Víctor Moreno. La política, ¿se hace o se dice?

Ilustración: http://tualrededor.wordpress.com/

El filósofo Austin en su libro “Cómo hacer cosas con palabras” clasificaba los actos de habla en locutivos, ilocutivos y perlocutivos. Podría decirse que los locutivos son inocuos e irrelevantes, ya que, en principio expresan lo que dicen, sin más alcance pragmático que hacernos ver y notar que estamos ahí. Los ilocutivos van más allá que la mera enumeración verbal, ya que expresan intenciones o finalidades más o menos confesables. En cuanto a los perlocutivos, el panorama es más oscuro y turbio, ya que mediante su enunciación se busca un supuesto efecto en el receptor dentro de unas determinadas circunstancias.

Hasta Austin, estos actos de habla eran analizados bajo la lupa moralista y moralizante, es decir, si eran ciertos o falsos, verdad o mentira. Con el filósofo se pasaría a la esfera del análisis de sus repercusiones en la conducta, tanto individual como colectiva; interesando, sobre todo, si su mera enunciación llevan o incitan a la acción.

Quienes más deberían saber de estos actos de habla tendrían que ser los lingüistas y los profesionales de la tiza curricular. Resulta paradójico constatarlo, pero han sido los jueces quienes han demostrado saber más de lingüística pragmática que todos los discípulos del propio Austin. Casi podría decirse que ciertos jueces han metido en la cárcel a más gente por protagonizar actos de habla perlocutivos que por robar, asesinar y violar. Sin duda, estos actos de habla han sido el pretexto utilizado por algunos jueces para coartar la libertad de expresión en toda su amplitud.

Estos jueces parecen hijos putativos de aquel personaje del libro Alicia a través del espejo, que aseguraba que lo importante no era lo que significaban las palabras, si eran verdaderas o falsas, sino quién era el que mandaba, ya que el poder les otorgaba el significado que deseara. La Reina del mismo libro completaba estas tenebrosas conclusiones con un dictamen tan bien conocido por estas tapias: “Primero, la sentencia; luego, el juicio”. Es decir, primero a la cárcel; luego, Estrasburgo.

La teoría de Austin de los actos de habla perlocutivos es, cuando menos, arriesgada y peligrosa según y quién se dedique a establecer los efectos que una declaración tenga en el ánimo individual y colectivo. Ni qué decir tiene que la ideología, además de otras excrecencias de la propia naturaleza, más animal que racional, se encargará de calibrar el alcance social, político y moral, de dichos actos.

Hasta hace muy poco, los jueces se habían empecinado en demostrar que eran los vascos malos los más experimentados expertos en la utilización de dichos actos. Cada vez que A. Otegi o R. Díez abrían su boca en un mitin, perlocutazo que les caía encima, y, a renglón seguido, los metían en la cárcel, y los incomunicaban.

Tiene puñetera gracia que sea, ahora, la derecha, y, sobre todo, algunos ministros del Gobierno actual, quienes más gusto le han cogido a dichos actos, sin que, paradójicamente, los metan en la cárcel. Recientemente, el ministro de educación eructó uno de ellos conminando a que “hay que españolizar a los alumnos catalanes”, que no comentaré porque roza más la boutade que la perlocución, propiamente dicha.

En cambio, la pedregosa ministra de Empleo, Fátima Báñez, en la fiesta del Rocío en Huelva, sí se deshizo en elogios perlocutivos al proclamar: «el regalo que ha hecho la Virgen del Rocío, aliada privilegiada y embajadora universal de Huelva, en el camino hacia la salida de la crisis y en la búsqueda del bienestar ciudadano».

Un acto de habla de estas características en boca de una ministra de un Gobierno representante de un Estado Aconfesional constituye una afrenta contra la inteligencia en general y contra el FMI y el BCE, en particular. Lo más lógico hubiera sido que estas instituciones pidiesen al unísono el cese de la ministra, por el desprecio intrínseco que su perlocución conllevaba contra ellas. Pero, ladinos ellos, se lo pensaron mejor: “Si los ministros de los países en crisis, en lugar de exigir a dichas instituciones soluciones reales contra el paro y la prima de riesgo, las piden a la Virgen del Rocío o a la Virgen de la Teta, tenemos cuerda para rato”.

Lo que llama la atención es que esta meapilas gastara del erario 4200 euros en un video para convencer a la ciudadanía de las bondades de la reforma laboral, en lugar de repartir urbi et orbi estampas de dicha Virgen, abogada y protectora de dicha reforma.

Pero, sin duda, el acto de habla perlocutivo más punible de estas témporas, habrá sido el protagonizado, qué casualidad, por un fámulo de la ministra Báñez, José Manuel Castelao Bragaño, presidente del Consejo de la Ciudadanía en el Exterior, dependiente del Ministerio de Empleo, asegurando que las «las leyes son como las mujeres, están para violarlas”.

Ignoro en cuántas ocasiones de su vida, como ciudadano y como político, este Castelao habrá violado leyes y ordenanzas, pero podría deducirse que lo viene haciendo desde que tiene uso de sinrazón. Y que lo ha hecho sin pena ni culpa. Al fin y al cabo, considera que violar una ley es como violar a una mujer, es decir, una anécdota, una banalidad, y, lo que es peor, una necesidad. ¿Acaso no decía un obispo que algunas mujeres merecen dicha afrenta, porque la están buscando por su forma de vestir?

Puestas así las cosas, un político, ¿en qué se ha convertido? A la mayoría de ellos los conocemos por lo que dicen, pero muy poco por lo que hacen realmente. Y sucede que, cuando sabemos lo que hacen, es peor. Entonces es preferible no haberlo sabido o habernos quedado únicamente con su acto de habla perlocutivo. Al menos, éste, por la parte que le corresponde, es un hecho que puede quedarse en mera palabrería, como imagen perfecta de la gilipollez estructural en que está instalado quien la profiere.

Eso, o que un juez, aunque parezca un pijo ácrata, intervenga y meta en la cárcel a semejante energúmeno. Pero ya se sabe que los actos perlocutivos, protagonizados por bocazas de la derecha, jamás terminan enjaulados. A lo sumo, se la envainan, asegurando que lo suyo fue tan sólo un desliz locutivo. Sin más.

¡Si Austin levantara la cabeza!

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Víctor Moreno. Proposición suicida

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De las cosas que escribo, ya se habrá advertido que mis conocimientos del mundo de la economía no son pocos, sino nulos. Por tanto, ni que decir tiene que mi proposición tiene poco o nada que ver con la prima de riesgo, la deuda soberana, el rescate y todo eso, aunque, dado el efecto mariposa que tiene todo en este mundo, quién sabe hasta qué ámbitos puede alcanzar mi ofrecimiento, el cual gustaría que fuese directamente a instalarse en el oído medio del Ministro de Economía.

Ya es sabido que al ministro Guindos le cuesta hablar de forma clara y directa. De ahí que se refugie una y otra vez en eufemismos de nulo valor literario, pero, al parecer, de gran eficacia comunicativa, pues para entenderlos es necesario comentarlos una y otra vez. Algunos atribuyen el origen de su confuso verbo a su mala índole lingüística, pero se equivocan. Guindos es, a pesar de su apariencia tosca y ceñuda, un hombre sensible, muy sensible. Hasta ha sido capaz en estos tiempos de comprar a su hija un chalet de no sé cuántos millones de euros. Muchos argüirán diciendo que eso lo hacen todos los padres bien nacidos con sus respectivas hijas. Si es así, retiro lo dicho, y digamos que si Guindos se refugia en eufemismos no lo es por imposibilidad radical de hablar claro y directo, sino porque sabe que, al hacerlo así, no sólo favorece la vanidad de sus comentaristas críticos, sino que, sobre todo, evita a la gente sufrir antes de tiempo; es decir, antes de que le llegue la aplicación práctica de lo que tan oscuramente está diciendo.

En realidad, lo que a Guindos le gustaría decir para salir de la crisis es hablar con claridad absoluta y proclamar que el modo más fácil de conseguirlo sería que tanto los parados y los jubilados, que tantos quebraderos están dando a la marcha normal de una economía boyante, no se lo pensaran tanto, que no fueran tan egoístas y que empezaran a aplicar en sus vidas, que no valen ni un euro dada sus onerosas circunstancias, soluciones radicales, como, por ejemplo, colgarse de un guindo o de un cerezo que, para los efectos de la colgadura, sería lo mismo.

El favor que harían a España sería mayúsculo. Tanto que el Gobierno estaría dispuesto a erigirles gratis un monolito de mármol esculpiendo en él todos y cada uno de los nombres que un día decidieron ofrecer voluntariamente sus vidas por España, con la leyenda en letras auríferas: “Murieron voluntariamente para sacar a España de una crisis que no crearon. El sistema capitalista jamás los olvidará. In Memoriam”.

Aunque, en un principio, el número de decesos sería exagerado, sólo sería un problema para los cementerios que, en principio, no darían abasto para tanto cuerpo inerte. Pero sería una cuestión menor, teniendo en cuenta la solución encontrada a tan arduo problema general.

El quid de esta propuesta ya dije dónde radicaba. Primero, en que el ministro se haga eco de la propuesta. Y, en segundo lugar, en encontrar el eufemismo adecuado para referirse a ella. En cuanto se lo halle, seguro que tarda un suspiro de mariposa en hacerla pública y ofrecerla al lumpen proletariado de este país.

Quizás, el maestro Wert, que no se anda con tanta purrusalda metafórica, pudiera ayudarle a salir de este entuerto lingüístico.

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Víctor Moreno. Españolizar

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Nos encontramos ante un verbo que, gracias a la compostura sarcástica del ministro de Educación, Cultura y Deporte, pretende abrirse camino e instalarse en la sociedad actual, pese a quien pese. Se trata de un verbo que, a lo largo de la historia más reciente, pero, también, pasada, ha venido hermanado con el de catolizar o, como diría el obispo actual de San Sebastián, misionar.

Tanto que, incluso, la dos veces centenaria Constitución de Cádiz, de 1812, esa carta magna que historiadores de peinado liberal sostienen como el punto de referencia de la vertebración del Estado español, afirmaba en su artículo 12: “La religión de la Nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana, única verdadera. La Nación la protege por leyes sabias y justas, y prohíbe el ejercicio de cualquiera otra. ¿Está claro? A más, esa Constitución se había acordado en el nombre de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, autor y supremo legislador de la sociedad”.

Vistas así las cosas, no extrañará que el Estado español haya tardado tanto tiempo en vertebrarse. ¡Si hasta la venerada y sacralizada Constitución de La Pepa ya invocaba a la santísima Trinidad en su articulado! Si en el humus nutricio del Estado estaba ya horadando sus cimientos la termita de la religión, ¿cómo iba a ser posible a dicho Estado desprenderse de la lacra apestosa de la Iglesia orientando su política?

Españolizar significa, según el diccionario, “dar carácter español”. Y es un verbo que se ha conjugado en distintas épocas con resultados claramente diferenciados. En cuanto a la retórica de Wert hay que decir que enlaza directamente con la conjugación y semántica que dieron a dicho verbo los golpistas fascistas de 1936.

En los primeros meses del golpe, la llamada Junta de Defensa Nacional publicará una orden sobre la apertura de las Escuelas Nacionales de Instrucción Primaria fechada el 19 de agosto, aclarada y precisada por otra “para que desde el primer momento se cumplan los propósitos perseguidos por la Junta, españolizar la enseñanza y evitar quebrantos al Tesoro Público” (Boletín Oficial de 29.VIII.1936, núm. 13).

¿Y qué entendían aquellos golpistas por españolizar la enseñanza? Y, sobre todo, ¿qué implicó dicha españolización?

Españolizar España significaba catolizarla hasta el frenillo. Como diría quien fuera el primer Ministro de Educación Nacional del gobierno de Franco, Pedro Sáinz Rodríguez: “El Catolicismo es la médula de la Historia de España”.

Puestas así las cosas, el maestro del Nuevo Estado tenía que tener una formación católica y nacionalista, ya que era el forjador de la Nueva Escuela Nacional. Y modelos para imitar no faltaban, desde luego: “Menéndez Pelayo muestra de manera indubitada aun a los ojos más miopes o interesados en no ver que en España todo resurgimiento auténticamente nacional ha de ir íntimamente enlazado con un florecimiento del sentido católico y religioso”. Algo que, según el ministro fascista, la República no había hecho. Más bien, se había empecinado en todo lo contrario, pues “la legislación laica de la fenecida República, su aspiración a la descatolización de nuestro pueblo, era prueba bastante para los conocedores de nuestra Historia de su sentido antinacional”. P. Sáinz Rodríguez dixit.

Por si alguien se hubiese despistado, completaba el cuadro del siguiente modo: “Es nuestra lengua el sistema nervioso de nuestro imperio intelectual y herencia real y tangible de nuestro Imperio político histórico”. Wert, aunque piense lo mismo en la actualidad, no lo expresaría mejor.

Las fuentes ideológicas donde el ministro actual bebe sus propuestas trasnochadas están en estos documentos primeros del fascismo español, acuñados principalmente por el citado Sáinz Rodríguez. En este sentido, no creo que Wert mostrase repugnancia alguna hacia esta exposición del ministro golpista: “La vuelta a la valorización del Ser auténtico de España, de la España formada en los estudios clásicos y humanísticos de nuestro siglo XVI, que produjo aquella pléyade de políticos y guerreros –todos de formación religiosa clásica y humanística-, de nuestra época imperial, hacia la que retorna la vocación heroica de nuestra juventud; poder formativo político corroborado todavía notablemente con el ejemplo de las grandes Naciones imperiales modernas” (Entiéndase, la Alemania nazi de Hitler y la Italia fascista de Mussolini).

Pero lo peor de esta bárbara españolización, resultado de aunar la espada y la cruz, la puta santa cruzada del cardenal Gomá y del obispo Olaechea, estaba por llegar. No sólo se elaboraron planes de enseñanza, metodologías y contenidos contrarios a los que hasta la fecha habían imperado en el sistema educativo republicano, sino que de forma simultánea se iba fusilando a todos los maestros que “hubieran mostrado un ideario perturbador de las conciencias de su tarea docente, así en el orden patriótico como en el moral” (Boletín oficial de 21.VIII.1936, núm. 9).

Los informes sobre la conducta de los maestros republicanos, elaborados por alcaldes afines al golpismo fascista, se multiplicarían de forma exponencial. La orden era tajante ordenando “la separación inexorable de sus funciones magistrales de cuantos directa o indirectamente han contribuido a sostener y propagar a los partidos, ideario e instituciones del llamado Frente Popular”. Todos estos maestros serán acusados de forjar “generaciones incrédulas y anárquicas” (BO. 10. XII.1936. núm. 52), y, por lo mismo, serían ejecutados sin contemplación alguna.

Wert no es fascista. Seguro que no. Sin embargo, se comporta como tal al pretender que lo español esté representado exclusivamente por él y su gobierno. De este modo, actuaron los golpistas fascistas. No sólo secuestraron unívocamente dicho concepto, sino que caracterizaron la II República y a sus gobiernos democráticos como antiespañoles. Como si ser español se redujera drásticamente a una forma única de serlo.

Después de lo dicho, y mucho más que se podría añadir, esperemos que al ministro Wert no le dé la comezón de “depurar” a todos aquellos maestros catalanes que se muestran renuentes a españolizar la enseñanza en Cataluña.

Lo más probable es que a Wert le suceda lo que le pasó a Unamuno. Comenzó pregonando que había que “europeizar a España” y terminó, contra Ortega, cloqueando que “había que españolizar a Europa”. La paranoia de Unamuno ya sabemos cómo finalizó, apoyando el Alzamiento.

Esperemos que la de Wert termine proclamando que hay que “catalanizar España”.

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Víctor Moreno In memoriam. Contra la dictadura del olvido

ParqueMemoria

Este es el texto que se escribió para conmemorar a las personas que fueron asesinadas en Villafranca por los golpistas fascistas nada más iniciarse la Guerra Civil de 1936.

Somos descendientes de fusilados que nunca merecieron aquellas muertes, porque en sus vidas jamás cometieron acto ilegal alguno, excepto el de ser fieles al gobierno democrático de la II República. Esa fue su única ilegalidad.

Hace unos días, mirando los pasquines que anunciaban este acto, alguien me abordó por la espalda diciendo que “a ver si nos íbamos a pasar la vida enredando con la muerte de los fusilados durante la guerra civil.

Que lo pasado, bien pasado estaba y que enredar tanto”– bueno, el dijo “revolver la mierda de la guerra”-, era asunto de gente vengativa y rencorosa.

Y que lo mejor era olvidarse del pasado y vivir el presente de la mejor manera posible. Como dice el refrán, “el muerto al hoyo, y el vivo al bollo”.

Terminó por decir: “Además, ¿qué sacáis en limpio con todo esto?”.

La respuesta que le di entonces no fue lo que viene a continuación, pero, se le parece bastante.

Le respondí que era muy probable que personas de derechas hubieran comprendido y llegado a respetar el dolor que estas muertes produjeron en muchas familias de Villafranca. El detalle era de agradecer, pero, ahora, lo importante, lo que este acto quería y quiere conmemorar era otra cosa que no tenía nada con revolver ni mierdas frescas ni secas.

Lo que importaba, ahora y siempre, era explicar por qué y cómo ocurrieron aquellos crímenes inexplicables para quien tiene dos dedos de frente.

Así que, negándose a participar en esta explicación histórica, la derecha seguía asumiendo la responsabilidad de lo que hicieron sus antepasados ideológicos, es decir, dando por bueno y adecuado lo que fue una aberración criminal. Si la derecha seguía sin reconocer que aquellos crímenes fueron crímenes de humanidad, lo que estaban haciendo era negar que sus asesinos fueran responsables. Y, al negarlo, se hacían, por lo mismo responsables de una aberrante justificación.

Dije responsabilidad, y no culpa. Porque la culpa nunca será ni de los hijos ni de los nietos, sino de quienes empuñaron el fusil. Los herederos no tienen por qué pagar la barbarie de sus abuelos. Pero tienen que saber que, cuando se están negando a participar en este acto, están asumiendo una responsabilidad respecto a lo que sucedió. Y aquí no caben justificaciones de ningún tipo, porque se trata de una decisión voluntaria y particular. La negación de la derecha a participar en este acto suena a justificación del comportamiento criminal y asesino de unos individuos que obraron ajenos a cualquier noción de la justicia y de la moral, y, menos aún, cristiana.

Lo habitual es replicar diciendo que todo aquello sucedió en una guerra, y que en una guerra se cometen asesinatos en todos los bandos, porque en todos los bandos hay gente descabellada, ruin y bárbara.

Así es. Pero conviene reparar en que perder la vida en una guerra es una cosa, pero morir asesinado con premeditación, alevosía y nocturnidad, otra. Pues ganar o perder una guerra con un fusil en la mano es lo que le espera al combatiente, pero morir asesinado en una cuneta o en un descampao sin más armas y ropas que el vestido puesto encima, no es propio de una guerra. La gente que mata de este modo es, lo será siempre, tan cobarde como inhumana.

Y a los 42 fusilados de Villafranca los mataron de este modo ruin y bárbaro.

Porque en Villafranca, como en toda Navarra, no hubo frente de guerra. No existieron dos bandos en la contienda. El sanguinario Mola y la Junta de Depuración Carlista se encargó desde el primer momento de aniquilar a uno de ellos.

Como mi interlocutor no decía nada, seguí diciendo:

“Entiendo bien que la derecha no quiera mirar al pasado, porque es imposible que saque nada en limpio. Tiene que ser muy duro recordar cómo en un tiempo pasado algunos de los propios familiares fueron matones. En esa situación, lo único que se puede heredar son imágenes y voces acusadoras por comprobar que personas de la misma sangre que uno lleva se comportaron peor que animales hambrientos y desesperados. En el caso de Carmen Lafraya, asesinada y violada en un día como hoy, lo hicieron, desde luego, muchísimo peor que las hienas.

Es lógico que el pasado les dé dentera y no quieran mirar las imágenes que este espejo familiar les ofrece. “¿Para qué revolver el pasado?”, replica siempre quien tiene todas las de perder. Sólo lo preguntan quienes no pueden sacar nada limpio de él. Y es que la dictadura del olvido siempre la defendieron quienes han tenido mucho que ocultar.

Curioso contraste el que nos ofrece la historia. La derecha, cuando le interesa, pretende pulverizar el pasado de todos los modos posibles. Para nosotros, en cambio, la memoria es más fuerte que el tiempo y el dolor. Lo es, porque hemos aprendido que, si negamos la memoria, negamos nuestras vidas. Y, al hacerlo, negaríamos las vidas de nuestros queridos antepasados y las razones por las cuales vivieron y murieron. Y a eso no estaremos jamás dispuestos, mientras vivamos.

En efecto, reivindicamos la memoria de nuestros familiares, no por venganza ni por rencor, sino por justicia. Ni siquiera pedimos a la derecha que se disculpe. Del mismo modo que nosotros no estamos obligados a perdonar a los asesinos de nuestros familiares. Lo único que pedimos es que se reconozca la verdad de lo sucedido. Porque cuando la derecha lo reconozca públicamente, entonces, sí, entonces quedará libres de cualquier responsabilidad.

A diferencia de la derecha, nosotros recordamos el pasado porque no nos avergonzamos de él. Porque lo que sacamos en limpio del pasado es la consoladora imagen de que descendemos de personas buenas, de las que no hemos heredado ninguna mancha que pueda avergonzarnos para el resto de nuestras vidas.

Somos descendientes de fusilados que nunca merecieron aquellas muertes, porque en sus vidas jamás cometieron acto ilegal alguno, excepto el de ser fieles al gobierno democrático de la II República. Esa fue su única ilegalidad.

En cambio, la mayoría de los hombres y mujeres de derechas, deberían reconocer de una vez por todas y sin evasivas su responsabilidad. Porque mientras no reconozcan dichos hechos como lo que realmente fueron, seguirán siendo responsables morales, aunque no culpables, de dichos crímenes”.

Esto es, más o menos, lo que le dije a aquel hombre que me increpó por qué andamos siempre enredando con los fusilados del 36”.

Cuando terminé de hablar, el hombre había desaparecido de mi vista.

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Víctor Moreno. Independencia y crisis económica

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Esto de la crisis está haciendo emerger una hinchazón nacionalista nada recomendable. Se trata de un dispositivo ideológico enquistado en la piel y que, cada cierto tiempo, erupciona en el amplio y plural cuerpo nacionalista, sea español, vasco, catalán y gallego. En los momentos de descomposición política, económica o moral, cada cual tira porque le toca. Y los argumentos utilizados dejan, cuando menos, muchas groserías intelectuales en el camino. Veamos.

En el ámbito que a mí me interesa, algunos parecen disfrutar viendo sufrir en la actualidad a esa madrasta infame llamada España. Ante el panorama deprimente que ofrece, sobran argumentos a quienes ya aventuraban que nada bueno habría de suceder a los nacionalistas de vario cuño, caso de creerse el cuento de la lechera españolista.

La crisis económica actual es la confirmación absoluta del desastre total de España y lo equivocados que estaban quienes auguraban algo bueno para el futuro del Estado Vasco/Navarro al integrarse por las buenas o por las malas al destino español.

Se pretende que la crisis económica sólo es asunto de los españoles, que sólo ellos se han dejado contaminar por el perverso neoliberalismo, y así han salido las cuentas. Y se concluye que esto no hubiera sucedido con un Estado Navarro Vasco  Independiente, pues ya es sabido que, por ejemplo, los vascones en materia de inteligencia económica son muy listos y muy honrados. Cosa que los españoles, desde 1512 por lo menos, han demostrado ser tan manirrotos como corruptos.

Analistas aborígenes sostendrán que con la crisis han salido a relucir “los auténticos rasgos del carácter español”, que era lo que faltaba por oír. Más todavía. Se ha dicho que los españoles, “llevados por su ofuscación en tiempos de riqueza y de confort, se han olvidado de los viejos defectos de su idiosincrasia nacional”. Uno pensaba que tirar de estereotipos nacionales sólo los perpetraban los japoneses con el flamenco. Ver estas cosas suscritas por historiadores produce cierta alacridad. A estas alturas, hablar del carácter y del temperamento españoles es como perorar de la espatulomancia para curar un cáncer de colon. Y bien, ¿cuál es ese rasgo común de esa idiosincrasia que tanto afea la conducta de todos los españoles? Ni más ni menos que su “espíritu avasallador e imperialista”. ¡Como si todos llevasen en su ADN un duque de Alba!

Según este avispado, como esta España imperialista tiene contados sus días, habrá que ser cautos, porque en su intento de sobrevivir tratará de llevar al precipicio lo que pille por delante, pero, sobre todo, a esas comunidades que no traga por razones históricas, políticas y, ahora, económicas. Pues ni que decir tiene que, si Cataluña y Navarra/Euskadi fuesen Naciones soberanas, jamás se habrían dejado visitar por la prima de Guindos.

Siguiendo con esta antropología costumbrista, leo que la crisis actual revela “la estulticia de unos determinados españoles, que se creen capaces de hacer frente a la situación, por el simple hecho de estar en el centro neurálgico del poder”. Es que estos determinados españoles son, al parecer, ignorantes estructurales e intrínsecamente perversos. Es más. Han incubado adrede la crisis para joder a quienes no se consideran españoles. Además de estólidos, estos españoles están atacados por otro espíritu maligno, exactamente, el de Grandeza. Se creían que lo podían todo y lo único que han demostrado es que son unos zarrapastrosos. ¡Ay, estos españoles!

Sorprende que se hable de españoles y de navarros como si fuesen conceptos unívocos y compactos en su significado, como si todos los españoles y todos los navarros pensaran y sintieran lo mismo acerca de España y de Navarra. Decir, por ejemplo, que “España para los navarros es ante todo la Guardia Civil, luego la caterva de funcionarios españoles y la de políticos profesionales que viven de las arcas públicos y gratificaciones de los poderosos, dedicados estos a las ganancias que proporcionan el ventajismo de las influencias y chanchullos”, es injusto y lesivo para los navarros que piensan que Navarra es, también, el pacharán, el espárrago, el ajoarriero, la alcachofa, sanfermines, Javier y los piperos.

La crisis económica en España es una crisis que afecta directamente a la ciudadanía de cualquier color autonómico. No se libra de ella nada ni nadie. La crisis nos está pegando a todos los pobres por igual. Da lo mismo el arco ideológico bajo el cual protejamos nuestra identidad política. La crisis económica no se ha andado con remilgos, y ha arremetido de forma universal y democrática contra todos, sean de izquierdas o de derechas, hayan votado como Dios manda a Rajoy o a López, o a los nacionalistas radicales o derechones del PNV o de CiU. Da lo mismo que seamos creyentes, ateos, agnósticos o dubitativos. A la crisis le importa un pepino lo que el ciudadano sea en términos políticos o transcendentales. La crisis no tiene sensibilidad. Y no la tiene, porque el dinero sigue siendo, desde Vespasiano, materia inodora. A quienes trafican con el vil metal encantador la única patria que conocen y desean habitar es la de la riqueza, conseguida por el método que sea. El fin es enriquecerse, y, si los medios utilizados son los que ineptos Gobiernos les ofrecen, no pueden estar más satisfechos. Todo lo que roban, esquilman y desvalijan es, encima, legal.

En este panorama, han surgido voces que, en contra de la gravitación universal de la economía de los mercados, aseguran en plan profético que el fin de España será el inicio de una Nueva Era. Y que, por fin, la independencia política será realidad; será la panacea que solucione los problemas económicos de quienes aspiran a ser Estados porque ya lo eran. Es más, esta crisis no se habría dado en el país de los nacionalistas, si, en lugar de gozar de una mierda de estatuto de autonomía, aquel gozase de independencia. Como si ésta nos dotara de una capacidad cuasi mágica para salir indemnes de cualquier cataclismo derivado de los ciclos económicos a los que tiene a bien enviarnos la historia.

Ser un país independiente no nos librará de sufrir ninguno de los problemas a los que estamos acostumbrados y, en la actualidad, padecemos. La independencia política no será nunca una Arcadia feliz e indolora. Es, sí, un comienzo esperanzado, pero que pronto o más tarde se verá truncado por las ambiciones personales de quienes detenten el poder aunque sean más independientes que un cangrejo ermitaño.

Hasta la fecha, los teóricos de la independencia la han presentado como un fin deseable. Seguro que lo es aunque sólo fuera como experimento. Pero, ¿acaso no es hora de describirla como un medio político, gracias al cual la gente trabajará para ser feliz, y no para rebajar la prima de riesgo? Porque, si no es así, ¿para qué queremos ser independientes?

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