Entrevista con Víctor Moreno

Victor Moreno– ¿De dónde surgió la idea de hacer un repaso a la mentira literaria española?

En realidad, yo no hablo en ningún momento de mentiras ni de verdades literarias, sean relativas a la literatura española, catalana, vasca o gallega. Sería tan pretencioso como inmoral hacerlo. Pues no tengo ni idea en qué consiste la verdad o la mentira literaria. Para mí la literatura, como concepto geométrico-espacial, no ocupa ningún lugar, es el No lugar. De ahí que en ella quepa de todo, y es uno, el lector, quien debe autodeterminarse acerca de su verdad o su mentira. Lo que no acepto es que venga alguien y sostenga, encima sin argumentos de peso, que éste o aquel escritor son La literatura.
Si verdad es lo que uno tiene como verdadero, lo único que yo he hecho es pasar por el cedazo de la crítica, algunos la califican como mordaz, lo que dicen escritores y críticos, no sólo sobre literatura, sino, también, sobre aspectos colaterales, como diría la jerga militar obtusa, de la vida.
El discurso que aparece en ciertos críticos forma parte de la construcción de una mirada literaria interesada y sujeta a unos criterios tan poco solventes como poco discutidos. Pero, quizás, no lo sé, es posible que la crítica literaria no haya evolucionado porque la literatura española sigue estando donde la dejaron los escritores sénior de los 50. Porque es muy probable que tengamos la crítica que nos merezcamos en función de los escritores existentes.
Las novelas actuales repiten una y otra vez los mismos esquemas narrativos que estaban en el realismo y no exigen una crítica literaria audaz y creativa. Parecen incompatibles entre sí. En mi opinión, tanto el pensamiento literario como el pensamiento crítico están en horas muy bajas. Un escritor que rompiera drásticamente con los mecanismos narrativos utilizados hoy día sería un escritor incomprendido. Y los primeros en no comprenderlo serían los propios críticos. Prueba de ello es que estos críticos siguen celebrando la aparición de una novela de Pérez Reverte o de Marías como si se tratase de una nueva Ilíada. Y lo cierto es que ambos escritores son atosigante repetición.

¿Has tenido algún problema después de la publicación de este libro?
La gente que pertenece al stablishment literario es mucho más lista que todo eso. La mejor coartada contra alguien que anuncia su desnudez es silenciarlo, que es lo que se ha hecho con Fuera de lugar, y con mi anterior publicación De brumas y de veras. Claro que siempre hay bocazas que te asocian con una banda de malhechores y pendencieros, incluso terroristas, como hizo el extinto Conte, para quitarse de encima el citado De brumas y de veras.
La única consecuencia que he padecido es que no se hable de mis libros en ninguno de los suplementos literarios. Pero eso es lógico y justo que así fuera. A la mayoría de los críticos de esos suplementos les he negado el carné de críticos y que estuvieran haciendo algo por la literatura. A lo sumo, lo hacían por el mercado editorial. Cuesta entender que sujetos como Juristo, Ayala-Dip, y otros que ahora no nombro, sigan en los periódicos destrozando, no sólo los libros que comentan, sino mostrando cada día que pasa una prosa más que desalmada, artrítica. Son críticos a los que los libros maravillosos que leen no parece que les ayude a escribir mejor.

¿Practicaste la autocensura, te censuraron alguna parte los editores?
Uno de mis defectos es decir de forma clara y directa lo que pienso y poniendo siempre encima de la mesa los nombres y los apellidos, cuyas ideas y tópicos pongo a horcajadas de asno. Ya sé que es el mejor método para no tener amigos. Tampoco importa gran cosa. Los amigos para lo que sirven es para hacerte una necrológica falsa cuando te mueres. Mientras vives, a los amigos sólo les interesa su propio ego y su cartera. En este sentido, resulta patético leer las últimas necrológicas dedicadas al bueno de Félix Romeo. Leyéndolas parece que hubiéramos asistido al óbito de la Inteligencia, representada por el más sabio de los sietes sabios de Grecia y Roma juntas. Romeo, como tantos críticos y como la mayoría de los que deambulamos por este mundo, no aportó absolutamente nada a la literatura. Ni como crítico ni como autor. Se limitó a vivir con pasión lo que más le gustaba. Como otros hacen con el mus o con la televisión. Lamentablemente, nadie se acordará de él. ¿Alguien se acuerda ya de Gómez de la Serna, de Umbral, de Conte, de Vázquez Montalbán? Ubi sunt?
En cuanto a la autocensura, sólo la cultivo en un sentido muy estricto: jamás me meto, ni me meteré con el aspecto físico de nadie. A mí sólo me interesa el comercio de las ideas. Y ni que decir tiene que si un editor considera que debo censurar un libro mío hasta hacerlo irreconocible, la respuesta será una espantada por mi parte.
Al hilo de estas consideraciones, debo decir que sí me han censurado artículos solicitados para algunas revisas especializadas, tanto que los editores terminaron por no publicarlos. ¿La causa? Alegaron el tono de mis textos, pero, en realidad, lo que les molestaba era lo que decía en ellos. Que a estas alturas se moleste alguien por la forma en que escribes –donde no injurias ni vilipendias la persona de nadie, sino sus ideas o sus estereotipos-, es para troncharse de risa. Un lenguaje censurado, sea el que sea, siempre terminará siendo un pensamiento trunco.

– ¿Has podido entrevistar o hablar con algunos de los escritores que aparecen en el libro? Si es así, ¿qué has conseguido con el intercambio?
No llevo vida social de ningún tipo. Y, menos aún, vida literaria, lo que me parece una sublime estupidez. Vivo en un pueblo de muy pocos habitantes y no mantengo intercambio alguno con ningún escritor. Ni siquiera por email. Nada. Eso no quita para que haya conocido en vivo y en directo a bastantes escritores de los que aparecen en el libro. Cuando publiqué el primer libro de esta serie, De brumas y de veras, la editorial recibió varias felicitaciones de algunos escritores. A mí, personalmente, no me escribió ni el lucero del alba. Fue el escritor Carlos Pujol el único que se atrevió a publicar una reseña en defensa de ese libro. En cuanto al otro libro, Fuera de lugar, el único que ha tenido agallas para hacer su reseña ha sido Gregorio Morán, también en “La Vanguardia”. Lo calificó como el mejor libro del año, como si fuera un buen vino de crianza. La crítica de Gregorio Morán me agradó mucho. Tengo que añadir que no lo conozco personalmente aunque haya leído varios de sus libros.
El intercambio con escritores a quienes has puesto a morir sería un intercambio dialéctico digno de verse. Pero rara vez se puede contemplar semejante espectáculo. En este país, quienes hacen crítica en los periódicos son amigos de la mayoría de los escritores. De este modo, no es de extrañar que estén todo el día dándose jabones y colonias. Hay casos un tanto patéticos, como el caso de Pérez Reverte. El hombre habrá terminado por creerse que es hijo putativo de Cervantes o, por lo menos, de Dumas. El desmesurado elogio que le han prodigado habrá terminado por cerrar el círculo en que Pérez Reverte se mueve, ahogándose en sus propias babas. Seguro que ha olvidado que la mejor manera de parar la evolución de un escritor es decirle que es una emanación de Cervantes. De este modo, Pérez Reverte no escribirá jamás una obra genial. En parte, la crítica se lo habrá impedido.

– ¿Cómo se puede luchar contra estos poderes fácticos que rodean el mundo editorial?

Los poderes fácticos o perifrásticos tienen nombres de empresas, de editoriales y de periódicos concretos. Pero acusar al mercado de todo lo que pasa en este ambiente es dar palos de ciego y de tullido. El Mercado produce todo lo bueno y lo malo que existe. Es un Saturno que devora hasta a sus mejores hijos. El dinero es la única literatura grande y verdadera que conoce. Así que, ¿cómo luchar contra este mastodonte en cuyas tripas quieren entrar, paradójicamente, la mayoría de los escritores emergentes?
Entiendo que una manera posible de detener esta pantomima consistiría en formar literariamente a los futuros lectores, tanto en las escuelas como en los institutos y en la universidad.
Mientras el sistema educativo no asuma dicha formación como un objetivo de higiene y profilaxis crítica y creativa, el ciclo se repetirá clónicamente: escritores mediocres, infumables, malos con solemnidad, seguirán apareciendo en las páginas de los periódicos como si fuesen los reyes del mambo sintagmático.
Una persona sin formación literaria, intertextual, es imposible que pueda leer a los escritores que han hecho de lo literario la razón y fundamento de su literatura. Si la gente acepta esta situación bestselleriana intrínseca de la literatura, no es por casualidad. Es el resultado de una deficiente formación literaria. Y más que deficiente, inexistente.

– ¿Qué autores españoles e internacionales aprecias? ¿Por qué?
Soy poco dado a este tipo de efusiones líricas y sentimentales. En parte porque nunca he considerado a ningún escritor, sea español o congoleño, necesario e imprescindible para nada. En mi mapa literario, lo más selvático que uno pueda imaginarse, no entran escritores necesarios ni imprescindibles. Porque ninguno lo es. Se puede prescindir de cualquiera y el mundo personal seguiría igual de rutinario y de maravilloso. Sí, existen frases grandilocuentes del tipo “la lectura de Mann me cambió la vida y la mirada”. Estupendo. A otros, en cambio, les descubrió un modo de aburrimiento fantástico. Leen a Mann cuando les falla el valium en la mesilla de noche.
Lo que no quiere decir que mi relación con los libros, que he leído, me hayan gustado unos más que otros, pero ningún escritor me ha gustado con la totalidad de sus libros. En particular, puedo asegurar que, en la mayoría de los casos, leído uno de sus libros, leídos todos. Con una excepción sobresaliente: Georges Perec. Es el único escritor de los que he leído que siempre me ha parecido distinto en cada una de sus creaciones. Pero el resto, los Muñoz Molina, Millás, Marías, Montero, Grandes, son más repetitivos que los índices de las Bolsas en épocas de crisis.

– ¿Nos recomiendas algún libro extraño, extraño, extraño? ¿Y otro que te cambiase la concepción de la literatura?

De los libros “extraños” que he leído recuerdo Impresiones de África, de Raymond Roussell, La vida instrucciones de uso, de Perec, Memorias privadas y confesiones de un pecador justificado, de James Hoggs, Champavert. Cuentos inmorales, de Petrus Borel, Larva, de Julián Ríos, los libros de Jardiel Poncela y de Cristóbal Serra, y alguno de Gómez de la Serna, cuya originalidad no he visto superada por ninguno de los autores que se prodigan tanto en periódicos y revistas del carajo decir.
Lo que ya es más difícil es encontrar libros que cambiasen mi concepción de la literatura, porque ni siquiera estoy seguro de haber tenido jamás una concepción de la literatura; de literatura, ni de nada.
Yo pienso sobre la marcha. No tengo ideas preconcebidas o precocinadas. Me gusta pensar sobre lo que pasa y lo que leo en clave de presente. Es mi particular carpe diem. Sí, es cierto que he tenido experiencias que me hicieron pensar si lo que leía era literatura o un prospecto de cómo fabricar hormigón.
Me pasó con la novela de Juan Benet, Volverás a Región. Empecé a leerla cuando tenía dieciséis años. Leídas las primeras veinte líneas le pregunté a la bibliotecaria si aquel libro era una novela o un tratado de geología. La bibliotecaria me respondió que si el libro estaba en la estantería de las novelas, sería porque era una novela. Me costó dos esguinces cerebrales leerla, pero nunca me arrepentí de hacerlo. Aquella novela no se parecía en nada a lo que había leído hasta entonces: A. Christie, Salgari, Karl May, C. Doyle, Stevenson, Richmal Crompton, Baroja, W. Scott… No sólo conocí una forma distinta de escribir, sino, también, una manera distinta de proporcionarme un aburrimiento oceánico. Hasta ese momento, yo pensaba que la literatura era incompatible con el aburrimiento. Toda la vida he estado agradecido a Benet por este finísimo descubrimiento.
Distinta impresión literaria experimenté leyendo Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy, novela donde descubrí mecanismos narrativos desconocidos y algo que me gustó mucho: la ironía y la mordacidad. Y, finalmente, tendría que citar la novela española más transgresora de todos los tiempos después de El Quijote, Larva, de Julián Ríos.
A lo que cabría añadir que ninguna de estas novelas influyeron para nada en mi manera de escribir; ni en las novelas que tengo guardadas en un cajón. Pero siempre es saludable considerar que desde muy joven entendí que la literatura era un espacio donde cabía de todo que tuviera relación con la inteligencia creadora de una persona. Incluso, Corín Tellado y Marcial Lafuente Estefanía y, por supuesto, mi adorado Zane Grey.
¿Qué concepción literaria puedo tener alguien a quien le encantan libros de naturaleza tan variada y distinta como la que puedan representar Cervantes, Danilo Kiss, Freud, Borges, Savinio, Proust, Flaubert, Stevenson, Ribeyro, Chandler, Calvino, Perec, Homero, Joyce, Kafka, O´Henry, Bierce, Thurber, etcétera? Ninguna. Lo que no quiere decir que me chupe el introito a la hora de juzgar las obras que leo.

Qué conclusiones, que no aparecen en el libro, te gustaría manifestar?
Ninguna. Las conclusiones huelen a habitación cerrada. Lo que está concluso está muerto. En este sentido, no hay epílogo que valga. Sólo el que quiera ponerle el lector.

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Víctor Moreno. El “hijoputismo” ya está aquí

hijoputa

El hombre es locuaz por naturaleza e hijoputa por cultura. La distinción parece ofensiva para el género humano y sus instituciones educativas, pero no lo es. Todo lo contrario. Nadie nace hijoputa. Conseguirlo es fruto a partes iguales de algunas instituciones meritorias y de la voluntad de ciertos individuos.

Repárese en que escribo hijoputa y no hijo de puta. Como sugiero, lo primero es título de bajeza, ganado a pulso a lo largo de una vida. Lo segundo, qué les voy a contar que no sepan. Hijos de puta, por haberlos los hay en las mejores familias cristianas, pero son de estirpe natural, con denominación de origen, y con ellos no va la presente copla.

Quizás, muchos consideren que obtener el graduado de hijoputa es fácil, pero no lo crean. Tampoco piensen que lo digo por experiencia, que cabría, pero no cabe. No. La verdad es que la simple querencia no basta.

Llegar a serlo en política no está al alcance de cualquiera. Yo nunca pensé que Peces Barba alcanzara semejante cima de desarrollo intelectual y moral, más o menos decrépito. Pero lo ha logrado. Tardá dixit. A su edad. ¡Quién fuera a decirlo! El hombre lo buscó unas cuantas veces, pero hasta que no se metió contra los catalanes, no consiguió semejante titulación. Parece como si los catalanes, también los vascos, tuvieran un mecanismo especial para descubrir gente hijoputa en política. Es curioso. Basta con que un político farfulle sobre los vascos y catalanes que quieren ser solo vascos y catalanes, para conocer en qué nivel de hijoputismo se encuentra su desarrollo meníngeo.

El fenómeno no se ha estudiado todavía como forma natural de afrontar la problemática que implica la presencia de los otros, sobre todo si estos otros son “hunos”, es decir, pobres o unos desgraciados, o, valga el pleonasmo, nacionalistas radicales. Hay teóricos que se la cogen con papel de celofán y, en lugar de llamar a esta corrupción del discurso como hijoputismo radical, se enredan diciendo que la clase política se ha inventado una neolengua, que reduce “el polifacetismo y la complejidad del mundo a una jerga tecnocrática y opaca”. Para nada. Lo que hay lisa y llanamente es una impunidad verbal, que roza la sinvergüencería más abyecta.

Ignoro a cuántos jornaleros y aceituneros andaluces conoce Durán i Lleida, pero asegurar que “los agricultores andaluces reciben un PER para pasar toda la jornada en el bar del pueblo», es, además, de ser una hipérbole insensata, un reflejo del estado de chulería verbal más o menos permanente en que este político impoluto se encuentra.

El hombre parece entender también de homosexualidad, pues salió en defensa de aquellos psiquiatras que se “ofrecían a curar homosexuales modificando su orientación sexual con fármacos o terapias reconductuales”. ¡Terapias reconductuales! Menudo eufemismo cabrón. Después de afirmar que “la homosexualidad no es una enfermedad”, Durán i Lleida sugirió que “la homosexualidad se puede curar”. Luego si se puede curar, será porque la considera una enfermedad, y seguro que bíblica, ¿no?

Para no ser menos, su jefe de filas y presidente de la Generalitat, Artur Mas, tampoco le va a la zaga. En un debate aseguró: “Estos niños sacrificados bajo el durísimo yugo de la inmersión lingüística en catalán sacan las mismas notas de castellano que los de Salamanca, de Valladolid, de Burgos y de Soria; y no le hablo ya de Sevilla, de Málaga, de Coruña, etcétera, porque allí hablan el castellano, efectivamente, pero a veces a algunos no se les entiende”. Mucho mejor haría Mas en cultivar su irrisorio sarcasmo riéndose de su castellano, que será muy articulado y ortopédico, pero lleno de anacolutos y solecismos.

Estas afrentas verbales no son exclusivas ni excluyentes de la derecha ni de la izquierda, aunque haya quienes, como el novelista Marías, consideren que es verruga típica y estructural de la derecha. Es verdad que superar las manifestaciones agropecuarias de Esteban González Pons es tarea complicada. El tipo es tan bueno diciéndolas que parece que su tara fuera de nacimiento. Afirmar que «no hay ningún español tan idiota que quiera la continuidad de lo que nos ha dado el PSOE durante este tiempo», es una frase espléndida para encorajinar a quienes llevan toda la vida votando a los del rosal, tanto que han tardado bien poco en rasgarse la camiseta.

Pero los socialistas, algunos por lo menos, son los menos indicados para poner en su ciénaga correspondiente a G. Pons. Hace bien poco, Pedro Castro, socialista, y presidente de la federación de municipios, decía que «tonto de los cojones el que vota a la derecha». Y Juan Barranco, candidato del PSOE en la comunidad de Madrid, sostenía sin que pusiera sus barbas a remojar que «no hay nada más tonto que un trabajador de derechas».

Puestas así las cosas, parece claro que tanto monta el galgo de derechas, que el podenco socialista. Así que me preguntaría qué es lo que hemos hecho para sufrir tales signos de barbarie verbal. Cómo es posible que esta plaga de inmoralidad verbal se haya podido instalar con tanto cinismo en el mundo de la política en general y de la comunicación en particular.

Hay quien culpa al zapaterismo como causa inmediata de esta perturbada polarización entre los políticos. Ojalá lo fuera. Pero me temo que el origen de dicha enfermedad no parece que sea coyuntural. De hecho, sabiéndose por activa y por pasiva que Zapatero ha comprado los billetes para viajar a Babia definitivamente, el mal sigue habitando entre nosotros.

Así que alguien tendrá que estudiar con profundidad esta plaga infecta de políticos que han sustituido el razonamiento y la reflexión por el insulto y la injuria. Y ya es sabido que se empieza llamando a alguien judío, rojo y maricón, y se termina socarrándole el duodeno.

Con toda probabilidad este mal de la lengua que padecemos se corresponda con otro mal más pernicioso, el de la ética. Al uso corrupto del lenguaje casi siempre se le corresponde una corrupción de la voluntad y del comportamiento. Raro será el sujeto, sobre todo si es hijoputa, que, insultando del modo en que lo hace, no sea también, de hecho, un tipo sin escrúpulos morales a la hora de vestir trajes.

La lengua, no sólo desvela nuestro conocimiento de las palabras más insultantes del diccionario, sino, sobre todo, nuestro talante inmoral cuando las usamos de forma impune. No somos el lenguaje que hablamos, pero algunos casi.

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Víctor Moreno. Listos

listos¿Cómo es posible que a personas tan inteligentes y tan sabias, que son capaces de señalar con una exactitud asombrosa dónde radica el mal económico y laboral de toda una sociedad, y hasta del mundo entero, y de indicar, con más nitidez todavía, la manera de evitarlo, no se les haga ni puñetero caso?

¿Por qué no nombrarlos ipso facto alcaldes de ciudad y presidentes de gobiernos autonómicos o lo que sea?

¿Cómo es posible que, dada su gravedad intelectual y el variado repertorio que poseen para solucionar todos los problemas del mundo, las instituciones públicas permiten que su inmenso talento agonice lánguidamente en una tertulia de mala muerte?

Porque hay que ver y doblegar la cerviz ante la finura intelectual de quienes aparecen en tertulias en la radio y en la televisión cuando pontifican acerca de todos y cada uno de los problemas que asolan al cosmos y al big-bang de la economía mundial.

Cada vez que abren su pico y dejan caer el queso de su dialéctica en tertulias y artículos de periódicos, la luz de gas habita entre nosotros y el único malo en este mundo es el gobierno y su corifeo mayor..

Capaces de plasmar en una frase aquel mágico sistema que resolvería en un pestañeo la peste del paro, son, sin embargo, consumados inútiles en el arte de renunciar a la mesada de una de sus mil tertulias para que la ocupe un periodista en paro.

Tan habilidosos montando un idílico discurso sobre la solidaridad con cualquier país africano en proceso de extinción, y que nadie les ha pedido, como incapaces de abandonar la vida regalada que llevan y acudir precisamente allí donde habita el dolor de verdad, y comerse, de una puñetera vez, el trigo que venden para los demás.

Modernos Crisóstomos de pacotilla, picos de oro de la radio, de la televisión y de la prensa, que nos refrotáis por los bigotes, cada día que pasa, las mil y una maneras de solucionar los problemas cotidianos del sobrevivir, ¿por qué no os aplicáis todo eso que pregonáis a vuestras propias existencias?

O dicho de otro modo menos retórico: ¿por qué no os vais todos juntos a plantar dunas al desierto o montáis un negocio de herraduras para camellos junto a las pirámides de Keops?

Nos haríais un favor a todos, y, muy especialmente, a vosotros mismos. Demostraría que aún hay en vuestras molleras un resquicio de sentido común y de inteligencia.

Mientras tanto, parecéis calcomanías aburridas de Dios, es decir, ilusos majaderos que os creéis capaces de entenderlo todo, de explicarlo todo y de poner a todo el mundo en su sitio, menos a vosotros mismos.

¡Listos, que sois unos listos…!

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Víctor Moreno. ¿Estorban las ideas en una novela?

progesPuede asegurarse que la palabra ideología no es del agrado de quienes tienden a considerarse intelectuales. El cínico escritor inglés Martin Amis decía con cierto recochineo que la ideología es una “droga sintética para crear héroes.” Supongo que lo diría por experiencia propia.

Prescindiendo del significado débil de ideología, ésta se utilizará para descalificar al oponente dialéctico. Y así, se dirá de él que es un ideólogo, como otros dicen de alguien que fue comunista o nacionalista, y de este modo rastrero invalidar su discurso. Si se trata de alabar, entonces se preferirá el término pensamiento.

El ideólogo remite al político demagogo; el pensador al sujeto limpio de ocultas adherencias extrañas, sobre todo revolucionarias. Sobre el ideólogo recaen todo tipo sospechas; sobre el pensador las de su status. El pensador se limitará a reflexionar sobre la realidad, pero no a promover ideología. Pero los escritores, como pensadores que son, no pueden esconderse de la política, porque lo que los políticos hacen también repercute en ellos, y lo que los escritores piensan, a veces, repercute en los políticos. O eso creen algunos. Que ingenuos hay en todas partes. También entre los escritores.

Convengamos en que la obra literaria es impensable al margen de la producción ideológica en la que se inscribe. La ficción trabaja con creencias o con dudas y, en este sentido, conduce a la ideología, a los modelos convencionales, o no, de la realidad, y, por tanto, a las señales que hacen verdadero un texto, movimiento que pertenece al ámbito de lo ideológico. Y verdad, como decía Nietzsche, es lo que tiene cada uno por verdadero.

En este sentido, toda novela es ideológica. Hasta las que escribieron Marcial Lafuente Estefanía y Corín Tellado.

Por eso, sorprende que sean los suplementos literarios quienes condenen aquellas novelas que sirven más para transmitir ideología que “gran literatura”. Pero en estos casos se juega con ventaja. Son escritores que, en su mayoría, o están muertos, o son muy conocidas sus posturas ideológicas: Hamsun, Pound, Céline, Jünger, Drieu La Rochelle, y, en el caso español, los escritores falangistas. Por el contrario, ningún crítico opina acerca de la ideología de Guelbenzu, Marías, Merino, Millás, Muñoz Molina, Mendoza, Rosa Montero, Almudena Grandes… ¿Por qué? ¿Miedo? ¿Incapacidad metodológica?

La concepción más extendida entre los ensayistas es que la ideología no constituye un ingrediente o elemento que sirva para cohesionar una novela. Torrente Ballester, después de abandonar el falangismo, escribía: «La misión de los críticos y demás estudiosos y curiosos de la literatura no es dar valor a las obras por el valor de sus ideas, ni quitárselo, sino averiguar y explicar cómo están usadas en cuanto material poético, o dicho de otro modo, la función que desempeñan en la economía de la obra y la técnica con que están insertas». Tarea tan higiénica como colosal, pero que yo sepa ningún crítico ha sido capaz de ultimar.

El extinto Conte, el crítico más ideológico que ha dado la crítica literaria por estos pagos -en sus tiempo jóvenes también fue de la Falange, con cargo y nómina-, abominaba de los géneros literarios basados en el tema, en las ideas o en las ideologías, pues, en su opinión, éstas acaban con el arte, lo destruyen. Yo pienso lo contrario, sólo el tema, las ideas, el pensamiento, la ideología, será capaz de renovar el arte, la literatura y la capacidad crítica. Es el pensamiento el verdadero motor del cambio de la literatura, y no las técnicas creativas.

Aunque el discurso crítico abomine de la ideología, lo cierto es que sus opositores una y otra vez se ven atrapados en su red. Lógico. Un crítico, si es algo, es un ideólogo de cuidado. Si no lo es, estamos ante un eunuco mental.

En la mayoría de los casos, jamás se enfrentan con el contenido ideológico de las novelas que reseñan. Lo sustituyen por una doble actitud.

La primera de ellas, consiste en condenar a aquellos autores considerados como novelistas de ideología fascista, cuyas obras están al servicio de un poder político concreto. Como si el resto de las obras no lo estuvieran. ¿Acaso no se dice que la obra de Marías y cía no están contribuyendo a la construcción de una Europa más tolerante, más demócrata y más crítica? Y esto, ¿qué es? ¿Música gregoriana?

La segunda es más sutil y menos evidente. El ensayista utiliza el pretexto de la reseña para diseminar sus puntos de vista, que rayan entre lo ideológico y lo moralista; en especial, aquellos conceptos esenciales de la vida: el amor, la soledad, el tiempo, la muerte, la solidaridad, la responsabilidad, el respeto…

Actualmente, se quiere dar a entender que las categorías políticas e ideológicas no influyen en una novela, ni en el discurso del crítico. Pero habría que preguntarse ¿qué son las aludidas “categorías políticas”? Tener una determinada concepción literaria de la novela, ¿es ajeno al campo de las ideologías?

Curiosamente, las críticas negativas que se hacían de las novelas del facha Vizcaíno Casas no obedecían únicamente a «sus» deficientes maneras de entender y de expresar el hecho literario, sino al conglomerado ideológico fascista del escritor. Un conglomerado que el crítico correspondiente no tenía duda en evidenciarlo y despreciarlo, pero no técnicamente. Por ejemplo, en las reseñas de Conte sobre Vizcaíno Casas no quedaba claro que éste fuera un mal escritor por su escritura, sino por su infumable ideología.

Críticos y escritores, como Caballero Bonald, llegarán a sostener que un escritor de ideología nazi, fascista o ultraderechista, no puede escribir una buena novela. Pero, entonces, ¿cómo encajar que William Faulkner fuera al mismo tiempo un novelista excepcional y un enemigo declarado de la equiparación de los negros con los blancos en las escuelas de los Estados Unidos? ¿Y qué decir de Karen Blixen a quien, después de la película Impresiones de África, se la encumbró como gloria literaria sin decir ni una sola palabra acerca de su permisividad con el régimen del Tercer Reich?  Además de ser una “indecente racista negra”. Mario Mucknik dixit.

Mi hipótesis es que en la crítica literaria no se hace dejación del análisis netamente ideológico. El hecho de que no se manifieste de manera directa no significa que dicho humus no forme parte del a priori teórico del crítico. Aparentemente, se desprecia la ideología, pero se sustituye por un cínico “no-tener-ideología”, mucho más peligroso que la ingenua declaración de poseerla.

Lo paradójico del caso es que se tenga por señal de progresismo intelectual ese desprecio a la ideología, cuando la mayoría de los análisis que se hacen de la obra son su resultado directo. En el colmo de las contradicciones se llegará, incluso, a justificar las deficiencias técnicas novelescas de un escritor apelando a consideraciones ideológicas. Lo que es el acabose del cinismo.

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Víctor Moreno. El mono que se comió los dedos

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Muchos de los conocimientos biológicos que posee la civilización están manchados de sangre. Unos provienen de un crimen, otros de una tortura, casi todos del dolor o del sufrimiento causados a un segundo, a un tercero o a un millar. Detrás de respetables descubrimientos científicos se esconde más de un tragedia, realizada con premeditación y alevosía por parte de quien manejaba el bisturí. El mundo, todas las culturas, tienen a estos premios nobeles por honorables meninges, cuya rectitud moral y ética están fuera de todo síntoma sospechoso. ¡Pero si el mono hablase…!

Se podría afirmar, sin ningún atisbo de exageración, que todo conocimiento físico, actualmente en poder del hombre, sangra. Todo  lo que sabemos sobre el propio cuerpo se lo debemos a la sangre derramada de otras personas. Antiguamente eran las guerras las que proporcionaban a la ciencia materia humana más que suficiente para investigar el cuerpo y sus complejidades.

Alguien podría pensar que con la anterior afirmación estoy pidiendo -como quería Hegel para sacudir la modorra moral- que cada diez años se declarase una guerra y de esta manera aprovechar los despojos humanos resultantes para investigar el porqué del sida, del cáncer o de otra peste congénita. Aunque este mecanismo sigue siendo práctica común en casi todos los países civilizados, tecnológicamente avanzados (bombas atómicas y centrales nucleares), no muestro ninguna solidaridad con semejante estupidez criminal.

Las mejores escuelas de anatomía y de fisiología, que se ha autoproporcionado el ser humano, han sido, ciertamente, las guerras. Pero no las únicas. El otro sistema, mucho más perverso que la misma guerra, lo han constituido las cárceles. Como los presos eran considerados como el último eslabón de la cadena de la evolución, con menos categoría que un macaco, servirán, mucho mejor que los animales, para la investigación quirúrgica y biológica. Los presos y encarcelados han sido, históricamente, carne de primera para las investigaciones médicas. Fallopio llegó a descubrir las trompas, que llevan su nombre hurgando en los cuerpos vivos de unas pobres mujeres condenadas a muerte, por infanticidas. Ni qué decir tiene que tales mujeres no pasaron por el cadalso. Fallopio las asesinó impunemente por amor a la ciencia. Esto ocurría en el siglo XVI. Pero, en pleno siglo XX, en 1906, periódicos honorables con su consejo de administración defendían la idea de abrir en canal los cerebros de los asesinos para estudiar su neocórtex y averiguar así el porqué de sus desatinos.

Hoy día los laboratorios científicos no están poblados por personas (aunque mucho habría que escribir de los hospitales al respecto), sino por animales, que han venido a ocupar ese espacio privilegiado de la tortura conducente al conocimiento, antes reservado al cerebro y esófago humanos.

No me encuentro entre las personas que puedan considerarse amante de los animales. Lisa y llanamente: no me gustan. No padezco de la superstición de la zoolatría. Tampoco considero que los criterios éticos de comportamiento que debemos mantener las personas con nuestros semejantes deban de ser los mismos para con los animales. Ni pienso que la calidad de vida de la persona sea comparable a los signos de calidad de vida deseables para los animales. Sobre todo, cuando me descubro comedor de alimentos procedentes de animales muertos. Sobre todo cuando acepto que se fumiguen miles de bichos, de orugas y de microbios con tal de preservar la salud de las personas, aunque… En fin… que no considero a los animales como hermanos nuestros, ni como los mejores amigos, tíos o primos… El mejor amigo del perro es la perra.

Sin embargo, me conmueve interiormente la mecánica y sistemática utilización de los animales en los laboratorios, de cuyas manipulaciones genéticas, eso se dice, llevarán al hombre a un conocimiento más perfecto de la biología y genomas parecidos. Sentí cierto pavor al leer una noticia que hablaba de un mono en cautividad, al que le cortaron los nervios del brazo derecho. Posteriormente se le suprimió la dieta y, a los pocos días, el simio en cuestión  se comió los dedos. Más tarde, como no sentía el brazo, se lo comió para saciar su hambre.

Sinceramente yo no sé qué cromosonada se investigaba con esta carnicería, pero, aquello me pareció lamentable. Lamentable para el mono y lamentable como espectáculo de la violencia que el ser racional puede infligir al irracional. ¿Es ético este comportamiento por parte de los científicos? ¿Es ético el avance tecnológico a cambio de dejar a una multitud de simios incapacitados para ser simios?

Después, una mujer reclamaba para sí el usufructo de la ciencia de escoger el sexo de su propio hijo. Hasta ese momento los hombres de ciencia se habían llenado de lógica satisfacción ¿culpable?, por semejante hallazgo, logrado, muy posiblemente, después de haber dejado los ovarios y la matriz de mil monas en estado de demérito total. Paradójicamente, aquellos médicos, que habían investigado sobre genética con métodos «honorables» antes de esclarecer la ética de los mismos, invocaban a doña Moralidad para negarse a aplicar su descubrimiento para dar felicidad a una mujer. Aquellos médicos, después de haber dado tute y matute al glandulario hormonal de mil monas, proclamaron que no era ética una acción terapéutica para la madre la elección del sexo de los hijos. Quizás, como señalaba L. Sterne, cuando los médicos hablan de ética o de conciencia, hay que pensar que están hablando del estómago.

Como he dicho anteriormente, pienso que los animales y las personas ni tenemos los mismos derechos, ni las mismas obligaciones. Y que una cosa es reconocer derechos y otra concederlos.

Hablar de derechos de los animales puede ser tan clarificador como hablar de la espatulomancia. Lo que no me impide pensar en lo que dijo el poeta Ezra Pound sobre los perros, extensible, supongo, a los monos:

Cuando observo los raros hábitos de los perros
forzosamente llego a la conclusión
de que el hombre resulta superior al animal.
Cuando observo los raros hábitos de los hombres
confieso, amigo mío, mi perplejidad.

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