Víctor Moreno. Y, tú, ¿qué tipo de escritor eres?

lapizUn día, un amigo me preguntó qué tipo de escritor me consideraba. Me dejó un poco descolocado, porque no sabía muy bien qué es lo que en realidad me estaba preguntando. No sabía si se estaba refiriendo a si me consideraba un escritor perteneciente a una escuela literaria determinada -fuera del realismo, entendido este en cualquiera de sus variantes, realismo crudo, realismo objetivo, realismo híbrido, realismo mágico-, o si se refería a si era un escritor de la escuela del humor, en su sentido patafísico, negro, sarcástico, irónico, mordaz y sentimental. Tampoco sabía si se refería a si me tenía como un escritor de culto, clandestino, de masas o, mucho más sutil, si mi escritura pertenecía a la de un escritor con mirada impresionista, expresionista, omnisciente, nesciente, etcétera. O si me inclinaba por el enfoque ético, cognitivo, lingüístico o metafórico de la escritura.

En esas me encontraba, cuando el amigo interrumpió mis cavilaciones diciendo: “No, hombre, no. Mi pregunta es mucho más sencilla y fácil de responder. Me refiero a si te consideras un escritor navarro, vasco, vasco-navarro, español, europeo o cosmopolita”.

Decía mi amigo que su pregunta era más sencilla que responder a qué tipo de tendencia literaria podría adscribirse mi escritura. Se equivocaba por completo. En menudo aprieto conceptual me vi a la hora de responderle. No por la respuesta que podría darle, sino por los pero y los sin embargo que suscitarían mis reflexiones.

Responder que soy escritor adscrito al realismo de la berza con caracoles o al realismo del absurdo y de la patafísica, seguro que dejaría indiferente al más pintao experto en literaturas varias, como tuve ocasión de comprobar con mi propio amigo, pero sostener que me consideraba un escritor navarro, vasco o español, no pertenecía al reino de la inocencia, toda vez que el asunto estaba, como he comprobado a posteriori, muy saturado de malentendidos e interesadas intenciones, y no solo políticas.

Con la buena intención de tranquilizarme, mi amigo recogió el hilo de su discurso y planteó la cuestión de este modo: “Si escribes en la lengua de Nebrija, eres un escritor español, porque la lengua que utilizas para escribir es la lengua de España. Nadie aceptaría que eres un escritor portugués si no escribieras en la lengua de Pessoa. Aunque suene paradójico, tu ciudadanía navarra o vasco navarra, como quieras llamarla, no te garantiza la naturaleza de vasco o de navarro como escritor. Pues esta sólo la da la lengua con la que te expresas. En definitiva. Para muchos, sería una osadía por tu parte considerarte un escritor vasco si no escribes en vascuence”.

A lo que repliqué: “¿A pesar de haber nacido en Bilbao, en la calle Astarloa? ¿Y qué decir de Unamuno y de Baroja? Siempre decimos que son escritores vascos. ¿Por qué, si no escribieron ninguna de sus obras en euskara?”.

Para rebajar el tono dialéctico añadí que a mí, particularmente, me importaba poco que me hicieran tales adscripciones nacionales.

Me daba lo mismo que me tuvieran como escritor navarro, español o vasco. Pues no aclaraban ni añadían nada a la propia escritura. Tener una determinada ciudadanía adquirida por nacimiento o utilizar una lengua materna adquirida en el medio donde has nacido, eran circunstancias nacidas del azar, y en las que el individuo poco o nada había tenido que ver.

El mérito personal estaría en aprender una lengua no habitual en tu entorno familiar y social y, a continuación, hacer de ella tu medio de expresión literaria. Fueron los casos sobresalientes, entre otros, de Conrad y de Nabokov. Conrad nunca dejó de ser el escritor polaco que todos conocemos, a pesar de escribir en inglés La línea de sombra y Lord Jim. Y Nabokov nunca dejó de ser el escritor ruso que conocemos a pesar de escribir su obra en inglés.

Me pregunto si, caso de haberse hecho una feria del libro polaco y otra del libro ruso, sus organizadores habrían vetado a ambos autores por no escribir sus libros en polaco y en ruso, respectivamente.

Lo que nos lleva a una situación un tanto paradójica. Se puede tener la nacionalidad o ciudadanía vasca y no escribir en vasco. Podría ser el caso de Ramiro Pinilla y Raúl Guerra, pero no solo. Y tener la ciudadanía vasca y escribir en vasco, como sería el caso de Sarrionandía y de Atxaga, y otros muchos escritores que, felizmente, son capaces de rizar la metáfora bella y la palabra exacta tanto en una lengua como en otra.

Habrá personas que consideren que Pinilla y Guerra no son escritores vascos, porque no escriben en la lengua de Aitor. Pero, nadie negará que el mundo, la atmósfera, la realidad y el sentimiento que transpiran las obras de ambos escritores son netamente vascos.

¿Sólo la lengua utilizada garantiza la nacionalidad del escritor?

La cosa se complica si tenemos en cuenta la situación de diglosia permanente e histórica que ha vivido Euskal Herria. No todas las comunidades, a excepción de Galicia, Cataluña y Euskadi, han gozado de este privilegio. Lamentablemente, dicho privilegio lingüístico no se ha sabido administrar convenientemente en función de los intereses culturales y políticos de los naturales.

Una sociedad que puede expresarse en dos lenguas distintas, que tiene a su alcance el poder hacerlo, es una sociedad privilegiada. De ahí que malditos sean todos los bárbaros que intentaron cercenar de cuajo el gallego, el catalán y el vascuence en tiempos pretéritos como presentes, tratando de imponer solo una lengua por encima de las otras.

Sentir y aceptar esta diglosia como un regalo no es fácil. Aceptar que el español es lengua de ciertos ciudadanos vascos, una lengua con la que algunos escritores hablan de la realidad en términos nacionales, no es fácil, dado el asombro y estupor con que todavía seguimos viviendo y padeciendo la infeliz intervención de los poderes políticos en estas lides.

Luis Goytisolo dice que él no es un escritor catalán, porque desconoce por completo la ortografía catalana. Se considera un escritor español, pero nadie le podrá arrebatar su nacionalidad catalana. Y, probablemente, tenga razón. Su literatura no transpira catalanidad por ninguno de sus sintagmas. En cambio, Pere Gimferrer escribe en catalán y nadie diría si leyera su obra en castellano que se trata de una literatura catalana per se.

Existen escritores con ciudadanía vasca que escriben en castellano. Su mundo es Euskal Herría, tanto que, para asombro de muchos, lo que hablan y lo que sienten mediante su palabra castellana es común al género humano, sea este de Cestona como de Sidney. Y eso sí que tiene mérito. Literario, claro, pero no solo.

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Víctor Moreno. Politiquerias

politiquerias1.- Afirma la publicidad institucional que Hacienda somos todos los contribuyentes. Yo, hasta me lo creo. Por eso, me gustaría participar cada cuatro años en un referéndum democrático para determinar en qué quiero que se inviertan los presupuestos generales del Estado. Mientras esta petición de principio no llegue a plasmarse como práctica habitual en el sistema, me seguiré negando a participar en la reconstrucción de dicho edificio. Pues este detalle constituye el más seguro basamento o arquitrabe de que dicha construcción se hará dignamente. Si se prescinde de él, todo se vendrá abajo.

2.- Consciente de la importancia que tienen los partidos políticos en la sociedad actual, su financiación económica correrá de manera exclusiva y excluyente a cargo del bolsillo de sus militantes. Tantos militantes, tantas cuotas, tantos euros. Es imposible que así las cuentas no casen bien. Y, si no lo hacen, peor para ellos, pero no para nosotros, que, al fin y al cabo, nada tendremos que ver en dicho desbarajuste económico. Por tanto, un no rotundo, categórico y kantiano a la financiación de los partidos a costa del erario. Como dice el bolero popular, “el partido para quien se lo trabaja”.

3.- Si la política es un servicio desinteresado a la sociedad, como así no cesan de proclamarlo quienes llevan más de varios lustros en ella, admitamos la conclusión bienaventurada que de tal formulación concesiva se deriva: ningún político cobrará por serlo. Su trabajo será remunerado como la de cualquier funcionario al servicio público del Estado. Si piensa que va a ganar menos de político que de abogado o catedrático, que se quede en su bufete o en la cátedra. Nadie lo echará de menos.

Ni qué decir tiene que las listas de estos candidatos serán abiertas y transparentes. Todo el mundo tendrá así la posibilidad de evitarse el engorro de votar a quien, sencillamente, conoce tan bien como a sí mismo.

4.- No a los fondos reservados, ni secretos, ni semi-ocultos del Estado. Todo lo que se oculta induce al ciudadano a pensar mal. Y ya estamos hartos de sospechar acerca de la catadura inmoral del Gobierno. Mientras este siga ocultando fondos reservados, argumentando con la demagógica capa de la falsa seguridad del mismo, los ciudadanos seguiremos cortándole el sayo de la desconfianza y de la sospecha. Y con razón. El dinero es de los contribuyentes, no del Estado. Todo el mundo quiere saber, tiene derecho a saber qué se hace con su dinero. ¿Tiene, en manos del Estado, ética el dinero o, por el contrario, practica, como el gran cínico Nicolás Maquiavelo aconsejaba, el método infamante de que el fin justifica los maravedís de los contribuyentes?

5.- Los partidos políticos deberán crear aquellas condiciones óptimas para que su presencia en la sociedad sea cada vez menos necesaria. Pues si algo produce la mediación de los partidos políticos es que los ciudadanos aborrezcan cada vez más la política y se muestren menos interesados en las cuestiones relativas a su ciudad, a su entorno, a su comunidad más inmediata. Cuanta más democracia representativa, menos democracia presentativa. Si los partidos políticos no conducen a la emancipación del ciudadano de todo tipo de coerción ideológica mediadora, es que son intrínsecamente perversos.

6.- Las campañas electorales actuales son de una desvergüenza que hiela las venas del cerebro. Además de constituir un negocio para ciertas empresas y banqueros, son un escandaloso despilfarro que pagamos todos los contribuyentes. Si, al menos, los ciudadanos aprendiéramos algo de provecho para nuestras vidas… no sé, algo de dialéctica verbal, de la técnica del insulto, del esquema argumentativo… pero es que hasta las formas han dejado de ser contenidos de referencia ideológica. Casi todos los políticos se han vuelto clónicos de la misma insensatez discursiva. Y, para colmo, se permiten regalarnos gratis un día de reflexión. ¿Para qué queremos un día entero para darle al zacuto de pensar si ni siquiera nos brindan un miserable pensamiento en que hacerlo?

7.- Como quiera que no deseo que nadie se convierta en esclavo del Estado para que los demás seamos libres, sería muy conveniente que el presidente del Gobierno, además de ser elegido directamente por el electorado, ocupase el cargo durante un período de cuatro años. Se trata del suficiente tiempo para desgastarse y echar a perder a su familia, y por supuesto, para dar lo mejor de sí mismo como estadista. Idéntica duración sería la de los ministros que arropasen su figura. Nos evitaríamos así, entre otras pestes, la tentación de convertir la presidencia del Gobierno en una modalidad de totalitarismo cesarista.

Un presidente de Gobierno que mostrase deseos incorregibles de continuar en el cargo evidenciaría un amor por el Estado digno de elogio, pero, también, un amor mucho mayor por sí mismo. Y la vanidad, cuando es consciente y se cultiva, es fatuidad. Y eso no podemos permitirlo. Con Aznar hemos quedado exhaustos.

 

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Víctor Moreno. San Francisco Javier, patrón de Navarra

xabier¿He dicho patrón? Y, ¿para qué hay que tener un patrón? ¿Sería Navarra menos Navarra si no lo tuviera? ¿Qué pasaría si dejáramos de tener patrones y patronas en los pueblos y ciudades? ¿Se hundiría la estatua de los fueros, el santuario de Javier, la catedral de Pamplona? ¿Bajaría Osasuna irremediablemente a segunda división? ¿No habría fiestas? ¿Quién ha decidido que un santo sea patrón confesional en un Estado aconfesional?

La existencia de este patronaje confesional revela cuán genuflexo sigue el poder civil respecto del poder religioso y teocrático. En algunos lugares, hasta parece mentira que el patrón siga siendo un santo cabrón que, en nombre de su Dios, llevó a la hoguera a miles de personas. ¿Por qué una sociedad plural debe mantener santos patrones, sean o no católicos, apostólicos y romanos? ¿Solo por la inercia de la tradición mayoritaria? No me cuadra.

Al parecer, todo lo bueno que ha sucedido a una ciudad desde tiempos de Diocleciano se lo debemos a estos santos patronos. Es bien llamativo que, en tiempos de pestes, diga la tradición de ellos que hicieron más por la ciudad que el correspondiente médico local y sus higiénicas recomendaciones, gracias a las cuales las gentes curaron sus fiebres. La primera Javierada, que tuvo lugar en 1886, lo fue para dar gracias a san Francisco Javier por haber librado a Navarra de la fiereza de la peste colérica que en 1885 azotó la península. Resulta alucinante enfrentarse a la creencia de que sea un santo quien haya hecho más por la ciudad y la humanidad enferma que Ramón Cajal o Fleming juntos. Esto, más que teocracia, es tontocracia.

Y es burla sangrante que haya tantas calles y plazas con nombres que la iglesia califica de santos cuando lo que representan es una forma de intolerancia religiosa en grado superlativo. Si no deseamos que nuestras calles estén tildadas con nombres de fascistas y franquistas sanguinarios, ¿por qué mantener nombres de santos que son la encarnación de una iglesia totalitaria y represora? ¿Qué santos de los que pululan en el santoral se caracterizaron en vida por dejar en paz a quienes no creían o tenían un credo distinto al suyo? El criterio de santidad eclesial nada tiene que ver con el sentido de santidad civil y autónoma de la sociedad. Se dan de bruces. Que haya tanto nombre de santos en el callejero denota el poder religioso omnímodo que la Iglesia ha tenido en la vida y en la muerte de las personas. Estaría bien que algún teólogo estudiara minuciosamente si el criterio de santidad que tiene la Iglesia es el mismo criterio que tiene el propio Dios para estos asuntos. Los santos que son santos a los ojos de los papas, ¿lo serán a los ojos divinos?

Sabido es que el día 3 de diciembre una comitiva de representantes de la soberanía popular se dirige al portal del santuario de Javier donde un individuo disfrazado de traje que llaman de arzobispo les lee la cartilla confesional correspondiente. Los que diseñan el protocolo de esta fiesta lo denominan acto central del día de Navarra.

¿Por qué nunca sucede al revés? ¿Por qué no es el poder político quien lee al arzobispo de turno la cartilla laica y aconfesional, garabateada con la lista de quejas de quienes no aceptan este tipo de acontecimientos clericales y otros muchos más que se cuelan en la vida política y civil de la ciudad? ¿Por qué no se establece una efeméride en la que el político de turno, después de haber recogido las quejas de la ciudadanía en relación con el comportamiento de la iglesia, se las entregara públicamente al arzobispo? ¿Tendría la Iglesia tanta humildad como presume para someterse a esta goliárdica representación?

En 2012, el arzobispo pidió al patrón –frase surrealista donde las hubiere-, que “ayude a los gobernantes en su cometido como representantes del pueblo”, destacando “servir al derecho y combatir el dominio de la injusticia”.

Servir al Derecho y combatir el dominio de la injusticia, dijo el arzobispo. Maravillosas palabras. Seguro que consideraría muy adecuada su homilía y con certeza pensaría que gracias a ella el nivel moral de la ciudad aumentaría un primor. Si así lo creyera, que obre en consecuencia. Que repare este ciudadano Pérez en el favor que reportaría a su propia tribu de clérigos si permitiera que el poder civil le dijera cuál ha sido su comportamiento durante el año y cómo podría mejorar siguiendo las doctrinas de quien dicen que es su fundador. ¿Su fundador? No, mucho mejor aún: aceptando de buen grado que un representante de la soberanía popular le dijera qué leyes civiles ha infringido a lo largo de un año. Si la Iglesia refrota por los bigotes a los políticos citas del santo evangelio, ella debería aceptar con el mismo agrado que alguien le cantara qué artículos del código civil y penal se ha pasado por la garrocha de su teocracia.

Si hay que dar al César lo que es del César y a Dios lo que es Dios, empecemos por algo tan sencillo como poner a cada cual en su sitio. El arzobispo que arroje de su boca cuantos sapos y culebras quiera, pero que acepte humildemente, a continuación, el varapalo que la ciudadanía, mediante uno de sus representantes, tiene a bien endilgarle en el dominio donde la caga una y otra vez. Si el arzobispo critica de forma paternal a los políticos de esta tierra, acepte, también, que el pueblo, mediante uno de sus voceras, haga lo propio, escuchando la lista de injusticias y de agravios al derecho civil cometidos por la iglesia como institución, y los perpetrados por sus fámulos con bonete como individuos. Y, si esto no lo considera estético, sustitúyase por una lección magistral impartida por un político o filósofo que no hable en términos generales, sobre la necesidad de que la Iglesia deje de escabullir el bulto cada vez que comete un delito y que ella, para escaquearse, llama pecado.

En serio, el arzobispo debería reflexionar acerca la inutilidad real de su actuación. Reparemos en un detalle. La ofrenda del arzobispo al santo en 2012, se hizo, primero, para que “ayudara a los políticos a discernir con valentía y sin ilusiones vanas su cometido: el bien común”, y, segundo, para que sirvieran al Derecho y a la Justicia. Pues bien, el año de 2013 fue el año de la peste en Navarra, el año de la revelación de los desbarajustes inmorales de los servidores de la CAN y, casi-casi el expolio de Donapea.

Si ha habido un año en el que se puso de manifiesto que los políticos no estaban sirviendo ni al Derecho ni al Bien común, ni a la Ética, ni a la Moral, solo a la legalidad que justificaba sus desmanes, ese fue el de 2013, el que siguió a la plegaria del arzobispo, el día de Navarra.

Bueno. Quizás, eso se debió a que el arzobispo no desveló con la claridad conceptual necesaria a qué Derecho se refería, porque aquí parece que se lo tomaron como una prolongación tradicional más del derecho de pernada…

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Víctor Moreno. La victoria de los vencidos

rodeznoAquellos políticos que saben muy bien que lo que hacen no es bueno y justo a los ojos de la ética, apelan a la Historia, con mayúsculas dicen los muy hipócritas, como juez objetivo a la hora de justificar sus crímenes perpetrados contra una parte de la sociedad. Ignoro si quienes tomamos en consideración a dichos políticos y los desjarretamos en vivo como si fueran reses de matadero, formamos parte de esa Historia justiciera o, por el contrario, dada nuestra insignificancia a los ojos de Clío, nuestras palabras serán tomadas solo como fruto de la venganza y del rencor. Y, según dirían nuestros detractores, como signo de nuestra incapacidad mental para ver la presencia de un genio en tales energúmenos.

Sea como fuere, hagamos comparaciones, siempre mal vistas por quienes salen malparados en ellas. Y comencemos diciendo que el pasado 28 de septiembre pasado, en su pueblo natal de Villafranca (Navarra), se dedicó a Lorenza Julia Álvarez Resano, maestra, abogada y política, un sincero homenaje, dentro de la jornada dedicada a celebrar y conmemorar el día de la Memoria Histórica. Digo celebrar, porque quienes nos dimos cita en ese acto estábamos contentos por recordar a quien fuera una mujer sobresaliente en el republicanismo navarro. Y conmemorar, porque en estas situaciones siempre sale a flote un toque intenso de tristeza y de melancolía al evocar a tanto familiar asesinado por los fascistas.

Es curioso constatarlo, pero las dos personas que más odiaron y persiguieron a Julia Álvarez –conde de Rodezno y Raimundo García-, representan hoy lo más contrario a los valores democráticos de hoy día. Ambos participaron en Iruña en la preparación del golpe de Estado de julio de 1936 y sin ellos es seguro que dicho golpe no hubiera tenido lugar.

Hoy, sabemos bien que el conde, Domínguez de Arévalo, fue un criminal de guerra, un genocida, un fascista. Una persona que a pesar de sus modales exquisitos escondía un alma tan negra como la del propio Mola, cuya obsesión fue asesinar todo lo que se moviera a su izquierda, incluidos curas y militares. Fue siempre enemigo de la democracia y del sistema parlamentario. Alabó a Hitler, a Mussolini y a Franco, del que fue estrecho colaborador en los primeros años de la Guerra Civil, tanto que en 1938, la Culona lo nombraría ministro de Justicia por los servicios prestados.

Como ministro, derogó la legislación de la II República. Modificó el Código Penal, reintegrando en sus puestos a los antiguos jueces. Y firmó miles de penas de muerte. Lo cesaron en el cargo en 1939.

Hoy, el conde de Rodezno, un Grande de España, es una figura enana; una figura política repugnante, en la que nadie puede mirarse so pena de aspirar a ser un sujeto carente de dignidad y de un mínimo de ética. Que en Pamplona exista una plaza dedicada a su nombre/condado solo revela la infamia e ignorancia de los políticos que han decidido que esto sea así, entre ellos la presidenta del actual gobierno navarro.

En cuanto al nazi Raimundo García, alias Garcilaso director del periódico golpista Diario de Navarra, recordemos que no cesó en sus páginas de vilipendiar el honor, la ética, la dignidad personal de Julia hasta límites pavorosos, llamándola “la puta del Congreso”, “la impía”, “la mala”, “la revolucionaria”, “la petrolera” y, mucho peor, defensora de los asesinos que mataban a los curas, en referencia al caso de Jose Manuel Marturet, quien en 1933 asesinó al párroco de Erice (Navarra), porque este no le pagaba una deuda de 2800 pesetas por un trabajo realizado. Julia, no solo fue tratada como furibunda anticlerical, sino que, muchísimo peor, “ahora defendía a asesinos de curas”.

Hoy, Garcilaso es una figura que ni siquiera es respetada por sus descendientes ideológicos, agazapados en la mancheta del periódico conservador. Tanto que el premio periodístico que llevaba su nombre, y que Diario de Navarra otorgaba al estudiante de periodismo con mejor expediente en la universidad del Opus, tuvieron que cambiarlo. Si este Garcilaso hubiera sido un compendio de virtudes y de humanidad, sería impensable que su nombre no siguiera siendo el referente de dicho premio. En Navarra, ni los herederos de su ideología, que los hay, son capaces de enarbolar su nombre como referente de alguna virtud digna de elogio o de imitación. Ni siquiera se atreven a sostener que fue el mejor periodista de Navarra del siglo pasado.

Los nombres de Rodezno y Garcilaso representan aspectos incompatibles con la dignidad de la condición humana. Un Tribunal de Derechos humanos Internacional los condenaría a cadena perpetua.

Por el contrario, el nombre de Julia Álvarez evoca la victoria de los vencidos. Por mucho que lo intenten sus más feroces enemigos no encontrarán en su vida un hecho que pueda considerarse incompatible, no sólo con el Derecho y el Código Penal, sino, mucho más importante, con la ética y la moral. La mayoría de los valores de una política moderna actual ya estaban en su agenda de consumada antifascista: la libertad de expresión, la libertad de conciencia, el matrimonio civil, el divorcio, la separación radical entre Iglesia y Estado, la aconfesionalidad, el derecho a una vivienda y a un trabajo dignos, y, por supuesto, a una educación laica, científica y humanista.

Resulta un síntoma bien elocuente el hecho de que cuando murió en México en 1948, muerte que le pilló trabajando en su despacho de abogada, sus enemigos no supieron atribuirle ninguna maldad o afrenta injuriosa, algo que les hubiera encantado. No les fue posible. El periódico fascista Lanza de Ciudad Real, donde fue Gobernadora Civil, la primera mujer de España en este cargo, dijo: “Nuestra provincia aparte de tener la desdicha de haber estado sometida al yugo rojo, tuvo la desgracia de tener una gobernadora marxista. Pues bien, Julia Álvarez Resano ha fallecido en Méjico, según noticias fidedignas”.

Marxista. De la infinidad de insultos que tiene el diccionario, solo pudieron decir de ella que era marxista. Nunca asesina, ni ladrona, ni criminal de guerra. Y habían pasado ya doce años del final de la guerra.

Mucho más elocuentes serían las palabras que el P. Barrios, un carmelita descalzo del convento de Villafranca, dijo en el sermón de la cuaresma del año 1949: “Hubo una mujer en este pueblo criticada y maldecida por todos. Era una maestra que se llamaba Julia Álvarez. Esta mujer, aunque nos cueste reconocerlo, fue una mujer de un talento poco común; en realidad, fue un genio y una persona muy generosa. Desgraciadamente, se apartó de la Iglesia, y se hizo socialista. De haberse mantenido en la fe de su infancia, ahora la tendríamos como una santa. Así que, queridos hermanos, pido a Dios, y quiero que todos compartáis conmigo este deseo, que la perdone por haber cometido semejante pecado, sobre todo ahora que sabemos que ha muerto. Pues nosotros, cristianos de corazón, tenemos que perdonar a todos, aunque hayan sido nuestros peores enemigos”.

El pecado de ser socialista. Con la perspectiva que da la historia, más que un insulto es un elogio y un referente, sobre todo, ahora, en que ser socialista se ha difuminado tanto en estos tiempos de componendas y servidumbres.

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Víctor Moreno. El Borbón va al fútbol

pitada-al-rey-y-al-himnoA pocos se les escapará la importancia psicoanalítica, política, social, económica y antropológica que tiene el fútbol. Su influencia en el comportamiento concreto de algunos individuos no diré que es absoluta, pero casi. Así como algunos dicen que son lo que leen, también, cabría afirmar que otros son lo que el fútbol les da y ellos, recíprocamente, devuelven al equipo de sus colores. Hasta aquí nada que objetar. Pero, para no perder el norte del juicio, aceptemos sin muecas que nadie agota en un acto, incluso tratándose de un asesino, la rica complejidad de su inteligencia y de su sentimentalidad. Así que aceptemos que hasta los muy forofos tienen en su almario un lugar especial para encender una vela, además de a un balón, a su mamá y a sus retoños, caso de tenerlos.

Claro que, dada la fogosidad con la que algunos viven la pasión futbolera, sería aconsejable para su equilibrio personal no tener hijos y, por lo mismo, no apasionarse bíblicamente por ningún animal semejante, sea masculino, femenino o epiceno. Una pasión de esas características tan absorbente requiere todo el tiempo del mundo para vivirla como se merece. Si no, no tendría la vitola de pasión alegre, como diría Spinoza. Y da lo mismo que se hable de pasión por el fútbol que por la esgrima o por la filatelia. Es igual. Están a la misma altura o bajura antropológica que cualesquiera de las otras pasiones que tenemos como más dignas del espíritu: la gimnasia, la gastrosofía, la escritura, la mística, la papiroflexia y el café, copa y puro.

La gente que vive con entusiasmo –entusiasmo en griego significa estar poseído por los dioses-, una pasión merece el aplauso de sus contemporáneos, toda vez que vivimos tiempos en los que es muy difícil, por no decir imposible, cultivarlas sin menoscabar la dignidad, sobre todo, si exigen un buen talonario para practicarlas, sea el golf, el esquí, el winfly o el puterío-voyeur al estilo Proust.

Nadie ignora que las aficiones y pasiones son creadas por el medio social en que uno se desenvuelve y que, si no se ajustan al canon pasional establecido por dicha sociedad, el Estado las capará sin miramiento alguno por nuestro bien. No extrañará, por tanto, que existan especialistas en mercadotecnia pasional con el fin de explotarlas en beneficio del sistema que las sostiene. Y ello sin reparar en matices ni delicadezas. De ahí el peligro latente de las pasiones individuales transformadas en pasiones colectivas, catalogadas como signo de identidad personal. Tanto que muchas personas no son sin el referente de su equipo de fútbol. Les quitas el fútbol y es como si los dejaras en cueros o como si les birlaras a otros su bandera, su literatura o su guardia mora. Pero no hay que asustarse. El ser humano está formado por un girón de identidades, provenientes de muy diversas fuentes: la religión, la lengua, las fiestas patronales, la música y el patorrillo.

El terreno de las identificaciones colectivas es el terreno del exceso. Una borrachera muy difícil de no pillar. Lo hace hasta el Borbón Father, el amigo de los elefantes de Botswana. No solo le pierde su psicomotricidad subiendo o bajando escalinatas, sino que, también, cae en la tentación para superarla asistiendo a selectos partidos de fútbol. Pero en el caso del borbón sucede algo que no se da en el comportamiento del resto de los humanos. Estos son lisa y llanamente ciudadanos –o súbditos según se mire y en muchos casos-, mientras que en el rey se da un plus de identidad. Es rey y, cuando le apetece, ciudadano, pero nunca súbdito.

Y es aquí, en este dualismo identitario, donde empieza el problema. Porque no está claro en calidad de qué identidad representativa asiste a ciertos eventos y espectáculos públicos. ¿Cómo uno más? No lo sabemos. Ignoramos si lo hace como un forofo vulgar más o como “Jefe del Estado” y “símbolo de la unidad y de la más alta representación del Estado Español”, según el artículo 56 de la constitución.

Poniendo hechos detrás de las palabras, digamos que el problema radicaría en que, por ejemplo, cuando el Rey asiste al Bernabéu para festejar el homenaje a un futbolista, no sabemos en calidad de qué o de quién lo hace. Si su presencia se debe a que solo pretende dar rienda suelta a su pasión futbolera como cualquier vecino de Leganés o, también, lo hace como representación simbólica de todo español, le guste o no el fútbol, lo que sería esquizofrenia, muy habitual en esta democracia representativa.

Puede que a muchos esta locura de la representación monárquica se la traiga floja. Un problema menos que tendrán. Pero a más de uno le ha hecho fruncir el ceño. Es más. Muchos, y no solo ecologistas, sufrieron de lo lindo al ver que su representación simbólica de ser español se dedicaba a matar inofensivos proboscídeos. De algunos sé que, desde ese día, dejaron de ser monárquicos.

¿En qué se le nota al rey que va de rey borbón o de ciudadano a secas? ¿Cómo diferenciar su representación? ¿Hay algún modo de saberlo? Lo ignoro. Pero quienes sí deben saberlo son esos locutores deportivos que hablan más que una cotorra en celo, y que no dudaron en proclamar que la presencia del Rey en el Bernabéu concitaba en su persona el rendido homenaje que “todos los españoles de raza estaban tributando a un futbolista llamado Raúl González”, un tipo providencial que había conseguido la épica de marcar montones de goles a lo largo de su carrera. Y por cuya hazaña, “el Rey y con él España entera le rendían sentido homenaje”.

Si es como dicen estos locutores, entonces, habría que hacer muchas objeciones y enmiendas a la totalidad, pero, dado que el rey como “persona es inviolable y no está sujeta a responsabilidad” (Art. 56. 2) –lo que tiene su retranca en estos tiempos-, habrá que callarse.

En cualquier caso, siempre sería higiénico para aquellos que ven en el rey la encarnación mística y sobrenatural de ser español que, cuando asista a eventos en calidad de tal, lo lleve impresionado en su chaqueta. El día que aparecía por televisión practicando el tiro libre al pobre elefante botswanés, más que un rey parecía otra cosa. Sin embargo, es evidente que disparaba a los elefantes como rey, es decir, como representante de todos los españoles, les guste o no la caza. Si no, no hubiera salido a los días pidiendo perdón a sus súbditos por semejante escabechina, a pesar de que su persona está libre de responsabilidad, según ordena la constitución.

Desde luego, este desconcierto más o menos metafísico se solucionaría dictaminando si el rey lo es a tiempo completo o solo cuando le interesa. Sería bueno saber sin prestarse a error si ejerce su representación simbólica constitucional en todos y cada uno de los movimientos que da, incluidos los pélvicos, por muy torpes que a veces sean estos, o solo cuando lee el mensaje de Navidad.

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