Víctor Moreno. Lo público y lo privado

mareaEs alarmante, muy alarmante, que quienes gobiernan el país sean tan blandos en la defensa de lo público. O, para ser más precisos, de lo público que tiene como finalidad incidir en la mejora del bienestar de los ciudadanos sin exclusión por razones de su sexo, edad y religión. Porque hay dinero público que se invierte en cierta esfera privada confesional y que jamás se cuestiona cuando suenan los maitines de recortar presupuestos, subvenciones y ayudas. Estas menguas económicas solo se plantean y se ejecutan en el ámbito de las necesidades públicas generales.

Entiendo que se trata de una deslealtad del Estado con y contra su salud y que solo por esta razón ningún ciudadano con dos dedos de sindéresis pintada en las rayas de su frente debería votar a un político que obligara a funcionar al Estado en contra de su propia naturaleza.

Si el Estado fuera más Derecho y menos Estado, mostraría la suficiente delicadeza en arbitrar aquellas medidas jurídicas necesarias y oportunas para que el ciudadano no tuviera que pasar por las horcas caudinas, ahora peperas, antes socialistas, de elegir entre ciudadanos que defienden lo público y quienes no lo harán nunca. De este modo, se evitarían muchas sorpresas y absurdas discusiones entre lo público y lo privado.

Entramos en el mundo de la esquizofrenia cuando contemplamos que funcionarios públicos –profesores, policías, médicos, enfermeros, guardias civiles y diversos cargos administrativos-, llevan sus retoños a formarse en escuelas y colegios privados o a curar sus enfermedades a hospitales de titularidad privada. Convendría no escandalizarse ante tamañas sorpresas, pues el ser humano piensa una cosa y acomoda su cuerpo a otra. Dislocaciones ideológicas se dan en cualquier ámbito. Somos coherentes con lo que nos interesa. Y, si para serlo, uno gasta de su bolsillo, nada que objetar. Cada uno es muy esclavo de sus necesidades, que son las que atemperan y degradan el ansia de libertad de acción que tiene uno. Aunque nos cueste aceptarlo, el cinismo es una opción pragmática como otra cualquiera. Una persona no tiene por qué hacer lo que predica. Y, si no, comprueben una y otra vez el discurso y la praxis de tanto político, cura y obispo.

Desde que se abrió la caja de Pandora, las correspondencias entre belleza, verdad, bondad y virtud se hicieron añicos. Nadie es lo que dice, ni lo que piensa. Lo que importa es fijarse en lo que hace. Si lo que hace se corresponde con lo que piensa, nunca lo sabremos si él no nos lo dice. Y tampoco importa gran cosa que la acción se corresponda con el pensamiento, lo que es un imposible metafísico.

Cuando el Estado juzga y condena a un individuo no se para a pensar si su crimen es coherente con un tipo de pensamiento determinado. ¡A la mierda el pensamiento y las ideas! Lo que cuenta es lo que has hecho, verdadero fiel de lo que somos realmente. ¿O es que, acaso, el Estado condonaría la pena a un reo por verificar que este ha asesinado por ser coherente con su pensamiento criminal? La coherencia importa poco. Recuerden que Franco, Hitler, Mussolini fueron coherentes con su pensamiento y ya vimos lo que sucedió.

Ello no es impedimento para que el Estado exija la defensa de lo público en sus servidores como requisito indispensable para presentarse en política. Tanto es así que esta defensa no debería ser patrimonio ideológico de ningún partido. Ni de derechas, ni de izquierdas. Lo público es carácter consustancia al Estado de Derecho y este se configura como tal gracias a la defensa de la esfera pública llevada a cabo por sus representantes. Y quien no lo entienda así que no se meta en política. Esta no es un trampolín para hacer negocios en la esfera privada aunque muchos la conviertan en plataforma legal, que no ética, para hacerse ricos.

Nadie debería engañarse sobre este particular. Y así, si en un momento de debilidad dejara de ser un paladín de lo público, la autoridad correspondiente debería cesarlo u obligarle a dimitir voluntariamente.

Así, pues, independientemente de que los políticos fueran de una ideología u otra, serían elegidos en función de sus propuestas para mejorar la salud pública de una sociedad. Su ideología se la pueden guardar para exhibirla en las reuniones con sus amigos. No nos interesa si es de derechas o de izquierdas. Solo nos preocupa si están a favor de defender lo público por encima y por debajo de cualquier matiz.

Con estos antecedentes, el corolario es más que prístino. Solo deberían meterse en política quienes realmente manifestaran de palabra y de obra ser defensores del interés público. Si no, es preferible que no lo intenten. Acabaran cometiendo alguna gorda.

El Estado no debería permitir a ningún individuo con negocios privados hacer carrera política. La explicación es muy sencilla. Es imposible que una persona con tales características no utilice el poder para conseguir beneficios en sus empresas. Al prohibirle su participación, el Estado le ahorra de forma profiláctica caer en la tentación del cohecho, de la prevaricación, del tráfico de influencias y, claramente, del robo y de la estafa. Y, mucho mejor aún, podrá dedicarse a sus negocios sin reparar en el obsesivo bien común inexistente; tan solo en el bien propio. Día y noche, mañana y tarde.

Actualmente, en la maquinaria del Estado existen engranajes que chirrían de tal modo que su afán recaudador no resulta ser tan imparcial y tan objetivo como, en principio, se quiere dar a entender.

El Estado tira obuses contra su propio tejado continuamente, lo cual no deja de ser contradictorio con su naturaleza y un inconveniente mayúsculo para que la niña de sus ojos, la esfera pública, goce de buena salud: sanidad, educación, transportes, jubilación, dependientes, a lo que habría que añadir el consumo popular de luz, gas, agua, leche, pan y huevos. Al paso que camina la privatización de bienes, el ciudadano tendrá que pagar por respirar y por andar por la calle.

Hemos llegado a una situación realmente extraña. El Estado disminuye el presupuesto dedicado a la investigación científica y aumenta, o no disminuye, el dedicado a la etérea “cura de almas” llevada a cabo por capellanes de hospitales, de cárceles, del ejército y de cementerios. Un cambio cualitativo digno de consideración. A partir de este nuevo paradigma, detrás del cual la cura de almas está por encima de la cura del cuerpo, la teología por encima de la ciencia, el ciudadano sabrá a qué atenerse en el dolor y en la enfermedad. Cuando sufra un cólico miserere, no lo dude. Acuda presuroso a la parroquia más cercana. Allí el cura de marras sabrá cómo aplicarle una cataplasma a su alma para salir airoso de su enfisema pulmonar.

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Víctor Moreno. Medios informativos y religión

ObisposNingún medio periodístico debería acoger en sus páginas noticias que tuvieran que ver con la religión, los obispos y la curia celestial. Cuando se trata de hechos esencialmente religiosos, los periódicos y la televisión no deberían dedicarles ni una línea. Solo la hoja parroquial y, por motivos obvios, los periódicos La Razón y ABC son dignos de hablar de tales acontecimientos. Pues el resto ya se sabe que lo hacen para desprestigiar a la Iglesia y al Sagrado Corazón de Jesús.

Dios y su familia, la santísima Trinidad y la corte celestial, no se merecen verse mezclados con noticias tan inapropiadas. Al hacerlo, se rebaja su majestuosidad y su esencia espiritual al nivel de las cosas más prosaicas.

Hay ocasiones penosas. Artículos y reflexiones que hablan de estos seres tan perfectos y tan llenos de pureza aparecen al lado de noticias y hechos que cloquean de la masturbación entre los bonobos y entre los estudiantes del Opus Dei, de la sensualidad de una actriz junto a las cogitaciones del cardenal Rouco sobre el aborto, las cuales pierden su fuerza dogmática en cuanto miras la fotografía de la modelo de al lado.

El cardenal produce lástima. Su apostólico afán por aparecer aquí y allá para sentar cátedra donde solamente hay movimiento de cadera es un poco patético. Alguien debería decirle a Rouco Varela que, por muy potente que sea su pegada teológica, no puede competir con los muslos y pechos exubrerantes de una pin up, tipo Bettie Page. No es el único en cometer semejante desliz. Cualquier pensamiento teológico, aunque sea de san Agustín, de Celso o de Tomás de Aquino, empalidece ante el fulgurante esplendor de carnes de cualquier mujer y hombre macizos. El cardenal debería sopesar estos intríngulis carnales y, a la luz de la revelación sobrenatural, tomar una determinación acorde con el sigilo que requiere la publicación de ideas tan sublimes y sobrenaturales en unos medios tan poco puros.

Las verdades de la religión no son compatibles con las guarradas que cuentan una y otra vez los periódicos. Convivir con ellas no es propio de un modus operandi teológico y transcendental. Al final, su deterioro ha de ser sustancioso. Cualquier página de periódico está llena de mezquindades, de crímenes, de mentiras, de corrupciones y de masacres. Y, sobre todo, vanidades. Y ya se sabe lo que dijo de ellas el Eclesiastés. La fuerza del mal es mucho más atractiva que la del bien. El efecto es tan obvio como devastador. El lector se quedará con cualquier payasada de algún famoso y dejará pasar la mayoría de los pensamiento sublimes de la religión, suscritos por algún teólogo de postín o aspirante, tipo Juan Manuel de Prada. Desgraciadamente, dichas verdades religiosas, sean del papa Francisco o de san Felipe Neri, no mitigan el impacto de la barbarie contenida en las páginas del periódico o en la pantalla de cualquier cadena.

La catequesis religiosa debería preservarse como un bien insólito, solo accesible a aquellos que de verdad están por la labor de empaparse de su verbo eterno y de su doctrina imperecedera. El lugar de la religión no es el periódico, sino la iglesia, la parroquia, la basílica, la ermita, la cueva y el monte, donde la majestuosidad de Dios y la palabra de quienes solo saben interpretar su voluntad brillan como se merece. Es incomparable la inefable fonética de la palabra transubstanciación pronunciada en la bóveda de una catedral que en un periódico cualquiera, incluido el Abc.

Los obispos se empeñan en que la religión aparezca hasta en los desayunos de la televisión. No perciben que eso es devaluarla hasta el grado máximo. La religión en la prensa y en la televisión está sometida continuamente a cualquier sarcasmo, sátira y blasfemia, pronunciados además por gente indocta en materia evangélica.

La Iglesia debería exigir al ente público que llaman Televisión Española que dejara de dar la tabarra con la religión. No lo digo porque la televisión, al ser una institución pública perteneciente a un Estado aconfesional, esté pasándose por sus respectivos cátodos la constitución. Llevan muchos años haciéndolo y son incapaces de comprender qué significa dicho concepto. La razón es otra. Consideren que al hacer continuo alarde exagerado de la religión católica están a punto de hartar al más pintado. Y sepan que el efecto de esta permanente locución es contrario al perseguido. Lo único que ha traído es su desprestigio.

De hecho, las sectas religiosas no católicas de este país han aumentado cosa infecta. Fenómeno de sociología religiosa que algunos han atribuido al hecho de que la televisión transmita misas y rosarios en directo sin fallar una semana. La gente no es tonta aunque sea religiosa y se da cuenta que dichas misas y celebraciones son soporíferas y no tienen encanto alguno.

Sucede lo mismo con las procesiones y actuaciones de cofradías religiosas, que están instaladas en la permanente rutina y en la falta de originalidad. Y Dios, no les quepa la menor duda, es la suma originalidad.

Por si no disponen de datos, les diré que, durante el año de 2011, TVE destinó a programas y retransmisiones de carácter religioso un total de 2.973.554 euros, según recogen distintos medios especializados en televisión, y tras una pregunta escrita del PSOE en el Congreso.

El grueso de la partida se lo llevó la religión católica, con 1.521.722 euros para programas y 785.088 euros para la programación especial que emitió TVE con motivo de la visita del Papa por la Jornada Mundial de la Juventud.

He aquí, pues, una de las razones claves del progresivo deterioro de la religión y de la falta de enjundia teológica de la mayoría de los católicos de este país. Al pretender la iglesia que la religión esté en todos los sitios y en todos los medios informativos, acabará estando en ninguno.

Además, debería reparar en que su obsesiva actitud por aparecer en todos los sitios y de forma simultánea sería una ofensa a Dios, toda vez que solo Dios es Ubicuo. Y, como conocedores del texto bíblico, querer ser como Dios es un pecado de soberbia que se castiga con la expulsión del paraíso.

Avisados quedan.

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Entremés religioso en dos actos

fatimaEl encefalograma plano no es un mito

Las apariciones públicas del ministro del interior, Jorge Fernández y de la ministra de Empleo, Fátima Báñez, explicando el origen y fin de lo que llaman crisis económica, confirman que la existencia del encefalograma plano no es un mito, un invento de la neurociencia y, ahora, de la nanotecnología.

Cualquiera que desee comprobar su existencia, puede recopilar algunas de estas revelaciones ministeriales y verificará hasta qué punto es verdad lo que digo. No solamente se entiende a la primera lo que dicen, sino que, también, a la primera el lector llega a la conclusión de que cualquiera puede ser ministro de interior o de empleo, haya trabajado alguna vez o no, sepa o no de economía.

La ciencia ignora qué es peor, si entender a la primera una melonada de primer orden, o imaginar que uno puede ser ministro por ser capaz de decirlas en el momento más inoportuno. Sería terrible descubrir que para ser titular de ciertos ministerios la cualidad más sobresaliente que debe adornar al candidato sea su disposición y capacidad para decir tonterías. Pero este parece ser el destino de algunas carteras, toda vez que sus titulares, si algo hacen, es competir a ver quién la dice de mayor tamaño y espesura.

Acto primero

Empezó la veda la ministra de Empleo y Seguridad Social, doña Fátima Báñez, la cual ha demostrado en vivo y en directo una capacidad sobresaliente para decir necedades y mantenerse en ellas sin perder su habitual compostura de hierática cariátide Sin lugar a dudas, su verbolario estólido supera con creces a cualquiera de los miembros del gobierno, incluido Gallardón, el coherente. No concitaré aquí su meritorio currículum, de frases redondas como billar, pues es único, y me quedaría sin espacio. Así que recordaré aquella que hizo escuela confesional.

En junio de 2012, la ministra de Empleo encomendó la situación laboral de los españoles a la virgen del Rocío, porque, según su verbo «nos ha hecho un regalo en nuestra salida de la crisis y en la búsqueda del bienestar todos los días de los ciudadanos» (El Mundo, 6.6.2012).

Sin duda, la Virgen del Rocío es una santa colosal, cosa que no puede decirse de la ministra. No sé cómo la virgen lo ha hecho, pero ella solita consiguió que en España aparecieran brotes verdes del Estado de Bienestar aunque no dijo dónde, si en el jardín de su casa o en la de Guindos. No solo eso. En ese año de 2012, esta virgen arrancó del entonces papa Benedicto XVI la declaración de que “el año santo jubilar mariano se celebraría en la aldea del Rocío”.

Y ya es sabido que en los llamados años jubilares la Iglesia concede, así, porque le sale, singulares gracias espirituales a los fieles. Lo que no se sabía era que dichas gracias tuvieran efectos económicos inmediatos. Aunque, mediando la Iglesia, ¿hay alguna actividad eclesial que no busque y obtenga una ganancia metálica? En este sentido, causa perplejidad que, dado el currículum de la Iglesia en materia económica, los gobiernos, de larga trayectoria confesional, no hayan encargado a los obispos la solución de la crisis, no de forma moral, entiéndase, sino económica.

Para empezar, calificar la aldea de El Rocío (Huelva) como lugar de peregrinaje, la convertía de facto en un lugarexcepcional de interés turístico. Ministra dixit. Al fin y al cabo, ¿para qué existen las vírgenes y los santos eclesiales, sino como reclamo crematístico? Lo llaman peregrinaje espiritual cuando es comercio y estupro de la religión.

La ministra Báñez dijo que “se sentía muy emocionada por el regalo que ha hecho la Virgen del Rocío, aliada privilegiada y embajadora universal de Huelva, en el camino hacia la salida de la crisis y en la búsqueda del bienestar ciudadano«. Nada que objetar, excepto preguntar a los naturales su opinión acerca de que fuera la virgen del Rocío su embajadora universal, y no el Recreativo. Al fin y al cabo, la sociedad onubense es confesionalmente plural, con algún agnóstico y ateo que otro. Y establecer, sin mediar referéndum, que sea la virgen del Rocío la embajadora universal del ciudadano onubense resulta antidemocrático. Utilizar un símbolo religioso, confesional, como signo emblemático universal de una población plural, acaba siendo un gesto que va directo contra la aconfesionalidad del Estado, según marca la Constitución.

Todavía fliparía más el encefalograma de la ministra. Según su verbo la declaración del Año Jubilar Mariano como acontecimiento de excepcional interés turístico, suponía, según dijo, “la inclusión de una enmienda en los Presupuestos Generales del Estado (PGE) que incluye la aplicación de rebajas fiscales para todas las empresas que colaboran en esta celebración que tendrá lugar desde el 15 de agosto de este año hasta el mes de septiembre de 2013”. Palabras mayores. Más aún, la ministra de Empleo confirmó que “las deducciones fiscales para las entidades colaboradores podrían alcanzar hasta el 95% de la cantidad invertida. Esta medida va dirigida a las entidades, administraciones, organismos y empresarios que quiera participar en este acontecimiento que supondrá la creación de empleo y reactivará la economía de Andalucía”.

Fátima Báñez hizo un llamamiento a la Junta de Andalucía y la Diputación de Huelva para que «se sumen al proyecto y que entre todos seamos capaces de apostar decididamente por esta gran oportunidad en términos económico y de empleo” (El mundo.es. 6.6.2012).

De este modo, el año jubilar del Rocío, un evento esencialmente religioso, quedaría travestido en una oportunidad única en términos económicos y de empleo. Y la ministra no mostraría vergüenza alguna en prometer rebajas y deducciones fiscales a los empresarios que se sumaran a colaborar en el evento religioso.

Si esto no fue un chantaje o un soborno, impropio de cualquier persona adornada con un mínimum de inteligencia y, máxime, en una ministra perteneciente a un gobierno en un Estado Aconfesional, que venga la virgen del Rocío y que la vuelve a tocar, amigo Sam.

Acto segundo

El segundo acto lo protagonizaría el ministro del interior en FITUR (2014), el catalán Jorge Fernández. Probablemente, el ministro más meapilas de los que ha producido la transición democrática en este país. Cualquiera de sus intervenciones públicas, hable de los presos de ETA, de la secesión de Cataluña o de la verja de Melilla, los convierte en un tantum ergo, en una oda al sacramento de Dios y de España, su fiel escudera cristiana.

¿Cómo puede un gobierno colocar en un ministerio a una persona que hace alarde continuamente de confesionalismo religioso en un Estado Aconfesional y, sobre todo, en una sociedad plural como la española? Pues siendo un gobierno nacionalcatólico per se.

Lo peor no es que dicho Fernández sea ministro del interior –la verdad es que no los hemos visto peores; quizás, le superase Acebes, pero, no, estarían en el mismo escalafón-, sino que ejerza como tal y pretenda imponer por las bravas su recalcitrante disposición religiosa-confesional. No parece ministro del interior, sino la resultante de cruzar un obispo con un legionario.

Dada su inteligencia en barbecho permanente, su audacia terminológica y expresiva no tiene fronteras. De ahí que sus monsergas verbales solo manifiesten una incapacidad mental para hilvanar un pensamiento más o menos desarrollado. Asegurar que España será cristiana o no será, pertenece a la más rancia fraseología de los Giménez Caballero cuando escribía para el régimen franquista en los años 40. Es muy probable que su marmita cerebral no le permita albergar la tesis de que el nacionalcatolicismo ya está periclitado, máxime en estados aconfesionales y sociedades plurales como España.

Porque España no es ni laica, ni aconfesional, ni religiosa, ni confesional. Es plural. Y un ministro, máxime de interior, debería velar por dicho pluralismo, y no autodeterminarse por una confesión religiosa exclusiva y excluyente, lo que, además, de faltar a dicho pluralismo, deja en muy lugar su compresión y práctica de los derechos humanos.

Teresa de Jesús, monja mística y escritora –patrona de los escritores en lengua castellana-, santa para la Iglesia católica, es, para el ministro de interior, la gran intercesora ante Dios en estos tiempos de crisis. Lo dijo en FITUR para anunciar que en el 2015 se celebraría el V Centenario del nacimiento de Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada, con un recorrido turístico-económico por las 17 comunidades autónomas en las que Teresa de Ávila dejó su huella en formato de convento, y que dio origen a su Libro de las fundaciones.

Estas fueron las palabras del ministro: «Santa Teresa hablaba de tiempos recios, y estoy seguro de que en estos momentos estará siendo una importante intercesora para España en estos tiempos también recios que está atravesando» (El periódico de Aragón, 23.1.2014).

Lo que es extraño es que, al decir estas palabras, no alzara al aire el brazo incorrupto de la santa, aquel húmero que el chungo gallego se llevaba consigo incluso al mingitorio. El ministro añadió que no le extrañaba que este “trabajo hayaunido a políticos de todo color político por encima de diferencias políticas, ideológicas o geográficas».

La razón es obvia: «la huella de Santa Teresa es demasiado profunda como para que nos perdamos en minucias”.

Muy profunda. Seguro. Sobre todo, en un país en que el 99% no ha leído ni una línea de la mística de Alba de Tormes.

Se baja el telón

Si la virgen del Rocío y santa Teresa de Ávila son las dos valedoras con las que el sistema político-económico español cuenta para salir de la crisis, no solo explicaría el hecho empírico de que de esta no salimos en décadas, sino, también, la brillante incapacidad y nula preparación intelectual de algunos ministros que dicen gobernar el país. No tienen ni idea de lo que se llevan entre manos. ¿Y entre las meninges? Menos. Ya lo dijimos: las tienen como planicies.

Así que no nos cabe la menor duda de que si España sale de la crisis no será por intervención de las fuerzas económicas, sociales y políticas locales, nacionales y mundiales, sino por intercesión de sus santos, que como es sabido son legión y tienen mucho peso ante el Altísimo.

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Víctor Moreno. El aborto de Gallardón

AteosA nadie podremos reprocharle que tenga convicciones personales, sabiendo que conseguir un manojo de ellas cuesta el trabajo de una vida. Máxime, si, como se dice, es producto de la elaboración destilada del propio pensamiento, cosa que siempre estará por ver.

Nadie es dueño de sus convicciones personales. La mayor parte, por no decir toda la parte de ellas, es herencia del campo ideológico en el que uno vive. Las convicciones personales, como los hábitos de cualquier naturaleza, son destilación del tute dialéctico que uno mantiene con la realidad que le ha tocado. Adquiere y soporta aquellas que le sirven para sobrevivir del modo más digno.

A veces, lo importante no es saber lo que pensamos sobre esta o aquella parcela de la realidad, sino conocer el porqué de esa convicción. ¿Por qué pensamos lo que pensamos sobre la crisis, el aborto, la unidad de España y la existencia en el más allá? Probablemente, si conociéramos el origen de nuestras convicciones dejaríamos de tenerlas.

Una cosa es tener las ideas que se dicen que se tienen sobre algo y muy otra la razón por la que aseguramos que las tenemos.

Y está, también, no solo la calidad, sino la cantidad. Es muy extraño que existan tantísimas personas que tengan convicciones personales acerca de la misma realidad. Sin duda que se trata de sujetos muy cualificados y con un coeficiente intelectual muy elevado, pues les permite absorber las ideas de los demás sin dificultad y presentarlas, a continuación, como propias.

Esta gente parece olvidar los procesos por los que pasa una idea para convertirse en convicción personal. Para que una información se transforme en una idea, en pensamiento o en convicción, es necesario mucho reposo y mucha reflexión en la marmita cerebral de nuestras meninges.

De hecho, hay convicciones que no se basan en procesos mentales, sino en apreciaciones superficiales. Lo confirma el hecho de que cada dos por tres, escuchamos decir a los mismos ganapanes las siguientes memeces: “Estoy convencido de que el país saldrá de la crisis”, “tengo la convicción de que seremos campeones de invierno”, “les aseguro que nunca traicionaré mis convicciones”; “agradezco su propuesta, pero va en contra de mis convicciones”; “sin convicciones, es imposible hacer algo digno de aplauso”, “tengo la profunda convicción de que Madrid será capital olímpica”, “mi convicción personal me dice que la Infanta es inocente de los cargos que se le imputan”.

Quien tiene convicciones personales, rara vez hace ostentación de ellas. Pues sabe que hacerlo es una manera de manifestar que no se tiene ninguna. Las personas que no alardean de convicciones no carecen de ellas, pero saben que vivirlas de un modo u otro hace que sean más agradables de soportar por parte de los demás.

Acerca de la peligrosidad de las convicciones se podría decir que, así, en general, no son peligrosas, porque, probablemente, para empezar ni siquiera son convicciones, sino impresiones superficiales de las cosas, que se desbaratan en cuanto se les quite su aparente brillo.

El problema cambia cuando dichas convicciones personales existen y pertenecen a alguien que ejerce el poder público y, para colmo, alardea de ellas. Es el caso del actual ministro de Justicia, sr. Pérez Gallardón.

Gallardón es de esos tipos que, no solo presume de tener convicciones personales, sino que, mucho peor, quiere imponerlas en formato de ley, sometiendo al resto de la ciudadanía a su voluntad, importándole poco si respeta o no el pluralismo existente de las convicciones del resto de la ciudadanía.

Confundiendo el plano de la representación política con el plano de lo personal, cosa complicada de evitar, ha dicho que él “tendría un hijo con malformaciones graves” porque “es una convicción personal”.

Imagínense, ustedes, la cantidad de leyes injustas o estrambóticas que se podrían establecer si cada ministro impusiera sus “convicciones personales” relativas al sexo, al deporte, a la gastronomía, a la gimnasia y a la religión, saltándose a la garrocha el amplio pluralismo ideológico existente sobre dichas materias. Y apoyándose únicamente en una mayoría parlamentaria, como si esta fuese garante de la equidad y justicia de una ley.

A Gallardón le importa muy poco el hecho de que existan millones de convicciones que no coinciden con la suya, porque, amparado en el poder que le da el ministerio de un gobierno, impone la suya como la mejor de las convicciones que se puedan tener respecto del aborto. Estaría bien que Gallardón analizara cuál es el origen de su convicción personal que tanta seguridad arrogante le da ante las diferentes convicciones de los demás. Debería reconocer que la suya es convicción contaminada por la religión católica que profesa. Lo suyo no es una convicción propiamente dicha, sino un dogma, un acto de fe, que no ha pasado por la verificación empírica más común, y que él ha mamado en la teta nutricia de una familia ultra nacionalcatólica. El peligro de esta convicción radica en la ansia confesional tóxica que le anima y que le lleva aplicarla urbi et orbi a una población plural. Gallardón se mueve más por ser coherente consigo mismo que por el bien o mal que pueda producir en las demás personas. Nada extraño en un carácter tan ególatra como el suyo.

Gallardón olvida que es ministro de un gobierno de un Estado aconfesional, según marca la constitución, que es la suya. El fundamento de su convicción personal es, sin embargo, confesional –algo que no reprocharé-, pero sí es reprobable la aplicación que hace de ella, ya que no es respetuosa con quienes tienen otra religión y con quienes no tienen ninguna. Gallardón se salta a la garrocha el pluralismo ideológico, incluso religioso, de la sociedad, que es, ante todo y sobre todo, plural y diversa.

Lo que Gallardón hace es aplicar el principio de que el embrión es una persona, el cual, no procede del conocimiento científico, sino de la religión católica. Se basa en una idea religiosa mediante la cual postula una ley acorde con ella. Pero, legislar basándose en ideas religiosas previas que fundamentan convicciones personales en un Estado Aconfesional, no parece ser lo más conveniente, ni lo más respetuoso, teniendo en cuenta el pluralismo existente sobre esta materia.

En cuanto a saber si el embrión es persona o no, particularmente no tengo ni idea. Pero, dado que Gallardón es más religioso que un kirieleisón, le convendría recordar lo que decía santo Tomás de Aquino, una doctrina que sigue en pie de guerra dogmática y nunca puesta en tela de juicio, ni siquiera por Rouco Varela y sus monaguillos. Dice el Aquinate: “Dios introduce el alma racional cuando el feto es un cuerpo ya formado; de lo que se sigue que, después del inicio del Juicio Final, cuando los cuerpos de los muertos resuciten, en dicha resurrección los embriones no participan, puesto que en ellos no infundió nunca Dios el alma racional y, por lo tanto, no son seres humanos

Ergo, si no son seres humanos, no son personas.

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Víctor Moreno. Asesores

asesoresAunque la palabra asesor procede del latín assesor, del verbo assidere–el que asiste o ayuda a otro-, es en la actualidad cuando el término se ha convertido en plaga. No sé si en la época de Cicerón existían muchos asesores, no solo en leyes sino en cualquier aspecto de la vida cotidiana romana, pero sí sabemos que en la actualidad la figura del asesor es figura tan ubicua como poliédrica. Está en todas partes y en cualquier ámbito profesional.

Tanto que podría hablarse de la plaga de asesores. Y cuando decimos plaga, es evidente que nos estamos refiriendo a algo nocivo, nada bueno para el común de los mortales. Y, sobre todo, cuando se habla de asesores financieros, y eso que damos por hecho que en la viña del señor marqués habrá de todo, buenos y malos, es decir, ladrones y mafiosos.

Se trata, además, de una plaga para la que no se ha encontrado un pesticida lo suficientemente agresivo y abrasivo para hacer desaparecer, no solo sus efectos inmediatos, sino la causa que la genera. Lógico. Estos asesores los produce el sistema y son los que sostienen que el principio de Peter goce de eterna salud puñetera. Gracias a ellos, la situación desgraciada de un ser humano puede empeorar exponencialmente en cualquier momento. Lo estamos viendo en la última nefasta y gallarda ley del aborto: las mujeres que decidan abortar podrá sufrir el acoso de un asesor que las conminará a desistir de su empeño.

Es la estupidez congénita y pragmática la causa fundamental que produce el mundo pluriempleado de asesores. Para llegar a su cima, solo les falta disponer en su cerebro de una inclinación al cultivo de un pensamiento burocrático y enmarañado, que hace imposible la felicidad a su alrededor. No diremos que toda mediación es un engaño, ya que convierte los sujetos en medios de fines casi siempre sospechosos de oscuridad moral y ética, pero casi. En consecuencia, maticemos.

Hay asesores que, al menos, son capaces de advertir a su jefe que la corbata que visten no va a en consonancia con la camisa o con los calcetines. Un trabajo de estética que no todos los consejeros áulicos son capaces de realizar. Y hay asesores que, al menos, consiguen que sus jefes hablen de un modo calmado, sin elevar la voz y sin herir la sensibilidad de los demás. Un asesoramiento digno de aplauso. Sin duda.

Todos los jefes ineptos necesitan asesores, si no, no sabrían a quién echar la culpa de sus meteduras de pata. Al menos, este tipo de asesores aunque sea como chivos expiatorios, sirven de algo y para alguien.

Pero hay asesores que son, sencillamente, dignos de repulsa.

Me refiero a ciertos ex presidentes y ex ministros de gobierno que, de la noche a la mañana, se convierten en asesores de empresas multinacionales, que explotan como pocas la plusvalía del trabajador.

Que Aznar sea asesor de Endesa y cobre al año 200. 000 euros, o que González lo sea de Gas Natural y cobre 150.000 euros anuales, por serlo, es imagen que no encaja en ninguna ética y moral al uso. Algunos dirán que su nombramiento se ajusta a la legalidad vigente y que ninguno de estos dos elementos contradice ningún artículo penal.

El problema está en que esta gente lleva cumpliendo la legalidad a rajatabla y no hacen más que contravenir el mínimum de ética exigida a cualquier persona con dos dedos de sindéresis en la frente, y, mucho más, a quienes se han pasado varios lustros dando lecciones de moral a todo el mundo.

Aznar y González no saben nada de electricidad y de gas natural, respectivamente y, por tanto, es imposible que elaboren informe alguno acerca de dichas materias. Así que nos preguntamos, entonces, ¿qué hacen dos palurdos en una empresa en la que cobran cantidades desorbitadas por asesorar en nada?

¿En nada? Me temo que su presencia en dichas empresas constituya la cruel certeza de que tanto Aznar como González, y otros muchos más, estén cayendo en la figura punible del tráfico de influencias, lo que, ya no solo atentaría contra la ética, sino, contra la propia legalidad vigente, esa que continuamente invocan para salir indemnes de cualquier acusación. Como ya tenemos comprobado en el caso de la presidente del gobierno navarro, Yolanda Barcina, “asesora” -¡qué risa!- de la CAN.

Sería bueno que algún juez con agallas, un juez que no antepusiera sus creencias y adhesiones ideológicas al rigor de Montesquieu, metiera el código penal en esa costumbre tan poco ética que practican algunas empresas cuando nombran como asesores de sus empresas a gentes que son ignorantes perdidos de lo que se ventila en ellas y cobran unas cantidades desorbitadas por no hacer nada.

O, mejor dicho, por llamar por teléfono a un amigo poderoso de un gobierno para que “a ver si es posible que en tu país, la empresa a la que en la actualidad asesoro…”.

El tráfico de influencias goza de larga sombra y muchos consejeros de empresa, procedentes de la política, lo practican de modo escandaloso. En ella se cobijan gentes que hace tiempo perdieron el norte de la ética para sustituirlo por los vientos de una ambición desmedida.

¿Qué necesidad material tienen González y Aznar de recibir esas cantidades de euros, excepto para que el común de los mortales podamos decir de ellos que son unos indeseables?

Lamentablemente, el panorama que se avecina no es muy esperanzador. Hace unos días, le nombraban al gesticulante Rubalcaba un listado largo de excargos socialistas convertidos en “asesores conseguidores”, y le parecía lo más normal «porque tienen derecho a trabajar»…

Supongo que tendrá en perspectiva algún sillón desde donde seguir «trabajando”.

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