amigos están para conversar y los enemigos para discutir o disputar. Sólo con los enemigos se desarrolla en verdad el ingenio y la dialéctica. Por eso los intelectuales, que no son tontos, rara vez aceptan una crítica si procede de quienes consideran sus enemigos. Grasiento error, porque los enemigos son los únicos que, en verdad, podrían hacerles avanzar intelectualmente.

Hoy día, los amigos y los enemigos de los intelectuales están perfectamente encuadrados y ubicados. Y es que la denominada endogamia intelectual no es privativa, como tantas veces se dice, y se dice despectivamente, de los nacionalismos tribales, étnicos y herméticos. La endogamia la practica todo el mundo.

Estar con los mismos, discutir o hacer que se discute con los mismos, leer a los mismos, rechazar a los mismos que rechazan mis amigos, se ha convertido en una deplorable virtud necesaria para subsistir, pero nefasta para la evolución de las especies ideológicas, cada vez más en proceso de extinción.

Que los filósofos no están abiertos a las ideas de los enemigos, lo demuestra muy bien la opinión contundente de Savater, curiosamente el intelectual que tiene fama de ser un exquisito del respeto, al menos en abstracto, a la pluralidad y a la tolerancia de los otros. Dice el donostiarra: “Soy bastante impermeable a las críticas que recibo, sólo me afectan las opiniones de un reducido número de personas”.

Cada uno es muy esclavo de buscarse las afinidades ideológicas que le aguante su cuerpo, pero no parece muy honrado intentar que los demás cambien de ideas, después de reconocer que la piel de uno en materia intelectual es como la de un paquidermo, incapaz de oxigenarse con las ideas de los otros, vengan de donde vengan éstas.

Y por la misma razón: ¿para qué esforzarse tanto en intentar cambiar las ideas de los otros cuando uno ya ha tomado la decisión de no cambiar las propias por nada del mundo?

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Víctor Moreno. Revisionismo franquista

indiceEl recién episodio protagonizado, muy a su pesar, por el Diccionario Biográfico Español, dirigido por la Real Academia de la Historia y sufragado con dinero del erario, es uno de esos hechos necesarios y significativos que, de vez en cuando, la realidad tiene la puñetera ocurrencia de regalarnos.

Si Hegel sostenía que la sociedad necesita embarcarse en una guerra de vez en cuando para sacudir su modorra ética y moral, del mismo modo es higiénico y necesario que los galopines del franquismo salten como pulgas amaestradas al circo de la opinión publicada para proclamar que llevan clavado en los esfínteres un escapulario del dictador Franco. Que lo hagan al unísono democrático idiota tipos como Moa, Sánchez Dragó, Albiac, Losantos, Tertsch, Juaristi, ya no es noticiable, porque han demostrado de forma sobresaliente el grado de depauperación ideológica a la que se puede llegar motu proprio. Eso, amigos míos, no se paga con nada. Volver a ver reflejados en sus escritos la misma fealdad moral y ética del régimen al que tratan de justificar con carácter retroactivo, es de lo más estimulante para mantenerse despiertos ante estos mutantes del franquismo.

Ya se sabía que el franquismo no se había ido. Lo que se ignoraba era que hubiese tanta gente esperando a opositar para aparecer como el más franquista de los amanuenses. Pero, ¿qué le pasa a esta gente? ¿Acaso no encuentran un referente histórico más digno que echarse a las cisuras? ¡Qué pésimo gusto!

No desconocía que la transición democrática fue modélica en otorgar a los franquistas impunidad absoluta para seguir pensando y actuando como si la momia siguiera respirando ectoplasmas de muerte a su alrededor, pero hacerlo del modo en que lo hacen rompe el decoro de la prudencia y de la dignidad.

Por todo ello, el escándalo protagonizado por un texto de Luis Suárez inserto en el Diccionario constituye la punta del iceberg de un mal endémico y estructural mucho más grave que lo que revela dicha anécdota. Sería idiota que este incombustible fascista no hubiera aprovechado la jugada para metérsela doblada a la institución, elogiando a quien considera un santo en su forma de gobernar y administrar un régimen autoritario, totalitario, terrorífico y criminal. ¿O, acaso, han olvidado que antes de morirse firmó varias penas de muerte el muy cabrón?

El problema de fondo no es que la Real Academia de la Historia encargue o no unos trabajos a determinados historiadores. Su director Gonzalo Anes no es ingenuo, aunque lo pretenda. Sin necesidad de leer lo que iba a escribir sobre Franco, sabía perfectamente qué hagiografía haría de semejante crápula el facha Suárez. Exigirle responsabilidades a Anes por algo que ha hecho con sumo gusto, es causa suficiente para que presentara su dimisión frente a la Academia. Pero el problema es otro. Y es muy grave. El problema sigue siendo el revisionismo franquista o parafranquista en el que están inmersos instituciones e historiadores, también políticos, los cuales, por mucho que se les haya requerido, jamás han renunciado y condenado el régimen fascista y genocida del Dictador. Deben de pensar que si no lo ha hecho la Iglesia, ¿por qué habrían de hacerlo ellos que tienen menos responsabilidad en el origen y desarrollo de la guerra, y posterior régimen fascista-franquista?

Las tesis básicas de este revisionismo son varias. De forma cíclica, ciertos historiadores –y gente apestada como Sánchez Dragó y Moa-, las sacan a relucir.

Primera. Pretenden equiparar los crímenes institucionales del régimen franquista con los cometidos por los republicanos incontrolados. Estos historiadores ignoran conscientemente que la II República institucional jamás se dejó llevar por la ola de terror que sí instauró en la sociedad civil el régimen franquista, antes, durante y después de la guerra. El régimen fascista-franquista nació del terror y se sustentó en el terror. Lo demás son cataplasmas históricas o semánticas.

Segunda. Pretenden estos revisionistas apuntalar la idea de que la dictadura ha sido la madre de la democracia. La madre, la suegra o la abuela. De ahí que hablen de las “virtualidades del autoritarismo”. De este modo, sostendrán sin que se les corra el rímel de su osadía que el fascismo totalitario del régimen evolucionó per se a un régimen meramente autoritario. Vamos, que al final el Dinosaurio se despertó convertido en un lagarto inofensivo.

La tesis no es nueva. La defendió Juan J. Linz en Una teoría del régimen autoritario. El caso de España. Muchas de las defensas que circulan del franquismo beben de esa fuente deletérea. No extrañará, pues, que haya políticos que manifiesten que la política social y de la vivienda de la dictadura de Franco fue maravillosa. O que en el franquismo se vivía muy bien. Mayor Oreja dixit.

Tercera. La tesis de Linz acabaría por cobrar forma definitiva gracias a Luís García San Miguel. En su libro Teoría de la transición (Editora Nacional, 1981), desarrollaba una idea acomodada de lo que fue la llamada transición. Su tesis, la auto-transformación del franquismo en democracia –milagro parecido a la implantación de virgos que hacía la Celestina-, sería abrazada por el establishment académico español en los años ochenta. Y, por si fuera poco, por el PSOE. La Editorial Sistema, del PSOE, publicaría un volumen coordinado por Félix Tezanos, Ramón Cotarelo y Andrés de Blas, que con sus 957 páginas se convirtió en la versión canónica de lo que su título anunciaba: La Transición democrática española (CIS, 1989). Un texto que, viendo lo que estamos viendo, justifica plenamente el dicho de “aquellos barros, estos lodos ideológicos”.

El 6 de junio de 1962 tuvo lugar el llamado “contubernio de Munich”. Fue el diario falangista “Arriba” quien bautizaría aquella reunión de 118 políticos españoles de todas las tendencias del interior y del exilio, que participaron en dicho “acto de reconciliación”.

Salvador Madariaga en su discurso del 8 de junio aclararía cuál era la posición ideológica de aquellos políticos frente al régimen de Franco: “Nosotros los españoles hemos venido aquí a hacer constar que no es admisible en Europa un régimen que todos los días envenena a Sócrates y crucifica a Jesucristo. Y si mañana los mercaderes volviesen a instalarse en el templo de la libertad, esta vez no sería el Cristo de blanco vestido quien los echaría a latigazos, sino un Anticristo de rojo que los sepultaría bajo las ruinas del templo y de la libertad”.

Añadiría Madariaga que “la guerra civil que comenzó en España el 18 de julio de 1936, y que el régimen ha mantenido artificialmente con la censura, el monopolio de la prensa y radio y los desfiles de la victoria, la guerra civil terminó en Munich anteayer, 6 de junio de 1962”.

Ciertos sujetos creen que el antifranquismo, como el antifascismo, nace de un fondo irracional e intolerante. Se equivocan. Es la fuente integral e inalienable de la dignidad personal. Es probable que un fascista o un franquista no sepan qué es la dignidad. Y, si lo saben y permanecen en el carácter, entonces son unos hijos de puta.

Porque esto lo debería saber todo el mundo: saber cuánto dolor y cuánta sangre y cuánta impotencia y cuánta decepción y cuánto miedo a la libertad empezaron a concluir para siempre el 20 de noviembre de 1975.

Que haya gente, sobre todo intelectuales, historiadores y politólogos, que no lo entiendan, es porque, como dirá el bueno de Madariaga, quieren seguir envenenando a Sócrates y crucificando a Jesucristo.

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Pasealeku: Los obispos son peligrosos, así en el cielo como en la tierra

Pasealekua

Entrevista con Victor Moreno sobre su libro Los obispos son peligrosos, así en el cielo como en la tierra dentro de la sección De aquellos barros, con Patxi Zamora

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Víctor Moreno. Humanismo

bola_mundoConozco a personas que culpan a los demás de las tragedias que destrozan países que, en ocasiones, ni siquiera el inculpado sabría localizar en un mapa. Estas personas, cuya sensibilidad social por lo colectivo es exquisita, poseen un discurso tan elaborado de las causas, de los efectos y de las responsabilidades, subyacentes en cualquier tragedia humana, que parecen expertos en teología de la globalización. Están convencidos de que, sin excepción, todos somos responsables de lo que pasó en Yugoslavia, en Kosovo, en Sierra Leona, en Indonesia, en Haití, en Japón y de lo que volverá a pasar en Nicaragua, Salvador, la India, Pakistán, Japón y Haití. El mismo error de perspectiva analítica padecen quienes dicen: «Todos somos Pepito», «Todos los días son 25 de noviembre» y «Todos somos Mariluz». ¿De verdad? ¡Pues qué bien!

Una cosa es que te encorajinen ciertas injusticias perpetradas contra personas a quienes aprecias por distintos motivos y muy otra elevar ese sentimiento, no sólo a categoría de identidad, sino a mecanismo explicativo universal de lo que ocurre. Si tal transferencia psicológica funcionara de verdad, andaríamos todo el santo día como saltimbanquis dialécticos: «ahora soy Catalina, ahora López Calle, ahora Roth Beporé (inmigrante sin papeles)», y a todas horas, el doble o el clónico de quienes sufren y pertenecen a nuestra camada ideológica. No digo que haya que renunciar al sentimiento, causa inmediata de las propias afinidades selectivas, pero sugiero que establecer como categoría general algo que sólo posee una base particular me parece engañoso. Con frecuencia este sistema ideológico-sentimental es en el que se mueven algunas onegés y muchos colectivos.

Alguna vez he dicho que cuantas más onegés haya, peor irá el mundo en materia de justicia. Más aún: «Dígame cuantas onegés hay en un país y le diré cuanta injusticia estructural se mueve en él». En eso, las onegés son necesarias. Revelan directamente que el mal en el mundo no deja de aumentar, pero, también, y por desgracia, la inutilidad de los parches en que ellas mismas traducen su solidaridad pragmática. Sirven para edulcorar los problemas, pero como dice El Roto, «edulcorar los problemas sólo sirve para extender la diabetes».

No pido el harakiri de las onegés. No. Pero me gustaría que el dinero de los contribuyentes no se convirtiera en bolsas o huchas de la caridad para mitigar tanto dolor y tanta miseria.

La caridad es un síntoma que oculta muchos problemas estructurales de injusticia permanente que produce el poder, en especial, el instalado en bases neoliberales. El cristianismo, en este sentido, ha sido la peor escuela posible, contribuyendo con sus enseñanzas de la caridad a dejar intactas ciertas estructuras de injusticia social. En una sociedad, supuestamente secularizada y constitucionalmente aconfesional como la nuestra, que existan entidades como Cáritas u Onegés confesionales, lo que significan es que el poder económico, además de sentirse preso de planteamientos supuestamente teológicos, se siente muy cómodo con ellas. Parecen sus administradores.

Resulta tan repugnante como cínico el espectáculo del poder ante las catástrofes de países devastados, en ocasiones, como la India, Haití o Japón. ¿Cómo es posible que a estas alturas tengan que estar pendientes de la caridad mundial, sea de gobiernos, de Onegés, en su mayoría dependientes de un credo transcendental, o de individuos en pelo cañón, para mitigar los males provocados por un devastador terremoto?

Es inaudito que no se haya creado todavía una organización mundial de asistencia sanitaria en situaciones de catástrofes o de hambrunas. Es indignante que la ONU disponga de una organización militar como la OTAN, capaz de apabullar a un país entero, someterlo a «democracia» -es un decir- y «arreglar» su situación política en un pis pas –es otro decir-, mediante el acomodo de una invasión militar, y que, por el contrario, no haya sido capaz de crear una Organización Mundial de Asistencia Sanitaria ante las catástrofes que se suceden y sucederán en cualquier país del mundo. ¿Cabe mayor idiotismo moral?

Y hablarán de humanismo. ¿Humanismo? Cuando lo hacen, como ha sido el caso reciente de varios prebostes políticos de gobiernos europeos, recuerdo lo que Foucault advertía in illo tempore de dicho concepto: «»Entiendo por humanismo el conjunto de discursos a través de los cuales se le ha dicho al hombre occidental: «Aunque no ejerzas el poder, puedes no obstante ser soberano. Mejor aún: cuanto más renuncies a ejercer el poder y más te sometas al que te impongas, más soberano serás». El humanismo es quien ha inventado todas estas soberanías sometidas, tales como el alma (soberana en el orden de los juicios, sometida al orden de la verdad), la libertad fundamental (soberana interiormente, pero que consiente y está «de acuerdo con el destino» exteriormente), el individuo (soberano  titular de sus derechos, sometido a las leyes de la naturaleza o a las reglas de la sociedad). En resumen, el humanismo es todo aquello con lo que, en Occidente, se ha prohibido querer el poder y se ha excluido la posibilidad de tomarlo» (Michel Foucault, Actuel, 14, abril de 1971).

No quiero sospechar de las motivaciones o intenciones éticas o morales que pueda haber detrás de esas limosnas. La conciencia, al fin y al cabo, es muy particular, como el bazo, y cada uno atempera sus escozores, según le viene. No, no me molestan las ONG, pero, a veces, confieso que se meten en camisa de once varas cuando te increpan por ejemplo: «Que nadie diga que no está enterado, que nadie diga que no se puede hacer nada».

Estos predicadores son inaguantables. Y en el terreno político-social son peste intentando crear mala conciencia en el paisanaje. Ignoran que, para que cierta gente se pueda dedicar a actividades dignas de un samaritano, es necesario que el resto se entregue, sin alharacas de ningún tipo y sin pertenecer a ninguna organización, a cumplir con el trabajo diario, lleno de rutinas y de frustraciones, también de alegrías, claro.

No afirmaré que la caridad y las ONG sean producto directo de este humanismo que denunciaba Foucault, pero da que pensar. En fin. Cada día que pasa me convenzo más de que disponemos ciertamente de una fuente de energía sin explotar: la desfachatez de quienes no tienen medio dedo de frente y gobiernan el mundo. Y cada vez entiendo mejor aquel «pensamiento despeinado» de S.J. Lec que decía: «¿Un mundo sin psicópatas? Sería anormal». Y quien se dé por aludido por lo de anormal, pues eso: que se lo haga mirar.

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