Víctor Moreno. Representación política y tradición religiosa

separacion-iglesia-estado-webA estas harturas de la vida me ha quedado muy claro que los políticos ya no representan, no solo a quienes los votan que sería lo más congruente, sino que, tampoco, representan a las instituciones públicas de las que son su parte simbólica oficial. Desde luego, no lo hacen del modo en que la propia constitución lo prescribe, sea por ley, decreto o “por imperativo categórico normativo o regulativo”, que dijera el filósofo.

Es muy grave que los políticos no representen los intereses de sus votantes y que cuando se trata de atender sus necesidades más perentorias y básicas, las marcadas por la propia Constitución y que suelen llamar eufemísticamente “bien común” o “interés general”, no hagan los posibles para satisfacerlas. A no ser que la misma ley, y más que la propia ley, su interpretación y aplicación prácticas, conspire en contra de los intereses de la mayoría de la sociedad. De hecho, y siguiendo el reguero lastimero que ha dejado el testimonio corrupto de esa economía cultivada las cloacas de la inmoralidad, podría decirse que la justicia y la legalidad que han intervenido se están comportando de un modo tan repugnante como insidioso. Esa España de quienes se dicen ser sus representantes más cualificados ha estado durante años cimentada en un inmenso lodazal de corrupción y en un clamoroso incumplimiento de la ley.

¿Representan los políticos a las instituciones públicas del Estado de Derecho? Ni formalmente. No lo hacen en los ámbitos y situaciones que vienen señalados por la propia ley. Lo más habitual es que, cuando la ley entra en conflicto con sus creencias personales, dan un puntapié a la legislación sustituyéndola por costumbres y tradiciones atávicas, por no decir irracionales y supersticiosas.

Si la constitución establece que “ninguna confesión (religiosa) tendrá carácter estatal” (16.3), se deduce que las instituciones públicas del Estado serán no confesionales. Así que, quienes dicen representar formalmente y constitucionalmente a estas instituciones, deberían mantener en su comportamiento oficial y público una neutralidad o aconfesionalidad absoluta, so pena de incurrir en inconstitucionalidad manifiesta.

Dicho de un modo coloquial: a ningún representante público se le debe ver el plumero confesional cada vez que asiste a un acto público. Y a ningún representante público debería siquiera pasarle por la cabeza la tentación metafísica de asistir a una misa o a una procesión confesional, sea católica o mormona, en “cuerpo de ciudad” como dicen en Pamplona.

Siendo tan clara y tan taxativa la declaración de no confesionalidad por parte de la Constitución -para comprenderla e interpretarla no hace falta hacer un máster con Habermas-, resulta escandaloso el permanente incumplimiento que se hace de dicho carácter. Un carácter que debería ser la marca sustancial de cualquier representante de una institución pública. Sin embargo, la jefatura del estado, los ministros del gobierno, los diputados de cualquier autonomía, los alcaldes de los ayuntamientos, las escuelas, el ejército, los hospitales, las universidades, los cementerios, los parlamentos regionales y cualquier institución pública que consideremos al uso, incumplen una y otra vez con premeditación y alevosía –si lo hicieran inconscientemente sería para darles con un martillo en la cabeza-, lo que ellos mismos han establecido como característica del Estado: su naturaleza no confesional.

Lo más alarmante del caso es que nadie se alarma por este incumplimiento de la legalidad. Que los ministros se abracen al cabestro de Santiago Matamoros, que juren su cargos ante la biblia o ante un crucifijo, que asistan a misas, rosarios y procesiones, que invoquen a santa María en cualquiera de sus versiones, virgen del Pilar, del Rocío, de la Almudena, para implorar su intercesión para solucionar cualquier ébola del momento, que ofrezcan la ciudad, el parlamento y España entera a la víscera cordial del Nazareno o de su santa madre, les parece normal y ajustado al Estado de Derecho Aconfesional en que vivimos.

Para colmo, a quienes estamos exigiendo que se aplique pragmáticamente la Constitución que ellos mismos presentan como el más depurado legado catecismo civil, nos tratan de intolerantes, de sectarios, de anticlericales, practicantes de un laicismo tan agresivo como decimonónico. Cuando lo único que pedimos es que sean consecuentes con la defensa del pluralismo confesional que establece la constitución.

En contra de lo que de dictamina la Constitución, España no ha dejado de ser nacionalcatólica. Es más, en la segunda parte del artículo 16.3 –que es pura contradicción con lo que se dice en la primera-, se afirma que “los poderes público tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones colaboraciones con la Iglesia católica y las demás confesiones”.

Esto supone que sobra una de los dos partes de dicho articulado. O se opta por no confesionalidad del Estado, lo que significaría un respeto absoluto al pluralismo confesional y no confesional de la sociedad, o se opta por seguir mimando las particulares maneras que tiene la iglesia católica de hacer que su religión se imponga en todos los ámbitos. Dicho de forma resolutiva: o se reforma o se deroga dicho artículo. Tal como está, es una contradicción y un insulto a la inteligencia.

De hecho, la cooperación que los poderes públicos mantendrán con la Iglesia -la referencia a las demás confesiones es puro cinismo- se traduce en un sometimiento absoluto de dichos poderes a la Tradición católica de este país.

La apelación machacona de los representantes públicos para escaquearse del cumplimiento de la constitución es aducir que “siempre se ha hecho así”. Si fuéramos a conservar del pasado lo que se ha hecho siempre, estaríamos todavía en los albores del canibalismo.

Convertir la tradición en el único argumentario posible para dilapidar de forma continuada la declaración de no confesionalidad del Estado, es signo de debilidad mental. Históricamente, cuando la tradición sustituía la inteligencia y el respeto a la hora de razonar para descubrir la verdad, el resultado era la imagen de unos heterodoxos quemados en una hoguera.

Cuando la única excusa que se postula es la tradición, lo que se reivindica es el inmovilismo, la parálisis social, el envilecimiento racional. Una tradición en cuanto se instala ya es vieja. Y, si la cohesión social la fundamos en costumbres y en tradiciones asumidas sin crítica alguna, eso significa que la base de nuestras relaciones sociales no tienen solidez alguna y constituyen el origen de conflictos permanentes.

El enfrentamiento entre tradición y constitución es cada día más notorio. Sobre todo, cuando se presentan ciertas tradiciones como únicos argumentos de una teocracia que no encaja en el entramado de una constitución que apuesta por el pluralismo y el respeto a las diferencias. Las tradiciones confesionales de este país lo que hacen es jibarizar el pensamiento de las gentes y hundir su inteligencia en el mimetismo y en la banalización. Como diría Mencken, la tradición es el último y único recurso del incompetente.

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Víctor Moreno. Legalidad cuando interesa

marco_legalSe les hace la boca cocacola-light defendiendo la legalidad. Tanto que ese Houdini de la responsabilidad política llamado Rajoy no tendrá empacho alguno en decir que hay que “dialogar sin salirse de la legalidad”. Pero ¿cómo se podrá dialogar en igualdad de condiciones si de antemano se estigma al interlocutor posible con la delicatesen de que está fuera de la legalidad?

¿Solo está dentro de la legalidad cuando se defiende la legalidad? Ante la habitual charlatanería moralizante de quien está en el poder, estaría bien recordar aquella frase de Cervantes: “cuando la zorra predica, no están seguros lo pollos”. Y en esta historia presente no hace falta indicar quién es la zorra y quiénes los pollos.

Se olvida que la legalidad sirve, ha servido y lo seguirá haciendo para legitimar actos de bandidaje que un mínimum de ética personal no aceptaría por atentar impunemente contra la más elemental justicia distributiva.

La legalidad de la que estos políticos hablan es una legalidad de chichinabo, un traje estrecho ajustado a las medidas de su ambición y de su fama. Cuando la legalidad les da la razón, tras el pronunciamiento de una justicia hace tiempo descafeinada por su subordinación a la ambición política, estos tipos se envalentonan y asegurarán, que “están con ganas de seguir trabajando como siempre”, que es lo que manifestó la ufana Barcina tras el expolio de la CAN.

¿Cómo siempre?” Encima tienen la desfachatez de avisarnos de que van a perpetrar las mismas trapisondadas en cuanto puedan. Se sienten tan seguros de sus obras ante una justicia y una legalidad permisivas que solo les falta indicar con pelos y señales cuándo, cómo y dónde harán la siguiente para que vayamos a contemplar in situ el espectáculo.

La legalidad de la Constitución que aplauden y recaban como espejo en el que deben mirarse los demás, ellos la maltratan incumpliéndola cuando les conviene e interpretándola como les dicta su cerebro procustiano, demediado por el orín del dinero. La ambición suele llevar a los seres humanos a ejecutar los menesteres más viles, por eso para trepar se adopta la misma postura que para arrastrarse. Jonathan Swift dixit. Y hoy día hay demasiados arrastrados metidos en política.

Barcina no es tonta, pero desde su pragmática y legal inteligencia no parece entender el alcance que tiene el artículo 16.3 de la constitución en las formas de gobernar una sociedad o de ejercer la representatividad de una ciudadanía.

Desde luego, ha demostrado por activa y por aoristo griego que el concepto de no confesionalidad de dicho artículo no entra en su diccionario de andar por el palacio de gobierno. Todavía no se ha estrenado poniéndola en práctica. Y no será porque no ha dispuesto de ocasiones para demostrar que ella cumple la legalidad de forma escrupulosa.

Quizás, el problema de su percepción sectaria y restrictiva de la realidad no radique solo en su personal pupila ideológica, sino que es muy probable que la culpa esté en que partimos y aplicamos una falacia política mal asimilada y propagada por una democracia cada vez más descafeinada. Hablo de la falacia consistente en aceptar acríticamente que los políticos representan la ciudadanía. ¿La representan?

Si lo hacen, lo será de un modo formal y formalista, pero no real. Lo demuestran una y otra vez los propios políticos que solo actúan para su parroquia, pero no para la mayoría. La ciudadanía es plural en cualquiera de las manifestaciones que se tomen en consideración: política, cultural, social, religiosa, sexual y gastronómica.

Representar este pluralismo mediante el ejercicio del poder político es un imposible, no solo físico, sino, sobre todo, ideológico. Quien lo pretenda caerá de bruces en un restrictivo sectarismo y en una falta absoluta de delicadeza hacia quienes forman parte de ese conglomerado de personas tan diversas y dispares en creencias y en intereses, y que denominamos sociedad.

Si tomamos como referente el ámbito religioso, se observa que la presidenta del gobierno foral las mete dobladas cada vez que tiene ocasión de clavarlas bien clavadas. Es que parece hacerlo a posta. No pasaron diez días de la ofrenda de Navarra a santa María la Real, para que una vez más cometiera el mismo desliz confesional asistiendo como presidenta de todos los navarros a la beatificación del sucesor del Opus Dei, Álvaro del Portillo.

Se comprende bien que tanto Barcina como Catalán asistan a dicho acto, toda vez que gracias al Opus Dei, Navarra sigue siendo esa Navarra que tanto agrada a la casta empresarial de la provincia.

Sin embargo, si la pretensión de Barcina y Catalán ha sido agradecer públicamente al Opus Dei por su labor desempañada en la cohesión ideológica conservadora de la sociedad navarra, se podían haber limitado a enviar a la Obra una postal de agradecimiento. De todos es sabida la connivencia existente entre Opus Dei y UPN, en cuyo partido militan varios miembros numerarios de dicha obra. Así que con enviarles una esquela personal en nombre de su partido, pero no de Navarra, habrían cumplido con el expediente y el protocolo. Y habrían ahorrado al erario navarro unos buenos euros que, seguro, han despilfarrado en viajes, comidas, hoteles y guardaespaldas.

Asistiendo a dicho acto confesional católico, Barcina, como presidenta del Gobierno de Navarra, y Catalán, como presidente del Parlamento navarro, lo único que han demostrado es su desprecio al pluralismo social y el sometimiento una vez más de las instituciones públicas más importantes de Navarra a una determinada confesión religiosa, la católica, y en esta ocasión pasada por la piedra áspera del opusdeísmo.

Barcina y Catalán han vuelto a dar una puñalada trapera al pluralismo confesional y no confesional de la ciudadanía. Seguro que Barcina y Catalán comprenden muy bien el alcance pragmático que tiene el artículo 16.3 de la constitución. De ahí que lo conculquen con premeditación y alevosía.

Tal vez, piensen que tienen todo el derecho del mundo para poder asistir a cuantos actos consideren una exaltación pública de sus particulares creencias, sean estas religiosas, sexuales y gastronómicas. Se equivocan. El derecho que dimana de la propia Constitución, o, como les gusta decir a ellos, del Estado de Derecho, les obliga a respetar el pluralismo de la sociedad, de tal modo que, cuando asisten a la beatificación de un carcamal en vida, lo único que están manifestando es su propia ideología afín al beatificado, pero en modo alguno están representando a Navarra.

Esta es mucho más que sus particulares alucinaciones teocráticas.

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Víctor Moreno ¿Por qué lo llaman pecado cuando es delito?

abuso-en-la-iglesia--thumb13932098No es la primera vez que sucede, y sucederá. Y cierta ciudadanía empieza a hartarse, no solo del modo en que el poder en general contempla y sanciona algunos delitos, sino que, también, lo está de la prensa en particular.

La noticia del pederasta, que andaba suelto por la denominada Ciudad Lineal y que en cualquier momento podría hacer una de las suyas, apareció en los medios una y otra vez con apestosa insistencia. Todas las cadenas, privadas unas y más privadas las otras -la pública ha dejado de serlo y solo lo es en la medida en que la pagamos todos-, nos ha anestesiado el meningenario con un atracón de amarillismo indigesto, reproduciendo la figura de este desalmado ciudadano que se dedicaba a secuestrar y violar la infancia. Hemos conocido su físico, su edad, sus aficiones, su historial delictivo y hasta hemos sabido que tenía madre. E, incluso, se han mostrado imágenes de la casa donde satisfacía sus inclinaciones sádicas y, en el colmo de la obscenidad, restos de vómitos y de pisadas de algunas de sus víctimas. Y, finalmente, se nos ha contado cómo peligra su vida en la cárcel donde ha sido confinado.

Durante más de diez días consecutivos, la prensa se ha cebado con vomitiva insistencia en este asunto, pues, como ella acostumbra a decir, se había creado un clima social de auténtico pánico. ¡Como si no fuera ella juez y parte en esa aclimatación perversa!

Sin embargo, la pederastia del obispo católico de turno apenas ha sido motivo de comentario informativo y de pretexto televisivo para poner a la Iglesia en el lugar que le corresponde del delito, por no haber sido capaz de detectar en su seno la presencia de una autoridad pecaminosa, como la del obispo polaco, Josej Weseolowski, nuncio en la República Dominicana, lo que da a entender que quienes rodeaban a este sotanosaurio participaban de sus orgías sexuales.

Este hombre, porque de un hombre se trata, chapoteaba en una inmensa charca pornográfica infantil con más de 100.000 archivos, distribuidos en 4 volúmenes con unos 130 vídeos y más de 86.000 fotografías con contenido sexual explícito de menores, a cuyo material habría que añadir otras 45.000 imágenes canceladas. Toda una vida dedicada al coleccionismo. ¡Qué paciencia la suya! Ni la de Job.

Pero que un obispo sea pederasta, y que lo venga siendo con las consecuencias pragmático-sexuales que de ello se derivan, no es motivo de alarma social. Y, quizás, se esté en lo cierto, pues hace tiempo que la Iglesia convive con esta lacra incapaz de limar sus asperezas, y, menos aún, terminar con la presencia en su seno de aquellos individuos a quienes ese órgano inferior transformable les hace cultivar variadas perversiones no contempladas en el evangelio de san Mateo, y sí en la obras del marqués divino.

Digámoslo una vez más.

Mientras que al primer caso se le ha dado una cobertura informativa como acostumbra a hacer cierta prensa amarrilla, hay que convenir en que cuando se trata de Obispos y Cardenales ese amarillismo informativo se vuelve tornasol, rebajándose drásticamente, es decir, no publicando las sevicias sexuales de los asotanados. Lo que extraña, pues no se puede comparar el morbo informativo de la pederastia de un obispo que la de un ciudadano vulgar. Es lo mismo que sucedía antaño. Era lógico y hasta previsible que un ateo se suicidara, pero si lo hacía un sacerdote ponía la lógica de san Agustín en un aprieto descomunal.

Pero esto no es lo peor. Mucho más grave es el modo en que la justicia se ha enfrentado con ambos hechos y los ha resuelto.

En ambos casos nos encontramos ante un delito contemplado por el Código Penal. Sin embargo, el trato recibido por el pederasta de Ciudad Lineal no ha sido en modo alguno idéntico al que se ha dado al obispo en cuestión. Al primero se le ha aplicado el Código Penal y, como era de esperar, se le ha metido en la cárcel. Al segundo se le ha aplicado la doctrina del evangelio, o lo que es lo mismo el Derecho Canónico, y así, en lugar de meterlo en una jaula con barrotes, se le ha apartado de su función episcopal y, a continuación, se le ha confinado a su domicilio, como si fuera Galileo. Suponemos que sin ordenador y sin la batería de archivos pornográficos coleccionados a lo largo de estos años. Lo suponemos porque nada se ha dicho del ambiente en que se desarrolla la vida enclaustrada de monseñor, pues ningún reportero ha ido a recabar información sobre ello.

Lo que ha cometido el pederasta de Ciudad Lineal es un delito. Lo que ha perpetrado el obispo es un pecado. Alucinante diferencia en el tratamiento de un mismo delito que nos hace evidente el repugnante sometimiento, no solo del poder político a la Iglesia, sino del mismo Código Penal, quien, le pese o no a la iglesia, está legislado para todo bicho viviente, sea laico o sacerdote.

Y, si no es así, y mucho nos tememos que no lo sea, eso significa, entre otras cosas, que la democracia sigue estando cautiva por los grilletes de un nacionalcatolicismo más vivo que nunca y que sigue invadiendo el terreno de la política y del delito con una parsimonia y una chulería como en los tiempos del infame.

¿Por qué lo llaman pecado cuando es delito? ¿Acaso la pederastia cultivada en el jardín de la iglesia no es quebrantamiento de la ley civil? Lamentablemente, la sotana sigue imprimiendo carácter de impunidad a quienes, disfrazados con ella, perpetran alevosamente unos delitos que, caso de cometerlos el resto de los mortales, son castigados por el Código Penal y por la persecución social jaleada por una prensa y televisión, que, informando de modo sectario, se comportan, a veces, como un tribunal inquisitorial con ciertos ciudadanos, pero no con los miembros de la Iglesia, y, menos aún, si estos son jerarquía.

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Víctor Moreno Bayona. De safermines a la virgen del Carmen

1215431718402y perpetrando idéntico delito, el de lesa confesionalidad. De una confesionalidad fundamentada en la sacrosanta tradición religiosa, cuyo peso específico en las costumbres y creencias de las gentes –no las llamaremos necias porque ya lo hacía Anatole France-, sigue siendo decisiva para no entrar en lo que algunos han llamado modernidad de lo razonable. Las procesiones en honor de santos y espíritus más o menos alados pertenecen a la metafísica de las supersticiones más alucinantes, justificadas siempre por una teología la mar de divertida.

La tradición a la que se apela siempre tiene siglos de antigüedad y contra ella no valen argumentos de ninguna autoridad razonable, sea esta filosófica, antropológica y, menos todavía, política. Tampoco valdría sostener que dicha tradición, esencialmente religiosa y católica, hunde sus raíces más potentes en el denominado nacionalcatolicismo, ese fascismo de la fe que todavía horada la inteligencia y el corazón de muchas buenas gentes. Buenas gentes que en otros órdenes de la existencia admiten, o eso manifiestan al menos, comportamientos políticos bien modernos, como ese de la aceptación sin paliativos de santa constitución y su cumplimiento mientras no se diga lo contrario.

Y lo contrario es lo que quiero decir a partir de esta línea. Si la constitución española actual, a la que todas saludan y tienen como Carta Magna y concentrado de prácticas democráticas excelente, establece en su articulado que el estado no profesará ninguna religión, declarándose, por tanto, aconfesional, lo contrario será que los representantes de dicho Estado asistan como tales a procesiones de acento religioso confesional. Cuando lo hacen de este modo seguro que son fieles con una tradición determinada, pero están incumpliendo el principio de no confesionalidad que marca la constitución. Si el artículo 16.3 de la constitución tuviera un desarrollo pragmático y congruente, la mayoría de los políticos de este país tendrían que ir a la cárcel o pagar una multa por asistir a procesiones religiosas donde dicen los muy demócratas representar a toda la sociedad.

No se trata de cortar de raíz una tradición que se remonta a cuando Cervantes se acordaba de un lugar de La Mancha. Si los políticos no quieren abandonarla y no cometer delito de confesionalidad asistiendo a actos religiosos, convendría introducir algunas correcciones, Unos cambios acordes con la evolución de las ideas y las formas de pensar en los tiempos en que vivimos. Ahora mismo, la Constitución va por Pinto y la clase política, cuando aparece la fe más folclórica, por Valdemoro.

No puede aceptarse que los representantes públicos de toda la sociedad se autodeterminen en beneficio de una sola confesión religiosa. Dado su empecinamiento supersticioso, es lógico y razonable que asistan a dichas procesiones, pero deberían esforzarse en hacerlo a título personal, asistiendo a ellas mezclándose entre las demás personas, fundidos y confundidos con el resto de la feligresía creyente. Nada de vestidos de frac y con sombreros ridículos y bailoteando en el aire la vara de mando.

Cundo asisten a dichos actos como representantes de la corporación olvidan algo tan elemental como el hecho de estar representando a toda la ciudadanía. Al hacerlo, atentan directamente, contra el pluralismo que consagra la propia Constitución. Ningunean a los ciudadanos que por diversas razones no participan en dichos actos, sea porque tienen otra religión, o porque no tienen ninguna, o porque consideran que la no confesionalidad debe regir el comportamiento de los representantes políticos y así evitar cualquier colisión con el resto plural de la sensibilidad popular.

Cuando el alcalde de Pamplona, E. Maya, se rebota contra los manifestantes que en la procesión en honor de san Fermín del 7 de julio en la calle Curia irrumpieron con “empujones, agresiones, zancadillas y comportamientos cobardes y sucios”, se limita a estigmatizar a este personal, olvidando que él antes había insultado a quienes no desean que la corporación municipal los represente en un acto confesional. Maya, al asistir a esta procesión y a tantas otras, está “ofendiendo” a una parte de la sociedad que no respira esos fervores católicos. Y, si piensa que él está representando a todos los pamploneses, como suele decir, eso significa que Maya no tiene ni idea de significa respeto y pluralismo.

Y lo mismo habría que decir de la representante de Geroa-Bai, Uxúe Barcos, que en la rueda de prensa que dio para valorar los sanfermines -apasionante tarea la de los políticos-, habló de lo «absolutamente inaceptable» del comportamiento en la calle Curia de los que increpaban a la corporación camino de la casa del arzobispo. Es decir, idéntica mermelada discursiva a la dada por Maya, pero ninguna alusión a su participación en un acto inconstitucional de servilismo vaticano.

Considerarán que están cumpliendo con la tradición, pero si lo piensan tres veces, verán que ellos mismos están saltando y pisoteando la diversidad y la pluralidad de la sociedad en materia de creencias. Y mira que para evitar esta confrontación lo tienen fácil: no asistiendo como ayuntamiento a dicha procesión. Hagan la prueba el año que viene. Vístanse como el resto de los paisanos, mézclense con estos, y verán cómo no ocurre ningún contratiempo que puedan lamentar. Eso, sí, no podrán figurar ni como alcalde, ni fardar de chistera y frac, ni vestidas, las concejalas, de roncalesas ricas.

No se puede decir lo mismo con relación al pueblo navarro de Cadreita puesto que la procesión celebrada en honor de san Miguel transcurrió sin las embestidas padecidas por el cariacontecido alcalde de Pamplona. Lo que no quiere decir que en dicho pueblo del sur de la Ribera navarra la corporación municipal no reprodujera los mismos modales confesionales, y por tanto anticonstitucionales, que los de cualquier otra población.

A la procesión de san Miguel y a la misa en su honor asistieron, además del Ayuntamiento, Barcina, presidenta del Gobierno de Navarra, Catalán, presidente del parlamento foral, la parlamentaria Esporrín (PSN) y los alcaldes de Arguedas (PSN), Villafranca (UPN), Cintruénigo (UPN) y Fitero (UPN). Una imagen deliciosa para comprobar una vez más que esta clase política no guarda ningún decoro con lo que establecen las propias leyes.

No voy a repetirme diciendo que tiene su patetismo particular el hecho de que dos representantes del partido socialista hagan mangas y capirotes con el principio de no confesionalidad constitucional, porque acabo de hacerlo. Si es así como el partido de la regeneración pretende que la sociedad española gane en laicidad y en pluralismo, aspiración que se traduce, incluso, en amenazar al PP con que pedirán la anulación de los acuerdos con la santa Sede, habrá que concluir que lo suyo es pura verborrea demagógica. El PSOE, y a su vera el PSN, no ha hecho absolutamente nada significativo, ni siquiera cuando era mayoría, por avanzar un milímetro en una política y filosofía laica, garante de un pluralismo y respeto universal.

La causa es más que evidente: siguen encontrando en la religión una gran aliada. Saben que el catecismo sigue moviendo muchas conciencias y urnas. Tanto que mostrarse públicamente en contra de la participación de los representantes políticos en procesiones religiosas populares sería su perdición.

Revisen en cualquier hemeroteca las celebradas en el día de la virgen del Carmen y comprobarán que no hay corporación municipal que no haya hecho el paripé confesional. Por la tradición, claro, y en contra del ordenamiento constitucional y del pluralismo de la sociedad.

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Víctor Moreno Bayona. Historiadores “buenos” y “malos”

La Libertad Guiando al puebloEs muy complejo saber qué es lo que mueve al ser humano a actuar de un modo u otro. Muchas veces nos preguntamos por qué alguien dice lo que dice y con qué intención lo hace. Y, sobre todo, desde qué orilla escribe, habla y actúa. Aclararía muchas posturas y muchas tesis que, bajo el celofán del equilibrio interpretativo, esconden actitudes que son representación delegada de la autoridad, a quien aquellas sirven a cambio de recibir sinecuras y prebendas.

Resulta que unos profesores de historia, en la UPV, escriben un artículo en una revista y sentencian deductivamente que los nacionalistas vascos están incapacitados de raíz para convertirse en discípulos de Herodoto, padre de la Historia. Al parecer, ser nacionalista es una tara mental, probablemente situada en el parietal izquierdo del cerebro que te impide escribir una historia científica y objetiva de la violencia en Euskadi. En realidad, ese historiador científico y objetivo de contar dicha historia no ha nacido aún, aunque algunos se consideren que están en posesión de aquellas inefables cualidades. Por si sirve de algo, recordaré lo que decía Bourdieu: “No puedo tomar posición, en tanto que científico, sobre las luchas a favor de la verdad del mundo social sin saber que lo construyo” (P. Bourdieu, El oficio de científico, Anagrama). Soy juez y parte, así que…menos lobos.

Desde luego el nacionalista metido a historiador jamás conseguirá alcanzar dichas cualidades. ¿Por qué? Según los historiadores aludidos, los nacionalistas-historiadores parten de una premisa aberrante: sostener la equidistancia interpretativa acerca de la violencia de ETA y la violencia del Estado. La primera es (ha sido), inmoral, cruel e innecesaria. Y no tiene ningún origen, ni político ni ético, que la justifique. La segunda no, que es ética, justa y moralmente necesaria. Sin ella, el Estado de Derecho se iría a la mierda. Y en esto último tienen razón, pues el Derecho sin la violencia ejercida por el Estado sería una mierda. La historia que narran los nacionalistas pertenece a una mitología que mata, por lo que todo lo que cuenten será una mistificación de la memoria para justificarla. En cambio, la historia que narran los que dicen que no son nacionalistas, solo patriotas españoles, es la fetén.

Más todavía. Estos profesores consideran que los nacionalistas-historiadores se hicieron el harakiri como investigadores, pues en las anteriores elecciones autonómicas de 2012 pidieron el voto a EH-Bildu y, por tanto, se hicieron reos de la mensajería de ETA. He aquí un grosero reduccionismo interpretativo impropio en quienes se las dan de objetivos y científicos. Es ilusorio pensar que todos los nacionalistas existentes en el marco de la CAV y de Navarra votaron a EH-Bildu. Menos verdad será sostener que todos los nacionalistas metidos a historiadores cojean por el mismo retorcijón. No hace falta ser nacionalista de ningún tipo para sostener las mismas posturas interpretativas que hacen algunos nacionalistas sobre la violencia de ETA, como no hace falta ser españolista para aceptar algunas interpretaciones que hacen ciertos historiadores españoles sobre ciertas parcelas de la realidad histórica, pasada y reciente.

Mucho me temo que estos historiadores consideren que por ser nacionalista uno nunca pueda llegar a ser ni buen escritor, ni ingeniero, ni carpintero ni médico. Y seguro que cuando se comen un besugo preguntan quién lo pescó, si un arrantzale votante del PP o de Bildu.

La lucha entre discursos legitimadores de una parte de la historia reciente –Guerra Civil, Posguerra, ETA-, está en continua efervescencia. Lo que se cuestiona es el principio de legitimidad doctrinal. Las relaciones entre las normas de conducta de la comunidad científica y el problema de la validación del conocimiento siguen dando muchos quebraderos de cabeza.

¿Cuáles son los canales de legitimidad de estos discursos sobre lohistórico? ¿Quién es el sujeto privilegiado que, investido de una autoridad que ningún poder ostenta de forma nítida y no es reconocida de manera inequívoca, está legitimado para establecer unos juicios como «objetivos», «científicos», y, por el contrario, rechazar otros por considerar que no cumplen el requisito, al parecer inexcusable, del “relato ético” y, más perentoriamente, de la supuesta asepsia y objetividad del discurso científico?

Precisemos. Por un lado, se parte de un «inconsciente ideológico» para «tematizarlo y teorizarlo», como hacen «los filósofos, los críticos y los historiadores». Por otro, se retorna a ese «inconsciente» para que esa «ideología» se convierta socialmente en un «inconsciente admitido» y aceptado por todos, como si se tratara de una verdad objetiva cuando se trata de una «verdad de clase». Legitimar es igual a dominar. Toda legitimación conlleva la destrucción de la crítica contraria para establecer en su lugar una nueva crítica, que no puede entenderse sino como el mecanismo de su legitimación para alcanzar finalmente el nivel de su hegemonía.

Alguien preguntará que a qué viene todo esto. Viene a cuento del artículo firmado por los profesores de la UPV, L. Castells y F. Molina, en la revista Ayer 89/2013, titulado Bajo la sombra de Vichy: el relato del pasado reciente en la Euskadi actual, donde dictan sentencia acerca de quiénes son los “verdaderos y auténticos historiadores” de esta tierra. Un artículo que rezuma ideología incluso en las notas a pie de página. Menos mal que se trata de historiadores. ¡Y pensar que a estos profesores el gobierno vasco les ha encargado la elaboración de un dictamen sobre la violencia en Euskadi! ¡Para echarse a temblar!

Por cierto, nunca hubiera sospechado que una nota a pie de página resumiera tan bien la tesis restrictiva que defienden sus autores. En ella sacan a relucir el maniqueísmo en el que como historiadores chapotean, y eso que se las dan de científicos y de estar por encima del bien y del mal. A propósito de un artículo de J. Mª Esparza, titulado “El Sortu que yo quisiera” (Gara, 12.7.2012), aclaran que “Esparza es el director de la editorial Txalaparta, fábrica principal, junto con la editorial Pamiela, de la nueva memoria colectiva del nacionalismo radical vasco, que produce a ritmo estajanovista todo tipo de obras “históricas” que patrimonializan los escaparates de la principal cadena de librerías y empresa distribuidora local”.

Esta nota desprecia y ningunea el trabajo, no solo de las editoriales nombradas, sino, sobre todo, el de aquellos profesionales que han publicado en ellas. Castells y Molina sugieren que se han leído lo que estas editoriales han publicado frenéticamente, y se carcajean entre comillas de que se caracterice dichas obras como históricas. ¡A ellos se lo van a decir que poseen la patente de distribución del bueno y del mal historiador!

Ciertamente, haríamos mal en desaprovechar la sabiduría de estos equilibrados historiadores. Si tanto les preocupa la decadencia investigadora en la que nadan estas editoriales, estaría bien que nombraran qué autores y obras de historia publicadas por la editorial Pamiela se basan en un “discurso moralizador, equidistante y ahistórico” y aquella otras donde se evidencia que “la memoria, como forma de conocimiento, es el método seguido por su autor”, y no el examen concienzudo y contrastado de archivos y legajos. El servicio que prestarían a la comunidad científica de historiadores de cualquier matiz sería inmenso y muy profiláctico.

Si caen en dicha tentación para superarla, sería deseable que su análisis no se redujera a una nota a pie de página. Sería una afrenta a su inteligencia.

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